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Authors: Pablo Gallego Klaudia Álvarez
Tags: #Comunicación, Otros
¿Quiénes son los indignados?, ¿contra qué protestan?, ¿qué quieren? A estas y otras preguntas responden en este libro cuatro voces comprometidas del 15-M. Ese día, el 15 de mayo de 2011, una convocatoria a través de las redes sociales reunió a miles de personas en cerca de sesenta ciudades españolas. Aquella misma noche, muchos acamparon en las plazas, dando así el pistoletazo de salida a la protesta más transversal y pacífica de las últimas décadas en España.
Pero, ¿cómo empezó todo? No fueron los sindicatos ni ningún partido los que desataron la llamada «#spanishrevolution», cuyos efectos aún están por saber. Fueron ciudadanos anónimos, algunos de los cuales, los primeros indignados —la expresión, acuñada por Stéphane Hessel, que les ha unido y otorgado identidad— exponen aquí sus razones y sus propuestas para el futuro.
Klaudia Álvarez, Pablo Gallego, Fabio Gándara y Óscar Rivas
Nosotros, los indignados
Las voces comprometidas del #15-M
ePUB v1.0
natg18.07.12
Título original:
Nosotros, los indignados
Klaudia Álvarez, Pablo Gallego, Fabio Gándara y Óscar Rivas, 2011.
Editor original: natg (v1.0)
ePub base v2.0
E
n las últimas páginas de mi libro
Dans avec le siècle
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me hacía esta pregunta: «Nuestras sociedades, ¿conocerán un nuevo despertar o un crepúsculo definitivo?». A la vista de lo que ha ocurrido y está ocurriendo en plazas y barrios de numerosas ciudades españolas, en la Puerta del Sol de Madrid, en la plaza de Catalunya de Barcelona, en Sevilla, en Valencia, en Bilbao, en Oviedo…, no puedo más que expresar mi agradable sorpresa y satisfacción de encontrarme en connivencia con los sentimientos y las inquietudes de miles de indignados de este gran país, diverso y plural, que es España, cuya tradición de lucha y resistencia contra los conculcadores de la libertad y de los derechos humanos viene de antaño.
Desde estas páginas, me place acompañar estas voces comprometidas que han intervenido activamente en el movimiento del 15-M. Considero esencial que la movilización de los indignados españoles se acompañe de efectos beneficiosos para revitalizar los valores de la democracia y para impulsar las reformas que exige la mayoría de los ciudadanos.
Mis saludos más cordiales a los indignados españoles y mi apoyo entusiasta para que asuman el compromiso por inquietud ética de actuar y movilizarse.
S
TÉPHANE
H
ESSEL
París, 1 de junio
K
LAUDIA
Á
LVAREZ
S
oy un joven profesora. Para mí los años empiezan en septiembre. El tiempo se mide en cursos escolares y este de 2011 que ahora se acaba ha marcado un punto de referencia no sólo en mi vida, sino en la de muchas personas. Tengo el privilegio de haber vivido la «#spanishrevolution» en Barcelona desde el primer momento, desde dentro y de haber visto cómo calaba día a día. Este cambio, de la indiferencia a la implicación en manifestaciones, acampadas y reivindicaciones diversas, es una muestra del despertar que se ha producido en la sociedad, lo que me llena de alegría y de esperanza.
Tengo treinta y cinco años, una gata, un trabajo que me gusta, buenos amigos, una familia y hasta mi propia casa. ¿Por qué estoy indignada? Todo el mundo me dice que tengo motivos de sobra para ser feliz y, sin embargo, hace mucho que estoy indignada. La cuestión es que tengo muchas más cosas. Por ejemplo, un padre que hace demasiado que está en paro y unas cuantas amigas con contratos precarios, un trabajo que sigue siendo temporal después de ocho años y una hipoteca que pagaré hasta que cumpla los setenta. Pero, sobre todo, tengo ojos que me sirven para ver que no se trata de una situación aislada, ni siquiera de una crisis. Hace tiempo que pienso que este modelo de sociedad tiene los días contados. A menudo me he sentido extraña, viendo cómo todo seguía igual un día tras otro. Parecía que a nadie le importaba. Y eso era lo más irritante.
La semilla del cambio
Un día abrí una cuenta en Twitter. Aparecieron en mi vida un montón de nuevas palabras: «Anonymous», «hacktivismo», «#sindepírate», Tahrir, «ciberrevolución», «Ddos», Hessel, «#nolesvotes», «#malestar, Islandia»…, y la semilla del cambio se instaló en mi cabeza. Mucha gente seguía pensando que nada importaba y que nada podía cambiarse, pero algunas personas empezamos a variar la perspectiva. La red aparecía ante nosotras no sólo como un medio de información, inspiración y comunicación, sino como un instrumento para organizar nuestra indignación. A través de @Dima_Khatib seguí las revoluciones árabes. Y descubrí que la «desorganización» en forma de red, sin un centro claro y en constante mutación, puede ser muy organizada. Empecé a comprender lo que Manuel Castells llama «wikirrevoluciones» y constaté que el poder de los internautas y de las redes sociales es difícil de contener. Y comencé a soñar con una «#globalrevolution» sin cerebro central que se contagiara de forma viral y que naciera de la indignación de millones de personas.
En pocas semanas mi Facebook pasó de mostrador de mi vida a boletín de contrainformación. La red social, diseñada para rendir culto a los egos, se convirtió en un arma de organización colectiva mucho más potente de lo que podíamos imaginar. Fue allí donde, medio por casualidad y medio por curiosidad, encontré a mis compañeros indignados, ávidos de acción como yo. Allí, en un muro de Facebook donde se gestó todo, decidimos una fecha, el 15 de mayo, que acabaría convirtiéndose en algo mucho más grande que nosotros mismos. Pusimos fecha y hora, sin tener conciencia de lo que aquello iba a desencadenar. Y empezamos a trabajar. Mentes de todos los puntos del país elaboraron, debatieron y volvieron a elaborar un manifiesto, unas propuestas, unas estrategias fruto del consenso. En tres meses escasos la idea de una movilización ciudadana asindical y apartidista cobró cuerpo en sesenta ciudades. Se formaron equipos de trabajo deslocalizados: de propuestas, internacional, de comunicación… Se puso en marcha una web y un foro. Se generaron cientos de vídeos, canciones, lemas, pancartas, emails, carteles, eventos, octavillas…
El cerebro en red
El cerebro en red es una máquina productiva increíble. Simultáneamente se organizaron asambleas que crecían y se multiplicaban en comisiones. El proceso se reproducía de una ciudad a otra: personas de todo tipo nos encontrábamos y en unos días pasábamos de ser absolutos desconocidos a constituir una familia movilizada. Nos unía un objetivo común, que habíamos pensado y alimentado entre todos, y allí se iba todo nuestro tiempo libre, nuestras energías, nuestra imaginación y nuestra confianza. Cada domingo asamblea, para vernos, tocarnos y organizarnos. Cada noche Facebook, Twitter, pads, nuestras inteligencias conectadas trabajando en red.
Se iba acercando el día. Nerviosas y cansadas, en la semana previa al 15-M hubo momentos para todo: chapas, canciones, encarteladas, multas, fiestas, ruedas de prensa, risas, talleres, pancartas, charlas y mucho, mucho internet. Si los medios nos ignoraban, haríamos nuestra propia campaña. El primer día, sesenta tuiteros lanzamos en simultáneo el «hashtag» #15m. Y funcionó, en media hora estábamos en el top 5. Aun así siguió el «#silenciomediatico», y decidimos contraatacar. Los «#15mfacts» volvieron a ser «trending topic»,
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regalándonos sonrisas con «tuits» como: «PSOE y PP: Nadie hablará de vosotros cuando os hayamos encerrado», «Señoras que salen el domingo a pasear y acaban haciendo la revolución», «Si hacer el amor cada cuatro años no es tener vida sexual, votar cada cuatro años no es democracia» o «¡Atención, atención! La niña de Rajoy vendrá a la manifestación del “#15m”». El Gran Wyoming dijo: «Los “facts” del “#15m” son más graciosos que los guionistas de mi programa, ¡Maldita sea!», pero los grandes medios seguían sin escucharnos. Nos habíamos ganado la red, pero aún no sabíamos lo que pasaría en la calle. Confiábamos en el «#pásalo».
El 15 de mayo, tras un invierno de trabajo y aprendizaje continuo, me vi subida a un camión, en la plaza de Catalunya de Barcelona, micro en mano, delante de 15.000 personas indignadas. Pero no hizo falta decir mucho. La multitud estalló con su propio grito de guerra: «¡Sí se puede!». Hasta ese día no nos lo creíamos.
Las movilizaciones del 15-M superaron todas nuestras expectativas, incluso las más optimistas. Por la asistencia masiva, por la actitud entregada de la gente y por la revolución que se desató esa misma noche. Más allá de ideologías, de nacionalismos o de edad, gente de todo tipo hizo suyas las reivindicaciones, porque venían de ellos mismos. Alzamos nuestra voz sin necesidad de ser representados por nadie y tomamos conciencia del papel activo que podemos ejercer en la política. La sorpresa ante el poder auto-organizativo de la sociedad cogió desprevenidos a los medios y a los políticos, que hasta ese mismo día no habían demostrado el más mínimo interés en nuestro movimiento.
«¡Si Barcelona no tiene miedo,
«
a Madrid no tenim por
!»
Nosotros tomamos también conciencia de que son muchas más las cosas que nos unen que las que nos separan, de que esas diferencias no son más que constructos que nos han metido en la cabeza. Unos días más tarde, mientras en Barcelona intentaban desalojar la plaza de Catalunya, Madrid gritaba y «tuiteaba»: «¡Si Barcelona no tiene miedo, “a Madrid no tenim por!”». ¿Dónde estaban las rivalidades y los abismos territoriales? Somos todas iguales, somos las mismas, igual de precarias, de cansadas y de enfadadas. Somos los nadie sin miedo y sin futuro, en Barcelona, en Atenas o en Tahrir.
Y tenemos la legitimidad de lo irrebatible. Aquello que reclamamos es tan básico y de sentido común que es imposible no estar de acuerdo. Tener una vida digna es prioritario. También lo es una vivienda digna para todas las personas, sin importar dónde hayas nacido. Como lo es una atención sanitaria y una educación de calidad. Y más prioritario aún es que todo el mundo deje de vivir en la precariedad.
Mientras estos derechos básicos no estén garantizados no hay democracia. Mientras existan clases privilegiadas no habrá democracia. En un país con casi cinco millones de personas sin empleo y 300.000 desahucios, no se trata sólo de participar en las decisiones. Quien tiene hambre o quien llega a casa tras una jornada agotadora por un sueldo miserable no está para política. Mientras no haya garantías de un estándar básico de calidad de vida para todos no habrá democracia.
Garantizar los derechos sociales es responsabilidad del Estado, que actualmente legisla en contra de esos derechos para perpetuar los privilegios y agrandar el abismo entre la minoría dominante y la mayoría precarizada, entre una casta que continúa enriqueciéndose año tras año y una población cada vez más endeudada. Son unos pocos los que han creado la crisis y pretenden que la paguemos entre todas.
Contra la perversión de la democracia
Lo llaman democracia y no lo es. Nos han vendido una falsa sensación de libertad y de capacidad de intervención que nunca tuvimos. La «fiesta de la democracia», llaman a las elecciones. ¿Qué democracia? ¿La de los ministros y concejales corruptos? ¿La del bipartidismo? Votar cada cuatro años no es democracia. Las elecciones son la farsa de la partitocracia. No quiero que nadie me represente, quiero decidir por mí misma. Quiero que ejecuten las medidas que la ciudadanía decida y que cumplan el programa con que se presentaron y por el cual se les votó. Estamos funcionando con leyes y estructuras obsoletas. El poder se ha construido un sistema que le permite perpetuarse y excluye todo lo que no sirva a ese propósito. Pero somos muchas, una multitud preparada y motivada, y sabemos luchar.