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Authors: José Javier Esparza

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Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval (27 page)

BOOK: Moros y cristianos: la gran aventura de la España medieval
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A pesar de los sepulcros, nadie ha podido demostrar nunca que el Cantar de los siete infantes de Lara (o de Salas, que también se llama así) sea verdad. Menéndez Pidal estudió el asunto con mucha atención. Desde el punto de vista literario y filológico, el cantar es una joya. Desde el punto de vista histórico, sin embargo, no es posible asegurar que ocurrieran realmente estos hechos ni otros parecidos. Ahora bien, los cantares de gesta, aunque sean creación literaria, suelen guardar un fondo de realidad: lo hay en el Cantar de Fernán González, lo hay en el Cantar de Mio Cid y seguramente lo hay también en este Cantar de los siete infantes de Lara. Ese fondo de realidad da lugar a una narración que, después, conoce sucesivas deformaciones: la de los primeros que la escriben, la de quienes luego la transmiten, la de quienes construyen las sucesivas versiones posteriores. Pero el fondo de realidad ahí está.

¿Cuál pudo ser el fondo de realidad que dio lugar al Cantar de los siete infantes de Lara? Sin duda, los movimientos de Almanzor para ganarse a los grandes señores del territorio castellano. Conocemos muy poco sobre esos movimientos. La tradición cronística nos ha legado algunos datos, casi todos bastante poco verosímiles. Por ejemplo, el supuesto intento de Almanzor de atraerse nada menos que a doña Ava de Ribagorza, la esposa del conde de Castilla, con el argumento de si acaso no preferiría ser reina antes que simplemente condesa. ¡Almanzor habría tratado de seducir a doña Ava!

Seguramente Almanzor jamás trató de «ligarse» a doña Ava, como sin duda nunca hubo siete infantes de Lara para ofrecer sus cabezas a las cimitarras musulmanas. Pero cuando el río de la tradición suena, es porque agua de la historia lleva.Y sí, en efecto, debieron de ser muchas e intensas las gestiones de Almanzor cerca de los castellanos, mientras duró la tregua firmada con la sangre del pobre Abdalá, para obtener voluntades con las que derribar a García Fernández. La codicia y el rencor siempre son buenos lubricantes para la traición.Y eso es lo que va a ocurrir en Castilla.

Estamos en el año 983. La presión mora retorna sobre la frontera castellana. No es exactamente un ataque. Hay que hablar más bien de inquietantes movimientos entre los infanzones, un aire de sedición que contagia incluso al joven Sancho, el propio hijo del conde García, y que los musulmanes aprovechan. ¿Guerra civil? En parte. Pero el verdadero enemigo está fuera. El conde presentará batalla. Será la última.

La última batalla de García Fernández

¿Quién manda en España a la altura del año 994? Almanzor. ¿Quién es el único que no le obedece? García Fernández, conde de Castilla, «el de las manos bellas». Pero los días de resistencia están llegando a su fin. Muchos en Castilla prefieren pactar con el moro y acabar con la guerra perpetua. Entre ellos, el propio hijo de García, Sancho.Veamos cómo ocurrió.

García Fernández había conseguido sobrevivir sin someterse a Almanzor. Todos los demás se habían inclinado. Los nobles leoneses se habían dejado comprar por el moro, Pamplona le había entregado a una de sus princesas, Barcelona había conocido la aniquilación. Todos habían tenido que agachar la cabeza ante la formidable superioridad militar islámica. Castilla, no. El territorio castellano había sufrido los zarpazos de Almanzor, había perdido buena parte de su extensión, incluso había pactado treguas con Córdoba, pero mantenía su dignidad intacta.

¿Cómo había sido posible semejante prodigio de supervivencia? Primero, sin duda, por la voluntad de García Fernández, obstinadamente opuesto a cualquier gesto de sumisión ante Córdoba. Después, por las especiales condiciones del propio territorio, que desde el Duero hacia el norte ofrecía una bien defendida cadena de puntos fuertes, y además, por el carácter de los propios pobladores de aquella Castilla inicial, gente muy acostumbrada al combate y a unas condiciones de vida excepcionalmente arriesgadas. Por todo eso, Castilla seguía en pie.

Aparece aquí un episodio crucial: la traición de los infanzones de Espeja. La villa de Espeja está en Soria, cerca de la raya de Burgos; en la época era un alfoz de Clunia, lo que hoy se llama Coruña del Conde. ¿Y quiénes eran los infanzones? Recordemos: campesinos con medios suficientes para pagarse un caballo y unas armas, y que por tal cualidad gozaban de una autonomía personal muy notable. En capítulos anteriores hemos visto cómo estos infanzones, en distintos fueros, eran equiparados en derechos a la baja nobleza. En el ambiente bélico de la Reconquista, los infanzones se habían convertido en la vanguardia de la repoblación, los caballeros de la frontera, sin otra obediencia que el merino y el conde.Y el conde, en este caso, había señalado a los infanzones de Espeja un cometido muy concreto: prestar servicio de anubda, es decir, de vigilancia fronteriza, en Gormaz y Osma.

Es el año 993. La frontera castellana sufre un nuevo ataque sarraceno. Las huestes de Almanzor se apoderan de Gormaz y Osma. Un infanzón de Espeja, Añaía Díaz, roba tres caballos y un esclavo y huye a tierra de moros. Otros dos infanzones, Abolmondar Obecuz y Abolmondar Flaínez, se enfrentan por un pleito. El conde ha de enviar a su merino, Tello Barrakaniz, para que ponga orden. De momento, y ante la presión militar mora, los dos infanzones deben acudir a reforzar las posiciones de frontera en Carazo y Peñafiel, pero no van; ni ellos ni, por lo que sabemos, ningún otro infanzón del mismo lugar. Es una insubordinación en toda regla. ¿Qué está pasando?

Nos faltan datos fehacientes, de manera que sólo podemos reconstruir una hipótesis. La zona de Espeja está pocos kilómetros al norte de Osma y Gormaz, un área muy codiciada por los moros, porque era la frontera principal del Duero oriental. Quienes debían defender esa frontera, no lo hicieron: uno se pasó al campo enemigo; otros, derrotados y conminados a prestar servicio en otra zona del condado, desobedecieron la orden. Es inevitable pensar que sus voluntades habían sido corrompidas por el oro de Almanzor. Cuando llega el año 994, los sarracenos añaden una nueva joya a su corona de capturas, cada vez más al norte: Clunia (Coruña del Conde), que deja el camino abierto hacia el interior de Burgos. El frente castellano se está hundiendo.

La crónica nos añade aquí otro dato que puede ser fundamental: en esa circunstancia, el propio hijo del conde García, Sancho, se vuelve contra su padre. Nadie discute que esa revuelta es también cosa de Almanzor. Unos años atrás, en 992, Sancho había acudido a Córdoba para ponerse a la órdenes de Abu Amir. La actitud del heredero es injustificable, pero es comprensible. Todos han pactado con Almanzor, todos se han sometido y todos, a cambio, han obtenido no sólo paz, sino también ventajas y poder. Las grandes familias condales de León estaban con Almanzor. ¿Por qué Castilla tenía que ser distinta? ¿Por qué seguir manteniendo una posición de orgullo e independencia cuando semejante cosa no traía más que guerra y quebranto? Un asunto tan viejo como el mundo: o libertad, o seguridad. García quería libertad. Su hijo Sancho, seguridad.Y como Sancho, otros muchos debieron de pensar que era más práctico pactar con un poder invencible, el de Almanzor, antes que mantener una resistencia a todo trance.

El conde García Fernández se queda solo. O quizá, después de todo, no tan solo. Aún tiene fuerza suficiente para acudir a Espeja, sancionar a los infanzones, restablecer la defensa fronteriza y, más todavía, contraatacar. Ha perdido Clunia, Gormaz y Osma, pero reúne a sus huestes, cruza el Duero y ataca Medinaceli, obligando a los moros a desplazar de nuevo tropas hacia su retaguardia. El movimiento consigue aliviar la presión sobre el interior del condado. En este momento la línea de defensa castellana queda pivotando alrededor de dos plazas fuertes: Langa y Peñaranda, que protegen el flanco suroriental de Burgos.Y en torno a ellas se escribirá el último capítulo de la tragedia.

Aquí es donde la leyenda echa su cuarto a espadas. «Para engañar a su marido —nos dice la Crónica—, la condesa mantenía su caballo muy gordo y reluciente, pero echándole salvado en vez de cebada, y de esta manera, cuando el conde tuvo que salir de campaña, el caballo desfalleció y cayó en tierra». ¿Y por qué habría hecho eso doña Ava? Según la leyenda, por los requiebros amorosos de Almanzor. Pero esa historia no es más que leyenda. Descartemos la intervención de doña Ava —a la que, realmente, cuesta imaginarse dando salvado al caballo del condey quedémonos con lo esencial: García Fernández va a morir. ¿Cómo ocurrió?

Los documentos cristianos hablan de una batalla cerca de Alcozar, en el sitio de Peña Sillada. Las fuentes moras no transmiten una batalla propiamente dicha, sino más bien un encuentro fronterizo puramente casual. Sea como fuere, el hecho es que García, al frente de una hueste, combate contra una tropa sarracena. Era mayo de 995. En la refriega, García sufre un golpe en la cabeza, al parecer, con una lanza. El conde cae a tierra. La hueste cristiana se dispersa. Los musulmanes apresan al conde malherido.

Almanzor recibió noticia de la captura de García Fernández y ordenó que fuera trasladado de inmediato a Córdoba; seguramente no quería privarse de la baza que representaba tan ilustre prisionero. El gobernador moro de Medinaceli, el eslavo Qand, quedó al cargo del conde. Pero la herida de García Fernández era demasiado seria: cuatro días después expiraba. El conde de Castilla llegó a Córdoba, sí, pero ya cadáver. Tenía cincuenta y siete años. Con él desaparecía el único enemigo de altura que había tenido Almanzor en la cristiandad.

El dictador de Córdoba fue generoso: entregó el cuerpo de García a los cristianos cordobeses, que le dieron sepultura en la iglesia de los Tres Santos. Más tarde será trasladado a San Pedro de Cardeña, como el propio García dispuso en vida.Al frente del condado de Castilla quedará Sancho, el hijo de García. Sancho pactará con Córdoba, tal y como había deseado siempre.Vendrán años de paz en la frontera, pero será paz a cambio de sumisión.Y la furia de Almanzor seguirá sacudiendo las tierras cristianas.

Almanzor destruye Santiago de Compostela

En el año 997 el mundo contuvo el aliento por algo que estaba ocurriendo en España: Almanzor destruyó Santiago de Compostela. El episodio, dramático, marcó la cumbre del poder del dictador de Córdoba y el punto más bajo de los reinos cristianos españoles. Sus consecuencias se dejarían sentir durante muchos años después. Fue una auténtica calamidad.

Pero esta historia comienza en realidad unos pocos años antes, hacia 995, al mismo tiempo que muere García Fernández, conde de Castilla. Es entonces cuando empiezan a dibujarse las fuerzas que conducirán a la catástrofe compostelana. La situación general es extremadamente confusa, pero podemos intentar explicarla.

Primero, vayamos a León. Allí sigue reinando Bermudo II, que en realidad es un rey nominal: por un lado, está sometido a Almanzor; por otro, quienes de verdad ejercen el poder son los condes en sus respectivos territorios, y lo ejercen, a su vez, sometidos a Almanzor. La sumisión del rey Bermudo ha llegado al extremo de que en 993, imitando a su homólogo de Pamplona, ha entregado al dictador de Córdoba a una de sus hijas, la princesa Teresa. Estos enlaces no tienen el mismo valor de alianza que juegan en la cristiandad. Entre los reinos cristianos, un matrimonio concertado es un signo de amistad política. Por el contrario, para la manera almanzoriana de entender la política, desposar a una princesa cristiana no es un signo de alianza, sino un acto de sumisión por parte de quien hace la entrega. Sumisión que, por otro lado, no pone al sumiso a salvo: Almanzor, aunque casado con la navarra Abda, no por ello dejará de saquear las tierras de Pamplona, del mismo modo que ahora, con Teresa en su harén, tampoco dejará de golpear sobre el territorio de León.

En cuanto a los condes, que eran los que realmente gobernaban el territorio leonés, su poder se ha convertido en algo puramente fáctico, es decir, de hecho. Por un lado, teóricamente son delegados del rey de León, cuya superioridad jerárquica reconocen, pero en realidad obedecen a Almanzor, ante el que se han sometido en el campo de batalla. Ahora bien, su obediencia a Almanzor, producto de las armas, es cualquier cosa menos sincera: permanentemente veremos a los condes traicionando una y otra vez esa sumisión forzada, que para ellos no es más que el peaje que han tenido que pagar para mantener su estatuto y sus posesiones. En el momento que nos ocupa, hacia 995, los Banu Gómez, condes de Carrión y Saldaña, que habían ayudado a Almanzor a destruir León, se hallaban de nuevo en situación de rebeldía. Tanto, que el dictador de Córdoba ordena destruir Carrión para castigar a los levantiscos Gómez.

Hay otro elemento que es preciso añadir al paisaje: el caso Piedra Seca. Recordemos: a la altura del año 989 se había fraguado una conspiración palaciega para acabar con Almanzor. En la conjura están un hijo de Almanzor,Abdalá, y el gobernador de Zaragoza. Su cabeza es el gobernador de Toledo, el omeya Abdalá Abdelaziz, llamado Piedra Seca. La conspiración termina mal. El gobernador de Zaragoza es decapitado por su propio hijo. Abdalá, el vástago rebelde de Almanzor, huye a Castilla, pero termina siendo entregado y decapitado a su vez por orden del propio Almanzor.Y con Piedra Seca, ¿qué pasó? Piedra Seca, fugitivo, trató de hallar refugio en tierras de León, en la corte de Bermudo. Cuando Almanzor se enteró de dónde estaba el peligroso omeya, penetró en el territorio leonés y se apoderó de Astorga. El rey Bermudo se vio obligado a entregar al conspirador. Piedra Seca terminará sus días encerrado en una mazmorra cordobesa. Pero Bermudo había tomado una decisión.

La decisión del rey Bermudo era arriesgada: atacar a Almanzor. Quizá el monarca leonés se sentía humillado. Entregar a su hija Teresa no había servido para poner a salvo sus tierras. O quizá Bermudo creyó que ahora, con los de Carrión y Saldaña apaleados por Almanzor, sería posible recuperar el liderazgo de la corona frente al moro opresor. O, tercera opción, quizá el ejemplo del castellano García Fernández, independiente hasta el sacrificio, no había caído en saco roto. Por cualquiera de estas razones o por todas a la vez, el hecho es que el rey de León decide hacerse fuerte. Sabe que en Córdoba hay problemas:Almanzor está ocupado con una nueva rebelión en el Magreb y con las maniobras palaciegas de la viuda Subh, Aurora. Así que aprovecha la situación para recorrer Asturias reclutando tropas, reconciliarse con los Banu Gómez y disponerse a la guerra. Lo hace abiertamente con un gesto que no deja lugar a dudas: en 996, Bermudo deja de pagar tributo a Almanzor.

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