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Authors: Leena Lehtolainen

Tags: #Intriga

Mi primer muerto (22 page)

BOOK: Mi primer muerto
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—Llévate a este tipo a que se fume un cigarrillo, y luego lo devuelves a su celda. —Le ordené a Virrankoski con brusquedad, y me fui a los servicios del piso de arriba. Tenía ganas de vomitar. De haber podido decidir por mi cuenta, Arhela se habría podrido en el calabozo todo el tiempo que la ley lo permitiese.

¿Por qué me había hecho enfurecer de aquella manera? Intenté convencerme a mí misma, con mucha paciencia, de que estaba indignada por Marianna y por las demás víctimas de Arhela. Pero también estaba furiosa por mí. ¿Es que cualquiera tenía derecho a venir a insultarme sólo por el hecho de ser mujer y policía?

¿Y si cambiaba de profesión y me dedicaba a ser abogada, tal como había planeado hacer en cuanto me licenciase? ¿Qué haría si me tocaba defender a tipos como Pasi Arhela?

Virrankoski y él estaban aún en el pasillo cuando regresé a mi despacho. Intenté mantenerme lo más inexpresiva posible.

—Este tío... que dice que conocía a Peltonen, el que mataron la semana pasada. ¿No llevabas tú el caso? Dice que le apañaba mujeres de vez en cuando.

—Ah... ¿él a Peltonen? —dije sin mirar al violador.

—Que no, Peltonen a mí —dijo Arhela—. Fuimos compañeros en la mili, ya ves, y de vez en cuando quedábamos por ahí. Un par de veces me presentó a unas putitas de Estonia muy simpáticas. Eran buenas, pero caras.

No me quedó otra que decirle a Arhela que volviese a entrar en la sala de interrogatorios. Nada más sentarse, intentó negociar conmigo: si me proporcionaba información que resultase de provecho para mi investigación, las acusaciones de violación quedarían anuladas. Al negarme yo a semejante trato, volvió a insultarme. Me obligué a mantener la calma, y estaba mandándolo de vuelta a su celda cuando de repente se puso a hablar. Se veía que era de esos tipos que disfrutan sintiéndose el centro de atención.

Según él, Jukka tenía «apadrinadas» a un par de chicas de Estonia. No es que fuese un chulo, sino más bien el intermediario entre ellas y unos cuantos empresarios de alta categoría, aunque también se quedaba con alguna comisión por parte de las chicas.

—Y nada de las típicas putas treintañeras de la estación, ¿eh? Son chicas limpitas y sanas.

—Entonces son varias.

—Dos, que yo sepa, y una, que yo me follara.

—Pues a ver, esos nombres.

Arhela dijo que no los recordaba, porque estaba muy borracho, pero que, en cualquier caso, se había encontrado con Jukka y sus protegidas en el «mostrador de la carne» del hotel Hesperia. Volví a mandarlo a su celda para que hiciese memoria, aunque dudaba que pudiera sacarle nada más. Claro que siempre podía hacerlo ir al Hesperia con Koivu y Virrankoski a refrescar recuerdos.

El informe de Koivu sobre sus pesquisas en el club Kaivohuone no hizo sino confirmar la pista de las prostitutas. Había conseguido hablar con dos profesionales, que habían reconocido a Jukka como el mismo hombre al que algunas noches, ya de madrugada, habían visto sentado junto al mostrador. Según una de las mujeres, no cabía duda de que Jukka era un proxeneta, ya que en cierta ocasión había intentado convencerla de que trabajase para él, pero, como le explicó a Koivu, «ella no se vendía por dinero». Claro que eso era lo que siempre nos decían a los polis. No había nada condenable en el hecho de que una mujer se fuera cada noche con quien le apeteciese... Por el momento, las profesionales seguían arreglándoselas solas en la capital, pero las condiciones podían empeorar mucho de estrecharse el cerco con que las mafias del Este estaban rodeando el mercado. Aquello iba a significar el punto final a la prostitución esporádica de algunas estudiantes.

Tenía un conocido que era bisexual y que prefería prostituirse de vez en cuando en lugar de tener un trabajo fijo. Algunos hombres mayores, y también mujeres, estaban dispuestos a pagarle muy bien sus servicios. A lo mejor valía la pena preguntarle si conocía a Jukka de algo, aunque, por otra parte, podía ser que su reserva fuera mayor si sabía que yo había vuelto a la policía.

Aguardiente ilegal y prostitutas de Estonia. Pues sí que me había salido trabajador Jukka... ¿Qué sería lo próximo? Sus manejos con la prostitución añadían una dimensión nueva al crimen, porque entonces podía tratarse de un trabajo de la mafia rusa. La idea no era tan descabellada, porque la criminalidad en la capital se había internacionalizado considerablemente en los últimos tiempos. Y Jukka había estado trabajando en un proyecto conjunto con los estonios... ¿Y si el asesino no tenía nada que ver con el coro?

Al final de su informe, Koivu había garabateado a mano: «Conocían también a Martti Mäki. Suele quedar allí con un tal Tomppa, que es un chavalito muy guapo. Ahora hace tiempo que no se los ve».

Marqué inmediatamente el número de los Mäki, pero no contestó nadie. Así que Tomppa... Aquello añadía una dimensión aún más idílica a su matrimonio. ¿Estaría Marja enterada de las inclinaciones sexuales de su esposo?

La tripa empezó a rugirme de hambre y las sienes me palpitaban por la falta de cafeína. Bajé corriendo a la cantina, porque el café de allí era mucho menos asqueroso que el de la máquina del pasillo. El menú del día daba miedo: cazuela de riñones o sopa de verduras con leche... la famosa «sopa de verano»... Decidí que podía arreglármelas con un pastel de arroz reseco.

En la mesa junto al ventanal estaba sentado un antiguo compañero de la academia, Tapsa Helminen. En cuanto se le había presentado la oportunidad, había pedido el traslado a la división de Narcóticos. En los primeros tiempos de la escuela no perdió una sola ocasión de putearme, pero lo dejó a partir del día en que, durante una clase de defensa personal, casi le rompí un codo. Lo hice a propósito y sólo de pensarlo sentía vergüenza. Anda que no me reía yo también de Tapsa y del picaporte que tenía por nariz... En alguna ocasión llegué a decirle delante de todos que en Narcóticos iban a deshacerse de los perros en cuanto vieran lo bien que husmeaba con aquella napia. Tapsa no era mal tipo, acaso demasiado celoso en el desempeño de sus funciones, para mi gusto, hasta el punto de no hacer distingos entre un porro y cien gramos de anfetamina.

—Al parecer tenéis un buen zafarrancho en tu departamento —dije mientras me sentaba a su mesa—. Hasta nos han pedido ayuda. Pero no tenemos nada que darles.

—Bueno... —suspiró Tapsa. Sus ojeras delataban que la noche pasada había dormido tan poco como yo, probablemente—, es un asunto de lo más enojoso. No hacen más que aparecer redes nuevas, y ahora que habíamos conseguido agarrar a un traficante y a un par de camellos, va y se nos jode la cosa. Al menos una parte de la mercancía venía de la frontera del este, aunque más bien debería decir de la frontera sur. Hicimos unas detenciones a tontas y a locas, cuando, de haber sabido esperar, habrían terminado por caer peces mucho más gordos... Los camellos estos dicen que no saben de dónde proviene la droga; no se atreven a decirnos para quién trabajan. Tengo la sensación de que lo que hay detrás es una organización de las gordas.

—Parece cosa de gente de altos vuelos.

—Sí, y la cosa se va poniendo cada vez más fea. Ya no tiene nada que ver con el contrabando de marihuana de cuatro estudiantes que vuelven del Interrail; esto es otra cosa. Nos es indispensable conseguir más hombres... esto... más policías para la división, pero parece que no hay dinero suficiente. ¿Cómo lo llevas en la Criminal?

—Lo mismo de siempre. El presupuesto de horas extras ya ni se sabe cuánto hace que nos lo hemos comido. Por cierto, ¿sabes algo de las bandas que traen mujeres del Este?

—Eso es más de los de Orden, ¿no? Aunque deben de traerlas los mismos tipos que manejan las drogas. No hay quien los coja. Esto empieza a parecerse a Corrupción en Miami, hasta hablan de ellos mismos con nombres en código, «X», «T. A.»... Nombres así.

De repente se me disparó la alarma.

—¿T. A., dices? ¿Dónde os habéis topado con ese nombre?

—Había dejado un mensaje en el contestador de uno de los traficantes, preguntando dónde iban a encontrarse para la siguiente entrega. ¿Por qué me lo preguntas?

—Es que estoy con un asesinato y también en el contestador de la víctima había un mensaje de un tal T. A. ¿Tú crees que habría alguna posibilidad de comparar las dos grabaciones?

—Mi cinta está aún en el laboratorio, pero me la devuelven mañana. En cuanto la tenga te llamo. ¿Tienes alguna idea de cuál puede ser la identidad de ese T. A.?

—Tea... ¡Tea! ¡Claro! ¡No era «tía»,sino «T. A.»! Perdona, Tapsa, es que acabo de caer en la cuenta de una cosa que creo que es muy importante.

No hubo manera de poder hablar con Anu, la pelirroja del coro, pero le dejé un mensaje. Entre el café y los datos que acababa de darme Tapsa, el día se me iluminó. «Drogas, alcohol, mujeres y dinero» era un estribillo de mi grupo de rock favorito, Popeda, que le iba a la perfección a aquel caso. A lo mejor lo que de verdad tenía que hacer era investigar la última palabra del estribillo.

Jyri no estaba en casa. Lo llamé al trabajo y me dieron el número del coche.

—Soy Maria Kallio. Pásate por Pasila en cuanto lleves la última pizza. Sí, tu jefe está al tanto, así que espabila si no quieres que te empapele.

Jyri se presentó a la media hora larga. Al parecer, la gente encargaba muchas pizzas de salami y anchoas los domingos por la mañana para quitarse la resaca, a juzgar por la peste que traía en la ropa. O a lo mejor era él el de la resaca, y acababa de zamparse una... Volvió a entrarme hambre.

—¿No llevarás en el coche una pizza que te sobre? —pregunté esperanzada. Jyri negó con la cabeza, se notaba que llevaba un buen resacón, aparte de estar nervioso—. ¿Se alargó mucho el funeral? —pregunté mientras le hacía señas de que se sentase frente a mí. Quería que se fijase en las copias de los libros de contabilidad de la ACUEF que tenía encima de la mesa. Por suerte me había acordado de traérmelos, a pesar de las prisas de la mañana.

—A Tuulia y a mí nos dieron las dos en un bareto de la calle Iso Roobertinkatu —dijo con voz apagada. ¿Estaría en condiciones de conducir siquiera? Dejarlo marchar sin hacerle soplar primero el alcoholímetro sería una irresponsabilidad por mi parte. Cogí las fotocopias y le expliqué la situación.

—He estado examinando esta contabilidad detenidamente, comparándola con los justificantes de compra y los extractos de cuentas. Tú no me contaste toda la verdad sobre las deudas que tenías acumuladas con Jukka. Puedo meterte un puro ahora mismo por desfalco y por falsificación de documentos. Jukka se dio cuenta de lo que habías hecho al hacer la auditoría, pero prometió prestarte el dinero para tapar el agujero y ocultárselo a Antti, que es el segundo interventor. ¿Y por qué iba a hacerlo?

La cara resacosa y pálida de Jyri se llenó de manchitas rojas.

—Pues porque era mi amigo... Y claro, se dio cuenta de que yo no lo había hecho con la intención de estafar a nadie, sino que pensaba devolverlo todo. Pero luego, con la perspectiva de la reunión anual, había que poner las cuentas en orden y yo no tenía dinero... Y me prometió que me lo prestaría.

—¿Estás diciéndome que por ese motivo Jukka se convirtió en tu cómplice y redactó un informe de auditoría falso? ¿A santo de qué? ¿Y por qué justamente ahora iba a exigirte que se lo devolvieses?

—Me dio la impresión de que quería marcharse de aquí —respondió Jyri con dificultad—. Lo que te conté de aquel jueves era cierto, en su mayor parte. Pero me amenazó con contarle a la policía que yo había desfalcado los ingresos del coro. Dijo que por una cosa como aquélla podía caerme una pena de prisión condicional. Lo sabía porque conocía a un tipo que por una suma más pequeña...

—¿Cuándo tenías que devolverle la pasta?

—Me dio hasta el lunes.

—¿Y cómo pensabas reunirla?

—Llevando a la casa de empeños todo lo que se pudiese empeñar. El estéreo, la tele, mi cazadora de cuero... —Jyri estaba acongojado.

—Y mira tú por dónde, Jukka fue y se murió el sábado, así que se acabó la angustia. ¡Si te lo cargaste estando borracho en un ataque de rabia, más te vale confesarlo ahora mismo! Te caerá una sentencia menos grave si lo haces.

Jyri se cubrió la cara con las manos. Casi me daba pena. Asesino o no, a lo mejor iba a tener que pasarle la contabilidad falsificada a los de delitos económicos para que se ocupasen de ello. Tal vez así Jyri aprendería algo, aunque sólo fuese por vergüenza. Unos cuantos miles eran calderilla, comparado con lo que continuamente sucedía en los círculos bancarios. Pero así era, ellos podían perder miles de millones, y como mucho los echaban del trabajo, eso sí, con su pensión enterita. En cambio, por un desfalco de unos cuantos miles de marcos podía caerte la condicional. Y el pobre Antti, con toda su confianza, había firmado el informe falso de Jukka, convirtiéndose sin saberlo en cómplice de un fraude. ¿Debía entregar a Jyri a la fiscalía o tenía derecho a no hacerlo?

—Yo no maté a Jukka —dijo con voz llorosa—. Pero me llevé una decepción tan grande cuando de repente se puso tan duro conmigo... Y de verdad que el lunes iba a llevar todas mis cosas a empeñar, habría sacado el dinero de algún lado, al final... Tuulia me prometió prestarme algo.

—¿Tuulia estaba enterada de todo esto?

—Ella sólo sabe que Jukka me estaba exigiendo que le devolviese la pasta; yo sólo le dije eso.

—Escucha, Jyri. El oficial de guardia tiene un alcoholímetro. Voy a llevarte a que soples, y si tienes la tasa por encima de lo permitido, tendrás que llamar al trabajo y decir que no puedes volver hoy. Luego te pones en contacto con Antti y que te aconseje cómo puedes salir de este embrollo. Él está al tanto. Ya decidiréis entre los miembros de la ACUEF cómo solucionáis el asunto. Pero te lo repito: si mataste a Jukka, dilo ahora, porque a lo mejor sólo te cae un cargo de homicidio. En cualquier caso, antes o después vamos a aclararlo. Y créeme, fraude y asesinato es una combinación muy chunga.

Hasta yo me daba cuenta de lo hueca que acababa de sonar.

El alcoholímetro dio negativo, así que Jyri regresó a su trabajo.

Decidí llamar de nuevo a casa de los Mäki. Martti Mäki contestó al teléfono y le conté lo que habíamos descubierto. No intentó siquiera negarlo.

—Pasamos la noche en el hotel Vaakuna, seguro que nuestros nombres están en el registro.

—Lo mejor es que me dé el nombre completo de ese Tomppa y su dirección, para que podamos comprobar su coartada.

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