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Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #ciencia ficción

Mass Effect. Revelación (17 page)

BOOK: Mass Effect. Revelación
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—Por favor —suplicó, cortándole una vez más—. Sólo quiero un nombre. No diga nada más. Tan sólo dígame quién recibió el mensaje y dónde puedo encontrarle.

Parpadeó otra vez, por el cambio de su expresión Anderson pensó que quizá hubiera herido sus sentimientos. Afortunadamente, sin embargo, hizo lo que se le pidió.

—El mensaje fue enviado al contralmirante John Grissom. Vive en Elysium.

DIEZ

—Batariano, esto es un club privado —gruñó el guardia de seguridad krogan que se cruzó en el camino de Groto Ib-ba mientras éste intentaba traspasar la entrada del Santuario.

—Esta noche soy un socio —replicó el mercenario batariano, pasando la tarjeta de acceso financiera por el escáner y dejando que se dedujeran los cuatrocientos créditos del precio de la entrada directamente de su cuenta bancaria. El krogan permaneció inmóvil, obstruyéndole el paso hasta que se confirmara la transacción. Sólo apartó la mirada de Groto por unos instantes para echar un vistazo al nombre y a la foto de identidad que destellaba en la pantalla. Estaba comprobando que la tarjeta de acceso no hubiera sido robada. Pero la imagen de la identificación coincidía claramente con la del batariano que tenía enfrente; no había error posible, un tatuaje de un sol azul adornaba su frente, justo por encima del ojo izquierdo interior.

Por la expresión del krogan, estaba claro que éste seguía sin querer hacerse a un lado para dejar entrar a Groto.

—La entrada sólo garantiza el acceso al club —le hizo notar—. Cualquier otro servicio supondrá una cuota adicional. Una considerable cuota adicional.

—Ya sé cómo va —le espetó Groto—. Tengo dinero.

El krogan reflexionó por unos instantes, confiando en encontrar otra manera de mantenerle fuera.

—No se permite llevar armas dentro del club.

—Te he dicho que ya sé cómo funciona —gruñó Groto. Aun así, el guardia titubeó.

El batariano extendió los brazos en alto.

—Regístrame y acabemos con esto.

El krogan, derrotado, dio un paso atrás.

—No será necesario. —Ladeó la cabeza a la izquierda, una señal de respeto batariana—. Le pido disculpas, Sr. Ib-ba. Helanda atenderá sus necesidades en la barra del fondo.

Un tanto sorprendido, Groto bajó los brazos. Resultaba asombroso la clase de respeto que el dinero podía comprar. De haber pensado que, de hecho, era posible entrar sin ser registrado, hubiera pasado una pistola a escondidas bajo el cinturón. O al menos hubiera escondido un cuchillo en una bota.

En lugar de eso, ladeó la cabeza hacia la derecha con parsimonia en respuesta a las disculpas, haciendo el papel del hombre cuyo honor ha sido insultado. Caminó con descaro, dejando atrás al portero, y entró en el burdel más exclusivo de Camala, intentando aparentar calma a pesar de que el corazón le iba a mil.

Una parte de él había temido que sencillamente no le dejaran entrar incluso si pagaba la entrada. Estaba claro que él no formaba parte de aquello; el Santuario estaba reservado a los ricos y la élite —a aquellos que disponían de fortunas y no a los soldados de fortuna—. Por lo general, el precio de la entrada mantenía a hombres como Groto fuera del lugar. En Camala existían muchos otros sitios en los que comprar compañía para la noche y ninguno de ellos era ni la mitad de caro que el Santuario.

Pero el nuevo cliente de los Soles Azules les había pagado unos sustanciosos honorarios por contratar sus servicios en exclusiva durante los siguientes meses, incluida una importante prima tras el asalto a la base militar de Sidon. Groto no había participado directamente en el ataque ni tampoco había estado en el almacén en el que su patrón se reunió con Skarr. De haberlo hecho, sabría quién les estaba pagando, aunque también habría podido ser uno de los desafortunados mercenarios que acabaron muertos a manos de Skarr.

En cualquier caso, los Soles Azules pagaban a cada socio a partes iguales, así que Groto no había dejado pasar nada más que la posibilidad de acabar asesinado. Y los mercenarios que sí habían estado en el almacén seguían en el asunto: habían sido contratados como guardaespaldas privados del financiero anónimo. Por otra parte, Groto era libre de salir y disfrutar de su parte de las ganancias. Y, por una vez en la vida, iba a experimentar un placer reservado a aquellos que eran mucho más ricos y poderosos que él.

Se había gastado parte de la prima en comprar ropa nueva aunque, incluso así, al cruzar la sala, empezó a sentirse cohibido. No encajaba allí y la clientela —la mayoría eran batarianos— le observaban con recelo y curiosidad manifiestos. La sociedad de castas era una parte importante de la cultura batariana y Groto estaba desafiando abiertamente las normas convencionales. Aunque al darse cuenta de que incluso los empleados le miraban con desdén, la turbación se transformó en una rabia arrogante. ¿Quiénes se creían que eran para despreciarle? ¡Nada más que putas y sirvientes!

Mientras se dirigía hacia la barra del fondo y pasaba junto a varios krogan del personal de seguridad, juró hacérselo pagar a alguien. Una vez que estuviera junto a su puta en una habitación privada, convertiría el desprecio de ésta en miedo y terror.

—Bienvenido al Santuario, Sr. Ib-ba —susurró la joven batariana que estaba tras la barra—. Me llamo Helanda. Lamento el incidente de la entrada —continuó—, a veces Odak se toma su trabajo demasiado en serio. Tiene mi garantía personal de que la próxima vez será totalmente respetuoso.

—Bien. Espero un trato mejor en un sitio como éste. —No iba a haber próxima vez, aunque Groto no pensaba decírselo.

—Tenemos una amplia variedad de servicios a su disposición —le explicó Helanda, pasando delicadamente por alto la falta de tacto del portero y continuando con el asunto que se traían entre manos—. El Santuario aspira a satisfacer los deseos de todos nuestros clientes, no importa lo… esotéricos que sean. Si me explica qué es lo que le interesa, le ayudaré personalmente a seleccionar a una acompañante apropiada, o acompañantes, para esta noche.

—Me interesas tú —dijo, apoyándose sobre la barra en respuesta a la tácita invitación.

—Ese no es mi papel aquí —replicó, con brusquedad mientras retrocedía medio paso y movía rápidamente los párpados de los ojos interiores en señal de desagrado. Groto comprendió que su encanto no era más que puro teatro; un juego con el que se entretenía con él. Su reacción involuntaria dejó la verdad al descubierto: ella sentía la misma repulsión que él había percibido en los demás empleados.

Groto notó por el rabillo del ojo que uno de los guardias krogan se acercaba a ellos casualmente y decidió que no era el momento de darle un merecido castigo.

Forzó una risa, como si el hiriente rechazo le pareciera divertido.

—En realidad estaría interesado en una hembra humana.

—¿Una hembra humana? —preguntó Helanda, como si no estuviera segura de haberle oído bien.

—Tengo curiosidad —respondió fríamente.

—De acuerdo, Sr. Ib-ba —dijo, pulsando un botón tras la barra que hizo aparecer una pequeña pantalla frente a ella—. Debo decirle que hay una recarga adicional en todas las peticiones interespeciales. Las tarifas indicadas están anotadas junto a cada acompañante.

Giró la pantalla hacia él. La visualización mostraba diversas posibilidades junto al precio asignado a cada una de ellas. Groto tuvo que controlarse para no atragantarse por la conmoción que le causó ver los importes. A diferencia de los prostíbulos que solía frecuentar, aquí las tarifas por hora no eran una opción. Una noche entera en el Santuario iba a costarle varios cientos de créditos más que todo su sobresueldo. Durante unos breves instantes consideró la posibilidad de dar media vuelta y marcharse, aunque, de hacerlo, los cuatrocientos créditos que había pagado en la entrada se perderían para siempre.

—Ella —dijo, señalando una de las fotos. Había otras opciones menos caras pero, ¡maldita sea!, lo llevaban claro si pensaban que iban a intimidarle con esos precios. No iba a volver allí nunca más, por lo que estaba decidido a conseguir exactamente lo que quería. En verdad, no sabía demasiado sobre los humanos. Pero había algo en ésta que le atraía. Parecía frágil. Vulnerable.

—Excelente elección, Sr. Ib-ba. Haré que alguien le acompañe a su habitación para esta noche. Su acompañante subirá en breve.

Unos minutos después, Groto estaba solo en una de las habitaciones privadas insonorizadas, caminando de un lado a otro mientras se golpeaba la mano con un puño. Estaba recordando todas las humillaciones que había sufrido desde que llegó a aquel lugar, calentándose con esos pensamientos, decidido a desquitarse con la desafortunada joven humana que estaba a punto de convertirse en su víctima de esta noche.

No se sentía físicamente atraído por los humanos, fueran hembras o no. Pero esta noche no iba a tener nada que ver con el sexo. Sencillamente, a Groto no le gustaban los humanos. Se reproducían y se propagaban como alimañas; pululaban por el Confín, engullendo mundos coloniales y expulsando fuera a otras especies —como los batarianos—. Los humanos con los que trabajaba en los Soles Azules sabían cómo conducirse en una pelea pero, igual que todos los de su calaña, eran arrogantes y engreídos. Esta noche cogería a una de esa especie orgullosa y la haría sufrir. La humillaría, la degradaría y la castigaría.

Llamaron a la puerta; un golpe delicado y tímido. La abrió y alargó la mano para agarrar de la muñeca a la mujer y tirar de ella hacia la habitación. Pero al ver a un macho turiano allí de pie, se quedó helado.

—¿Quién… argh?

El turiano le dio un fuerte golpe en la garganta, cortando sus palabras. Asfixiado y con náuseas, Groto se tambaleó hacia atrás y cayó sobre la cama, en el centro de la habitación. El turiano entró tranquilamente y cerró la puerta tras de sí. Groto oyó cómo encajaba el cerrojo, encerrándoles dentro a los dos, juntos.

De algún modo, Groto se puso rápidamente en pie mientras se esforzaba por recobrar el aliento y alzaba los puños a la espera de que el turiano se acercara para intentar rematarle. Sin embargo, después de cerrar la puerta, el turiano se quedó quieto.

—¿Quién eres? —jadeó, al fin, Groto.

—Saren —fue la lacónica respuesta.

Groto sacudió la cabeza; no reconoció el nombre.

—¿Cómo lo has hecho para que los guardas te dejaran pasar? —inquirió.

—No me han impedido entrar —respondió Saren, con voz relajada—. De hecho, creo que querían que viniera aquí para cuidar de ti.

—¿Qué… qué quieres decir? —La voz de Groto temblaba; la anormal calma del turiano resultaba inquietante. Mantuvo las manos en alto, preparadas por si el intruso hacía un movimiento.

—¿Cómo es posible que seas tan estúpido? ¿No te das cuenta de que ellos sabían exactamente lo que habías planeado para esta noche? Sabían lo que andabas buscando desde el momento en que pediste una acompañante humana.

—¿Pero… pero de qué me estás hablando?

El turiano dio un paso al frente. Groto correteó un par de pasos hacia atrás, con los puños alzados y a punto. Hubiera retrocedido más pero había alcanzado la pared del otro extremo de la habitación y no quedaba a dónde ir.

—El Santuario no acepta que se dañe o se lastime a las acompañantes —le explicó Saren, con tranquilidad. Mientras hablaba, comenzó a avanzar despacio, con pasos lentos—. Tenían la habitación controlada.
[Paso]
. En el momento en que hubieras puesto una mano sobre esa mujer, un krogan enojado hubiera irrumpido y te habría arrancado la cabeza.
[Paso]
.

—No estaba… ¡Ni siquiera he hecho nada! —protestó el batariano, dejando al fin caer los puños. Se sentía como un imbécil, agitándolos arriba y abajo, mientras el otro tipo parecía estar tan tranquilo.

[Paso]
.

—Les convencí para que me dejaran encargarme de esto en su lugar —continuó Saren, ignorándole—. Estaban preocupados por si molestábamos a otros clientes.
[Paso]
. Entonces les recordé que las paredes estaban completamente insonorizadas.
[Paso]
. Y tú ya has pagado por la habitación.
[Paso]
.

Ahora tenía al turiano justo enfrente de él, aunque éste seguía pareciendo completamente relajado. Groto volvió a alzar los puños.

—Retrocede o te…

No tuvo ocasión de acabar la frase; Saren le propinó una fuerte patada en las partes bajas. Unas atroces punzadas de dolor furioso le ascendieron repentinamente por el estómago y las entrañas. Se desplomó en el suelo con un sufrimiento tan grande que sólo pudo gimotear.

Saren le agarró por la tela del traje recién comprado y tiró de él hasta ponerle en pie; entonces hundió el pulgar en uno de los ojos interiores de Groto, reventándole el globo ocular y dejándole ciego de un solo golpe. El batariano desfalleció, quedando inconsciente por la súbita conmoción y el dolor.

Se despertó unos segundos después mientras Saren le rompía el codo derecho. Aullando en agonía se hizo un ovillo y rodó de un lado a otro mientras su cuerpo experimentaba un sufrimiento físico mayor de lo que jamás hubiera podido imaginar.

—Me repugnas —susurró Saren, arrodillándose para coger la muñeca izquierda de Groto. Extendió el brazo sano del batariano, trabó las articulaciones y empezó a presionarlo—. Querías torturar a una víctima inocente por propio placer. Maldito hijo de puta. La tortura sólo es útil si tiene un propósito —añadió, aunque sus palabras quedaron ahogadas por la fractura del codo izquierdo de Groto y los posteriores alaridos.

Saren se apartó del hombre, que se retorcía en convulsiones, y dejó que las oleadas de dolor sacudieran su cuerpo. Para cuando la conmoción se asentó, había pasado casi un minuto y sus miembros descoyuntados se entumecieron hasta el punto en que, al fin, Groto pudo hablar.

—Pagarás por esto —gimoteó desde el suelo, sollozando sin moderación. Las lágrimas y los mocos se mezclaban con el fluido ocular del ojo reventado y chorreaban hasta su boca, haciéndole pronunciar mal sus palabras en lo que parecía la lloriqueante parodia de una amenaza—. ¿Tienes idea de quién soy? ¡Soy de los Soles Azules!

—¿Por qué crees que te he seguido hasta aquí?

Una expresión de terror se extendió por el rostro de Groto hasta que al fin logró comprender.

—Eres un espectro —masculló—. Por favor —suplicaba—, dime qué es lo que quieres. Lo que sea. Te lo daré.

—Información —respondió Saren—. Dime qué es lo que sabes de Sidon.

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