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Authors: Mari Jungstedt

Tags: #Intriga, Policíaco

Nadie lo conoce (17 page)

BOOK: Nadie lo conoce
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—El cuerpo va ahora camino del laboratorio del Instituto Forense. Voy a intentar que la autopsia completa esté lista enseguida. Mañana por la tarde te enviaré por fax un informe preliminar.

—Sería estupendo —dijo Knutas agradecido—. Otra cosa, ¿has podido ver si hay signos de violencia sexual?

—No presenta ningún daño externo que apunte en esa dirección. Espero que mañana podamos saber si la violaron.

Knutas le dio las gracias y colgó el auricular. Se retrepó en la silla. Un criminal que mata caballos y mujeres y les saca la sangre. Un asesino ritual.

Se le partía el corazón al pensar en Martina Flochten. Tenía toda la vida por delante. Una estudiante interesada en la arqueología que había venido a Gotland para colaborar en la excavación de los tesoros culturales de la isla. Y aquí había encontrado su cruel destino.

Patrick Flochten se derrumbó cuando la policía le comunicó la muerte de su hija. Knutas pensaba visitarlo a lo largo del día y se estremecía al pensar en ese encuentro. Ocuparse de los familiares era una de las cosas más duras de su trabajo, jamás se acostumbraría. Y lo peor de todo era cuando se trataba de personas jóvenes.

Ya se habían empezado a investigar las posibles relaciones entre el caballo degollado y el asesinato de Martina. Cabía preguntarse qué clase de persona sería la que andaba extrayendo la sangre a sus víctimas.

La policía debía empezar por indagar en el círculo de personas próximas a Martina, en el cual incluía los alumnos que participaban en el curso y los profesores que había tenido. Knutas había revisado la lista de los estudiantes y en su mayoría se trataba de personas jóvenes, casi tantos extranjeros como suecos.

Comprobó los nombres de cada uno junto con la dirección y la fecha de nacimiento. Casi todos estaban entre los veinte y los veinticinco, con algunas excepciones. Una joven de Gotemburgo sólo tenía diecinueve, la mujer británica, cuarenta y uno, y uno de los americanos tenía ni más ni menos que cincuenta y tres. Giró lentamente la silla.

¿Qué personas habían estado cerca de Martina durante el tiempo que estuvo aquí? Sus compañeros de curso, los profesores, el personal del Hotel Warfsholm y el del albergue. Apenas tuvo tiempo de conocer a mucha gente. Por ahí era por donde debían comenzar. Ir descartando uno tras otro lo antes posible, así como averiguar a quién había conocido en Visby durante las dos semanas de clases teóricas. Knutas suspiró. Era consciente de que tendría que posponer las proyectadas vacaciones. Seguro que Line ya se lo había imaginado. Sabía que a ella le resultaba difícil cambiar sus vacaciones, así que los niños y ella tendrían que hacer solos el viaje que tenían planeado a Dinamarca. Él se podría reunir con ellos después, si el caso se resolvía pronto. Aunque en aquel momento parecía sumamente complicado, siempre se podía confiar en un milagro.

Lo mejor sería ponerse en contacto cuanto antes con la Policía Nacional, iban a necesitar su ayuda. Se acordó de Kihlgård. Aunque el comisario de la Policía Nacional tenía sus defectos, a estas alturas se conocían ya tan bien el uno al otro que trabajar con él sería seguramente lo más sencillo. Levantó el auricular y marcó el número directo de Martin Kihlgård. El alivio que sintió al oír la voz de su colega en el otro extremo del auricular lo sorprendió.

L
a gente que pasaba junto al edificio no sospechaba nada. Presentaba el mismo aspecto sombrío que cualquier otro almacén de chapa gris con unas cuantas plazas para aparcar delante de la anodina entrada. Nadie podía imaginarse que aquellas paredes albergaban en su interior tesoros fabulosos, que habían permanecido enterrados y olvidados durante miles de años y que habían sido utilizados por los hombres en otro tiempo, en otra vida. Una existencia esencialmente distinta de todo lo que conocen hoy las personas.

Solía ir allí al caer la tarde, cuando estaba seguro de que todos los empleados se habían ido a casa. Entonces tenía todo el espacio para él. Cada vez que abría la puerta y entraba en la primera sala lo envolvía la misma espiritualidad.

Aquí podía pasarse horas enteras dando vueltas por los pasillos. Deslizar aquí o allá alguno de los grandes estantes del archivo, sacar algo al azar, un hueso de animal, una perla, una punta de lanza o un clavo. No importaba lo que fuera. Para él ningún hallazgo arqueológico tenía más valor que otro. A veces permanecía sentado en el suelo con uno o varios objetos en las manos. Todo desaparecía a su alrededor y los tesoros que sujetaba en la mano se convertían en lo esencial. Le hablaban, le susurraban. Le parecía oír voces, ecos del pasado. Siempre se repetía la misma experiencia mágica. En ocasiones había tratado de alcanzar en casa ese estado, pero nunca funcionó. Este lugar tenía algo especial, quizá porque almacenaba tanta historia de épocas tan antiguas.

Estaba seguro de que existían espíritus que habitaban en las cosas. Aquí dentro sentía también el contacto con dioses que lo escuchaban y oía sus voces. Le decían lo que tenía que hacer, lo confortaban y lo apoyaban cuando lo necesitaba, y no dudaban en elogiarlo cuando había hecho algo que era de su agrado. Ellos lo guiaban; no sabía cómo podría arreglárselas sin su ayuda. Le decían lo que querían para sí mismos y de qué cosas creían que podía adueñarse. Accedía complacido a sus deseos y prometieron recompensarlo cuando llegara el momento. Era una relación bidireccional, basada en la reciprocidad, dar y recibir, como en cualquier relación humana.

Algunos de esos objetos los guardaba en casa y otros los vendía. Era una necesidad. Tenía una responsabilidad y no dudaba en asumirla. Todas las piezas ocultas que extraían de la tierra le pertenecían a él y a los suyos, eso era algo de lo que estaba cada vez más convencido. Era preferible que se hiciera él cargo de aquellos hallazgos arqueológicos a que acabaran en la vitrina de algún museo de Estocolmo. Si tenían que desaparecer de la isla, por qué no iba a poder decidir él a dónde irían a parar. Pasó con fruición las yemas de los dedos a lo largo de las estanterías de los pasillos. Estaban primorosamente marcadas con pegatinas y numeradas, pero rara vez entraba allí alguien para comprobar si las cajas contenían realmente lo que ponía en la etiqueta. Por eso podía continuar sin que nadie lo notara. Había empezado por cosas pequeñas hacía varios años y después continuó. Éste era su mundo y nadie podría arrebatárselo. Jamás lo permitiría.

Por primera vez en su vida sentía que realmente tenía algo importante que hacer, una tarea que se tomaba con la mayor seriedad.

L
a Brigada de Homicidios había tomado la decisión de interrogar a todos los alumnos y profesores aquella misma tarde y se los repartieron entre ellos. Karin y Knutas se ocuparon de uno de los estudiantes con el que Martina había mantenido una relación más estrecha, el americano Mark Feathers. También les cayó en el lote uno de los profesores, Aron Bjarke.

La larga jornada de trabajo se acercaba a su fin y Knutas se sentía verdaderamente cansado. El interrogatorio de Bjarke lo dirigió Knutas y Karin asistió como testigo. No pudo evitar que se le escapara un bostezo cuando ocuparon sus asientos en la sala de interrogatorios. Se disculpó inmediatamente.

Bjarke, profesor de reconstrucción del medio y análisis de fosfatos, fue uno de los docentes que dieron el curso de introducción durante las dos semanas de clases teóricas. Era un hombre de mediana edad, alto y delgado, de cabello rubio oscuro y facciones delicadas. De no ser por la frente demasiado despejada, aparentaba menos años de los cuarenta y tres que en realidad tenía. Llevaba una barba bien arreglada y sus ojos eran verdes con pestañas densas y rizadas.

—¿Qué sabe de Martina Flochten? —comenzó Knutas.

—Debo reconocer que no mucho. Era una chica guapa y simpática que ciertamente mostraba mucho interés por la época vikinga. Me dio la impresión de que sabía más que la mayoría de sus compañeros, sobre todo parecía muy motivada.

Si el profesor no hubiera hablado con un acento de Gotland tan marcado, Knutas habría jurado que era peninsular. Había algo ligeramente elegante en su estilo y en su manera de vestir, pantalones bien planchados y americana, propio de la gente de la gran ciudad. Por alguna extraña razón, su acento y su manera de hablar no encajaban con su aspecto. Al mismo tiempo, había algo apacible en su actitud. Miraba amablemente a Knutas mientras esperaba la siguiente pregunta.

—¿Tenía algún trato personal con ella fuera de clase?

—No, Martina y yo solos, no. Pero con todo el grupo nos vimos varias veces, cenamos en casa de otro profesor, salimos a tomar una cerveza y fuimos al parque de Almedalen a jugar al
kubb.
Pero entonces, como digo, íbamos todos juntos.

—¿Estuvo en Warfsholm el sábado por la noche?

—No, apenas he visto a los estudiantes desde que se fueron a Fröjel y empezaron con las excavaciones.

—¿Dónde pasó el sábado por la noche?

El discreto profesor se quedó extrañado ante la pregunta.

—¿Soy sospechoso?

—En absoluto. Es una pregunta rutinaria que hacemos a todos los interrogados —explicó Knutas—. ¿Qué hizo el sábado por la noche?

—Nada especial. Estuve en casa viendo la tele.

—¿Solo?

—Sí.

—¿Vive solo?

—Sí.

—¿Tiene hijos?

—No, de momento no.

—¿Estuvo en casa toda la noche?

—Sí. Estuve levantado hasta tarde, me acostaría a eso de las doce. Es lo que suelo hacer.

—¿Observó si Martina mantenía alguna relación íntima con alguien del curso o con alguno de los profesores?

Aron Bjarke pareció incómodo de pronto.

—Bueno, es complicado hablar de esas cosas. Porque nunca se sabe. Uno puede imaginarse cosas que luego tal vez no sean ciertas. Preferiría no comentar nada de eso — explicó poniendo cara de circunstancias.

—¿A qué se refiere? —preguntó Karin desde su rincón.

—Yo creo que a Martina le gustaba bastante flirtear y hacerse la interesante con los hombres. Era muy evidente. Y ellos se volvían locos.

—¿Había alguien que mostrara un interés especial por ella?

—Ah, no sé —respondió vacilante—. Había una persona que en mi opinión tal vez le dedicaba demasiada atención, pero puedo estar equivocado, naturalmente.

—¿Y quién era?

Aron Bjarke se retorció en la silla.

—Es embarazoso, porque se trata de un profesor. De hecho, estoy hablando del responsable de las excavaciones, Staffan Mellgren.

—¿Ah, sí?

—Aunque también hay que tener en cuenta que de vez en cuando tiene aventuras amorosas con estudiantes jóvenes y guapas. Es terrible tener que decirlo, pero le cuesta no meter las manos en la masa. Vamos, que no es la primera vez que se muestra obsequioso con una estudiante, por decirlo de alguna manera.

El hombre que tenían enfrente se inclinó hacia delante y bajó la voz.

—Staffan Mellgren es un salido, un semental. Lo sabe todo el mundo. Desde que se casó, no le habrá sido fiel a su mujer ni una semana entera. Y como prefiere —aquí Bjarke levantó ambas manos y dibujó unas comillas en el aire— la
carne tierna
, la mayor parte de las veces se trata de estudiantes que admiran a su profesor y por eso se convierten en conquistas fáciles para él.

Desde luego Aron Bjarke no se andaba con rodeos. La franqueza del profesor dejó perplejos a los dos policías. Knutas se espabiló.

—¿Está diciendo completamente en serio que Mellgren ha mantenido con anterioridad relaciones con estudiantes?

—Sí, claro, es el pan nuestro de cada día. Sería una cosa rara que Staffan diera alguna vez un curso sin enrollarse como mínimo con una de las estudiantes.

—¿Cuánto tiempo lleva actuando de esta manera?

—Diez años como mínimo.

—¿La señora Mellgren está al tanto de sus infidelidades?

—Me cuesta creer que aceptara una cosa así.

—Parece que conoce a Mellgren bastante bien.

—Llevamos más de quince años trabajando juntos.

—¿Cómo ha conseguido mantener en secreto sus aventuras amorosas durante tantos años?

—Susanna y él viven vidas diferentes. Ella está en casa con los niños y se ocupa de la casa y de la granja. A él su trabajo le lleva mucho tiempo. No creo que se vean mucho.

—En el comportamiento de Mellgren con Martina, ¿qué fue lo que le llamó la atención?

—No puedo asegurar que hubiera algo entre ellos. No nos vimos muchas veces todos juntos. Yo tenía mis clases y entonces él no estaba presente. Pero al empezar el curso, cuando todos estaban en Visby, tuvimos una serie de actividades en común. Y digamos que como ya he visto tantas veces a Staffan en acción, pues noto enseguida cuándo está tratando de ligar.

—¿Cómo lo hace?

—Bueno, lo de siempre. Se ríe y bromea mucho con la que en ese momento le interesa, la mira mucho tiempo sin decir nada. Sus viejos trucos son tan obvios que resulta ridículo.

—Parece usted bastante seguro.

—Se puede expresar así: una joven ha sido asesinada, lo cual, por supuesto, es una cosa terriblemente seria. Quede claro que no quiero señalar a nadie ni aseverar cosas que puedan hacer que esa persona resulte sospechosa a ojos de la policía. Para hacerlo, comprendo que tendría que estar totalmente seguro de lo que afirmo. Lo que puedo decir es que él, sin duda, estaba tratando de ligar con Martina Flochten. Si fue correspondido o no, de eso no sé nada. Después de las semanas de clases teóricas el curso se trasladó a Fröjel y no he vuelto a ver a Martina desde entonces.

K
arin y Knutas hicieron una pausa para tomar un café antes de que llegara la hora del siguiente interrogatorio. Ambos sentían claramente que necesitaban una pausa después de la conversación con Aron Bjarke.

En los pasillos se cruzaban los estudiantes que participaban en el curso y los profesores de la universidad que entraban y salían de las salas de interrogatorios. Había muchas personas a las que era preciso descartar cuanto antes.

—Después de lo que ha contado el profesor, va a ser muy interesante saber lo que han dado de sí los demás interrogatorios —comentó Karin mientras esperaban frente a la máquina de café a que se llenaran sus tazas—. ¿Te ha parecido creíble?

—¿Quién sabe?, pero es innegable que no tiene pelos en la lengua. Lo cual siempre me resulta sospechoso.

—Y eso ¿por qué? Creía que te gustaba la sinceridad —dijo Karin sonriendo.

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