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Authors: Craig Russell

Tags: #Policíaco, #Thriller

Muerte en Hamburgo (52 page)

BOOK: Muerte en Hamburgo
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Paró de repente. Anna se estaba incorporando para sentarse. MacSwain se levantó y en sólo dos pasos ya estaba encima de la chica. Le golpeó con fuerza en la sien, y el dolor que sentía en la cabeza explotó. El mundo se oscureció un poco para Anna, pero no se desmayó. Yacía de lado y miraba a MacSwain, que continuaba hablando como si se hubiera tomado un momento para matar a una mosca.

—El coronel Vitrenko me enseñó que hay gente con la que tenemos un vínculo, como él y yo. Dijo que nuestra similitud está en los ojos, que debíamos de haber tenido el mismo padre vikingo en un pasado. Y también como el Hauptkommissar Fabel y yo. El coronel me dijo que Herr Fabel y yo compartíamos la misma mezcla de sangre, que somos mitad alemanes, mitad escoceses, y que ambos hemos escogido nuestro lugar. Eso es lo que lo convierte en mi oponente.

Anna sintió que recobraba las fuerzas. Sus pensamientos nadaban con más libertad y agilidad a través del denso barro que cubría su mente. Miró a MacSwain; era grande y de complexión fuerte, pero, aunque el puñetazo le había dolido, le faltó fuerza. Aparte del sonido del agua, no se oía nada más. Anna supuso que MacSwain había apagado el motor del yate y había bajado para mantener una charla íntima con ella. Debía de ser eso. Quizá había llegado su hora. Pero no estaba tan drogada como él creía. Pelearía una y otra vez, hasta el final. No iba a arrebatarle la vida tan fácilmente.

—Pero no estamos unidos únicamente a los que comparten nuestro tiempo. —MacSwain seguía con su monólogo—. También están los que han llegado antes y los que vendrán después. Y nosotros somos la historia de los que vendrán después, y ellos nos convertirán en leyenda. Yo seré una leyenda, y el coronel Vitrenko también lo será. Y entonces, con el tiempo, ocuparemos nuestro lugar al lado de Odín. —De repente, una maldad fría asomó a los ojos de MacSwain. Se levantó y se dirigió hacia Anna—. Pero antes hay que hacer sacrificios —dijo, inclinándose sobre ella.

La primera patada de Anna le dio en la sien, pero su difícil posición y los efectos debilitantes de las drogas minaron la potencia del golpe. MacSwain retrocedió, más por la sorpresa que por el daño. A Anna le dio el tiempo suficiente para bajar las piernas de la cama y ponerse de pie; pero en cuanto se incorporó, la cabeza le dio vueltas. Vio que MacSwain se levantaba. El camarote era pequeño y estrecho; una desventaja para él, que era muy alto, más que para ella. Corrió hacia la chica y ella le dio una patada enérgica y rápida en el pecho, clavándole los tacones en el esternón. A su captor se le vaciaron los pulmones, y cayó de rodillas, aspirando todo el aire de la cabina como si estuviera atrapado en el vacío.

Anna dio un paso adelante y a un lado, con los movimientos dificultados por tener las manos atadas. Se tomó su tiempo para apuntar con cuidado y lanzó una fuerte patada a la sien de MacSwain. Éste salió despedido por la fuerza del golpe y fue a caer en la cocina. Gimió y se quedó quieto. Anna corrió hacia la escotilla y la golpeó con los hombros, pero no cedió. Recordó que era una trampilla corrediza y se retorció para pasar los brazos y las muñecas por detrás del cuerpo. Tras ponerse de cuclillas y sentarse, deslizó las manos por detrás de las rodillas y, seguidamente, levantó los pies para pasarlas por encima. Miró a MacSwain de reojo, que gimió de nuevo. Con las manos aún atadas, Anna intentó abrir la escotilla. Estaba a punto de conseguirlo. Hacia fuera y hacia un lado. Tenía más posibilidades en el agua que encerrada en un barco, medio drogada, con un psicópata.

La puerta de la escotilla se atrancó. Anna hizo acopio de fuerzas y la empujó con toda su alma. Al final la puerta se abrió, golpeando con fuerza el marco de la trampilla. El olor a gasolina del río inundó el camarote. Anna saltó hacia la oscuridad de la noche. Oyó un grito animal detrás de ella y notó cómo le caía encima todo el peso de MacSwain. Se golpeó la cara con el escalón superior que daba acceso a la escotilla. El sabor a hierro de la sangre le llenaba la nariz y la boca. MacSwain tomó una profunda bocanada de aire y cogió a Anna por la cabeza, empujándola otra vez hacia el interior del camarote. Le dio un golpe en el cuello con el puño, pero Anna notó que no había sido un puñetazo. Sintió el frío metal en el cuello y la dura punzada de una aguja hipodérmica. Entonces, la noche que tanto había deseado alcanzar se cernió sobre ella, llamándola.

Sábado, 21 de junio. 22:15 h

EL ELBA, ENTRE HAMBURGO Y CUXHAVEN

Franz Kassel vio que el yate se detenía. Estaba fuera de los canales de navegación principales, debidamente iluminado, no como el WS25 que lo había seguido con sigilo. Vio que el hombre alto salía a cubierta. En la oscuridad y a esa distancia, Kassel no podía estar seguro; pero cuando el hombre se secó la cara con una toalla, habría jurado que estaba manchada de negro, como si fuera sangre. Se apartó los binoculares y se volvió hacia Gebhard.

—Intenta contactar con la Oberkommissarin Klee. Y si no la localizas, me acercaré como si nada.

Volvió a mirar hacia la embarcación. Había una fina capa de espuma, blanca por contraste con la seda negra del río.

—Se mueve…

Sábado, 21 de junio. 22:25 h

HARVESTEHUDE (HAMBURGO)

Las paredes de azulejos blancos del baño de MacSwain relucían antisépticas, y los grifos y toalleros caros tenían un brillo nítido y frío, como de un bisturí. Fabel, Maria y Werner observaban una figura humana. Un traje de buceo de color rojo y azul oscuro colgaba de la barra de la ducha y goteaba sobre las baldosas brillantes. Tenía el desconcertante aspecto del pellejo de una serpiente que acabara de mudarse de piel. Tendido sobre el borde de la bañera, había un gorro de buceo.

Werner señaló el traje con un ligero movimiento de barbilla.

—¿Crees que es lo que se ponía?

Fabel escudriñó la bañera. Otras dos gotas tamborilearon en su interior. Creyó ver que las gotas tenían un tono rosado pálido que contrastaba con la blancura del esmalte. Se sacó un bolígrafo del bolsillo y subió la palanca para cerrar el desagüe.

—Si así es, es una mala elección para limpiar la sangre. Puede que un traje de buceo sea impermeable, pero el cuello, los tobillos y los puños son de neopreno. No importa cuántas veces lo lave, siempre quedará algo de sangre en el neopreno. Que nadie toque nada hasta que llegue Brauner.

Fabel decidió volver a sumergirse en la claustrofobia del pequeño trastero sin ventanas de MacSwain. Había capas y capas de material enganchado o clavado en las paredes. En lugar de examinarlo todo al detalle (una tarea que asignaría a Werner), dejó que su mirada paseara a su antojo por el paisaje de la locura de MacSwain; una topografía de la psicosis que Fabel exploró en su totalidad y no parcialmente. Había artículos sobre la guerra soviético-afgana y recortes de revistas y libros. Uno en particular le llamó la atención, y lo que le extrañó fue que tan sólo era un fragmento de lo que pudo haber sido un artículo mucho más largo. Lo había recortado con cuidado, aunque la primera y última frase estaban a medias.

…la discordia que vino a continuación. Incapaces de encontrar un soberano adecuado entre ellos, los crivichos, los chudos y los eslavos acordaron buscar a un príncipe o rey extranjero para que gobernara y consolidara el imperio de la ley. Buscaron entre los vikingos del sur de Francia llamados normandos. Buscaron también entre los anglos de Jutlandia e Inglaterra, y entre los svear o suecos de Suecia. Entre los moros, a estos suecos se los conoce como los rus, y además, por sus tres hermanos insignes: Rurik, Sineus y Truvor, que se desplazaron allí con sus familias y ejercieron el dominio sobre las gentes del río Dnipro. Rurik, el mayor, se convirtió en rey de Novgorod, y a los dominios y a los habitantes de esa región se los conoció como rusos. Los dos hermanos de Rurik murieron poco después, y éste acabó siendo el único soberano. Se le informó de que había una ciudad en el sur que estaba en peligro. Había sido fundada por el barquero poliano Kii, sus hermanos Shchek y Khoriv, y su hermana Lybed. Esta ciudad había tomado el nombre de Kii, se la conocía como Kievetz o Kiev, y había sido bien gobernada y con prudencia. Sin embargo, tras la muerte de Kii y sus familiares, la ciudad se encontraba en gran peligro y sufría en las crueles manos de las tribus turcas de los khazar. A Rurik le conmovió la difícil situación de…

Fabel releyó el fragmento. ¿Era así como se definían él y Vitrenko: el coronel, como un Rurik moderno, y MacSwain, como su leal pariente? Paseó la mirada por el paisaje de psicosis meticulosa. Otro recorte. Éste versaba sobre el lugarteniente del príncipe Igor, un varego llamado Sveneld o Sveinald; un nombre distante, tanto en el tiempo como geográficamente, pero que compartía la misma raíz que MacSwain y estaba sometido a la lupa de su locura. Siguió mirando. Representaciones de Odín, el dios de un ojo. Una página con el panteón de los doce dioses principales de los aesir. Otra sobre las divinidades de los vanir, encabezadas por Loki. Había fragmentos descargados de internet sobre Asatru. El elemento más grande era una reproducción del grabado de madera de un fresno gigante, con sus ramas y raíces retorciéndose y estirándose como tentáculos para abrazar las representaciones de una docena de mundos diferentes. En la rama más alta, descansaba un águila enorme. Fabel sabía que se trataba de Yggdrasil, el árbol del universo y la pieza central de las creencias nórdicas. Era Yggdrasil el que establecía las relaciones: mortales con dioses, el pasado con el presente, el cielo con el infierno, lo bueno con lo malo.

La voz de Maria lo sobresaltó.

—La unidad que enviamos al puerto nos ha informado de que el barco de MacSwain se ha ido.


Shit
! —Fabel escupió la palabra inglesa en el espacio reducido del trastero.

—Pero también tenemos buenas noticias, jefe —dijo Maria, con unos brillantes ojos color azul pálido—. He hablado con el Kommissar Kassel de la WSP, el hombre que nos ayudó cuando MacSwain salió con el yate la otra noche.

Fabel asintió con impaciencia.

—Está siguiendo un barco en estos momentos. Se dirige al oeste, bordeando la costa del Elba. Está seguro de que se trata de MacSwain…

Fabel salió corriendo, y María tuvo que retroceder con rapidez para no caer al suelo.

—Paul, Werner, Maria… Quiero que me acompañéis. —Se volvió hacia los otros dos agentes de la Mordkommission—. Landsmann, Schüler… Esperad aquí por si aparece.

Fabel abrió la tapa del móvil y empezó a hablar mientras salía con brío del apartamento de MacSwain, dejando atrás a Werner, Paul y Maria.

—Ponme con el Kriminaldirektor Van Heiden inmediatamente.

Van Heiden lo había dispuesto todo para que un helicóptero estuviera esperando para recoger a Fabel y a su equipo en la plataforma de la Landespolizeischule, al lado del Präsidium. Buchholz y Kolski estaban detenidos, y, tal como Fabel había pedido, habían informado al abogado de Norbert Eitel de que MacSwain había secuestrado a una agente de policía. Como había predicho Fabel, el abogado de Eitel se mostró muy interesado en permitir que su cliente declarara lo antes posible.

Fabel y los demás corrieron hacia el helicóptero agachados. Las palas del rotor ya cortaban el aire, denso por el olor a gasolina. Cuando se abrocharon los cinturones, el copiloto le facilitó a Fabel un mapa grande a escala del río y unos cascos con micrófono, y le hizo un ademán para que se los pusiera. Ahora Fabel podría hablar con la tripulación.

—¿Sabe adónde nos dirigimos?

El piloto asintió de forma tajante, con el casco ya puesto.

—Entonces, vamos. Y póngame en contacto con el capitán de la WSP.

La posición actual de Kassel era cerca de la orilla sur de la parte del Elba conocida como el lago Mühlenberger. Estaban llegando a Stade y pronto entrarían en la zona donde el Elba se ensanchaba y desembocaba en el mar del Norte. Kassel le contó que habían perdido el contacto visual con el barco de Mac-Swain (al parecer era más rápido que ellos), pero que lo tenía localizado por radar, y que había enviado dos lanchas de la Polizeidirektion de la WSP de Cuxhaven.

Fabel procesó la información. Pronto pasarían cerca de la orilla de tierras bajas y llanas donde habían dejado a las chicas drogadas. Ese pensamiento lo golpeó como si fuera un martillo de vapor. Les hizo señas a Maria, Paul y Werner para que se acercaran. Fabel empujó el micrófono hacia abajo y gritó por encima del silbido de los motores del helicóptero.

—No llevaron a las chicas en coche al lugar donde las violaron. Probablemente, MacSwain las trajo aquí en su barco; y después, él u otra persona involucrada en el ritual las llevó en el coche y las dejó en algún lugar cercano. —Se llevó el micrófono otra vez a los labios—. Póngame con la policía de Cuxhaven. Necesito hablar con el Hauptkommissar Sülberg ya.

Cuando escuchó la voz de Sülberg al otro lado de la radio, ya estaban lejos de la ciudad. Fabel le explicó que MacSwain no sabía que lo tenían localizado y que posiblemente se dirigía a la zona general donde habían abandonado a las otras dos.

—Pero esta vez —añadió Fabel—, hay una agente que puede identificarlo. No tiene intención de dejarla ir, ya sea drogada o de otro modo.

—Ahora mismo enviaré algunas unidades —dijo Sülberg—. Tomaremos posiciones y esperaremos sus instrucciones.

En cuanto Sülberg estuvo fuera de la línea, el copiloto informó a Fabel de que Kassel se había puesto en contacto otra vez. MacSwain se había detenido en algún lugar pasado Freiberg.

Fabel consultó el mapa.

—La zona de Aussendeich —dijo con una voz que los otros no pudieron escuchar por el estruendo de los rotores.

Domingo, 22 de junio. 00:10 h

A ORILLAS DE AUSSENDEICH, ENTRE HAMBURGO Y CUXHAVEN

El barco de MacSwain estaba amarrado en un embarcadero de madera abandonado que parecía que se desmoronaría y sería engullido por las aguas negras sólo con la estela de un barco que pasara cerca. Kassel estimó que llevaba allí unos diez minutos antes de que llegara el WS25: el tiempo suficiente para que MacSwain hubiera sacado a Anna del barco y la hubiera llevado a través del campo pantanoso que refulgía bajo la luz de la luna. Kassel y Gebhard desembarcaron, empuñando las armas, y se introdujeron con sigilo entre los arbustos que bordeaban el campo. Mientras se agazapaban entre los matorrales, Kassel notó el entusiasmo electrizante de Gebhard; éste era el tipo de acción que había soñado. Kassel lo miró.

BOOK: Muerte en Hamburgo
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