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Authors: Jennifer L. Armentrout

Tags: #Infantil y juvenil, Romántico

Mestiza (4 page)

BOOK: Mestiza
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Ah, Lucian, el marido perfecto, pura-sangre, de mamá. Mi padrastro. Podía imaginar su respuesta. Seguramente consistió en tirar un montón de cosas por los aires y lamentar su mal criterio a la hora de elegir. Ni siquiera sé si mamá alguna vez lo amó, o si amaba a mi padre mortal con el que tuvo un lío, pero sí sabía que Lucian era un capullo integral.

Marcus continuó citando todas las maneras en que sus decisiones habían dañado a Lucian. La verdad es que desconecté bastante. Lo último que recordaba es que Lucian estaba intentando asegurarse un hueco en el Consejo de los pura-sangre. Como recuerdo del antiguo tribunal griego del Olimpo, el Consejo tenía doce figuras gobernantes, y, de esos doce, dos eran Patriarcas.

Los Patriarcas eran los más poderosos. Gobernaban las vidas de los puros y los mestizos como Hera y Zeus gobernaban el Olimpo. No hace falta decirlo, pero los Pa­triarcas tenían un ego enorme.

Cada lugar donde había un Covenant tenía un Consejo: Carolina del Norte, Tennessee, Nueva York y la universidad pura-sangre de Dakota del Sur. Los ocho Patriar­cas controlaban el Consejo.

—¿Me estás siquiera escuchando, Alexandria? —Marcus frunció el ceño.

Mi cabeza se levantó al instante.

—Sí… estás hablando sobre lo malo que ha sido todo para Lucian. Lo siento por él. De verdad que sí. Pero estoy segura de que palidece en comparación a que te arran­quen la vida.

Un gesto extraño surcó su cara.

—¿Te referes al destino de tu madre?

—¿Quieres decir al destino de tu hermana? —entorné los ojos cuando se cruzaron con su mirada.

Marcus me miraba fjamente, con cara inexpresiva.

—Rachelle selló su propio destino cuando abandonó la seguridad de nuestra so­ciedad. Lo que ocurrió es realmente trágico, pero no logro sentirme afectado. Cuando te sacó del Covenant, probó que no le importaba la reputación de Lucian ni tu seguri­dad. Sólo pensaba en sí misma, irresponsable…

—¡Lo era todo para mí! —me puse en pie de un salto— ¡no hizo más que pensar en mí! ¡Lo que le ocurrió fue horrible, «trágico» es para los que mueren en accidentes de coche!

Su expresión no cambió.

—¿Qué no hizo más que pensar en ti? Lo dudo. Dejó la seguridad de Covenant y os puso a las dos en peligro.

Me mordí la mejilla por dentro.

—Exacto —su mirada se volvió gélida—. Siéntate, Alexandria.

Furiosa, me forcé a sentarme y callarme.

—¿Te dijo por qué teníais que marchar del Covenant? ¿Te dio alguna razón por la que hacer algo tan imprudente?

Miré hacia los puros. Aiden se había retirado y se puso al lado de los otros dos. Los tres miraban este culebrón con cara de póker. Estaban probando ser de mucha ayuda.

—Alexandria, te he hecho una pregunta.

Al agarrar los reposabrazos, la dura madera se me clavó en las palmas de las manos.

—Te he oído. No. No me lo dijo.

Un músculo se movió como un tic en la mandíbula de Marcus mientras me mira­ba en silencio.

—Bueno, es una pena.

Como no sabía qué responder, miré como abría una carpeta en su escritorio y ex­tendía los papeles frente a él. Me incliné hacia delante, tratando de ver qué eran.

Se aclaró la garganta y cogió uno de los papeles.

—Tal y como están las cosas, no puedo considerarte responsable de lo que hizo rachelle. Los dioses saben que está sufriendo las consecuencias.

—Creo que Alexandria es consciente de lo que sufrió su madre —interrumpió la pura—. No hay necesidad de profundizar más.

La mirada de Marcus se volvió gélida.

—Sí, supongo que tienes razón, Laadan —volvió a mirar el papel que sostenía entre sus elegantes dedos—. Cuando me avisaron de que fnalmente os habían locali­zado, pedí que me mandasen tus informes.

Hice una mueca de dolor y me volví a sentar. Esto no iba ser nada bueno.

—Todos tus instructores sólo tienen brillantes elogios acerca de tu entrenamiento.

Una pequeña sonrisa se formó en mis labios.

—Era bastante buena.

—Sin embargo —miró hacia arriba, donde nuestros ojos se encontraron—, respecto a tu comportamiento, estoy… atónito.

Mi sonrisa se marchitó y murió.

—Numerosos informes sobre situaciones irrespetuosas hacia tus profesores y otros estudiantes —continuó—. Una nota particular aquí, escrita personalmente por el Instructor Banks, habla de tu seria falta de respeto hacia tus superiores, y es algo constante.

—El Instructor Banks no tiene sentido del humor.

Marcus arqueó una ceja.

—¿Entonces supongo que tampoco el Instructor Richards ni el Instructor Octa­vian? También han escrito que a veces eras incontrolable e indisciplinada.

Las protestas murieron en mis labios. No tenía nada que decir.

—Tus problemas con el respeto no parecen ser los únicos.

Cogió otro papel y levantó las cejas.

—Se te ha castigado numerosas veces por escaparte del Covenant, pelearte, inte­rrumpir en clase, romper muchas normas, y oh si, ¿mi favorita? —miró hacia arriba, sonriendo ligeramente—. Tienes anotadas repetidas sanciones por romper el toque de queda e intimar en la residencia masculina.

Me moví incómoda.

—Todo antes de los catorce años —apretó los labios—. Debes estar orgullosa.

Abrí más los ojos mientras miraba al escritorio.

—Yo no diría orgullosa.

—¿Acaso importa?

Miré hacia arriba.

—Supongo… ¿qué no?

La sonrisa volvió.

—Considerando tu comportamiento anterior, me temo que tengo que decirte que no puedo permitirte de ninguna manera el que continúes tu entrenamiento…

—¿Qué? —dije con voz aguda— entonces ¿por qué estoy aquí?

Marcus devolvió los papeles a la carpeta y la cerró.

—Nuestras comunidades necesitan siempre sirvientes. He hablado con Lucian esta mañana. Te ha ofrecido un sitio en su casa. Deberías estar honrada.

¡No! —volví a ponerme en pie. El pánico y la rabia me podían— ¡de ninguna manera vais a drogarme! ¡No seré una sirvienta en su casa ni en la de ningún puro!

—¿Entonces qué? —Marcus volvió a juntar las manos y me miró con calma— ¿vas a volver a vivir en las calles? No lo permitiré. La decisión ya está tomada. No volverás al Covenant.

Capítulo 3

AQUELLAS PALABRAS ME IMPACTARON Y ME DEJARON EN SILENCIO. Todos mis sueños de venganza se habían evaporado en la nada. Miré a mi tío, odián­dole casi tanto como odiaba a los daimons.

Míster Esteroides se aclaró la garganta.

—¿Puedo decir algo?

Marcus y yo nos giramos hacia él. Me sorprendió que pudiese siquiera hablar, pero Marcus le hizo una seña para que continuase.

—Mató a dos daimons.

—Soy consciente de ello, Leon —el hombre que estaba a punto de echar todo mi mundo abajo parecía no estar muy interesado.

—Cuando la encontramos en Georgia estaba sola, defendiéndose de dos daimons —Leon continuó—. Su potencial, si se la entrena bien, es astronómico.

Sorprendida de que este puro hablase a mi favor, me fui sentando poco a poco.

Marcus aún seguía sin parecer impresionado y aquellos brillantes ojos verdes eran tan duros como el hielo.

—Lo entiendo, pero su comportamiento antes del incidente con su madre no pue­de ser eliminado. Esto es una escuela, no un centro de acogida. No tengo ni el tiempo ni la energía como para estar vigilándola. No puedo tenerla corriendo libremente por estas salas e infuyendo a los demás estudiantes.

Puse los ojos en blanco. Me hizo parecer una malvada criminal que iba a derribar todo el Covenant.

—Entonces asígnele a alguien —dijo Leon—. Hay Instructores aquí durante el verano que podrán tenerla vigilada.

—No necesito una niñera. No voy a derrumbar un edifcio.

Todos me ignoraron.

Marcus suspiró.

—Aunque le asignemos a alguien, va retrasada en su entrenamiento. No hay nin­guna forma de que se ponga a la par con los de su clase. Para el comienzo de las clases estará muy atrasada.

Esta vez fue Aiden el que habló.

—Tendríamos todo el verano para prepararla. Es posible que pueda estar sufcientemente preparada como para ir a clase.

—¿Quién tiene tiempo para ese proyecto? —Marcus frunció el ceño— Aiden, tú eres un Centinela, no un Instructor. Ni tampoco Leon. Y Laadan volverá dentro de poco a Nueva York. Los demás instructores tienen vidas; vidas que no puedo esperar que dejen a un lado por una simple mestiza.

La expresión de Aiden era ilegible, y no tenía la remota idea de qué provocó las palabras que salieron después de su boca.

—Yo puedo trabajar con ella. No interferirá con mis obligaciones.

—Eres uno de los mejores Centinelas —Marcus movió la cabeza—. Sería desper­diciar tu talento.

Estuvieron discutiendo sobre qué hacer conmigo. Intenté intervenir una vez, pero tras la mirada de advertencia que me lanzaron tanto Leon como Aiden, me callé. Marcus continuaba afirmando que yo era una causa perdida, mientras Aiden y Leon argu­mentaban que podría cambiar. El interés de mi tío por entregarme a Lucian apestaba. La servidumbre no era un futuro agradable. Todo el mundo lo sabía. Había oído rumo­res, rumores horribles sobre cómo los puros trataban a los mestizos, especialmente a las mestizas.

Laadan dio un paso al frente cuando Aiden y Marcus llegaron a un punto muerto sobre qué hacer conmigo. Lentamente, se pasó el largo pelo por encima de un hombro.

—¿Qué tal si hacemos un trato, Decano Andros? Si Aiden dice que puede entre­narla y seguir haciendo sus tareas, no tiene nada que perder. Si no está lista al final del verano, no se queda.

Me giré de nuevo hacia Marcus, llena de esperanza.

Me miró durante lo que me pareció una eternidad.

—Está bien —se echó hacia atrás en su silla—. Esto te afecta, Aiden. ¿Entiendes? Cualquier cosa, y quiero decir, lo que sea que haga se refejará en ti. Y confía en mí, hará algo. Es como su madre.

Aiden de repente pareció cauto cuando me miró.

—Sí. Lo entiendo.

Una gran sonrisa apareció en mi cara y la mirada cauta en su cara creció, pero cuando me volví hacia Marcus, mi sonrisa murió bajo su mirada glacial.

—Seré menos tolerante que tu antiguo decano, Alexandria. No me hagas lamen­tar esta decisión.

Asentí con la cabeza, sin atreverme del todo a hablar. Había bastantes posibilida­des de que la cagase si lo hacía. Después, Marcus me despidió con la mano. Me levanté y salí de su despacho. Laadan y Leon se quedaron, pero Aiden me siguió.

Me giré hacia él.

—Gracias.

Aiden me miró.

—Aún no me des las gracias.

Calmé un bostezo y me encogí de hombros.

—Bueno, ya lo he hecho. La verdad es que creo que Marcus me habría mandado con Lucian si no hubiese sido por vosotros tres.

—Lo habría hecho. Tu padrastro es tu tutor legal.

Me encogí de hombros.

—Eso me deja mucho más tranquila.

Él pilló mi reacción.

—¿Fue por algo que hizo Lucian por lo que tu madre y tú os fuisteis?

—No, pero Lucian… no estaba particularmente orgulloso de mí. Yo soy hija de mi madre, ¿sabes? Él es sólo Lucian. ¿Y a qué se dedica ese capullo ahora, por cierto?

Aiden levantó las cejas.

—Ese capullo es el Patriarca del Consejo.

Me quedé con la boca abierta.

—¿Qué? Estás bromeando ¿verdad?

—¿Por qué iba a bromear sobre algo así? Así que quizá deberías abstenerte de llamarle capullo en público. Dudo que eso te ayude.

La noticia de que Lucian fuese ahora Patriarca me encogió el estómago, especial­mente considerando que tenía un «sitio» para mí en su casa. Meneé la cabeza y sa­qué esa implicación lejos de mis pensamientos. Tenía sufcientes preocupaciones cerca como para preocuparme por él.

—Deberías descansar un poco. Ven mañana, empezaremos el entrenamiento… si te apetece.

—Me apetece.

Los ojos de Aiden recorrieron mi cara herida y fue bajando, como si pudiese ver todos los cortes y moratones que había ido acumulando desde que huí de Miami.

—¿Estás segura?

Asentí, mirando el mechón de pelo que siempre se apartaba de la frente.

—¿Con qué empezamos? No hice nada de tácticas ofensivas ni Silat.

Movió la cabeza.

—Siento decepcionarte, pero no vamos a empezar con el Silat.

Sí que era decepcionante. Me gustaban las dagas y todo con lo que se puede apu­ñalar, y realmente me gustaría saber usarlas con efectividad. Empecé a dirigirme hacia mi residencia, pero la voz de Aiden me paró.

—Álex. No… me decepciones. Cualquier cosa que hagas se volverá en mi contra. ¿Entiendes?

—Sí. No te preocupes. No soy tan mala como Marcus me hace sonar.

Me miró dudoso.

—¿Intimar en la residencia masculina?

Me puse roja.

—Sólo estaba visitando a unos amigos. No es que estuviese saliendo con ninguno. Sólo tenía catorce años. No soy una fresca.

—Bien, es bueno saberlo.

Se fue alejando.

Suspiré y me dirigí hacia mi habitación. Estaba cansada, pero la emoción de ha­ber logrado una segunda oportunidad me había animado. Tras quedarme mirando la cama durante un cantidad absurda de tiempo, salí de la habitación y me moví por los pasillos vacíos de la residencia femenina. Los puros y los mestizos sólo compartían salas en el Covenant. En todos los demás sitios estaban separados.

Traté de recordar cómo era estar aquí. Los rigurosos horarios de entrenamiento, absurdos trabajos de clase estudiando cosas que me aburrían hasta la muerte, y todos los juegos sociales a los que jugaban los puros y mestizos. No hay nada como un mon­tón de adolescentes malvados que podrían mandarte de una patada al otro lado del país o prenderte en llamas con sólo pensarlo. Eso cambiaba a quién elegía la gente para luchar o de quién te hacías amigo. Y al fnal del día siempre era bueno tener algo con lo que encender los ánimos.

Todo el mundo tenía un papel que desempeñar. Yo era considerada guay entre los mestizos, pero ahora no tenía ni idea de dónde estaría al empezar las clases.

Tras vagar por las salas comunes vacías, salí de la residencia femenina y me dirigí hacia uno de los edifcios pequeños al lado de la zona pantanosa. El edifcio cuadrado de un piso albergaba la cafetería y las salas de entretenimiento y estaba rodeado por un colorido patio.

Ralenticé el paso según me acercaba a una de las salas más grandes. Las risas y golpes que salían de ella probaban que aún había algunos chicos allí durante las vaca­ciones de verano. Algo cambió en mi interior. ¿Me aceptarían de nuevo? ¿Me conoce­rían siquiera? ¿Les importaría siquiera?

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