Read Mass Effect. Revelación Online

Authors: Drew Karpyshyn

Tags: #ciencia ficción

Mass Effect. Revelación (9 page)

BOOK: Mass Effect. Revelación
13.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Los dos hombres la observaban con una mezcla de extrañeza y preocupación. Se deshizo suavemente de la mano que descansaba sobre su brazo y les devolvió una sonrisa a modo de disculpa.

—Lo siento. La noticia me cogió desprevenida. Yo… conozco a gente en la Alianza.

—¿Hay algo que podamos hacer? —preguntó el segundo hombre. Tuvo la sensación de que el ofrecimiento era sincero; no era más que un buen tipo cuidando de un compañero de especie. Pero ahora mismo, lo único que quería era marcharse sin hacer nada que pudiera hacer que alguien se acordara de ella.

—No, no, estoy bien. Gracias, de todos modos. —Dio un paso atrás mientras hablaba—. Tengo que irme. Llegaré tarde al trabajo. Lo siento por la copa. —Se dio la vuelta y desapareció entre la multitud en dirección a la entrada. Miró por encima del hombro, aliviada al ver que ninguno de los dos hombres intentaba seguirla. Simplemente se encogieron de hombros, restándole importancia al extraño encuentro, y reanudaron la conversación previa.

Cuando salió del bar, hacía frío y estaba oscuro. Las noticias sobre la destrucción de Sidon habían hecho que se le pasara la borrachera, aunque aún se veía capaz dar un paseo bajo el frío y seco aire de la noche para despejar del todo su mente.

El Agujero Negro estaba situado en una de las principales vías públicas de Elysium. Era de noche pero todavía era pronto y las aceras estaban llenas de gente. Bajó rápidamente por la concurrida calle sin dirigirse a ningún sitio en particular, simplemente porque necesitaba seguir moviéndose. La cabeza seguía dándole vueltas mientras luchaba por abrirse paso entre el tráfico intenso de peatones. Poco a poco, la paranoia volvió a deslizarse sigilosamente entre sus pensamientos, hasta el punto de rehuir a cada transeúnte y sobresaltarse por cada sonido inesperado. Allí fuera, rodeada de todos aquellos desconocidos, se sentía vulnerable e innecesariamente expuesta.

Una calle lateral desierta le ofreció un refugio temporal. Se metió corriendo en el estrecho callejón y no paró hasta haber llegado al final de la manzana. El ruido de la gente y de los monorraíles proveniente de la calle principal no era ya sino un tenue murmullo.

Las noticias de Sidon lo cambiaban todo. Debía reevaluar su situación. ¿Cabía la posibilidad de que su desaparición hubiera desencadenado, de alguna manera, el ataque? Resultaba difícil de imaginar que fuera una simple coincidencia, aunque no veía el modo en que ambos hechos podían estar relacionados. Una cosa era segura: ahora sí que la estarían buscando. Tenía que borrar sus huellas y encontrar la manera de reservar un vuelo fuera de Elysium que no pudieran rastrear hasta ella. Debía encontrar una identificación falsa. Si permanecía más tiempo aquí seguro que alguien…

Kahlee gritó al notar una pesada mano cerrándose de golpe sobre su hombro que le hizo dar media vuelta hasta encontrarse frente al pecho de un hombre espantosamente grande que la agarraba con firmeza. Miró hacia arriba y se encontró con sus ojos, fríos y severos.

—¿Kahlee Sanders? —Parecía más una acusación que una pregunta.

Asustada, intentó dar un paso atrás, forcejeando y retorciéndose en un intento de liberarse. Su captor la sacudió bruscamente una vez, haciéndola estremecer de dolor mientras le hundía las uñas en la carne de la clavícula.

—Teniente Kahlee Sanders, queda detenida como sospechosa de conspirar para traicionar a la Alianza.

Con la sorpresa, Kahlee tardó unos segundos en darse cuenta de qué llevaba puesto el hombre. Ahora reconoció claramente el uniforme: PM (Policía militar) de la Alianza. Ya la habían encontrado. Debió de verla en la calle principal y la siguió hasta el callejón desierto.

Abandonó toda resistencia y dejó caer la cabeza hacia abajo mientras se resignaba a su destino.

—Yo no lo hice —susurró—. No es lo que usted piensa.

Gruñó como si no la creyera, aunque retiró la mano de su hombro. Kahlee podía sentir ya cómo la piel bajo su camisa comenzaba a amoratarse.

Sacó un par de esposas del cinturón y las levantó para que pudiera verlas mientras le ordenaba, en un tono seco, que se diera la vuelta y pusiera las manos detrás de la espalda.

Dudó y después asintió con la cabeza. Resistirse no haría sino empeorar las cosas. Era inocente, ahora debería probarlo frente a un tribunal militar.

—No intente correr —le advirtió—. Estoy autorizado a emplear la fuerza si es necesario. —Aquellas palabras llamaron su atención hacia el arma que llevaba en la cadera, mientras obedecía sus órdenes y giraba lentamente su espalda hacia él. Por el rabillo del ojo pudo distinguir la pistola Striker fabricada por el sindicato Ahial que llevaba enfundada en la cadera.

Justo cuando sentía cómo una esposa se cerraba sobre su muñeca derecha, una señal de alarma sonó en su mente. ¡La pistola reglamentaria del personal de la Alianza no era la Striker sino la Hahne-Kedar PT!

Un milisegundo después de notar cómo la segunda manilla se cerraba alrededor de la muñeca izquierda lo comprendió todo. Actuando por instinto y bajo los efectos de la adrenalina, echó la cabeza hacia atrás con violencia. Al estrellarse contra la cara del falso PM, Kahlee fue recompensada por un húmedo crujido.

Se dio la vuelta mientras el hombre caía de rodillas, momentáneamente aturdido por el inesperado ataque. Los brazos le pendían a los lados sin rigidez y un reguero de sangre le manaba de la boca y la nariz, formando una mancha fresca y oscura sobre su cara: el blanco perfecto. Le dio un rodillazo infligiéndole aún más daño en la zona herida.

El golpe empujó al falso PM hacia atrás y cayó sobre un costado, borboteando y asfixiándose con la sangre que le obstruía la garganta. Su cuerpo se contrajo espasmódicamente mientras agitaba las piernas con violencia intentando rechazar a su atacante. Kahlee era implacable. No sabía quién era el impostor —mercenario o asesino— pero sabía que si no se alejaba de él, estaba muerta.

Recurriendo a las clases de lucha cuerpo a cuerpo que todo el personal de la Alianza recibía durante la instrucción, pudo esquivar sus débiles patadas con facilidad. Con las manos todavía esposadas tras la espalda, sus únicas armas eran los pies. Bailaba alrededor del bulto, que yacía tumbado boca abajo, y se acercaba para poder darle con las punteras de acero y los pesados talones en las partes vulnerables de la cabeza y el pecho.

Al intentar protegerse, su contrincante se enroscó sobre el estómago. Kahlee vaciló por unos instantes y vio como la mano del hombre se dirigía a tientas hacia la funda de la pistola. Saltó sobre él y le pisó los dedos una y otra vez hasta que éstos no fueron más que un revoltijo de huesos rotos y carne mutilada.

Ignoró los gimoteos y el llanto a borbotones del hombre mientras éste intentaba pedir clemencia por entre la sangre y los dientes destrozados. Seguía estando consciente, por lo que aún suponía una amenaza. Le dio una fuerte patada en la sien que posiblemente le fracturó el cráneo. Su cuerpo se contrajo con un espasmo y luego quedó inerte. Le propinó otra fuerte patada en las costillas, que no provocó ninguna reacción, para asegurarse de que realmente había perdido el conocimiento.

Se dejó caer en el suelo junto al cuerpo, moviéndose deprisa por si acaso alguien se metía en el callejón a investigar el alboroto. El falso PM le había esposado las manos tras la espalda pero no había hecho un gran trabajo. Las esposas estaban lo bastante sueltas sobre sus muñecas para permitir que Kahlee las hiciera correr varios centímetros arriba y abajo por los antebrazos; daban el suficiente juego para poder liberarse de ellas. Retorciéndose y forcejeando, logró contorsionarse lo bastante como para poder deslizar las muñecas encadenadas espalda abajo y pasarlas por debajo del hueso de la cadera y a lo largo de la parte trasera de los muslos hasta llegar a las rodillas. Rodó sobre la espalda y se puso de lado, contrayéndose para poder pasar los pies por el hueco de los brazos. Las muñecas seguían esposadas pero al menos ahora las tenía por delante.

Contuvo el reflejo nauseoso y gateó sobre las manos y las rodillas por encima de la sangre del asaltante hasta situarse justo encima de su cuerpo inmóvil. Seguía respirando entre jadeos entrecortados y medio ahogados. Kahlee soltó el aliento sin haber sido consciente de haber estado conteniéndolo. Aunque no sentía ningún remordimiento por la salvaje paliza que le acababa de propinar mientras luchaba por salvar su propia vida, estaba contenta de no tener que cargar con la muerte de aquel hombre sobre su conciencia.

El adiestramiento y la adrenalina la habían salvado. Eso y la negligencia de su contrincante. Pero mientras la adrenalina descendía y asimilaba la espantosa escena, sintió los primeros indicios de pánico. Era una soldado pero nunca había estado de servicio en el frente. Jamás se había encontrado con algo parecido.

¡Vamos, Sanders!
La voz de su antiguo profesor de instrucción resonaba en su interior, aunque las palabras eran suyas.
Aún no te has librado de este follón.

Apretó los dientes, decidida a acabar el trabajo. Aun así, Kahlee se estremeció al buscar a tientas en el cinturón empapado de sangre del hombre hasta encontrar la llave que abría los grilletes. Liberarse de las esposas resultó aún más difícil que pasárselas por delante, ya que tenía que sujetar la llave entre los dientes para intentar meterla en la cerradura. Aunque tras varios minutos frustrantes oyó un chasquido y la atadura se desprendió de su muñeca izquierda. Abrir la otra esposa sólo le llevó un segundo. Era libre.

Kahlee echó un rápido vistazo a su alrededor, aliviada al ver que nadie había entrado aún por casualidad en el callejón. Extrajo la pistola de la funda del hombre, comprobó que llevara puesto el seguro y se la metió en el cinturón, bajo la chaqueta. Se puso de pie y se quedó inmóvil.

Aunque desconocía para quién trabajaba el hombre que permanecía inconsciente a sus pies, resultaba evidente que había estado buscándola a ella en concreto. Eso significaba que probablemente también otros la estarían buscando. Tendrían los puertos vigilados esperando a que intentara salir del planeta. Estaba atrapada. Ni siquiera podía regresar a la calle principal. Al menos, no con la ropa cubierta de sangre.

Sólo tenía una opción. Respirando otra vez para calmar sus nervios crispados, Kahlee dejó el cuerpo del asaltante donde estaba y se marchó rápidamente en dirección contraria a la ajetreada calle comercial. Pasó el resto de la noche escondiéndose por los callejones de Elysium y cuidándose de no ser descubierta mientras se dirigía lentamente hacia la casa de la única persona a la que podía recurrir en busca de ayuda. Un hombre con el que, según una promesa hecha a su madre, no debía volver a hablar.

CINCO

A menos de una década de su descubrimiento a manos de topógrafos batarianos, Camala se había convertido en uno de los planetas más importantes del Confín Skylliano. A diferencia de la mayoría de los mundos coloniales, donde las poblaciones iniciales eran pequeñas y los colonos tendían a congregarse alrededor de una única ciudad importante, Camala presumía de tener dos regiones metropolitanas con casi un millón de habitantes cada una: Ujon, la capital, y Hatre, ligeramente mayor y el lugar donde se encontraban los principales puertos espaciales.

Casi quinientos kilómetros separaban a las dos ciudades, erigidas en los extremos opuestos de un extenso desierto que era el origen del rápido crecimiento de Camala ya que, por debajo de la estrecha capa de arena naranja y de la roca roja y dura que había bajo ésta se ocultaban algunos de los mayores depósitos de elemento cero del Confín.

Los ricos depósitos de eezo —la fuente de combustible más valiosa de la galaxia— movían la economía de Camala y atraían a colonos deseosos de probar fortuna y trabajar en los cientos de empresas de minería y refinería diseminadas a lo largo del desierto vacío. La mayoría de la población del planeta era batariana y, según la ley local, sólo ellos podían disfrutar de todos los privilegios de la verdadera ciudadanía, pero, como en cualquier mundo colonial con una economía próspera, a lo largo del espacio de la Ciudadela siempre había una afluencia constante de turistas e inmigrantes de cada especie reconocida.

Camala era, con mucho, el mundo batariano más rico y Edan Had’dah uno de los hombres más adinerados de Camala. Probablemente figuraba entre las diez personas más ricas de todo el Confín Skylliano y no le asustaba demostrarlo. Normalmente vestía a la última moda: conjuntos de diseño asari confeccionados con los mejores tejidos importados de la misma Thessia. Sus preferencias tendían a lo opulento y lo extravagante: ondulantes togas negras realzadas con salpicaduras de rojo que resaltaban los matices de su piel. Aunque, para la reunión de esa noche se había puesto, bajo un abrigo gris apagado, un sencillo traje marrón. Para alguien tan infamemente ostentoso como Edan Had’dah, su atuendo sencillo casi parecía un impenetrable disfraz.

Por lo general, a esta hora Edan estaría disfrutando de una reconfortante última copa, sorbiendo un licor hanar de primera calidad en el estudio de su mansión en Ujon. Pero esta noche era definitivamente atípica. En lugar de estar relajándose, rodeado de lujos y comodidades, estaba sentado en una silla dura, atrapado en un sórdido almacén en el desierto a las afueras de Hatre mientras esperaba a que llegara el más infame cazador de recompensas. No le gustaba esperar.

No estaba sólo. Al menos una docena de hombres, todos miembros de la banda de mercenarios Soles Azules, se apiñaban en el almacén. Seis de ellos eran batarianos, dos eran turianos y, el resto, humanos.

A Edan tampoco le gustaban los humanos. Éstos, al igual que los de su propia especie, eran bípedos. De una altura similar, tenían el torso, los brazos y las piernas más gruesos. Sus cuellos eran cortos y rechonchos y las cabezas, cuadradas y robustas. Y como en todas las especies binoculares, sus rostros parecían carecer de carácter e inteligencia. En vez de orificios nasales, tenían una extraña y sobresaliente protuberancia por nariz. Incluso sus bocas eran extrañas, con unos labios tan gruesos e hinchados que resultaba asombroso que pudieran pronunciar bien al hablar. De hecho, pensaba que tenían un estrecho parecido con las asari, otra especie que detestaba.

Sin embargo, no era de los que permitían que los prejuicios personales se mezclaran con los negocios. En el Confín Skylliano, existían unas cuantas de las llamadas organizaciones de seguridad privada a las que poder contratar y la mayoría de ellas cobraban mucho menos que la Soles Azules. Pero los Soles habían adquirido reputación por ser a la vez discretos y despiadadamente eficaces. En el pasado, Edan había contratado sus servicios en varias ocasiones, cuando se presentaron oportunidades para hacer negocios «poco convencionales», así que sabía por propia experiencia que su reputación era bien merecida. No le iba a confiar a otros una misión tan importante como ésta sólo porque los Soles hubieran comenzado a contratar a humanos recientemente. Aun cuando hubiera sido un miembro humano del grupo quien la había cagado en Elysium.

BOOK: Mass Effect. Revelación
13.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Redemption in Indigo by Karen Lord
02 South Sea Adventure by Willard Price
Dinner with Edward by Isabel Vincent
Unbound by Meredith Noone
The Everlasting Chapel by Marilyn Cruise
After the Ex Games by J. S. Cooper, Helen Cooper
Emmett by Diana Palmer
Off the Menu by Stacey Ballis