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Authors: Fabio Fusaro

Tags: #Autoayuda

Mi ex novia (2 page)

BOOK: Mi ex novia
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Como si esto fuera poco, me contaba chocha de contenta que algunos tipos luego la reconocían por la calle o en la playa y la saludaban.

Qué poco tenía que ver todo eso con el concepto que ambos creíamos tener del respeto mutuo.

Hasta ahí la situación no habría pasado de un momento molesto en la pareja, pero tuvo que aparecer «la tarjetita». ¿Qué tarjetita?

La que le había dado un atorrante al terminar un desfile. Lo único que quería, seguramente, era… en fin, ya saben.

La tarjetita decía: «Fernando Pirulo. Promotor de modelos», y un maldito teléfono.

Toda la planificación que habíamos hecho hasta ese momento fue a parar a la miércoles por un pedazo de cartulina de siete por cinco.

De la noche a la mañana, pasé a decimoquinto plano en su vida.

Las mujeres no te dejan en cualquier fecha. Suelen esperar al día anterior a tu cumpleaños, a un aniversario, la víspera de Nochebuena o Año Nuevo. Supongo que la intención es que te duela, si es posible, un poco más de lo normal. Así fue como un 17 de mayo, día en el que cumplíamos tres años y seis meses de novios, «la modelito», sin derramar una lágrima y tras terminar el último café pagado por mí —como todo lo que consumió en los tres años y medio que estuvimos juntos—, me dejó.

También habrá sido conveniente el hecho de que escuchara accidentalmente una conversación en la que otra novia que tuve le decía a su hermana lo enamorada que estaba de uno de mis mejores amigos.

«Sí… sí… la verdad que el tipo está increíble», contestaba la hermana mientras iban subiendo las escaleras hacia una habitación del primer piso de su casa de veraneo sin percatarse de mi presencia. La intriga que me provocaba saber el resto de la conversación me llevó a cometer el indebido acto de ocultarme detrás de la entrada y continuar escuchando.

La que continuó hablando fue la que era mi novia desde hacía dos años.

«Yo lo miro y me muero… y el tipo algo de onda me tira… te juro que si me da bola largo todo a la mierda y no me importa nada.»

Eso no fue un balde de agua fría. Eso fueron veinte barras de hielo que cayeron de punta sobre mi cabeza.

Seguramente también fue conveniente que mi madre le hubiera dejado a una tía que vivía a la vuelta las llaves de nuestra casa mientras nos íbamos de vacaciones.

Mi novia de turno había decidido irse con las hermanas a no me acuerdo dónde y por lo tanto me prendí con mi familia unos días a San Bernardo.

Ella volvió unos cuatro días antes que yo y al regresar recordó que se había olvidado los lentes en mi mesa de luz.

A sabiendas de que mi tía tenía las llaves, se las pidió y fue a recuperarlos.

Hasta ahí todo color de rosa si no fuera porque cuando regresé mi tía me cuenta que después de darle las llaves miró por la ventana y vio que un muchacho la esperaba enfrente y juntos se dirigieron a mi casa. Otra cosa que mi tía no entendió es cómo se puede tardar veinticinco minutos en subir una escalera, tomar un par de lentes de una mesa de luz y volver.

A mí sí me quedó claro. Fue suficiente con ver que mi cama no estaba tendida ni por casualidad de la misma forma en que yo la había dejado.

Sin duda, todos estos hechos fueron muy convenientes, porque gracias a ellos me di cuenta de lo que eran esas mujeres que tenía al lado.

Fueron convenientes porque ayudaron en gran manera a mi aprendizaje para que hoy pueda dar una mano a otros que viven situaciones parecidas.

Y fundamentalmente fueron convenientes porque si esas cosas no hubieran sucedido, yo no tendría hoy la mujer que tengo.

Quien esté leyendo esto podrá pensar que fui un gran perdedor. Nada más lejos de la realidad. Nunca lo sentí de esa forma. Tuve algunas de cal y otras de arena. Sólo que las de cal fueron bien pesadas y las de arena no vienen al caso en este relato.

Yo tampoco fui un santo. Pero los hombres traicionamos de otra forma. Al menos yo no tuve saña, no tuve maldad, no sentí placer por herir a la otra persona. Si fui infiel podríamos decir que fue «por deporte». Los sentimientos estaban en otro lado. Y si una mina no me iba más, la dejaba. Se quedaba llorando y lastimada, en eso estamos de acuerdo, pero no era mi culpa. ¿Qué le voy a hacer, chiquita, si vos te enamoraste y yo no?

Pero de ahí a burlarme de ellas, a disfrutar con su dolor, a mantenerlas a mi lado aun sabiendo que no me interesaban, hay un abismo.

Haber vivido situaciones de ese tipo podrían dejarle a muchos hombres resentimiento, odio hacia el sexo opuesto o deseos de revancha.

Nada de esto me sucedió a mí. Posiblemente porque encontré en esta actividad de ayudar a otros una forma de canalizar esos malos recuerdos.

Porque hoy no son más que eso. Malos recuerdos. De vez en cuando, incluso, me causan mucha gracia.

Vale aclarar que mi ayuda dista de ir en contra de las mujeres.

Muy por el contrario, creo que va a favor de ellas, porque el objetivo es orientar a los hombres a ser como a ellas les gusta que sean.

La meta no es separar sino unir. De hecho, son muchísimas las parejas que se han reconciliado gracias a ciertas estrategias planeadas en conjunto, y en algunos casos hasta con casamiento incluido.

Las cosas que les sucedieron a otros pueden ser diferentes de las que me sucedieron a mí, pero no por eso menos dolorosas.

Entiendo la soledad que sienten quienes, al querer compartir con amigos o familiares su problema, reciben como único apoyo frases como: «Ya se te va a pasar», «Es sólo una mina», «Ay, si yo tuviera tu edad…» o «Con la cantidad de mujeres que hay qué te vas a andar haciendo problema».

A mí también me las dijeron. Yo también pasé por lo que vos estás pasando. Yo también lloré. Yo también creí que nada volvería a tener sentido sin «ella».

La historia que te tocó vivir te parecerá única e irrepetible. La mujer que te dejó te parecerá tan única como la historia que te tocó vivir con ella. La frase «no puede ser, yo sé que ella me quiere» seguramente no dejará de dar vueltas en tu cabeza.

La lógica te dice «no puede ser», pero la realidad te muestra que «sí puede».

El enamoramiento es una enfermedad mental transitoria que nubla la razón e impide el buen funcionamiento del cerebro, pudiendo hacer ver en la otra persona cualidades que no existen y ocultando defectos evidentes.

Y cuidado que estoy hablando de enamoramiento y no de amor. El amor es algo muy distinto. El amor es lo que le da sentido a la vida.

Este libro tiene como objetivo ayudar a encontrar el camino de vuelta.

De vuelta a ella… o de vuelta a la vida. Curiosamente, el camino a tomar es el mismo. Tener este libro en la mano es haber dado el primer paso. ¡Adelante!

Capítulo 1: Carlitos

Carlitos estaba de novio con Magdalena. Pero no eran una pareja más. Eran «la» pareja.

Habían empezado siendo amigos.

Maggie estaba de novia con otro chico, pero la atracción mutua que comenzaron a sentir con Carlitos hizo que luego de engañar a su novio durante un tiempo lo dejara para dar paso a esta nueva e intensa relación.

Ella soltó el primer «te quiero» a lo que él, luego de dudar unos instantes, respondió «yo también».

Para Carlitos no era fácil decir «te quiero». No porque no lo sintiera sino porque sabía que decirlo significaba mostrar todas sus cartas, y no estaba seguro de si eso le convenía.

Vaya a saber entonces por qué cuestiones del cerebro masculino se dio que fue Carlitos el que tiró el primer «te amo».

Los «te amo» luego pasaron a ser moneda corriente.

A veces se daba como una especie de ping pong:

—Te amo.

—Te amo.

—Te amo.

—Yo te amo más.

—No… yo te amo más.

—No… yo.

—No… yo.

Visto desde afuera era patético, pero se ve que a ellos les encantaban esas pelotudeces.

Pasaban los meses y todo era perfecto. No tenían secretos.

Estar separados tal vez por unas cortas vacaciones era una tortura que decidieron evitar en las vacaciones siguientes.

Ambos eran celosos, pero intentaban por todos los medios (sobre todo Carlitos) que no hubiera ningún motivo de dudas en su pareja.

La fecha de casamiento se fijó para un 30 de noviembre. No sabían aún de qué año, pero qué lindo era saber que un 30 de noviembre se iban a unir para siempre, legalmente y ante Dios.

Su primer hijo se llamaría Lucas o Valeria.

Nada superaba el placer de estar juntos. Video, helado y sexo era para ellos el plan perfecto.

Qué digo sexo, eso era amor. Verdadero amor.

Maggie un día cambió de carrera. La abogacía no era lo suyo y se pasó a diseño. (Sí… ya sé… pero bueno.) La familia no estaba muy de acuerdo con la decisión, pero Maggie contaba como siempre con el apoyo incondicional de Carlitos.

Comenzó su nueva carrera con mucho entusiasmo. Carlitos la esperaba todas las noches a la salida, como cuando iba a la otra facultad.

—Charlie, no vengas mañana a buscarme. Me lleva Sonia, que vive cerca de casa —dijo Maggie un día.

Para Carlitos no era un sacrificio ir por ella, y se lo hizo saber.

—A mí no me molesta esperarte, al contrario. No veo la hora que llegue el momento de verte salir…

—Sabes qué pasa, amor… que a veces los chicos a la salida de la facu van a tomar algo… y yo siempre parezco una cortada, ¿no te enojas?

—No, mi amor… cómo me voy a enojar.

Todo empezó a cambiar.

Los «te quiero» de Maggie se espaciaron. Los «te amo» desaparecieron.

La película, el helado y el sexo quedaron resumidos a «la película y el helado».

Todo se fue dando lentamente, casi sin que Carlitos se diera cuenta.

Pero bueno… todas las parejas tienen momentos mejores que otros. No había nada de qué preocuparse.

Maggie se puso algo más quejosa. Cosas que antes no le molestaban de su novio comenzaron a perturbar la armonía de la pareja.

—¿Otra vez con esa remera? ¿No te la pensás cambiar nunca?

—Pero está recién lavada…

—¿Sos sordo? Yo no digo que esté sucia… digo que es aburrido verte siempre con la misma.

—¿Querés que me la saque, bombón?

—No te hagas el tonto, te estoy hablando en serio.

—Maggie, ¿de qué querés el helado?

—¿Me estás cargando? ¿Después de dos años todavía no sabes de qué me gusta el helado? Así es como me tenes en cuenta…

—Bueno, mi amor, perdóname.

—Sí, claro… así arreglas todo vos.

Otra vez «película y helado»… nada más.

El que llamaba siempre ahora era Carlitos. La emoción que en otras épocas demostraba Magdalena al atender el teléfono había desaparecido. Carlitos no se preocupaba por eso. Ella lo amaba.

Se casarían un 30 de noviembre. Sus hijos se llamarían Lucas o Valeria…

—Necesito un tiempo —dijo Maggie con cara de sota de basto.

Carlitos levantó la mirada sin sacar la boca de la pajita del trago sin alcohol que estaba tomando.

—No sé qué me pasa… estoy confundida… necesito tiempo para pensar.

A Carlitos se le vino el mundo abajo. Lo que estaba viviendo era… cómo decirlo… irreal.

Esas cosas les pasaban sólo a los demás. Maggie lo amaba.

Estaba seguro de eso. Debía tratarse de una confusión de parte de ella.

Y era entendible. Sus padres estaban separados, el cambio de carrera seguramente la habría afectado… y él había cometido algunos errores: no era muy detallista, había olvidado el cumpleaños de su suegra, no se cambiaba mucho la remera… lo de Maggie era lógico.

Luego de tratar de convencerla por todos los medios de que ese tiempo no era necesario, que él la apoyaría, la ayudaría y que juntos podían enfrentar mejor los problemas, decidió demostrarle su amor de una manera más directa: «Tomate el tiempo que quieras. Pero sabe que yo voy a estar aquí para lo que necesites. Y no olvides que te amo y que sin vos me muero».

—No llores, Carlitos. Por favor te lo pido, no me hagas esto más difícil.

—Es que te amo tanto.

—Yo también te amo… sos el hombre de mi vida y sé que sos la persona con la que me quiero casar y tener hijos. Pero ahora necesito estar sola. Entendeme.

Esas palabras lo tranquilizaron. Se secó las lágrimas, pagó como siempre la cuenta y la acompañó a la entrada de la facultad. Ella lo despidió con un dulce beso compasivo en la mejilla y entró triste y lentamente a su clase.

Pasaron dos días. Dos largos por no decir eternos días, sin que Carlitos tuviera noticias de Maggie.

Cuarenta y ocho horas era tiempo suficiente. Él estaba respetando el tiempo que ella le había pedido, pero ya no aguantaba más. Esa noche la iría a buscar por sorpresa. Ella seguramente también la estaba pasando muy mal. Se encontrarían, hablarían y por supuesto se arreglarían. ¿Para qué extender este sufrimiento?

Si su novia estaba confundida, él la ayudaría a desconfundirse.

Al menos tenía el consuelo de saber que ella lo amaba. Que esta etapa era algo transitorio. Y que por supuesto no había terceros en el medio. Eso ni pensarlo.

—¿Qué haces acá?

La frase lapidaria de Maggie aún le retumba en sus oídos.

—Hola… ¿podemos habl…?

—Perdóname… ahora no puedo. Tengo que reunirme por un trabajo práctico.

—¿Te llamo y arreglamos para vernos y hablar?

—Carlitos… te pedí tiempo. ¿Te das cuenta de que nunca respetas mis prioridades?

Carlitos se fue con las manos vacías. Pero no se daría por vencido. Si él era el culpable de esta ruptura tenía que demostrarle que podía cambiar, que la quería, que la amaba y que ella podía confiar en él.

Un mensaje de texto en su celular que dijera «te amo más que a mi vida» sería el puntapié inicial. Esa frase era importante para ellos. Era una de las preferidas de ella en las épocas doradas.

«Send» y a esperar.

Al segundo día de suspenso ya era hora de intentar otra cosa.

Esperarla a la salida de su trabajo con el auto para ofrecerle llevarla a la facultad era una idea brillante. En el camino podrían hablar.

Y así lo hizo. Ella habló todo el camino. Pero por su celular, vaya a saber con qué amiga.

El papel de chofer le sentó bastante bien. Al menos estuvo cerca de ella, que recién cortó la comunicación en la esquina de la facultad. Al detenerse el auto Carlitos sólo atinó a expresarle nuevamente su amor y a pedirle que volviera. Sólo que esta vez incluyó las palabras «te lo suplico».

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