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Authors: Charlaine Harris

Más muerto que nunca

BOOK: Más muerto que nunca
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La camarera del pequeño pueblo de Bon Temps, Sookie Stackhouse, ha tenido ya más de una experiencia con el mundo sobrenatural, aunque ahora éste merodea más cerca que nunca de su casa. Cuando Sookie ve que los ojos de su hermano Jason empiezan a cambiar, sabe que se va a transformar en pantera por primera vez, una transformación a la que se adapta con mucha mayor rapidez que otros cambiantes que conoce. Pero su preocupación se convierte en miedo cuando un francotirador fija su mira en la población cambiante local, y los hermanos pantera creen que Jason es el principal sospechoso. Sookie tiene hasta la próxima luna llena para descubrir al culpable de los ataques… y también para organizar una lista de pretendientes que no deja de crecer.

Charlaine Harris

Más muerto que nunca

Vampiros sureños V

ePUB v1.0

Johan
16.07.11

No le di las gracias a Patrick Schulz por haberme prestado su Benelli para el último libro... Lo siento, hijo. Me quito el sombrero ante mi amigo Toni L. P. Kelner, que destacó algunos problemas de la primera parte del libro. Mi amiga Paula Woldan me dio apoyo moral e información sobre los piratas, y se prestó a soportarme en un «Día de hablar como piratas». Su hija Jennifer me salvó la vida ayudándome a preparar el manuscrito. Shay, una lectora fiel, tuvo la gran idea del calendario. Y en mi agradecimiento a la familia Woldan, quiero también destacar a Jay, bombero voluntario durante muchos años, que compartió conmigo sus conocimientos y su experiencia.

1

Supe que mi hermano se transformaría en pantera antes de que lo hiciera. Nos dirigíamos en coche a la remota aldea de Hotshot, yo sentada al volante y mi hermano contemplando en silencio la puesta de sol. Jason se había vestido con ropa vieja y había metido en una bolsa de plástico del Wal-Mart las pocas cosas que necesitaría: un cepillo de dientes y ropa interior limpia. Estaba acurrucado en el interior de su voluminosa chaqueta de camuflaje, con la mirada al frente. La tensión de su rostro era un reflejo del control que ejercía sobre su miedo y su excitación.

—¿Llevas el móvil en el bolsillo? —le pregunté, aun sabiendo que ya se lo había preguntado. Pero Jason movió afirmativamente la cabeza en lugar de mirarme con mala cara. Era todavía primera hora de la tarde, aunque a finales de enero oscurece temprano.

Aquella noche sería la primera de luna llena del año. Cuando detuve el coche, Jason se volvió para mirarme e, incluso en la penumbra, vi el cambio que se había producido en sus ojos. Ya no eran azules como los míos. Eran amarillentos. Y también había cambiado su forma.

—Me noto rara la cara —dijo. Pero aún no había atado cabos del todo.

La pequeña aldea de Hotshot estaba sumida en el silencio y en la penumbra. Sobre los campos desnudos soplaba un viento frío y los pinos y los robles se estremecían a merced de las oleadas de aire gélido. Sólo se veía a un hombre. Estaba junto a una de las casitas, la que estaba recién pintada. Llevaba barba, tenía los ojos cerrados y levantaba el rostro hacia un cielo que empezaba a oscurecerse. Calvin Norris esperó a que Jason abriera la puerta del pasajero de mi viejo Nova para acercarse e inclinarse junto a mi ventanilla. La bajé.

Sus ojos verdes y dorados brillaban más que nunca y el resto de su cuerpo no mostraba nada extraordinario. Bajito, canoso, fornido, tenía el mismo aspecto que cualquier hombre que desfilara por el Merlotte's, excepto por los ojos.

—Le cuidaré —dijo Calvin Norris. Jason se había colocado detrás de él, dándome la espalda. El aire que rodeaba a mi hermano era peculiar, como si vibrara.

Nada de todo aquello era culpa de Calvin. No había sido él quien había mordido a mi hermano y lo había cambiado para siempre. Calvin, un hombre pantera, había nacido así, era su naturaleza. Me obligué a decir:

—Gracias.

—Por la mañana lo devolveré a casa.

—Mejor a mi casa, por favor. Su camioneta está allí.

—De acuerdo entonces. Buenas noches. —Volvió a levantar la cara y tuve la sensación de que toda la comunidad esperaba detrás de las ventanas y las puertas a que yo me marchara.

Así que eso fue lo que hice.

Jason llamó a mi puerta a las siete de la mañana siguiente. Seguía con su bolsita del Wal-Mart, pero no había utilizado su contenido. Tenía algún golpe en la cara y arañazos en las manos. No dijo ni una palabra. Se quedó mirándome cuando le pregunté cómo estaba y cruzó el vestíbulo dejándome a un lado. Cerró con determinación la puerta del baño de la entrada. Pasado un instante, oí correr el agua y suspiré de agotamiento para mis adentros. Aunque había ido a trabajar y había vuelto cansada a casa hacia las dos de la mañana, apenas había logrado conciliar el sueño.

Cuando Jason salió de la ducha, yo ya le tenía preparado un par de huevos con beicon. Se sentó en la vieja mesa de la cocina con aspecto satisfecho, el de un hombre que hacía algo que le resultaba familiar y agradable. Pero después de un segundo de quedarse con la mirada fija en el plato, se levantó de repente, corrió de nuevo hacia el baño y cerró la puerta de un puntapié. Lo oí vomitar, una y otra vez.

Permanecí junto a la puerta sin poder hacer nada, consciente de que él no quería que entrara. Pasado un momento, regresé a la cocina para tirar la comida a la basura, avergonzada de aquel desperdicio pero incapaz de comérmela.

Jason volvió y lo único que dijo fue: «¿Café?». Tenía muy mala cara y caminaba como si le doliese todo el cuerpo.

—¿Te encuentras bien? —le pregunté, no muy segura de si podría responderme. Le serví café en una taza.

—Sí—dijo, pasado un instante, como si hubiera tenido que pensárselo—. Ha sido la experiencia más increíble de mi vida.

Por un segundo pensé que se refería a lo de haber estado vomitando en el baño, aunque aquélla no era una experiencia nueva para Jason. De adolescente había bebido mucho, hasta que descubrió que pasarse el día devolviendo hasta la primera papilla no resultaba en absoluto encantador ni atractivo.

—¿Lo de transformarse? —pregunté tentativamente.

Asintió, cogiendo la taza de café con las dos manos. Tenía la cara sobre el vapor que ascendía de aquella negrura cálida y potente. Me miró a los ojos. Volvía a tenerlos de su color azul habitual.

—Es un arrebato increíble —dijo—. Pero como lo mío es a través de mordeduras, y no por haber nacido así, no me convierto en una pantera auténtica como los demás.

Noté cierto matiz de envidia en su voz.

—Aun así, es asombroso. Sientes la magia en tu interior, y notas que los huesos se mueven, que se adaptan, y que la visión te cambia. Después te sientes más cerca del suelo, y caminas de un modo completamente distinto, y en cuanto a correr..., eso sí que es correr. Puedes perseguir... —Y ahí ya no dijo nada más.

Nunca me enteraría de esa parte, de todos modos.

—Entonces, ¿no estuvo tan mal? —pregunté, juntando las manos. Jason era toda la familia que yo tenía, exceptuando una prima que hacía años que andaba metida en el mundo de las drogas.

—No está tan mal —confirmó Jason, consiguiendo regalarme una sonrisa—. Mientras eres animal es estupendo. Todo es muy sencillo. Es cuando vuelves a ser humano cuando empiezas a preocuparte.

No tenía ganas de suicidarse. Ni siquiera estaba desanimado. No me di cuenta de que llevaba un rato conteniendo la respiración hasta que la solté. Jason podría vivir con lo que le había caído del cielo. Lo llevaría bien.

La sensación de alivio fue increíble, como si me hubiera quitado algo que tenía entre los dientes y me causaba un gran dolor, o como si me hubiese sacado una piedra de un zapato. Llevaba días preocupada, semanas incluso, y ahora la ansiedad había desaparecido. Eso no significaba que la vida de Jason como cambiante fuera a estar libre de preocupaciones, al menos desde mi punto de vista. Si se casaba con una mujer normal y corriente, sus hijos serían normales. Pero si lo hacía con alguien de la comunidad de Hotshot, yo tendría sobrinitos y sobrinitas que se transformarían en animales una vez al mes. Lo único bueno es que no lo harían hasta alcanzar la pubertad, lo que les daría a ellos y a su tía Sook cierto tiempo para hacerse a la idea.

Por suerte para Jason, tenía muchos días libres y hoy no le tocaba ir a trabajar al departamento de la carretera local. Pero yo sí tenía que trabajar esa noche. De modo que en cuanto Jason desapareció a bordo de su llamativa camioneta, me metí en la cama, con vaqueros y todo, y caí dormida a los cinco minutos. La sensación de alivio actuó como un sedante.

Cuando me desperté, eran casi las tres de la tarde y tenía que prepararme para ir a cumplir mi turno en el Merlotte's. Lucía el sol y mi termómetro de interior y exterior anunciaba que estábamos a once grados, algo bastante normal en Luisiana a mediados de enero. Pero, en cuanto bajara el sol, esa temperatura descendería y Jason se transformaría. Al menos tendría algo de pelo que lo cubriese —no un abrigo completo, pues se convertía en medio hombre, medio felino— y estaría en compañía de otras panteras. Irían de caza. Los bosques de los alrededores de Hotshot, en un rincón remoto del condado de Renard, volverían a ser un lugar peligroso esta noche.

Mientras comía, me duchaba y doblaba la colada, empecé a pensar en un montón de cosas que me gustaría saber. Me pregunté si los cambiantes serían capaces de matar a un ser humano en el caso de tropezarse con él en el bosque. Me pregunté hasta qué punto conservaban la conciencia humana cuando estaban en forma animal. ¿Y si se apareaban en forma de pantera? ¿Tendrían un cachorrito o un bebé? ¿Qué sucedía cuando una mujer pantera embarazada veía la luna llena? Me pregunté si Jason sabría ya la respuesta a mis preguntas, si Calvin le habría dado algún tipo de información.

Me alegraba, no obstante, de no haber interrogado a Jason por la mañana, mientras todo era aún tan nuevo para él. Tendría muchas oportunidades para preguntárselo más adelante.

Por primera vez desde Nochevieja, estaba pensando en el futuro. El símbolo de la luna llena en mi calendario ya no me parecía un periodo que señalaba el fin de algo, sino simplemente otra manera de contar el tiempo. Y mientras me vestía con mi uniforme de camarera (pantalones negros, camiseta blanca de cuello barco y Reeboks negras), casi me echo a reír como una tonta. Por una vez, me dejé el pelo suelto en lugar de recogérmelo en una cola de caballo. Me puse los pendientes de botón de color rojo y me pinté los labios a juego. Un poco de maquillaje en los ojos y colorete, y lista para irme.

La noche anterior había aparcado detrás de la casa. Antes de cerrar la puerta a mis espaldas, inspeccioné bien el porche trasero para asegurarme de que no había vampiros por allí. Aún no había oscurecido del todo, pero siempre podía haber algún madrugador. Seguramente lo último que podían esperarse los japoneses cuando inventaron la sangre sintética era que su disponibilidad serviría para sacar a los vampiros del reino de la leyenda y adentrarlos en la luz de los hechos. Lo único que pretendían los japoneses era hacer negocio vendiendo el sustituto de la sangre a empresas de ambulancias y a servicios de urgencias hospitalarias. Pero, desde su aparición en el mercado, el mundo había cambiado para siempre.

Hablando de vampiros (aunque sólo para mis adentros), me pregunté si Bill Compton estaría en casa. El vampiro Bill había sido mi primer amor, y vivía justo al otro lado del cementerio desde mi casa. A nuestras viviendas se llegaba a través de una carretera local que salía de la pequeña ciudad de Bon Temps por el sur, justo donde estaba el bar donde yo trabajaba. Últimamente, Bill había estado viajando mucho. Sólo me enteraba de que estaba por aquí si por casualidad se pasaba por el Merlotte's, algo que hacía de vez en cuando para mezclarse con la gente del lugar y beber un poco de cero positivo caliente. La marca que más le gustaba era TrueBlood, la sangre sintética japonesa más cara. Me había contado que ésa satisfacía prácticamente todos sus deseos de beberla de la verdadera fuente. Había visto a Bill sufriendo una crisis por necesidad de sangre y daba gracias a Dios por la existencia de TrueBlood. A veces, echaba muchísimo de menos a Bill.

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