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Authors: Desmond Morris

Tags: #GusiX, Ensayo, Ciencia

Observe a su gato (12 page)

BOOK: Observe a su gato
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En lo que se refiere a las hembras, el período puede ser relativamente corto, de seis a ocho meses es lo normal, pero se sabe que hembras muy jóvenes han llegado a adquirir la actividad sexual entre tres y cinco meses. Este principio tan precoz parece ser originado por las circunstancias poco naturales de la domesticación. Para una gata salvaje, resulta más normal los diez meses.

La gata salvaje europea empieza su temporada de cría en marzo. Tiene lugar un período de gestación de sesenta y tres días y los gatitos aparecen en mayo. A fines del otoño se independizan y, si sobreviven al invierno, comienzan a criar en marzo cuando tengan diez meses de edad, produciendo sus propias camadas al alcanzar el año. Para esos gatos salvajes existe una sola estación de cría al año, por lo que los machos jóvenes deberán ser pacientes y aguardar hasta la temporada siguiente para entrar en acción.

Este ciclo en la vida salvaje se debe, obviamente, al cambio estacional y a la variación en el suministro de alimentos, pero para el mimado gato doméstico no existen semejantes problemas. Con sus orejas de caza finamente sintonizadas en el sonido metálico del abrelatas y con la calefacción central vibrando amablemente como telón de fondo, al lujuriante gato doméstico le tiene sin cuidado el ciclo anual de la Naturaleza. Como resultado de todo ello, sus secuencias de cría son menos rígidas que en su colega salvaje. Puede aparearse temprano, en la segunda mitad de enero, produciendo una camada a comienzos de abril. Dos meses después, con los gatitos destetados y despachados a nuevos hogares, empezará de nuevo con otra secuencia de cría, produciendo una segunda camada a fines de otoño.

Con la pérdida de este sencillo ritmo anual, hay una amplia gama de edades, entre los jóvenes gatos domésticos, que producen las variaciones en los estadios en los que se llega a ser sexualmente activos.

Se ha informado de casos en que los gatos salvajes han tenido una segunda camada en agosto, pero se sospecha que esto sólo ocurre donde ha habido cruces entre animales salvajes y gatos domésticos asilvestrados.

¿Se reproducen muy deprisa los gatos?

Sin restricciones, una población gatuna se incrementaría en una proporción desconcertante. Esto se debería a que las gatas son madres excelentes, y porque la domesticación les lleva a triplicar, posiblemente, el número de camadas y a incrementar el numero de cada una. Los gatos salvajes europeos, con su única camada al año, tienen, de promedio, de dos a cuatro gatitos, pero los domésticos pueden producir una media de cuatro a cinco en cada una de sus tres camadas anuales.

Un cálculo simple, comenzando con una única pareja de cría de gatos domésticos, y con un promedio de catorce gatitos de las tres camadas anuales, nos revelaría que, en el espacio de cinco años, habría un total de 65.536 gatos. Esto dando por supuesto que sobrevivieran todos, que machos y hembras nacieran en igual número y que todos comenzaran a criar a la edad de un año. En realidad, las hembras comienzan un poco más jóvenes, por lo que las cifras anteriores serían aún más elevadas. Pero la realidad sería muy distinta ya que la mayoría de los gatos moriría de enfermedad o de accidente.

Esto nos da una lúgubre descripción del aspirante a ratón casero, un mundo de pesadilla con gatos en cada rincón.

Pero nunca llega a materializarse porque existen suficientes dueños responsables de aplicar las correspondientes restricciones a la cría de sus animalitos domésticos, para mantener el número de gatos bajo control. La castración tanto de machos como de hembras es en la actualidad algo corriente, y se estima que más del noventa por cierto de los machos han sufrido esta operación. A las hembras a las que se les permite criar ven reducida su camada a uno o dos gatitos, y los otros infortunados son muertos sin dolor por el veterinario local. En algunas zonas existen programas inflexibles de exterminio de gatos asilvestrados y callejeros, y en algunos países, incluso, proyectos de contraceptivos orales. A la población de gatos callejeros se les dan comidas en las que se ha disuelto la «píldora». Israel, por ejemplo, alega haber impedido el nacimiento de 20 000 gatitos al año con el empleo de esta técnica.

A pesar de esos intentos, no obstante, existen aún más de un millón de gatos asilvestrados y callejeros en Gran Bretaña en el momento actual. Se ha estimado que existe medio millón sólo en la región de Londres. Además, hay entre cuatro y cinco millones de gatos domésticos, lo cual nos da una impresionante población felina de, más o menos, diez gatos por cada cien seres humanos.

¿Cómo llevan a cabo los gatos el cortejo?

Los gatos se pasan, una buena parte del tiempo preparando el acto del apareamiento. Sus prolongadas «orgías» y promiscuidad les han dado una reputación de lascivia y lujuria durante siglos y siglos. No se trata de que el acto del apareamiento en sí sea muy largo o particularmente erótico. En realidad, todo el proceso de la cópula raramente sobrepasa los diez segundos, y a menudo es aún más breve. Lo que otorga a los felinos su fama de lascivos es el parecido de sus reuniones sexuales con las de una pandilla de «Hell's Angels». Se ve a una hembra escupiendo, zarandeando y golpeando a los machos en un momento determinado y al instante siguiente ya está retorciéndose por el suelo. Se ve a un corro de machos, aullándose, gimiendo e increpándose unos a otros y pensamos que esperan turno para violar a la hembra.

Pero la verdad es un poco diferente. En realidad, el proceso puede durar horas, incluso días, en una continua actividad sexual, y es la hembra la que está al mando de todo lo que va sucediendo. Es ella la que marca el compás y no los machos. Éstos responden a sus especiales olores sexuales y acuden todos a su alrededor. El Tacho en cuyo territorio ha elegido la gata llevar a cabo su despliegue sexual es, inicialmente, el más favorecido, porque los otros machos de los territorios vecinos tienen miedo de invadir su terreno. Pero una gata en celo es más de lo que pueden resistir, por lo que corren el riesgo. Esto lleva a una serie de peleas de macho contra macho (y son éstas las responsables de la mayor parte del ruido, y la razón de que los maullidos y los aullidos se crean, erróneamente, que son algo sexual, cuando, en realidad, constituyen una cosa puramente agresiva). Pero el foco del interés es la hembra, esto ayuda a que se desarrollen las peleas entre machos y permite que se forme un corro de ellos en torno a la hembra.

La gata exhibe sus ronroneos y canturreos, rueda por el suelo, se frota y se retuerce para fascinar las miradas de los machos, que no se apartan de ella. Llegado el momento, uno de los machos, probablemente el dueño del territorio, se le aproxima y se sienta junto a ella. Para su desgracia se ve atacado a golpes de las aguzadas garras delanteras de la gata. Le escupe, le gruñe y el gato se retira. Cualquier macho que se le aproxime se ve pronto despedido de igual manera. La gata es la dueña de la situación y será ella la que, llegado el momento, elija qué macho se le puede aproximar de una manera más íntima. El que lo consiga puede ser el gato dominante allí presente, o no. Esto es indiferente para la gata, pero ciertas estrategias del macho le ayudarán a tener éxito. Lo más importante es avanzar hacia ella sólo cuando la gata esté mirando hacia otro lado.

En cuanto se vuelve en la dirección del macho, éste se inmoviliza, como el niño que juega al juego llamado de las «estatuas». La gata ataca cuando ve el avance en sí, y no el cuerpo inmóvil que, por arte de magia, está ahora más cerca que antes. De este modo, un gato con la suficiente precisión llega a encontrarse muy próximo a ella. Entonces el gato le brinda un extraño gorjeo gutural y, si la hembra responde escupiéndole y bufándole, el macho eventualmente se arriesgará a llegar al contacto. Comienza tomándola por el pescuezo entre sus mandíbulas, y luego la monta con cuidado. Si la gata está dispuesta a copular, aplana la parte delantera de su cuerpo y alza el trasero en el aire, torciendo la cola hacia un lado. Se trata de la postura denominada «lordosis» y representa la invitación final al macho, permitiéndole la cópula.

A medida que transcurre el tiempo, la «orgía» cambia de estilo. Los machos se van saciando y están menos interesados por la hembra. Ésta, por otra parte, cada vez parece más y más lujuriosa. Tras haber conocido a un macho tras otro en unos intervalos relativamente breves, de tal vez varios días, cabría imaginar que habría quedado saciada, pero no es así. Mientras persista un ápice de su período de celo querrá aparearse, y ahora los machos deberán ser alentados. En lugar de juguetear, debe trabajarles bien para suscitar su interés. Lo hace con un buen muestrario de gorjeos, roces y, en especial, revolcándose por los suelos. Los machos siguen sentados observándola, y de vez en cuando consiguen mostrar el suficiente entusiasmo para montarla una vez más. Llegado el momento todo habrá acabado, y las probabilidades de que una gata regrese a casa sin haber sido fertilizada tras unos acontecimientos semejantes son altamente remotas.

¿Por qué el gato agarra a la hembra por el cogote cuando copulan?

A primera vista parece una exhibición más de la brutalidad del macho, como el hombre de las cavernas de los dibujos animados, que agarra a su compañera por el cabello y la arrastra hasta su cueva. Pero nada puede hallarse más lejos de la verdad. En asuntos sexuales en lo que a los gatos se refiere es la hembra, y no el macho, quien domina. Los machos luchan salvajemente entre sí, pero cuando se hallan excitados sexualmente e intentan copular con la hembra se hallan muy lejos de ser los que mandan. Es ella la que golpea y ataca a los machos. El mordisco en el pescuezo parece algo salvaje, pero, en realidad, constituye un truco desesperado del macho para protegerse de posteriores ataques. Esta protección es de una clase especial. No se trata de sujetarla a la fuerza para que no pueda volverse y atacarle. Es demasiado fuerte para ello. Constituye más bien un «truco de conducta» ejecutado por el macho. Todos los gatos, ya sean machos o hembras, presentan una respuesta peculiar al ser agarrados con fuerza por el cogote, que procede de sus días de infancia.

Poseen una reacción automática al verse sujetados así por su madre. La gata lo emplea cuando transporta a los gatitos de un lugar poco seguro a otro. Resulta crucialmente importante que los mininos no forcejeen en tales ocasiones, por estar en juego sus propias vidas. Por lo tanto, los felinos han evolucionado una reacción de «inmovilización» cuando les cogen por la piel del cogote, una respuesta que exige permanecer quietos y no forcejear. Esto ayuda a la madre en su difícil tarea de poner la camada a salvo. Al crecer, los gatos nunca pierden por completo esta respuesta, como puede comprobar usted mismo con un gato 1 adulto agarrándolo con fuerza por la piel del cogote.

Inmediatamente deja de moverse, se queda inmóvil bajo el pinzamiento durante algún tiempo, y sólo más tarde se pone inquieto. Si se le sujeta con fuerza por cualquier otra parte del cuerpo, la inquietud se presenta con más rapidez, o de forma instantánea. Esta «reacción de inmovilización» es el truco que los gatos emplean para sus hembras potencialmente salvajes. Las hembras son tan propensas a emplear las garras que los *Machos necesitan emplear un truco así. Mientras cuelgan de sus dientes, tienen la posibilidad de que las hembras se transformen en impotentes «gatitos colgando aún de las mandíbulas maternas». Sin ese truco de conducta el macho regresaría a casa con más cicatrices que de costumbre.

¿Por qué la hembra grita durante el acto del apareamiento?

Acabado el breve acto de la cópula, que dura sólo unos cuantos segundos, la hembra se da la vuelta y le ataca al macho, arañándole salvajemente con las garras y gritándole. Cuando retira su pene y desmonta, debe apartarse con rapidez si no quiere que la gata le hiera. La razón de esta salvaje reacción en este punto es fácil de comprender si se examinan fotografías al microscopio de su méntula. A diferencia de los suaves penes de tantos otros mamíferos, el miembro del gato está cubierto por unas espinas cortas y aguzadas, todas apuntando hacia un lado.

Esto significa que el pene puede introducirse con bastante facilidad, pero al retirarlo raspa brutalmente las paredes de la vagina de la hembra. Esto causa un espasmo de intenso dolor, y es a éste al que reacciona la gata con tanta furia.

Naturalmente, el macho atacado no tiene elección en este asunto, no puede ajustar las espinas, aunque desease hacerlo. Están fijas y, lo que es más, cuanto más viril es, más recias son las espinas. Por lo tanto, cuanto más potente es el gato más dolor causa a la hembra.

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