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Authors: Libertad Morán

Tags: #Romantico, Drama

Mujeres estupendas (17 page)

BOOK: Mujeres estupendas
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—¿Sí?

—Hola, ¿eres Alicia? —te pregunta una voz femenina en tono quedo.

—Sí, soy yo. ¿Quién eres?

—Mira, soy Belén, una amiga de Ana… Nos vimos un par de veces en la asociación —hace una pausa y crees que la tal Belén sofoca un sollozo—. Mira… Te llamaba porque… Son malas noticias. Ana ha muerto…

Un escalofrío te recorre. La impresión hace que se te doblen las piernas. Te dejas caer sobre la silla de tu escritorio.

—¿Cómo… —empiezas—, cómo que ha… muerto? ¿Qué es lo que ha pasado?

—Se ha… —la voz al otro lado titubea, la chica debe de estar llorando—. Se ha suicidado…

Estallas en llantos sin poderlo evitar. La chica, aún sollozando, te explica que el entierro es mañana y te cuenta cosas que no entiendes porque los oídos te zumban. David aparece en la habitación y te mira con temor. Te despides de la chica y rompes a llorar con más fuerza. David te pregunta qué ha pasado pero no puedes articular una sola palabra. Dejas que te levante de la silla y te abrace. De algún modo le contagias las lágrimas y notas que él también llora mientras te sigue preguntando qué es lo que ha pasado. Y así permanecéis durante varios minutos los dos. Desnudos. Abrazándoos. Llorando.

A la mañana siguiente ambos os desplazáis hasta la zona del cementerio civil de La Almudena. Por supuesto, los opusinos padres de Ana no iban a permitir que una suicida fuera enterrada en esa tierra que ellos creen santa. Según David y tú os vais acercando al reducido grupo de gente que compone la comitiva os dais cuenta de que esta está claramente dividida en dos bandos. Uno el de la familia y otro el de los amigos y conocidos de Ana que apenas sí llega a una docena de personas. Os colocáis junto a ellos. Reconoces a Belén. Ella se acerca a ti y te abraza. Al separarse de ti lanza una mirada de soslayo hacia el grupo de los familiares.

—Sus padres ni siquiera han venido —dice con desprecio—. Pero estoy segura de que prefieren una hija muerta a una hija lesbiana…

Belén vuelve a donde estaba. Tú miras hacia el féretro sin poder contener las lágrimas. Del mismo modo que no puedes contener la riada de pensamientos culpables que te inundan en oleadas. Si hubieras seguido con ella… Si la hubieras ayudado… Si hubieras estado ahí…

Observas cómo introducen el ataúd en el nicho, cómo ponen la losa tapándolo, cómo lo sellan. La gente a tu alrededor baja la cabeza. Todos lloran. David te abraza. Te sientes culpable. Te sientes confundida. Te preguntas incesantemente por qué no hiciste algo, por qué le diste de lado de ese modo. Por qué no te mantuviste cerca por si acaso, ofreciendo tu hombro para llorar. Por qué Ana no vio otra salida antes que ésta. Por qué…

INTERLUDIO

—¿Se lo has contado ya?

—Aún no, estoy esperando a un día que estemos todos. Y si estuvieras tú ya sería la hostia…

—Ya veremos porque si ya es difícil juntarles a ellos, que esté yo es misión imposible…

—¿No te han dado libre el día de la mani?

—Imposible. Muchos lo han pedido. Curiosamente los que más van de machotes por aquí…

—Suele pasar. Siempre he oído que entre los vigilantes hay mucho facha pero también mucho marica…

—Y mucho facha marica, que de todo hay…

—¿Y qué días de esa semana tienes libres?

—El domingo de después de la mani y el lunes.

—¡Vaya jodienda!

—Míralo por el lado bueno, a la semana siguiente tengo turno de mañana, podremos vemos por las tardes…

—¿Sí?

—Sí, angelito, todas las tardes libres para pasarlas contigo.

—¡Qué bien!

—Oye, ¿cómo está Ali?

—Mejor. Poco a poco se va convenciendo de que ella no tuvo la culpa. Además, podría haber sido peor. Ali podría haber seguido con ella y estar mucho más jodida ahora.

—Aún así no deja de ser un palo muy fuerte. Es normal que se sienta culpable y que piense que podría haberla ayudado.

—Yo ya te dije que esa chica no me daba buena espina…

—Joder, Pilar, no seas así. Cómo lo estaría pasando la pobre chica para tomar una decisión como esa…

—Pues que se hubiera ido de casa y se hubiera alejado de esos verdugos que tenía por padres. Yo me largué por mucho menos…

—Pero no todo el mundo es capaz y lo sabes. Y si tanto la machacaban seguro que pensaría que no podría hacerlo…

—Bueno, mira, prefiero no darle muchas vueltas al asunto. Lo siento por esa chica pero la que me preocupa es Ali…

—¿Con David qué tal lo lleva?

—Pues bien, la verdad es que ha sido una suerte que haya podido apoyarse en él…

—¿Ya te ha dejado de sorprender que estén juntos?

—Lo voy encajando. Pero tendrías que haber visto la cara de Ruth. Se quedó de piedra. Se pasó un buen rato diciéndoles que la estaban tomando el pelo, que no se lo creía…

—Vamos, ni que le hubiera dicho que es de otro planeta…

—Pues creo que Ruth se hubiera creído antes eso que el que Ali se hubiera liado con un tío… Pero lo más gordo es que Sara ya lo sabía desde antes de que pasara. Por lo visto el día que fuimos a comer a casa de Ruth en semana santa, Ali se lo contó y Sara se calló como una puta y no nos dijo nada a ninguna…

—Una chica sensata. Creo que cada vez me cae mejor…

—Pues Ruth se pegó un rebote que no veas. Primero que no le contó que era bisexual y luego le oculta eso.

—Pero Sara hizo bien. Si lo supo antes de que pasara no tenía por qué decir nada.

—Eso díselo a Ruth que le empezó a decir a la pobre Sara que no le gustaba que tuviera tantos secretitos…

—Me parece que Ruth exagera…

—Un poco. Pero, sinceramente, conociéndola como la conozco, creo que se está acojonando mucho.

—¿Acojonando por qué?

—Porque ya lleva mucho tiempo con Sara y eso le asusta. Es la relación más larga que ha tenido en años y creo que está buscando excusas.

—¿Excusas?

—Sí, excusas a las que agarrarse para ir cerrándose y dejar de confiar en Sara.

—Hablas como si quisiera dejarla.

—Y estoy segura de que se le ha pasado por la cabeza. Que la conozco, Pitu. Nunca la había visto así con ninguna tía. Y siempre ha huido de las relaciones largas. Ahora tiene que tener los ovarios a la altura de la garganta viendo que no puede controlar sus sentimientos.

—¿Tan cobarde es?

—En ese sentido sí. Y siempre le ha jodido mucho admitir que siente algo por alguien.

—Pues apañada va…

—Ya…

ENTRE AQUILINOS Y POLAINOS

L
os calores de junio han animado a mucha gente a salir a la calle. La agitación se respira en el ambiente. Las calles de Chueca ya lucen la decoración típica que avisa que ha dado comienzo la Semana Grande. Alrededor de una de las mesas de las terrazas de la plaza se apiñan como pueden Ruth, Sara, Juan, Diego, Pilar, David y Ali. Esta última les cuenta a todos que el próximo jueves participará en un debate sobre el matrimonio gay y la adopción en un programa de una de las televisiones locales y les pide que, por favor, ninguno se lo pierda. Está entusiasmada. Todo el mundo da por seguro a esas alturas que se aprobará la ley que permitirá a gays y lesbianas contraer matrimonio y ella parece estar de celebración continua. Pero a Ruth, que la observa en silencio recostada en su silla, no deja de parecerle una escena totalmente extravagante ver a Alicia, la combativa activista lesbiana, hablando del mayor logro a nivel político que se ha realizado en el país para la población homosexual mientras besa y le hace carantoñas a su novio.

«Bueno, gente, nosotros nos vamos a ir a la asociación que tenemos que cerrar hoy —les dice Alicia mirando a David y poniéndose en pie—. Si no nos vemos antes, recordad: el jueves a las diez es el programa.» «No me lo perdería por nada del mundo», le espeta Ruth jocosa. Ali y David se despiden de todos y a continuación se pierden entre el gentío que llena la plaza cogidos de la mano. Ruth menea la cabeza con media sonrisa. Sara al verla se echa a reír. «De verdad… —comienza a decir Ruth—. Todavía no me puedo creer que Ali esté con un tío.» El resto de la mesa se une a las risas de Sara al oír las palabras de Ruth. «Bueno, Ruth, qué mejor ejemplo de tolerancia y diversidad que ese, ¿no?», le dice Sara acallando un poco su risa. «Tú calla que ya sabemos que eres de su gremio…», contraataca Ruth con cierta mala leche. «¡Boba!», es lo único que le dice Sara dándole un beso conciliador. «Bueno, cada cual con sus perversiones, ¿no?», apostilla Pilar encogiéndose de hombros. «Yo no digo nada que luego me llamas machista misógino», dice Diego divertido. Juan solo se ríe con ganas ante los comentarios.

Se hace un breve silencio. Y Pilar, de repente, suelta un sonoro «¡Hostias!». Todos la miran extrañados. «¿Qué te pasa, Piluca?», le pregunta Ruth. «Que estos se han ido…», dice ella fastidiada mirando hacia atrás como si esperara verlos todavía a lo lejos. «Ya, sí, se han ido, ¿y qué?» «Que os tenía que contar una cosa… Pero bueno, esperaré a otro día que estemos todos», dice arrellanándose en su asiento. «De eso nada, chata, suelta por esa boquita», le espeta Juan. «Eso, eso, que sabes que lo de tirar la piedra y esconder la mano me saca de mis casillas —le recuerda Ruth alzando las cejas—. Así que venga, desembucha.» Pilar los mira a todos con una sonrisa picara. «Bueno… Pues resulta que como ya está más que claro que a partir de ahora vamos a poder… Pitu y yo… Hemos decidido que… ¡Nos vamos a casar!», suelta Pilar con una amplísima sonrisa. Todos en la mesa estallan en exclamaciones, risas y felicitaciones. «De verdad —se lamenta Ruth—, es que no gano para sorpresas con vosotras.» «Anda, Ruth, no seas aguafiestas», le dice Sara. «Si yo me alegro —se defiende ella—. Lo que no entiendo es cómo Pilar se atreve a pensar en casarse con una tía sin que yo le haya dado el visto bueno.» Ruth mira a Pilar sonriendo. «Pero sabes que me alegro de verdad, petarda», le dice ya sin ironía cogiéndole la mano y apretándosela con fuerza. «Lo único que espero es conocerla antes de la boda», se queja poniendo voz lastimera y haciendo reír a todos.

Ruth y Sara caminan de la mano Fuencarral arriba en dirección a casa. Las dos han pedido esa semana de vacaciones para estar juntas, para salir por ahí, para acudir a la manifestación del Orgullo en la que, si nada falla, se celebrará por todo lo alto que gays y lesbianas dejarán de ser ante la ley ciudadanos de segunda. Casi diez días en total sin prisas ni agobios, sin tener que despedirse tras cuarenta y ocho horas, sin la obligación de apurar cada momento. El caminar de Ruth es calmado y tranquilo mientras se dirigen al piso esa madrugada de domingo. Aferra la mano de Sara en la suya y se siente satisfecha. Ni siquiera necesita hablar. Le basta con disfrutar de la leve brisa que le acaricia las mejillas, del tacto de la mano de su novia, de las luces y el cielo nocturno de Madrid.

«¿Por qué te molesta tanto lo de Ali y David?», le pregunta Sara cuando se están acercando a su edificio. «No me molesta, Sara. Me extraña. Me choca. De la última persona de la que me podía esperar algo así es de Ali», se defiende ella sacando las llaves del bolsillo y abriendo la puerta del portal. «Mira, a las heteros las puedo entender pero a alguien que siempre ha estado con mujeres… ¡¡¡Puffff!!! Simplemente es que yo no podría…» «Pero qué cerradita de mollera eres a veces…», le dice Sara meneando la cabeza divertida.

Ruth pulsa el botón de llamada del ascensor y a continuación mira a Sara mordiéndose el labio. La engancha por la cintura del pantalón y la atrae hacia ella para besarla. Continúan besándose al entrar en la cabina. Ruth pulsa el botón de su piso casi sin mirar. Sara sonríe alborozada entre beso y beso ante el repentino ataque de pasión de su novia. «¿Ves? Es que no entiendo cómo Ali puede preferir a ese chico, por muy majo que sea, a esto —sentencia medio en broma medio en serio—. Si es que mira cómo me has puesto con cuatro besos —le dice introduciendo la mano de Sara bajo su pantalón.» Sara abre mucho los ojos y sonríe con picardía. «Nena, a eso hay que ponerle remedio rápidamente…» Saca la mano y abre la puerta del ascensor que ya se ha detenido. Las dos salen con urgencia de él y con la misma urgencia entran en el piso con el único pensamiento de llegar a la cama cuanto antes.

La semana va pasando de forma agitada. Parece que todo el país esté pendiente de la ley de matrimonio gay o esa es la sensación que les da a Ruth y Sara cada vez que abren un periódico, ven el telediario mientras comen o Alicia las llama para contarles todo de lo que se va enterando. Después de la manifestación del Foro de la Familia, de las declaraciones de supuestos expertos en el Congreso, de que por todas partes proliferen los debates sobre el tema ambas están tan saturadas de oír hablar de lo mismo todo el rato que prefieren tumbarse en la cama a cometer todos los pecados que esa minoría tan ruidosa dice que cometen. O pasar las tardes con sus amigos por las calles de Chueca respirando el ambiente festivo sabiendo que si las cosas han llegado hasta ese punto ya no se detendrán.

Sin embargo a Ruth la certeza de que tras la manifestación el matrimonio se convertirá en una posibilidad real la llena de pavor. Porque si ya le cuesta creer en la pareja, mucho más le cuesta creer en la validez de un contrato firmado por dos personas que afirman querer pasar juntas el resto de su vida. Y porque en el fondo teme que esa posibilidad haga que Sara le proponga algo que nunca se ha planteado…

Aunque Ruth miente. Sí que lo ha hecho. Se lo planteó hace muchos años, cuando gays y lesbianas se manifestaban pidiendo una ley de parejas, cuando ella asistió a esas manifestaciones de la mano de Olga pensando que si lo conseguían serían de las primeras en convertirse en pareja de hecho. El matrimonio entonces les parecía algo inalcanzable. Pero Ruth pensaba en aquellos momentos que si cupiese la posibilidad, se casaría con Olga sin dudarlo. Llevaban más de cuatro años juntas, eran una pareja consolidada. Olga literalmente la arrancó de casa de sus padres con los diecinueve recién cumplidos. Le prometió un futuro juntas, le dijo que quería tenerla a su lado siempre, despertarse junto a ella cada mañana. Y durante cuatro largos años Ruth se rompió los cuernos sacando su carrera adelante, trabajando en lo que podía, asumiendo unas responsabilidades para las que no estaba preparada, viviendo una vida de pareja cuando su propia adolescencia aún estaba dando coletazos y rebelándose ante una extinción precoz. Y todo, ¿para qué? Para que Olga, unos meses después de esas manifestaciones por una ley de parejas que nunca se materializó pero a las que acudieron con ilusión y esperanza, decidiera repentinamente que se había cansado de tener a Ruth en su vida y la pusiera de patitas en la calle.

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