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Authors: Greg Egan

Tags: #Ciencia ficción

Oceánico

BOOK: Oceánico
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Es probablemente en el relato corto donde Greg Egan encuentra su mejor expresión al poder introducir en ellos multitud de ideas sin verse lastrado por la necesidad de imprimir acción a la trama, necesidad que impide la fluidez de algunos de sus relatos mas largos. He aqui tres novelas cortas: «Oceánico», «Oráculo» y «Singleton», donde expone sin tapujos argumentos como la evolución futura del sexo, los múltiples universos o la inteligencia artificial como alternativa a la crianza de hijos biológicos. Un muy buen libro que podría servir como introducción a la obra del quizás mas interesante de los autores de Ciencia Ficción en activo.

Greg Egan

Oceánico

ePUB v1.0

Dirdam
28.03.12

Portada: Lucas Lombard

Traducción: Luis Pestarini y Claudia de Bella

Ediciones Cuásar

Publicación: 2005

ISBN: 987-22090-0-6

Reseña de premios

«Oceánico»
(«Oceanic», 1998)


Premio Hugo.


Premio Locus.


Premio Asimov’s Science Fiction.

«Oráculo»
(«Oracle», 2000)


Premio Asimov’s Science Fiction.


Finalista del premio Hugo.


Finalista del premio Locus.

«Singleton»
(«Singleton», 2002)


Finalista del premio Locus.


Finalista del premio Sturgeon.


Finalista del premio British SF.

Oceánico
1

El oleaje hacia subir y bajar suavemente la embarcación. Mi respiración se volvió más lenta, tomando el ritmo del crujido del casco, hasta que ya no pude notar la diferencia entre el débil movimiento rítmico de la cabina y la sensación de llenar y vaciar mis pulmones. Era como flotar en la oscuridad: cada inhalación me sacaba a la superficie, ligeramente; cada exhalación me hacía sumergir otra vez.

En la litera que tenía encima, mi hermano Daniel dijo claramente:

—¿Crees en la Diosa?

De mi cabeza desapareció en un instante cualquier rastro de sueño pero no respondí de inmediato. No había cerrado los ojos, pero la oscuridad de la cabina sin iluminación parecía cambiar delante de mí, partículas de luz fantasma moviéndose como una nube de insectos inquietos.

—¿Martín?

—Estoy despierto.

—¿Crees en la Diosa?

—Por supuesto. —Todas las personas que conocía creían en la Diosa. Todas hablaban sobre Ella, todos Le rezaban. Daniel más que nadie. Desde que se había unido a la Iglesia Profunda el último verano, rezaba cada mañana un kilotau antes del amanecer. A menudo despertaba para encontrarme con él de rodillas junto a la pared más lejana de la cabina, murmurando y golpeándose el pecho, antes de hundirme agradablemente en el sueño otra vez.

Nuestra familia siempre había sido Transicional, pero Daniel tenía quince años, edad suficiente para elegir por sí mismo. Mi madre lo aceptó con un silencio diplomático, pero mi padre pareció positivamente orgulloso de la independencia y la fuerza de convicción de Daniel. Mis sentimientos estaban mezclados. Me había acostumbrado a seguir la estela de mi hermano mayor, pero eso no me fastidiaba porque también me daba la oportunidad de ver qué tenía por delante: me leía pasajes de los libros que él mismo estaba leyendo, me enseñaba palabras v frases de los idiomas que estudiaba, me delineaba algo de las matemáticas con las que me topaba por primera vez. Solíamos quedarnos despiertos la mitad de la noche hablando sobre los núcleos de las estrellas o la jerarquía de los números transfinitos. Pero Daniel no me dijo nada sobre los motivos de su conversión v de su siempre creciente piedad. No sabia si sentirme herido por esta exclusión o simplemente agradecido; podía darme cuenta que ser transicional era una pálida imitación de pertenecer a la Iglesia Profunda, pero no estaba seguro de que esto fuera tan malo si a cambio de esta mediocridad podía dormir hasta después del amanecer.

—¿Por qué? —dijo Daniel.

Clavé la mirada en la parte inferior de la litera, inseguro de si realmente la estaba viendo o sólo me imaginaba su solidez en la oscuridad de la cabina.

—Alguien tiene que haber guiado a los Ángeles desde la Tierra hasta aquí. Si además la Tierra está demasiado lejos para verla desde Promisión… ¿cómo alguien pudo encontrar Promisión desde la Tierra sin la ayuda de la Diosa?

Escuché que Daniel se movía ligeramente.

—Tal vez los Ángeles tenían mejores telescopios que nosotros. O tal vez se propagaron desde la Tierra en todas las direcciones, lanzando miles de expediciones sin saber siquiera qué encontrarían.

Reí.

—¡Pero tenían que llegar
aquí
para convertirse en carne otra vez! — Eso lo sabía hasta un niño de diez años muy poco devoto. La Diosa preparó Promisión como el lugar para que los Ángeles se arrepintieran de haber robado la inmortalidad. Los transicionales creían que en un millón de años podríamos ganamos el derecho a ser Ángeles otra vez; la Iglesia Profunda creía que permaneceríamos en la carne hasta que las estrellas cayeran del cielo.

—¡Quién te asegura —dijo Daniel— que existieron los Ángeles? ¿O que la Diosa de verdad envió a Su hija, Beatriz, para conducirlos en su regreso a la carne?

Cavilé sobre esto durante un momento. Las únicas respuestas en las que podía pensar provenían directamente de las Escrituras, y Daniel me había enseñado años atrás que apelar a su autoridad no contaba. Finalmente, tuve que confesarlo:

—No lo sé. —Me sentí estúpido pero también agradecido de que tuviera la voluntad de discutir estas difíciles preguntas conmigo. Deseaba creer en la Diosa por las razones correctas, no solamente porque a mí alrededor todos lo hacían.

—Los arqueólogos —dijo— demostraron que debemos haber llegado hace aproximadamente veinte mil años. No hay evidencia de humanos ni de plantas o animales coecológicos anteriores. Eso hace que la Travesía sea más antigua que lo que dicen las Escrituras, pero hay algunas fechas que están abiertas a la interpretación, y con un poco de licencia poética todo puede encajar. Y la mayoría de los biólogos creen que la microfauna nativa se podría haber formado sola a lo largo de millones de años, a partir de simples elementos químicos, pero eso no significa que la Diosa no estuviera guiando el proceso. En realidad, todo es compatible. Tanto la ciencia como las Escrituras pueden ser verdad.

Pensé que sabía hacia dónde se estaba dirigiendo.

—Entonces, ¿descubriste una forma de emplear la ciencia para probar la existencia de la Diosa? —Sentí una sensación de orgullo: ¡mi hermano era un genio!

—No. —Daniel se quedó en silencio durante un momento.— La cuestión es que funciona de ambas maneras. La gente siempre puede presentar distintas explicaciones para cualquier cosa que esté en las Escrituras. Las naves podrían haber dejado la Tierra por otra razón. Los Ángeles podrían haber encarnado por otra razón. No hay forma de convencer a un incrédulo de que las Escrituras son la palabra de la Diosa. Todo es una cuestión de fe. —Ah.

—La fe es lo más importante —insistió Daniel—. Si no tienes fe puedes verte tentado de creer cualquier cosa.

Hice una señal de asentimiento tratando de no sonar muy decepcionado. Había esperado algo más de Daniel que las afirmaciones anodinas con las que me aburría durante los sermones en la Iglesia Transicional.

—¿Sabes lo que tienes que hacer para tener fe?

—No.

—Pídela. Eso es todo. Pide a Beatriz que entre en tu corazón y te conceda el don de la fe.

—¡Es lo que hacemos cada vez que vamos a la iglesia! —protesté. No podía creer que ya se hubiera olvidado de la ceremonia transicional. Cada vez que el sacerdote ponía una gota de agua de mar en nuestras lenguas, simbolizando la sangre de Beatriz, pedíamos los dones de la fe, la esperanza y el amor.

—¿Pero la recibiste?

Nunca pensé en eso.

—No estoy seguro. —Creo en la Diosa, ¿no? —. Debería.

Daniel se solazó.

—Si tienes el don de la fe,
lo sabes.

Clavé la mirada en la oscuridad, incómodo.

—¿Uno tiene que ir a la Iglesia Profunda para pedir apropiadamente?

—No. Incluso en la Iglesia Profunda no todos han invitado a Beatriz a sus corazones. Tienes que hacerlo de la manera en que figura en las Escrituras: «como un nonato otra vez, desnudo y desvalido».

—Fui Sumergido, ¿no?

—En un cuenco de metal, cuando tenías treinta días. La Inmersión Infantil es un gesto de los padres, una afirmación de sus buenas intenciones. Pero no es suficiente para salvar al niño.

Ahora me sentía muy desorientado. Al final mi padre aprobó la conversión de Daniel… pero ahora Daniel estaba tratando de decirme que las relaciones de nuestra familia con la Diosa habían sido extremadamente deficientes, sino por completo falsas.

—¿Recuerdas —dijo Daniel— lo que Beatriz dijo a Sus seguidores la última vez que Ella apareció? «A menos que ustedes tengan la voluntad de ahogarse en Mi sangre, nunca verán el rostro de Mi Madre». Entonces se ataron las manos y los pies y se sumergieron con piedras.

Sentí una opresión en el pecho.

—¿Y tú lo hiciste?

—Si
.


¿Cuándo?

—Hace casi un año.

Estaba más confundido que nunca.

—¿Fueron mamá y papá?

—¡No! —rió Daniel—. No es una ceremonia pública. Me ayudaron algunos amigos del Grupo de Oración; alguien tiene que estar en la cubierta para jalarte hacia arriba, porque sería muy arrogante esperar que Beatriz rompa tus ataduras y te lleve a la superficie como hizo con Sus seguidores. Pero en el agua estás a solas con la Diosa.

Bajó de su litera y se acuclilló junto a la mía.

—¿Estás listo para ofrecer tu vida a Beatriz, Martín? —su voz lanzó chispas grises a través de la oscuridad.

—¿Y qué pasa —vacilé— si sólo me zambullo? ¿Y si me quedo abajo durante un rato? —Había nadado alejándome de la embarcación por la noche muchas veces, no le tenía miedo a eso.

—No. Tienes que bajar con un peso. —Su tono dejaba en claro que no se podía alterar esto— ¿Cuánto puedes retener tu respiración?

—Doscientos tau. —Eso era una exageración, pero doscientos era lo que esperaba alcanzar.

—Es suficiente.

No respondí.

—Rezaré contigo —dijo Daniel.

Salí de la cama y nos arrodillamos juntos.

—Por favor —murmuró Daniel—, Bendita Beatriz, concédele a mi hermano Martín el coraje para aceptar el precioso don de Tu sangre. — Entonces comenzó a rezar en lo que tomé como un idioma extranjero, pronunciando una rápida cadena de sílabas discordantes distinta a todo lo que había oído antes. Escuché con aprensión; no estaba seguro de si quería que Beatriz cambiara mi opinión, y tenía temor a que esa demostración de fervor La pudiera persuadir.

—¿Y qué pasa si no lo hago? —dije.

—Entonces nunca verás el rostro de la Diosa.

Sabía lo que significaba eso: vagaría sólo en el vientre de la Muerte, en la oscuridad, para toda la eternidad. E incluso si las Escrituras no fueran tomadas literalmente en este punto, la realidad detrás de la metáfora podía ser todavía peor. Indescriptiblemente peor.

BOOK: Oceánico
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