Mírame y dispara (40 page)

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Authors: Alessandra Neymar

Tags: #Romantico, Infantil-Juvenil

BOOK: Mírame y dispara
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—Ya ha sido pagado. Una muerte por otra. Estamos en paz.

Así era como funcionaba la mafia, ellos lo sabían bien.

—Pues yo no me siento complacido.

—Por primera vez, estoy de acuerdo contigo —asentí.

Angelo se levantó del sofá y se acarició el poco cabello que tenía sin quitarme ojo de encima.

—Dime, Cristianno, ¿cómo puede tener tanto valor? Quiero decir, tenemos el aeródromo tomado. Ahora mismo es probable que te estén apuntando con un arma… ¿Cuántos, Valentino? —Miró al que consideraba su yerno.

—Yo veo seis puntos rojos desde aquí.

Miré mi jersey blanco y vi los seis puntos rojos titilando sobre mi pecho. Parecían que estaban jugando entre sí.

—Vaya, seis francotiradores. Y sigues manteniendo la compostura. Es una suerte que tengas el gen Gabbana, yo en tu lugar estaría cagado de miedo —dijo Angelo torciendo el gesto mientras miraba de reojo por las ventanas.

Era cierto, el aeródromo estaba tomado por los hombres de los Carusso y los Bianchi.

—Creo que eso se puede arreglar —terció Valentino observándome orgulloso.

Aun así, me negué a decaer mientras rezaba por que Kathia no saliera de la cabina de mando.

—Lo dudo —dije negando con la cabeza y mostrando la sonrisa sarcástica típica de mi padre.

—Cambiarás de opinión en unos segundos. ¡Giselle! —terminó gritando antes de que la azafata apareciera con Kathia. La apuntaba a la cabeza—. ¿Qué te parece? —sonrió Valentino.

Giselle, la misma chica que nos había acompañado a Hong Kong, la misma chica con la que había llenado varias noches vacías, estaba allí delante apuntando a la mujer de mi vida. Estaba desconcertado.

Fruncí el ceño intentado reprimir mis miedos.

—Tengo una pregunta, Angelo. —Tragué saliva y humedecí mis labios. Kathia parecía impasible, no noté temor en sus ojos—. ¿No sientes nada cuando ves a tu hija en una situación como esta?

—Las decisiones que ha tomado mi hija no son las correctas, y si tengo que hacerla cambiar de opinión de esta forma, lo haré. Cristianno, tú mejor que nadie sabes cómo funciona esto. Da igual cuántas vidas se cobre. El negocio es el negocio.

«Kathia no es un negocio.»

Kathia le miró con repugnancia. Definitivamente, estaba dispuesta a romper del todo con su familia y, en el fondo, me alegré. No merecían el cariño de una persona tan maravillosa como ella.

—Es tu hija —reproché.

—¿Quién lo dice? —dijo Angelo a media voz, torciendo el gesto.

Nos quedamos anonadados. ¿Qué estaba insinuando?

Kathia miró a su padre boquiabierta.

—¿Qué quieres decir? —pregunté, adelantándome a Kathia, que seguía confundida.

—Piensa, eres listo Gabbana. El más listo, así que dudo mucho que no hayas entendido lo que he dicho.

Lo único que mi mente procesaba era la posibilidad de que Kathia no fuera una auténtica Carusso.

Volví a mirar por las ventanas. Teníamos que salir de allí fuera como fuese. Entonces aparecieron unos vehículos. Reconocí el Maybach. Mi familia llegaba con refuerzos. Sonreí en el momento en que los puntos rojos se dibujaban también en sus torsos. Incluso Giselle tenía algunos en la cabeza.

Bien por Enrico, seguro que había sido él el que les había advertido.

—¿Y si te dijera que ahora sois vosotros los que tenéis a seis, no…, a nueve francotiradores vigilando vuestros movimientos? —Miré a Angelo fijamente—. Emocionante, ¿verdad?

Kathia se mantenía firme. Me observó insinuante mientras Angelo y Valentino se miraban desconcertados.

—Cómo demonios… —masculló confundido.

—Tú lo has dicho, Carusso. Somos listos, muy listos. —Miré mi pecho. Los puntos rojos iban desapareciendo—. Y nuestros sicarios son mejores que lo vuestros. A la vista está que solo tengo dos… humm, no, un punto rojo en vez de seis como hace unos minutos. ¿Qué dices ahora? ¿Seguimos con el juego? —reté.

—Sabes que este juego no ha hecho más que empezar.

—Puede, pero ahora la partida no está de tu lado.

Miré a Kathia y le señalé con la mirada la esquina que había entre el sofá y la pared. Allí podría ocultarse unos segundos antes de que la pudiera coger y salir de allí.

Ella asintió con los ojos, y yo cogí aire sin dejar de sonreír. Disparé a Giselle en la frente, entre ceja y ceja. Kathia se tiró a la esquina acordada mientras yo empezaba a vaciar el cargador. Angelo se escondió en la habitación aprovechando la confusión y Valentino saltó tras la pequeña barra del bar.

Me acerqué a Kathia y me agaché para cogerla de los brazos. Escuchamos unos disparos. Sería difícil salir con un fuego cruzado en aquella explanada. Miré por la ventana dejando a Kathia aún en el suelo. Podríamos llegar hasta el coche de mi padre; era el vehículo más cercano al avión.

Valentino comenzó a disparar. Me parapeté contra la pared y cogí el rostro de Kathia entre mis manos.

—Escucha, el coche de mi padre está muy cerca. Solamente tienes que correr hacia él sin mirar atrás, ¿de acuerdo? —Kathia asintió mientras yo cogía el móvil y marcaba el número de Diego. Si alguien tenía reflejos para cubrirnos, ese era mi hermano—. Diego, Kathia va a salir.

—Bien, yo la cubriré, pero que baje agachada —respondió mi hermano—. ¿Y tú?

—Iré detrás de ella. Nos esconderemos en el Maybach, así que abre la puerta.

—Vale. —Colgó.

—¿Estás lista?

—Sí… ¿Seguro que vendrás tras de mí?

Contesté a las balas de Valentino con más disparos. Al parecer, Angelo también se añadía.

—Lo prometo, cariño. —La besé—. Venga, vamos.

Comencé a disparar mientras caminábamos hacia la puerta del avión. Al asomarnos, vimos la explanada del aeródromo plagada de hombres disparándose entre sí. Aquella era una reyerta aún mayor que la del cementerio y me incomodaba que Kathia estuviera presente. Todos mis reflejos estaban concentrados en ella y no sería de extrañar que yo recibiera un balazo.

—Prepárate a salir, agáchate y cuando llegues abajo espera a que Diego te haga una señal.

—Vale, después salgo corriendo hacia el coche.

—Eso es. —Miré el coche y vi que ya tenía la puerta abierta.

La besé y cuando se dispuso a agacharse para salir Valentino me empujó con fuerza. Me estampé contra Kathia y rebotamos en la pared de la cabina de los pilotos. Ni siquiera me repuse, le di un codazo en la boca y me giré.

—¡Vete! —grité.

—¡No! —clamó Valentino cogiendo a Kathia del brazo.

Intenté darle otro puñetazo, pero lo esquivó. Aunque no pudo eludir el golpe en el estómago que le dio Kathia. Valentino la miró lleno de furia y la empujó antes de que yo pudiera reaccionar.

Kathia bajó rodando las escaleras y se estampó contra el suelo. Quedó estirada, inconsciente. Diego quiso ir a por ella, pero las balas llovieron en su dirección y le fue imposible salir. Mi novia estaba en medio de un fuego cruzado, la forma más fácil de recibir un disparo.

Arremetí contra Valentino empotrándole contra la puerta del lavabo. Le sujeté del cuello y apunté. Cuando quise disparar, Angelo me dio un golpe en la mano y el disparo se desvió al brazo de Valentino. Aproveché la confusión para salir del avión y cerrar la puerta. Sabía que desde fuera no se podía cerrar del todo, pero me daría unos minutos.

Bajé las escaleras a toda prisa sin importarme los disparos que sonaban sobre la barandilla. Mis hermanos y mis primos intentaban cubrirme mientras yo me acercaba a Kathia. Me arrodillé ante ella y volteé su cuerpo hacia mis brazos. Había perdido el conocimiento y tenía una herida en la frente.

Salí corriendo agazapado cubriendo su cabeza. La metí en el coche y estiré sus piernas antes de escuchar cómo el cristal delantero del vehículo explotaba. Cubrí su cuerpo con el mío para que no le dañara ningún cristal y alcancé la pistola que había bajo el asiento trasero.

Capítulo 45

Kathia

Me desperté entre el sonido atronador de los disparos. Lo primero que sentí fue un tremendo dolor de cabeza. Me llevé las manos a la frente. Noté algo viscoso y me miré los dedos. Era la sangre de la herida que me había hecho al caer por las escaleras.

Poco a poco me fui incorporando, pero enseguida me agaché. El cristal trasero reventó en mil pedazos por el impacto de una bala. ¡Mierda! Aquel disparo iba destinado a mí. Me sacudí los cristales y me asomé con mucha precaución.

No vi a Cristianno, pero sí a Mauro, que disparaba con una precisión formidable.

—¡No salgas del coche, Kathia! —gritó a pocos metros de mí—. ¡Agáchate!

Le hice caso, pero no por mucho tiempo. Tenía que descubrir dónde estaba Cristianno. Entonces lo vi cerca de su padre, al lado de las escaleras del avión. Estaba cargando su pistola mientras escondía la cabeza entre los hombros. No estaba herido, se encontraba bien.

¿Cuándo terminaría aquello? No podía resistir sin hacer nada. Podía ocurrirles algo a las personas que más me importaban en el mundo; y estaba claro que ninguna de ellas era un Carusso.

De repente, la puerta que permanecía cerrada se abrió y apareció Marcello apuntándome con un arma. Sin pensarlo, le di una patada y la pistola cayó al suelo. Me lancé a por ella. Estaba dispuesta a dispararle como hice con Jago.

Sin embargo, cuando ya acariciaba la pistola, Marcello me cogió del pelo y tiró de mí fuera del coche. Me sujeté con fuerza a los asientos mientras pataleaba, pero no pude soltarme. Grité a Mauro, pero cuando quiso disparar, Marcello me colocó delante de él, de parapeto. Si Mauro disparaba yo recibiría esa bala.

—¡Replegaos! —ordenó Marcello comenzando a caminar—. ¡Gabbana, me llevo este polizón! ¡Si no queréis verla morir dejad de disparar!

Aquella orden hizo efecto de inmediato. Los disparos dejaron de sonar casi al unísono. Busqué a Cristianno y le vi mirándome, desencajado. Su pecho subía y bajaba descontrolado mientras todos me observaban.

Pero mis ojos se concentraron en los de Cristianno, desenfocando todo lo demás. ¿Qué debía hacer? ¿Qué podía hacer una niña que jamás había vivido una situación así?

Suspiré y cerré los ojos. Recordé un beso de Cristianno antes de girarme y golpear a Marcello con una fuerza que él no esperaba que yo tuviera. No me paré a pensar en cómo había logrado tumbarle, sino que me lancé a por el arma que había estado apuntándome segundos antes y le disparé. Vacié el cargador sobre el pecho de mi primo, el amante de mi hermana, mientras gritaba trastornada.

—¡Basta! —gritó mi padre. Dejé de disparar, me giré y le apunté.

Todo el clan Gabbana también estaba apuntando a Angelo; pero mi padre, a su vez, tenía su pistola sobre la sien de Cristianno al pie de la escalera del avión.

—Suéltale —mascullé acercándome a él sin dejar de apuntarle—. Juro que te mataré si no le sueltas, papá.

—¿Estarías dispuesta a matar a tu padre por un Gabbana? —Hizo una mueca fingiendo pena.

—Sí. Una y mil veces si hacen falta. Ahora, suéltale.

Silvano dio un paso al frente, pero había más hombres de los Carusso que de los Gabbana, y estos se lo impidieron.

—¡No toques a mi hijo, Angelo! —gritó el padre de Cristianno a solo unos pasos de ellos.

Me fijé en el temblor de Mauro, en la mirada dubitativa de sus hermanos, en el rostro desencajado de Silvano. Debía hacer algo. Si mataba a mi padre, todos los Gabbana estaban perdidos. Caerían tras él porque estaban rodeados.

—Está bien —dije, mirando a Cristianno—. Me cambio por él. Es eso lo que quieres, ¿no? Pues ahí lo tienes. Ahora, baja el arma y deja de apuntarle.

Cristianno negó con la cabeza.

—No, no dejaré que lo hagas —masculló dando un paso hacia mí. Solo nos faltaban unos centímetros para tocarnos.

Mi padre le siguió sin dejar de apuntarle.

—Tú decides, papá. Pero si le matas, yo te mataré a ti. ¡Elige!

¡Dios!, no sabía si iba a aguantar mucho más tiempo la tensión, estaba a punto de desmayarme. Y, sin duda, eso es lo que pasaría si mi padre tocaba a Cristianno.

—Hecho. —Mi padre bajó el arma sonriente, y empujó a Cristianno a mis brazos.

Le besé ante todos hasta que alguien tiró de mi cintura. Cristianno se resistió a soltarme y vi a Mauro que quería venir hacia nosotros, pero no le dejaron.

—¡Soltadla! —gritó Cristianno.

Lo empujaron y cayó al suelo mientras a mí me arrastraban hacia el coche de Valentino.

—Llévatela donde acordamos, Valentino —dijo mi padre. El menor de los Bianchi ya estaba al volante preparado para salir.

El coche arrancó. Dejé a Cristianno tirado en el suelo, forcejeando con su primo. Él quería venir en mi busca, pero se lo impedían. Mejor así.

Los recuerdos me abrumaban y apenas me dejaban respirar. Era consciente de lo poco que valía mi vida si él no estaba a mi lado. Todo lo que para mí tenía significado llevaba su nombre. Ese nombre que retumbaba en mi cabeza con más intensidad que nunca.

Cristianno, Cristianno, Cristianno…

Le miré por última vez. Todavía tenía el sabor de su cuerpo en mis labios, el calor de su tacto en mi piel, el susurro de sus palabras en mi cuello… Y ahora veía cómo su figura se iba alejando. Me obligaban a apartarme de él sin darse cuenta de que con ello me obligaban también a morir. Pero eso es algo que no les debía de importar lo más mínimo, después de tantas veces como habían puesto mi vida en peligro.

Mi corazón se quedó allí, con él, mientras su imagen se borraba empañada por mis lágrimas.

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