Read Memorias Online

Authors: Isaac Asimov

Tags: #Biografía

Memorias (10 page)

BOOK: Memorias
13.47Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

La única solución era seguir estudiando y, si fuese posible, prepararme para un empleo en el que fuera mi propio jefe. Debido a un extraño giro de las circunstancias, ya había logrado mi objetivo sin saberlo. En mis años del
college
vendí mis dos o tres primeros relatos y me convertí en un escritor profesional.

Pero nada me permitía imaginar que mi literatura serviría para pagar algo más que un capricho. La idea de escribir como carrera, y bien pagada por añadidura, sólo se le habría ocurrido a un megalómano, y por mucha confianza que tuviera en mí mismo, yo no lo era.

Los trabajos autónomos accesibles a los judíos, que proporcionaban prestigio social y una buena vida, eran las profesiones de médico, dentista, abogado, contable y algunas más. Por supuesto, era mejor ser médico. Gran parte de los médicos de Nueva York eran judíos, y para un judío era un método seguro de triunfar en una sociedad moderadamente antisemita.

Da la casualidad que mi padre había asumido esto hacía mucho tiempo. Pensaba que, tras mi graduación, ingresaría en la facultad de medicina y me convertiría en médico. Puesto que nunca se me ocurrió discutir con mi padre sobre estos asuntos, lo acepté de forma natural.

Pero a medida que pasaba el tiempo, empecé a albergar ciertas dudas. En primer lugar, ¿de dónde demonios iba a sacar el dinero? No había manera de que yo pudiera pagar la enseñanza, los libros y el material. Había pagado el
college
con dificultad, ayudándome con trabajos de verano, la venta de unos cuantos relatos, unas becas de cuantía menor y todo el dinero del que pudo disponer mi familia. Nunca se podía ahorrar nada. La facultad de medicina era mucho más cara. No había ninguna posibilidad de que pudiera asistir a ella.

Para empeorar las cosas, mi padre sufrió una angina de pecho en 1938 y no se sabía si podría volver a trabajar en la tienda o si yo tendría que ocuparme de todo y abandonar las esperanzas de llegar a ser algo distinto de un tendero.

Por fortuna, mi padre, que en esa época pesaba cien kilos, perdió peso a gran velocidad, lo rebajó hasta setenta y dos y se mantuvo así durante toda su vida. Siguió medicándose y trabajando en la tienda, pero esto hacía que estudiar mi carrera de medicina fuera todavía más problemático.

En un aspecto más personal, tenía que pensar en abandonar mi casa. ¿Qué ocurriría si me aceptaran en una facultad de medicina en Ohio o Nevada?

Yo siempre había vivido en mi casa y sólo en muy raras ocasiones, y durante intervalos muy cortos, había abandonado la ciudad de Nueva York. De nuevo, como en el caso de las largas horas en la tienda, podía haberme rebelado contra ello, y cuando llegó la ocasión y ya no estaba obligado a permanecer en casa, podía haber salido a recorrer el mundo con la mayor alegría. Mi hermano, Stanley, reaccionó exactamente así. Él y su mujer recorren el mundo y les encanta.

Por desgracia (tal vez por fortuna, ¿quién puede saberlo?), la necesidad de viajar me agobiaba. No quería marcharme de casa. En realidad, me asustaba terriblemente abandonarla. No podía dormir pensando que tal vez tendría que irme a otro Estado, estar solo y tener que ocuparme de mí mismo. No sabía cómo hacerlo.

Desde luego, con el tiempo, tuve que irme de casa y vivir solo y asumir las responsabilidades de compartir mi vida con una mujer y unos hijos. No obstante, siempre que me establecí en un lugar al que pudiera llamar hogar, me enraizaba profundamente en él y no quería abandonarlo.

Esto ha seguido sucediendo durante toda mi vida, y mi aversión a viajar, mi deseo de permanecer en casa, en mi entorno cómodo y familiar, se ha acentuado. En la actualidad vivo en Manhattan, y he vivido allí durante veinte años. Hago todo lo que puedo para no tener que abandonarlo nunca, si puedo evitarlo. Con toda franqueza, no me entusiasma dejar mi piso. Envidio al detective de ficción Nero Wolfe que prácticamente no sale nunca de su casa en la calle 35 Oeste.

La tercera razón era la más simple de todas. Cuanto más pensaba en ello más sentía que no quería ser médico, de ninguna especialidad. No puedo soportar ver la sangre, se me revuelve el estómago en cuanto se menciona una herida y la descripción de alguna enfermedad me desagrada. Aunque uno se acostumbra. Me fui habituando a las disecciones cuando elegí zoología en el
college
, pero no quería volver a pasar por el mismo proceso.

Por fortuna, esta situación la resolvieron por mí las propias facultades de medicina, y su decisión fue correcta. Envié la solicitud sólo a las cinco facultades del área de Nueva York (puesto que estaba decidido a no abandonar mi casa). Dos de ellas, incluida la Facultad de Medicina y Cirugía de la Universidad de Columbia, me rechazaron sin más ni más, probablemente porque su cuota de judíos ya estaba completa. Las otras tres me hicieron una entrevista y, como siempre, produje una impresión desfavorable en los entrevistadores. No lo hice a propósito, hacía todo lo posible por resultar encantador y simpático, pero yo no poseía estas cualidades; al menos en esa época de mi vida.

Fui rechazado por las cinco en mi primer año de
college
y, cuando al año siguiente volví a enviar mi solicitud, me rechazaron todavía con más rapidez.

Para mi padre fue una gran decepción. Era la primera vez que su notable hijo había intentado algo que creía que era importante y había fracasado. Creo que pensaba que la culpa, hasta cierto punto, era mía (lo que, sin duda, era cierto) y nuestras relaciones se enfriaron durante algún tiempo. Yo, por mi parte, sentí mi orgullo herido, si no, no hubiese sido humano. Mi mejor amigo del
college
, con peores notas pero mucho más sociable, fue admitido en la facultad de medicina y, por unos momentos, me invadió un sentimiento nada grato que casi nunca experimento: la envidia.

Sin embargo, lo superé y el paso de los años no ha hecho más que confirmar que no hubiera conseguido terminar la carrera. Hubiera sufrido la humillación, mucho mayor, de tener que abandonar, incluso si hubiese dispuesto del dinero suficiente, sencillamente porque carecía de la capacidad necesaria y, sobre todo, del temperamento adecuado.

Hubiera sido un golpe muy duro. Nunca habría superado algo así. Siempre recuerdo esta época tan peligrosa de mi vida con enorme gratitud hacia la perspicacia e inteligencia de las personas encargadas de la selección que me impidieron ingresar en la facultad de medicina.

18. Los futurianos

Me convertí en un "fan" (esta palabra es una abreviatura de "fanático", no es una broma) de la ciencia ficción a mediados de los años treinta. Con esto no quiero decir que me limitara a su lectura. Intenté participar en su desarrollo. El modo más fácil de hacerlo era escribiendo cartas al director.

Todas las revistas de ciencia ficción tenían una sección de cartas y animaban a los lectores a escribir. La que más me gustaba en aquella época era
Astounding Stories
. Empezó a publicarse en 1930 bajo la dirección de Clayton Publications. La Depresión terminó con el negocio de la revista, y con Clayton, después del número de marzo de 1933, pero la mayor editorial de folletines, Street & Smith Publications, adquirió los derechos del nombre.

Por tanto, a los seis meses de su muerte,
Astounding
resucitaba con el número de octubre de 1933. Bajo la dirección imaginativa de F. Orlin Tremaine, enseguida se convirtió en la mejor y más vendida revista de ciencia ficción. Sigue existiendo en la actualidad, aunque ha cambiado su nombre por el de
Analog Science Fact-Science Fiction
. En enero de 1990 la revista celebró su sexagésimo aniversario (pero una enfermedad, con gran disgusto por mi parte, me impidió asistir al acontecimiento.)

Escribí mi primera carta a
Astounding
en 1935 y la publicaron. Como la mayoría de los fan, yo citaba las historias que me habían gustado y las que no, decía por qué y pedía que los cantos de las páginas fueran más suaves en vez de tan ásperos, puesto que se desmenuzaban y dejaban hilas de papel por todas partes. (La revista, con el tiempo, se hizo con cantos suaves. No es que carecieran de sensibilidad: los cantos suaves cuestan dinero.)

En 1938 escribí cartas a
Astounding
todos los meses, y por lo general las publicaban. Esto resultó ser más importante de lo que podía haber imaginado.

Había otras maneras de ser un fan. Los fans pueden llegar a conocerse entre sí (tal vez a través de la sección de cartas, puesto que se publicaba el nombre y la dirección). Si vivían cerca, podían reunirse, discutir los relatos, intercambiar revistas y cosas así. Lo que acababa convirtiéndose en un "club de fans". En 1934 una de las revistas creó la Liga Americana de Ciencia Ficción y los fans que se unían a ella podían ampliar su círculo de amistades a zonas más lejanas.

Clavado como estaba a la tienda de caramelos, no sabía nada de estos clubes y nunca se me hubiese ocurrido unirme a la Liga. Pero un joven que había ido conmigo a Boys High vio mi nombre en las cartas de
Astounding
y me envió una postal invitándome a asistir a una reunión del Club de Ciencia Ficción de Queens.

Esta posibilidad me resultaba excitante y de inmediato empecé a negociar con mis padres. En primer lugar, tenía que estar seguro de que podían prescindir de mí en la tienda por el tiempo que durara la reunión. Después, se trataba de convencerlos de que me dieran dinero para el billete, más algunos centavos extra por si comíamos en el club y tenía que comprar algo.

Llegados a este punto, debo decir que nunca recibí paga de ningún tipo. Trabajaba en la tienda por la comida, el alojamiento, la ropa y la educación; mis padres pensaban que era suficiente, y también yo. Había oído hablar de pagas para los niños en las películas, tiras de dibujos, etc., pero siempre tuve la vaga sensación de que era una romántica irrealidad.

Por supuesto, si necesitaba dinero para alguna cosa (transporte a la escuela, comida o incluso para algo frívolo como el cine) nunca me lo negaban, pero tenía que pedirlo. Hasta que no empecé a recibir cheques por mis relatos no pude abrir mi propia cuenta en el banco, y siempre bajo la condición implícita de que el dinero estaba destinado a la enseñanza y a otros gastos escolares inevitables, a ninguna otra cosa.

Cuando fui mayor me pareció extraño que mi padre, a pesar de que no me daba ni un penique, no dudara en permitir que tuviera acceso a la caja registradora. Obviamente, la caja registraba todas las ventas y, si hubiese robado de vez en cuando una moneda de 25 centavos, se habría notado. Habría podido vender caramelos o cigarrillos y después "olvidarme" de meter el dinero en la caja y embolsármelo, pero fui muy bien educado y jamás se me ocurrió hacer algo así y, aparentemente, mi padre tampoco pensó que podía hacerlo.

En cualquier caso, me permitieron asistir a la reunión del club de fans y me dieron dinero suficiente, así que el 18 de septiembre de 1938 conocí, por primera vez, a otros aficionados a la ciencia ficción. Sin embargo, entre la primera invitación y la segunda tarjeta en la que se me daban instrucciones para llegar al lugar de la reunión, había habido una escisión en el club de Queens, y un pequeño grupo disidente había formado una nueva organización. (Con el tiempo, llegué a darme cuenta de que los aficionados a la ciencia ficción eran un grupo discutidor y pendenciero y que los clubes estaban siempre dividiéndose en facciones hostiles.)

Mi compañero de instituto pertenecía al pequeño grupo escindido, e ignorando por completo que no iba al club de Queens, me uní a ellos. Este grupo se había separado porque eran activistas que pensaban que los aficionados a la ciencia ficción debían adoptar posturas más antifascistas, mientras que el núcleo mayoritario sostenía que la ciencia ficción estaba por encima de la política. Si hubiese sabido algo de la ruptura, me habría puesto sin dudarlo del lado del grupo escindido, así que, de todas formas, había llegado al lugar adecuado.

El nuevo grupo se puso un nombre bastante largo y grandilocuente, pero popularmente se les conoce como los Futurianos y formaban el más extraño club de fans que jamás haya existido. Estaba compuesto por un grupo de adolescentes brillantes que, por lo que pude ver, procedían todos de hogares rotos y habían tenido una infancia desdichada o, por lo menos, insegura.

Una vez más, era un intruso, ya que había tenido una familia muy unida y una infancia feliz, pero en otros aspectos todos me gustaron y sentía que había encontrado un hogar espiritual.

Para demostrar cómo cambió mi vida, debo explicar mis ideas sobre la amistad…

A menudo en libros y películas oímos hablar de amistades de la infancia que duran toda la vida; de antiguos compañeros de escuela que permanecen juntos a lo largo de los años; de camaradas de armas que se reúnen para emborracharse y revivir la alegría de la vida en los cuarteles; de compinches de colegio que se ayudan durante toda la vida en honor a los viejos tiempos.

Puede que suceda, pero yo soy escéptico. Me parece que la gente que ha compartido la escuela o el ejército ha vivido en un estado de intimidad forzada que no han elegido por sí mismos. Podría existir algún tipo de amistad por costumbre y proximidad entre aquellos que se caen bien aisladamente o que fueron forzados al compañerismo social fuera de los ambientes artificiales de la escuela y el ejército, pero no de otra manera.

En mi caso, no hubo ninguna amistad de la escuela que se mantuviera después, ni ninguna amistad del ejército que sobreviviera a mi paso por él. En parte fue porque no tenía tiempo para las relaciones sociales fuera de la escuela o el ejército, y en parte debido a mi aislamiento.

Pero, una vez que me uní a los Futurianos, todo cambió. En este caso, aunque tenía pocas posibilidades de mantener relaciones sociales y a pesar de que no estaba en contacto con algunos de ellos durante largos períodos de tiempo, hice amistades profundas que en algunos casos han durado medio siglo, hasta la actualidad.

¿Por qué?

Por fin conocía a gente que estaba en la misma onda que yo, a quien le gustaba la ciencia ficción y que era tan brillante e irregular como yo. Reconocía a un alma gemela de manera inconsciente. Lo notaba de inmediato, sin necesidad de un proceso intelectual. De hecho, en algunos casos, entre los Futurianos y fuera de ellos, he encontrado almas gemelas y amistades eternas incluso en gente que no me gusta.

De todas maneras, en este libro pretendo dedicar capítulos cortos a individuos que han influido mucho en mi carrera o cuyas vidas se entrecruzaron con la mía de alguna manera, y lo mejor que puedo hacer es empezar con algunos de los Futurianos más destacados.

BOOK: Memorias
13.47Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Starfish Island by Brown, Deborah
Paper Daughter by Jeanette Ingold
Red Earth and Pouring Rain by Vikram Chandra
Dark Blood by Christine Feehan
The Skye in June by June Ahern
Canyon Walls by Julie Jarnagin
Samantha James by Outlaw Heart
A Witness to Life (Ashland, 2) by Terence M. Green