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Authors: Muriel Spark

Memento mori (28 page)

BOOK: Memento mori
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Dio el vaso de leche al niño. Él lo agarró con sus dos manecitas y bebió ruidosamente, mirando con sus vivaces y brillantes ojos a un lado y a otro por encima del borde del vaso.

—¿Qué decías de los testamentos de la pobre Lettie Colston? —preguntó Emmeline al marido cuando el niño fue llevado al jardín, para que jugara dentro de su parque.

—Según las diligencias del sumario, los muchachos han examinado sus papeles, por si podían proporcionar alguna indicación acerca del autor del delito, y, naturalmente, han comprobado las coartadas de todos los beneficiarios. ¡Imagínate, en una lista de veintidós testamentos sucesivos y correlativos!

—¿Conocía o no conocía al asesino?

—No… El examen y clasificación han sido hechos antes de que el asesino fuese arrestado. Estaban, pues, controlando y…

El asesino de doña Lettie había sido detenido antes de que transcurrieran tres semanas después de su delito, y ahora estaba pendiente de proceso. Pero durante aquellas tres semanas los papeles de la difunta fueron minuciosamente examinados. Los beneficiarios de los dos testamentos, que aún vivían, fueron controlados con la debida discreción, sometidos a un interrogatorio, y por último quedaron libres de toda sospecha. Únicamente un nombre había ofrecido algún ligero motivo de estupor y de perplejidad: el de Lisa O'Brien, de Nottingham, el cual figuraba en el testamento fechado en 1918. Pero los registros de estado civil demostraron que en aquel mismo año Lisa Brooke, de soltera Sidebottome, de treinta y tres años, se había casado en Nottingham con un hombre llamado Matthew O'Brien, de cuarenta años. El C.I.D. no llevó a cabo ulteriores investigaciones. La Lisa O'Brien del testamento debía ser ahora una mujer muy anciana, y, por el contrario, después se averiguó que había muerto. En cuanto a Matthew O'Brien, admitiendo que aún estuviese vivo, debía tener ahora una edad que le ponía a reparo de toda sospecha. La policía, que no tenía ningún interés en llevar más lejos las investigaciones, canceló de la lista el nombre de Matthew O'Brien.

Pero Henry Mortimer, que conocía a la víctima y su ambiente, había sido interrogado y empezado a investigar por su cuenta todas las conexiones posibles entre el asesino y las llamadas telefónicas.

Por su parte, la policía no creía que aquellas llamadas se hubiesen hecho nunca. Cualquier posible medio para descubrir el autor, había fallado, y las autoridades llegaron a la conclusión —fuertes, atrincherados en la opinión de sus psicólogos— de que todos aquellos viejos sufrían alucinaciones. Pero, aún así, era necesario dar una satisfacción al público. Por eso le fue confiado a Henry Mortimer el encargo de ocuparse del problema, y así la policía pudo hacer la siguiente declaración:

«La posibilidad de una relación entre el asesino y las llamadas anónimas que la mujer asesinada había declarado recibir de vez en cuando, es, en la actualidad, objeto de investigación.»

Mientras tanto, Henry había estudiado todos los detalles que afectaban a Lisa O'Brien. Se interesó por ellos.

«Se busca una cosa, y se encuentra otra», había dicho para sí.

En efecto, no había oído hablar nunca del matrimonio de Lisa. El primero, con Brooke, viejo y rico, había sido anulado en 1912. El secreto con Guy Leet había salido recientemente a la luz, cuando Leet reclamó la herencia de la difunta. Pero Matthew O'Brien… Henry no recordaba a ningún Matthew O'Brien. Pero ahora este individuo debía de ser viejísimo. Probablemente había muerto.

Pidió al C.I.D. que ampliaran las investigaciones acerca de Matthew O'Brien. La policía no tardó en descubrirlo en Folkestone, en una clínica de enfermedades mentales, en la cual estaba internado desde hacía más de cuarenta años.

—Y así —dijo Mortimer a su mujer— tú empiezas buscando una cosa y terminas encontrando otra.

—Janet y Ronald Sidebottome, ¿saben algo de ese otro marido?

—Sí, lo recuerdan muy bien. Lisa viajó con él por el Canadá, y durante un año no supieron nada de ella. Cuando regresó, Lisa dijo que O'Brien había muerto en un accidente.

—¿Cuánto tiempo hace que está en el manicomio?

—Desde 1919. Es decir, pocos meses después de su matrimonio. Mañana irá Janet a identificarlo.

—Será difícil que pueda hacerlo después de tantos años.

—Es una mera formalidad. Sin duda, ese hombre es el Matthew O'Brien con quien Lisa Brooke se casó en 1918.

—¿Fue ella la que declaró que había muerto?

—Sí.

—¿Y Guy Leet? ¿Lisa no se casó también con Guy? Entonces eran bigamos, ¿no te parece?

—No puedo ni pensar en que Guy supiese que ese hombre vivía todavía. Evidentemente, todos le creían muerto.

—¿No tendrá el pobre Guy molestias con la policía?

—¡Oh, no, la policía le dejará en paz! A su edad, ¡no faltaría más!

—Pero ¿qué clase de mujer era Lisa Brooke? —exclamó Emmeline—. Bueno. Supongo que su dinero… ¿Qué pasará ahora con su dinero? Ciertamente, Guy Leet…

—Esto, en efecto, es un problema. La fortuna de Lisa corresponde en derecho a Matthew O'Brien, sano o loco.

Henry salió al jardín.

—¿Qué es ese ruido? —dijo al nietecito que estaba berreando.

Lo hizo rodar sobre de la hierba caliente e hirsuta, luego lo cogió, lo lanzó hacia el cielo azul y lo recogió en el aire.

—Vomitará la comida —dijo Emmeline, que estaba mirando con la cabeza reclinada, sonriendo orgullosa al nietecito.

—Up, up, up —decía el niño.

Henry lo hizo rodar de nuevo por el prado. Lo dejó a pesar de que el niño seguía diciendo: «Más… más…», y entró para telefonear a Alec Warner antes de que saliese.

—Usted se ocupa del hospital St. Aubrey, de Folkestone, ¿verdad? —le preguntó.

—Sí, pero sólo de los enfermos más ancianos. Voy a visitarles desde hace más de diez años para mis estudios particulares.

—¿Conoce a un tal Matthew O'Brien?

—Matt O'Brien. ¡Oh, sí! Es un paciente privado. Un querido viejo de casi ochenta años. Ahora está en cama, enfermo. Está completamente loco, pero siempre me reconoce.

—¿Ha pensado usted ir esta semana a Folkestone? —preguntó Henry.

—Normalmente voy una vez al mes, y ya estuve allí la semana pasada. ¿Ha ocurrido algo especial?

—Sólo esto —contestó Henry—. Janet Sidebottome ha dado su consentimiento para ir mañana a Folkestone a fin de identificar a Matthew O'Brien. No quiero entrar ahora en más detalles, pero si usted quisiera acompañarla, puesto que ya es usted conocido allí, le haría un gran favor a Janet. Probablemente se sentirá un tanto trastornada. Ronald no puede acompañarla. Está en cama resfriado.

—Pero, ¿qué diablos tiene que ver Janet Sidebottome con Matt O'Brien?

—¿Usted puede ir, Warner?

—Sí.

—Entonces, Janet se lo explicará todo. ¿Sabe el número de su teléfono?

—Sí.

—Encontrará a uno de nuestros hombres que la está atendiendo.

—¿Un policía? —exclamó Alec.

—Un investigador —corrigió Mortimer—. Estoy más que seguro de que el asunto podrá interesarle.

—Precisamente es lo que estaba pensando —concluyó Alec Warner.

* * *

—Es algo desgarrador —dijo Janet—. Ronald debía acompañarme. También él vio varias veces a Matthew. No comprendo cómo puede haberse resfriado con un tiempo tan magnífico.

Alec gritaba para imponerse al ruido del taxi.

—No tiene por qué sentirse tan turbada. Yo haré todo lo posible para substituir a Ronald.

—¡Oh, no, deje a Ronald! Yo quería decir…

Él sonrió. Janet, tristemente, se reajustó el aparato acústico, y dijo:

—Oigo muy poco, de verdad.

—Podría ocurrir que no estuviera en condiciones de reconocerlo —siguió diciendo Warner, matizando las sílabas—. Es muy viejo, y quizá los años de locura lo hayan transformado hasta el extremo de hacerle irreconocible. ¿Sabe usted que toman drogas que actúan también sobre su aspecto exterior? Pero no se preocupe. Afirmaría que las autoridades tienen ya las pruebas de que él es el marido de Lisa. Por ejemplo, está la firma de Lisa, la cual se remonta al tiempo en que Matt ingresó en el hospital.

—Haré lo mejor que pueda —dijo Janet—. Pero será una experiencia tremenda.

—Es muy tranquilo y amable —gritó Alec—. Nunca ha sido un violento.

—Me descompone el recuerdo de mi hermana muerta —siguió hablando Janet—. Aun cuando me disgusta, he de admitirlo: Lisa no era muy correcta en su manera de obrar. Es una suerte que ese pastel haya salido a flote después de su muerte.

—Habría sido considerado un caso de bigamia.

—Fue bigamia —replicó Janet—. No hay excusas para Lisa. En su vida se le presentaron las ocasiones mejores, pero siempre fue igual. Incluso cuando era una chiquilla. ¡Cuántos disgustos dio a nuestro querido padre! Y cuando Simón se divorció de ella, hubo aquel escándalo. En aquellos tiempos un escándalo era una cosa seria.

—¿Qué pensaba entonces de Matt O'Brien?

—Era irlandés. Abogado. Hablaba muchísimo, naturalmente, por esas dos razones. Era muy simpático. Cuando Lisa me dijo que había muerto casi no lo creí. Siempre me había parecido un hombre lleno de vida. Como es lógico, nosotros no sospechábamos la verdad. ¡Es algo realmente doloroso!

—Pronto se terminará todo —dijo Alec—. No nos entretendremos mucho tiempo con él.

Y, en efecto, la entrevista con Matt O'Brien fue breve. El investigador salió a su encuentro en el vestíbulo y una enfermera los acompañó a la habitación en la que Matt yacía apoyado sobre almohadas, enmarcado por sus blancos y alborotados cabellos.

—Hola, Matt —dijo Alec—. Traigo a dos amigos conmigo.

El investigador hizo un ademán de saludo al viejo, y se puso discretamente a un lado, junto a la enfermera.

Janet se acercó a la cabecera y levantó la inerte mano del viejo para saludarle. Él levantó la otra mano en un signo de bendición. El viejo volvió los pálidos ojos hacia Alec.

—¿Es usted, Alec? —preguntó con confusa voz, como si la lengua le impidiese la palabra.

—Por casualidad —preguntó Alec—, ¿recuerda a una señora que se llamaba Lisa? Lisa Brooke. Lisa Sidebottome.

—Lisa —repitió el viejo.

—¿No recuerda a Lisa, una señora de cabellos rojos? —volvió a preguntar Alec.

—Lisa —repitió el viejo mirando a Janet.

—No, ésa no es Lisa. Es su hermana, Janet. Ha venido a visitarle.

El viejo seguía mirando a Janet.

—¿No se acuerda de Lisa? Bien, no importa.

El viejo movió la cabeza.

—Yo acojo a todas las criaturas —dijo.

—Lisa murió el año pasado —continuó diciendo Alec—. Creí que la había conocido.

—Lisa —repitió el viejo, y miró el cielo a través de la ventana. Era una tarde clarísima, pero para él debía ser de noche. Veía un firmamento estrellado—. Mis estrellas brillan en el cielo —dijo—. ¿La he llevado conmigo?

Sirvieron el té a Janet en la planta baja. Le propusieron que descansara un poco.

Ella volvió a guardar su pañuelo.

—Al primer momento —dijo— no noté en él ninguna semejanza y casi llegué a suponer que se trataba de algún equívoco. Pero cuando volvió la cabeza hacia la ventana, pude verle de perfil y reconocí sus rasgos con toda claridad. Sí, estoy segura de que es el propio Matthew O'Brien. E incluso el tono de su voz cuando ha hablado de las estrellas…

Alec rehusó tomar té. Sacó un bloc del bolsillo y arrancó una página.

—¿Me permite escribir dos líneas a un amigo, antes de que salga el correo?

Y cuando la señorita Sidebottome afirmó, él ya estaba escribiendo.

* * *

«Querido Guy,

»Creo que soy el primero a darte la siguiente información. Ha sido descubierto un hombre que se llama Matthew O'Brien, que ya estaba casado con Lisa cuando tú te casaste con ella.

»Mortimer te proporcionará los detalles que ahora han sido perfectamente puestos en claro.

»La casualidad ha hecho que yo, desde hace diez años, estuviese visitando a ese hombre, con motivo de mis experiencias, en el hospital psiquiátrico de St. Aubrey, en Folkestone, sin sospechar que podía existir una relación entre él y Lisa.

»Supongo que a ti no te culparán de nada. Pero, naturalmente, como sea que tu matrimonio con Lisa no ha sido nunca válido, no te beneficiarás de la herencia de sus bienes. El dinero de Lisa, o por lo menos la mayor parte de él, corresponderá, como tiene que ser, al marido legítimo. Creo que confiarán la administración a alguien, porque él es incapaz de comprender y su voluntad es nula.

»Te agradeceré un favor: inmediatamente después de haber leído esta carta, cuenta tus pulsaciones, tómate la temperatura, y hazme saber…»

Alec pidió un sobre a la empleada del despacho. Puso dentro su escrito. Escribió la dirección y pegó el sello de correos. Dejó caer el sobre en el buzón de la entrada y después fue a reconfortar a Janet.

* * *

Cuando dejó el hotel en donde había acompañado a Janet Sidebottome, Alec comprendió que su jornada, aunque cansadísima, había sido fructífera.

Volviendo a pensar en el frágil y asexuado cuerpo de Matt O'Brien, con sus cabellos esparcidos sobre la almohada, y la manera como el viejo había continuado mirando primero a él y luego a Janet, se acordó de aquella señora Bean, casi centenaria, que había ocupado el puesto de abuela Green en la sala Maud Long. A pesar de que eran muy diferentes uno de otra, sus rasgos tenían en común esta característica: que al primer momento no se podía adivinar cuál era su sexo. Decidió tomar nota de esta observación en la historia del caso Matt O'Brien.

De pronto se sintió cansado y paró un taxi. Mientras se dirigía hacia su casa, meditaba respecto a la diferencia que existe entre la observación humana. Pensaba en que las mismas personas observadas desde el primero o segundo punto de vista, resultaban diversas. Tenía que admitir, por ejemplo, que la señora Bean, a quien todavía no había prestado mucha atención, le proporcionaba, con todo, uno de esos elementos menores que a menudo se le escapaban cuando estudiaba deliberadamente a un sujeto. De todos modos, el método que había ido desarrollando en general se revelaba satisfactorio.

Un coche de bomberos pasó con enorme estrépito junto al taxi. Alec se recostó en un rincón y cerró los ojos. El taxi dobló la esquina. Alec cambió de posición y miró hacia fuera, a la calle oscura. El coche corría a lo largo del Mall hacia St. Jame's Street.

El taxista se volvió y abrió la ventanilla de comunicación.

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