Nervios (7 page)

Read Nervios Online

Authors: Lester del Rey

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Nervios
6.3Mb size Format: txt, pdf, ePub

Durante un momento se preguntó si tales películas habían contribuido a fomentar el miedo general de los hombres a la ciencia atómica o simplemente lo habían reflejado.

Probablemente era un poco de ambas cosas, decidió mientras se dejaba caer en su silla.

Entonces oyó a Jenkins, que estaba en el quirófano ordenándolo todo con extraños ruiditos nerviosos. No le importaba que el muchacho le descubriera tranquilamente repantigado en su sillón mientras el destino del mundo estaba pendiente tan claramente de lo alerta que estuviera. Los jóvenes médicos tienen que irse desilusionando poco a poco o se vuelven amargados y su trabajo se resiente. A pesar de todo, a pesar de lo divertido que le resultaba el joven doctor y su estado nervioso, no podía dejar de sentir una ligera envidia por aquel joven de cara delgada, de sus hombros erguidos y de su estómago plano. Quizá Blake tenía razón; quizá se estaba haciendo viejo.

Jenkins se alisó una arruga de la bata blanca y levantó la mirada.

—He estado en el quirófano ordenándolo todo por si se necesita su uso urgente, doctor Ferrel. ¿Cree que es suficientemente seguro tener sólo a la señorita Dodd y a uno de los celadores aquí? ¿No deberíamos disponer de más del mínimo establecido legalmente?

—Dodd es un equipo completo ella sola —respondió Ferrel—. ¿Es que espera más accidentes de lo normal esta noche?

—No, señor. No exactamente. Pero ¿sabe usted algo de lo que se está ocurriendo?

—No. —Ferrel no se lo había preguntado a Palmer; desde antiguo sabía que no podía meterse con los progresos de ingeniería atómica, y ya hacía tiempo que había dejado de intentarlo—. ¿Es algo nuevo para el ejército?

—Peor aún, señor. Están fabricando por primera vez el isótopo atómico 713 tanto en el convertidor Tres como en el Cuatro.

—¿Sí? Creo que he oído algo de eso alguna vez. Se usa para eliminar los gorgojos,

¿verdad?

Ferrel recordaba vagamente el proceso de sembrar polvo radiactivo en un círculo que rodeara al gorgojo para aislar la plaga y luego se avanzaba lentamente hacia el interior. Si se utilizaba con lo debidas precauciones, lograba erradicar el gorgojo y lo reducía la mitad del territorio que anteriormente había ocupado.

Jenkins intentó parecer disgustado, sorprendido y ligeramente superior.

—Hubo un artículo sobre eso en la Natomic Weekly Ray de la semana pasada, doctor.

Posiblemente sabrá que el problema que hubo con el isótopo atómico 544 que estaban utilizando fue su vida media de más de un mes. Aquello hacía que la tierra de labor no pudiera plantarse al año siguiente, por lo que tenían que ir muy despacio. El isótopo 713 tiene una vida media de una semana y alcanza los límites de seguridad cuatro meses después, por lo que se pueden desinsectar zonas de cientos de kilómetros en invierno y la tierra ya está en condiciones de ser usada la primavera siguiente. Los experimentos en zonas piloto han tenido un éxito total y hemos recibido un pedido enorme de un estado que quiere una partida inmediatamente.

—Tras seis meses en los salones políticos discutiendo si usarlo o no —aventuró Ferrel, con un tono de voz lleno de experiencia—. Parece algo muy interesante, si es que consiguen recoger suficientes gusanos y otros animalitos para soltarlos después y poner la tierra condiciones satisfactorias. ¿Y a qué viene tanta preocupación?

Jenkins movió la cabeza con gesto de indignación.

—No estoy preocupado. Pienso simplemente que tenemos que adoptar todas las precauciones posibles y prepararnos para hacer frente a cualquier accidente; después de todo, se está trabajando en algo nuevo y un producto con una vida media de una semana debe ser bastante fuerte, ¿no cree? Además, he repasado algunos de los esquemas de la reacción a efectuar en el artículo que le digo y… ¿Qué ha sido eso?

De algún lugar situado a la izquierda de la enfermería llegaba un rumor apagado acompañado de un ligero temblor de tierra, que dio paso a continuación a un silbido ininterrumpido, casi inaudible a través de los muros insonorizados del edificio. Ferrel lo escuchó unos instantes y se encogió de hombros.

—No hay de qué preocuparse, Jenkins; lo escuchará una docena de veces al año.

Desde que entré a trabajar aquí siempre he visto a Hokusai empeñado en conseguir un combustible atómico que pueda emplearse en los cohetes. No está satisfecho con los progresos alcanzados en la estación espacial: lo que él quiere es ver enviadas al espacio verdaderas supernaves de gran capacidad de carga. Algún día nos traerán el cuerpo de ese hombrecillo sin cabeza, pero hasta ahora no ha logrado nada que funcione y que pueda mantener bajo control. ¿Qué me decía de los esquemas de la reacción del isótopo 713?

—Nada definido, me temo —Jenkins no dejó de atender al rumor sin esfuerzo, mientras seguía con el ceño fruncido—. Sé que funcionaba en pequeñas cantidades, pero hay algo en uno de los pasos intermedios de lo que desconfío. Creí haberlo reconocido y se lo dije al ingeniero Jorgenson, o al menos lo intenté, pero ya se puede imaginar usted lo que sucedió. Ni siquiera quiso discutir tal posibilidad.

Al ver la pálida cara del muchacho sobre los tensos músculos de su mandíbula, a Ferrel le desapareció la sonrisa. Asintió levemente. Si aquello era lo que había producido los exabruptos de Jorgenson, lo encontraba bastante comprensible. Pero el conjunto de la situación parecía no tener ningún sentido. Era seguro que el orgullo de Jenkins se había visto herido, pero no se comprendía que lo hubiera sido hasta aquel punto. Había algo muy curioso tras todo aquello, y algún día Ferrel tendría que averiguar de qué se trataba; pequeños asuntos como aquel podían dar al traste con la sensatez de un hombre ante el instrumental si no eran resueltos de un modo u otro. Mientras tanto, lo mejor sería olvidarse de aquel tema.

La voz de la telefonista, que pronunciaba cuidadosamente cada sílaba, saltó del altavoz interrumpiendo sus pensamientos.

—¡Doctor Ferrel! Se requiere al teléfono al doctor Ferrel. Doctor Ferrel, por favor!

La cara de Jenkins palideció por completo. Su mirada se clavó en su superior. El doctor gruñó:

—Probablemente Palmer está aburrido y querrá explicarme cómo manejó a la comisión O querrá contarme algo de su nieto. Cree que el niño es un genio porque ya sabe un par de palabras.

Sin embargo, al entrar en su despacho hizo un alto para secarse el sudor de las manos antes de contestar. Había algo de contagioso en los temores apenas reprimidos de Jenkins, y la expresión de Palmer al otro lado del teléfono era también muy desacostumbrada. Sonreía con una mueca falsa, como si fuese una máscara. Ferrel sospechó que junto a Palmer se hallaba alguien más, fuera del campo de visión del aparato.

—Hola Ferrel.

La voz de Palmer tenía también un tono de falsa cordialidad, y el que usara su apellido era un claro síntoma de que había alguna dificultad.

—Me han comunicado que ha habido un pequeño accidente en convertidores. Te van a llevar a la enfermería a algunos que necesitan tratamiento, aunque es posible que tarden

¿Se ha ido ya Blake?

—Hace media hora más o menos. ¿Crees que es lo bastante grave para hacerle venir o seremos suficientes Jenkins y yo?

—¿Jenkins? Ah, sí, el nuevo médico —dijo Palmer, con una a voz, mientras sus brazos mostraban la inquietud con estar moviendo las manos, fuera de visión—. No, no es necesario llamar a Blake, supongo… Por lo menos, no lo llames o se alarmaría a quien le viera regresar precipitadamente. Tú podrás hacerte cargo de todo

—¿De qué se trata? ¿Son quemaduras por radiación o heridas por accidente?

—Principalmente radiación, creo. Quizás haya también algún traumatismo. Alguien se ha descuidado otra vez. Ya sabes qué quiero decir; ya sabes lo que pasa cuando se rompe alguna de las líneas de alta presión.

Sí, el doctor ya tenía experiencia en aquello, si es que se trataba de aquello.

—Claro. Seguro que podremos hacernos cargo de algo así, Palmer. Pero creía que ya habías terminado el trabajo del número Uno hacía una hora. ¿Y cómo ha sido que no han puesto los relés de presión? Creía que los habían instalado hace seis meses.

—Yo no he dicho que haya sido el número Uno o que haya sucedido nada con las líneas de alta presión. Sólo lo estaba comparando con algo que te resultara familiar. Con los nuevos productos tenemos que utilizar nuevos equipos.

Palmer alzó la mirada a otra persona, en confirmación de lo que el doctor había supuesto, y alzó los brazos en un ligero movimiento antes de volverse otra vez hacia la pantalla.

—No puedo adelantar nada más por ahora, doctor; este accidente rebasa todos los planes previstos y los detalles se amontonan ante mí. Luego podremos hablar. Estoy seguro de que ahora tendrás que hacer varios arreglos y preparativos. Llámame si quieres algo.

La pantalla se oscureció y el teléfono se cortó con brusquedad, en el mismo instante en que comenzaba a hablar alguien con voz apagada. Aquella voz no era la de Palmer.

Ferrel tensó el estómago, se volvió a secar el sudor de las manos y se dirigió al quirófano con una estudiada despreocupación. ¡Maldito Palmer! ¿Por qué no le había dado aquel chalado la información suficiente para hacer los preparativos necesarios? Estaba seguro de que sólo estaban en funcionamiento los convertidores números Tres y Cuatro, y se suponía que ambos eran totalmente seguros. ¿Qué había sucedido, pues?

Al verle salir, Jenkins pegó un salto del taburete en el que estaba sentado, con los músculos del rostro tensos y los ojos llenos de un terror total. Allí donde había estado sentado se veía un ejemplar del Weekly Ray abierto por una página llena de gráficas y símbolos que no representaban nada para Ferrel, excepto la línea marcada a lápiz en una de las reacciones. El joven tomó la revista y la puso de nuevo en una mesa.

—Un accidente de rutina —le informó Ferrel con toda la naturalidad que pudo, maldiciéndose a sí mismo por tener que forzar la voz. Gracias a Dios, las manos del muchacho no parecían temblar de un modo visible mientras volvía las páginas de la revista; todavía resultaría de utilidad en el caso de que se hiciera necesaria una intervención quirúrgica. Palmer no había dicho nada de eso, claro, pero en realidad no había dicho casi nada de nada—. Van a traer a algunos hombres con quemaduras por radiación, según Palmer. ¿Está todo dispuesto?

Jenkins asintió herméticamente.

—Totalmente, señor… todo lo que podemos estar para un accidente de rutina de los números Tres y Cuatro. El isótopo R… Lo siento, doctor Ferrel, no quise decir tal cosa.

¿Llamamos al doctor Blake y al resto de enfermeras y asistentes?

—¿Eh? Bueno, probablemente no podríamos localizar a Blake, y además Palmer cree que no le necesitaremos. Dígale a Dodd que localice a Meyers. Las demás, si es que las conozco un poco, estarán disfrutando de sus citas, y en cuanto a celadores nos acompañará Jones; con éstos lo haremos mejor que con todos los demás del equipo.

¿El isótopo R? Ferrel recordaba aquel nombre, pero no tenía idea de qué se trataba.

Era algo que había mencionado una vez un ingeniero, aunque no podía recordar en qué contexto. ¿O había sido Hokusai? Vio salir a Jenkins y con un repentino impulso regresó a su despacho, desde donde podría llamar por teléfono en una razonable intimidad.

—Póngame con Matsuura Hokusai.

Se quedó ante la mesa y tamborileó con los dedos sobre ella con impaciencia hasta que finalmente la pantalla se iluminó y apareció la figura del pequeño japonés.

—Hoku, ¿sabe qué se está cociendo en los números Tres y Cuatro?

El científico asintió levemente, y su cara llena de arrugas siguió tan impertérrita como su manera de pronunciar el inglés.

—Sí. Están produciendo I-713 para combatir el gorgojo. ¿Por qué lo pregunta?

—Por nada, por simple curiosidad. He oído rumores sobre un cierto isótopo R y me preguntaba si existe alguna relación con lo que están haciendo allí. Parece que ha habido un pequeño accidente y quiero estar dispuesto para lo que se pueda presentar.

Durante una fracción de segundo los pesados párpados de Hokusai parecieron cobrar vida, pero su tono de voz siguió neutro, sólo que ligeramente más rápido.

—No hay ninguna relación, doctor Ferrel. No están produciendo isótopos R, se lo aseguro absolutamente. Es mejor que olvide el isótopo R. Lo siento mucho, doctor. Tengo que ir rápidamente a ver ese accidente. Gracias por llamar. Adiós.

La pantalla quedó nuevamente en blanco, como la cabeza del doctor Ferrel.

Jenkins se encontraba en el quicio de la puerta, pero o bien no había escuchado nada o parecía no demostrarlo.

—La enfermera Meyers viene de camino —dijo—. ¿Tengo que disponer inyecciones de curare?

—Puede ser una buena idea…

Ferrel no tenía intención de verse sorprendido de nuevo, no importaba lo que aquellas palabras significasen. El curare, uno de los grandes venenos, conocido por los pueblos primitivos sudamericanos durante siglos antes de que fuera sintetizado por la química moderna para el tratamiento de ciertas enfermedades espasmódicas, era el recurso final en los casos de radiación que quedaban obviamente fuera de las posibilidades de tratamiento de la medicina. Aunque en la enfermería lo había habido durante mucho tiempo, en los largos años de práctica del doctor sólo se había usado un par de veces; en ninguna de las dos la experiencia había sido agradable. O Jenkins estaba totalmente asustado, o se mostraba celoso en grado sumo, a no ser que supiera algo que no fuera de su incumbencia como médico.

—Parece que tardan bastante en traer a los heridos; no puede ser tan grave, Jenkins, o de lo contrario se hubiesen dado más prisa.

—Quizá. —Jenkins prosiguió con los preparativos, disolviendo plasma tiofilizado en agua destilada. Añadió los ingredientes necesarios para rastrear la anemia por plutonio y la degeneración del hígado de un vistazo—. Ya se oye la sirena del vehículo ambulancia.

Será mejor que se esterilice mientras yo me hago cargo de los pacientes.

El doctor prestó atención al ruido que llegaba hasta ellos como un zumbido apagado y sonrió ligeramente.

—Debe de ser Beel al volante; es el único hombre lo bastante estúpido para hacer sonar la sirena con las calles vacías. Sea como fuere, notará por la sirena que ahora se dirige hacia el lugar del accidente. Por lo menos tardará otros cinco minutos antes de que vuelva.

Other books

Cast Into Darkness by Janet Tait
Packing Heat by Penny McCall
Me and Kaminski by Daniel Kehlmann
Blood of the Wicked by Karina Cooper
The Bannister Girls by Jean Saunders
Queen of Demons by David Drake
Clay by Ana Leigh
Before I Wake by Dee Henderson
The Hostage Bargain by Annika Martin