Osada (21 page)

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Authors: Jack Campbell

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Osada
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Y no sabía si tendría la fuerza suficiente como para resistirse a ello, sobre todo al ignorar qué decisiones eran las correctas cuando el futuro de la humanidad estaba en juego.

Una orden de arresto. No podía quitárselo de la cabeza. ¿Serían realmente capaces los líderes de la Alianza de emitir una orden de arresto contra él? Además, tanto si lo hacían como si no, el hecho de que un oficial como el capitán Badaya creyese que sí, le decía algo que no le gustaba en absoluto.

Se había planteado llamar a la capitana Desjani y preguntarle su opinión sobre todo aquello. No obstante, existía la posibilidad de que estuviese de acuerdo con lo que Badaya había propuesto, y la verdad es que Geary, simplemente, no quería enfrentarse al hecho de que tuviese tanta fe en él. Desjani nunca había mostrado demasiado aprecio por los políticos, y la copresidenta Rione era un ejemplo más que notable de ello. De puertas hacia fuera, era respetuosa, sí, pero resultaba obvio que no confiaba en los líderes de la Alianza. En aquel momento estaba más que claro que no era la única que pensaba de ese modo.

Antepasados, ¿qué ha sucedido? Pensé que estaba empezando a entender bien a las personas de esta flota, a entender los cambios que un siglo de guerra habían producido, pero ahora veo que hay mucho más, mucho más y peor de lo que había pensado.

Al final se quedó dormido, sin encontrar respuesta para las preguntas que lo afligían.

Geary se despertó sin saber por qué y echó un vistazo a su camarote.

Había alguien sentado cerca de él. Miró con los ojos entornados, intentando atravesar la oscuridad, y divisó una figura conocida.

—¿Señora copresidenta?

—Así es. —Su voz era calmada, lo cual era bastante tranquilizador—. He de decir que me sorprende bastante que no hayas cambiado la configuración de seguridad para impedirme entrar en tu camarote.

Geary se incorporó, intentando sacar de la cabeza lo que quedaba de las ensoñaciones en las que se había sumido al quedarse dormido.

—Se me ocurrió que podría ser una buena idea dejar que siguieses teniendo acceso.

—Recuerdo algunas de las cosas que te dije la noche que estuve borracha, John Geary. Sé lo que te dije.

—Que harías lo necesario para detener a Black Jack, sí.

—Dije más que eso —insistió ella.

—Sí, dijiste que me matarías si tuvieses que hacerlo —afirmó Geary—. Creo que, a lo mejor, es bueno que penda sobre mí esa espada de Damocles.

Entonces Rione pareció irritarse.

—Entonces o eres muy confiado, o muy cándido, o muy estúpido.

—O a lo mejor estoy asustado —sugirió Geary.

—¿De ti mismo? —Rione no esperó a que respondiese—. Me han dicho que te han hecho una oferta.

Geary deseó poder ver su expresión en aquel momento. Se había preguntado si los espías que Rione tenía en la flota habrían descubierto algo al respecto.

—¿Qué más te han dicho?

—Que tu respuesta fue que lo pensarías.

—No. Mi respuesta fue que eso no pasaría. Fue clara e inequívoca.

Ella se echó a reír.

—Oh, John Geary, todavía no te sabes la primera lección que un político ha de aprender. No importa lo que digas, sino lo que la gente quiere escuchar. Quien te ofrezca el control de la Alianza no va a escucharte decir «no». —Rione hizo una pausa—. Necesitabas hablar. Te sientes tentado, ¿verdad?

—Sí —dijo, admitiéndolo—. Por lo de las puertas hipernéticas.

—¿No confías en los políticos, que podrían descubrir que pueden utilizarse como armas? No te culpo. Yo tampoco querría que el gobierno de la Alianza se enterase. Pero tampoco confías en ti, ¿no? Por eso me diste el programa para ampliar la energía que se libera cuando una puerta hipernética colapsa.

—A lo mejor deberías ser tú la dictadora.

—Creo que ya te he mostrado abundantes evidencias de mis fallos como humana, John Geary. —Hizo una pausa, y suspiró—. Me dijiste cosas bastante duras, pero reconozco que eran ciertas. Si quieres, eres libre de hacer otra broma sobre mujeres que admiten que tienes razón.

—No, gracias.

—¡Por mis antepasados! Parece que has aprendido algo sobre mi sexo. ¿Por qué va la flota a Ixion?

Aquel cambio repentino de tema sorprendió a Geary.

—Porque es la menos mala de entre muchas opciones.

—¿Esperas que los síndicos estén allí esperándonos?

—Sí. Espero que nos estén esperando en cualquier sistema estelar al que podamos ir. —Se revolvió para mirarla—. No voy a tener suerte siempre. En Daiquón anduvo cerca. Podríamos haber perdido el mismo número de naves si el campo de minas estuviese terminado y no hubiésemos pillado de esa forma a los buques de batalla síndicos para equilibrar la situación. ¿Qué más te han dicho tus espías? Necesito saber lo que te han contado.

—Casia y Midea no son los líderes del grupo de oficiales que se opone a que estés al mando de la flota. No he podido descubrir quién es, pero responden ante alguien. Pese a estar arrestados y custodiados por infantes de marina, Numos y Faresa han encontrado el modo de comunicarse con los que todavía creen en ellos.

Aquello no debería sorprenderle.

—¿Pero Numos y Faresa tampoco son los líderes de ese grupo?

—No. —La voz de Rione cambió, y se puso tensa—. Y deberías conocer el rumor de que estoy tremendamente celosa de tu relación con Desjani.

Geary, molesto ante aquello, se golpeó el muslo.

—¿Mi relación imaginaria?

Rione tardó en responder.

—La mejor manera de contrarrestar esos rumores es que deje de evitarte y que sea de nuevo agradable con Desjani. Además, tal y como has dicho, he desatendido mis obligaciones. Si lo que dijiste era sincero, mis consejos te fueron útiles. Puedes contar con ellos de nuevo.

—Gracias. —Geary vaciló al no saber cómo hacer la siguiente pregunta, que era demasiado obvia.

—Lo hecho, hecho está —afirmó Rione con tranquilidad—. Lo que te dije sigue siendo cierto: mi corazón siempre pertenecerá a otra persona. Pero en realidad nada ha cambiado. Aunque mi marido siga vivo, personalmente sigue siendo una pérdida, como si ya estuviese muerto, y yo para él. Por tanto, mi deber es para con la Alianza. Sé que me necesitas...

Aquello no le gustó.

—Copresidenta...

—Victoria.

Hacía tiempo que para él no era Victoria.

—Victoria, necesito tus consejos, y valoro mucho tu amistad. No te puedo pedir nada más.

—Mi honor ya está en entredicho, John Geary. Tengo que hacer lo que considere más adecuado desde ahora. Y además, te he echado de menos. No se trata simplemente de deber.

—Me alegro de escuchar eso.

—No pretendía que sonase tan impersonal. ¿Vas a poseerme? No estoy borracha... te necesito.

La observó en la penumbra, bajo la que prácticamente no podía ver ni la forma de su cara. Parecía sincera. Aunque la mayor prioridad de Rione era salvar la Alianza de Black Jack, quería acostarse con él de nuevo. Ella sabía que le habían hecho la oferta tal y como había predicho. Y sabía que se sentía tentado por dicha oferta. ¿Era una coincidencia que volviese a él precisamente la noche del mismo día en que el capitán Badaya le había ofrecido el puesto de dictador, con el apoyo de, según él, la mayoría de la flota?

¿Realmente lo quería, o simplemente quería hacer todo lo posible para entrar en escena si era necesario? ¿O estaba aferrándose a su poder, como una política sin moral que se asegura de ser la consorte del posible futuro soberano de la Alianza?

Victoria se levantó, y la ropa cayó a sus pies. Luego recorrió el corto espacio que los separaba y se pegó a su cuerpo. Cuando sus labios se encontraron, Geary se percató de que, de algún modo, le daba igual la respuesta mientras estuviese en su cama con ella de nuevo. Se dio cuenta, mientras la empujaba para que se tumbase y se sentaba sobre su cintura, de que no le importaba que en aquel preciso instante ella pudiese tener una daga en la mano libre.

—A todas las naves, prepárense para saltar.

En aquel momento, para el ojo desnudo, la estrella Daiquón era poco más que un punto brillante. Hacía días que la flota estaba en formación Kilo Uno, preparada para lo que pudiese suceder al llegar a Ixion. O eso esperaba.

Victoria Rione volvía a estar sentada en el asiento de observador del puente de mando del
Intrépido
, observando lo que sucedía como si nunca hubiese tenido lugar aquel intervalo en el que lo había evitado. Desjani saludó a Rione con educación, pero a Geary le pareció notar una intranquilidad subyacente. A Geary le pareció ver un destello de triunfo en los ojos de Rione al recibir aquella bienvenida. No obstante, no era más que su imaginación, azuzada por el estado de agitación extrema que sentía por lo que le esperaba en Ixion.

—A todas las unidades de la flota; en cuanto lleguemos a Ixion, ejecuten las maniobras que hemos prefijado y entablen combate con cualquier nave enemiga dentro del alcance. Salten inmediatamente.

Quedaban poco menos de cuatro días en el espacio de salto para llegar a Ixion. No debería ser un gran problema, pero Geary se encontraba cada vez más incómodo con los intervalos de salto. Teniendo en cuenta el riesgo que corrían, deseaba que ir a Ixion los acercase al espacio de la Alianza más de lo que realmente lo hacía. En lugar de ofrecerle la oportunidad de descansar y de pensar sin la presión de una amenaza síndica inminente, veía el tiempo en los espacios de salto como una pérdida de tiempo, como horas y días en los que no cambiada nada alrededor de las naves. No es que alguna vez hubiese cambiado algo en el exterior durante el espacio de salto, claro está, pero en aquel momento lo aburría. No quería estar inactivo. Quería enfrentarse a los síndicos, machacarlos; averiguar la verdad sobre aquellos alienígenas inteligentes de los que tanto él como Rione sospechaban que acechaban desde el otro lado del espacio síndico; y terminar la guerra de una vez por todas.

El hecho de que fuese imposible conseguirlo, incluso en el espacio real, no parecía que le hiciese sentirse menos frustrado. Y se había dado cuenta de que durante el espacio de salto tenía más sueños sobre el pasado, sobre personas a las que había conocido y que hacía mucho que estaban muertas. No era agradable despertarse de un sueño en el que conversas con un viejo amigo, y percatarte de que no volverás a hablar con él nunca más. No al menos en esa vida.

Por lo menos no tenía que malgastar el tiempo que pasaban allí intentando, vergonzosa y esporádicamente, encontrar a Victoria Rione para saber qué estaba haciendo. Iba a su camarote al terminar la tarde y pasaba allí la noche, haciendo el amor con una mezcla de pasión y desesperación a partes iguales. Sin embargo, cuando no estaba en la cama con él, seguía escondiendo su yo más profundo, sin revelar pasión o desesperación por nada.

Geary se entretenía realizando simulaciones, intentando adivinar lo que harían los síndicos, y lo que tendría que hacer la flota. Pese a todo, no eran más que hipótesis, y solo cuando llegasen a Ixion se despejarían sus dudas.

Geary intentó centrarse en el visor según se aproximaba el instante de abandonar el espacio de salto rumbo a Ixion. En aquel momento, lo único que había en la pantalla eran informes síndicos obsoletos que habían conseguido hacía una docena de sistemas estelares. Aquella información, de hace ya varias décadas, mostraba un sistema relativamente próspero con un planeta casi ideal y una más que respetable población y mucha actividad e instalaciones fuera de él. No obstante, al ser información destinada a naves mercantes, no ofrecían información sobre su capacidad defensiva, salvo algunas instrucciones estándar sobre lo que debían hacer exactamente si las autoridades militares contactaban con ellos.

—¿Sucede algo, señor? —preguntó la capitana Desjani.

—Solo estaba viendo lo que hay —le confesó Geary—, y preguntándome por qué en un sistema estelar tan próspero como este no hay puerta hipernética.

Victoria Rione respondió desde su puesto de observadora, de nuevo atenta a lo que acontecía en el puente de mando del
Intrépido
.

—Es posible que sea algo político. En la Alianza, hay muchos más planetas que demandan puertas hipernéticas que fondos para construirlas, y llegados a cierto punto, las diferencias prácticas entre mundos son casi inexistentes. Entonces es más una cuestión de qué políticos se imponen.

Desjani, que miraba en dirección opuesta a Rione, pero visible para Geary, puso los ojos en blanco como respuesta a aquel comentario. Este consiguió mantener su expresión seria, asintiendo con la cabeza de modo que Rione pudiese interpretarlo como que estaba de acuerdo pero, a la vez y con un poco de suerte, no así Desjani.

—Saliendo del espacio de salto —anunció un consultor—. Cinco... cuatro... tres... dos... uno... fuera.

El color gris se desvaneció y en su lugar aparecieron estrellas y un fondo negro, silencioso, a la vez que surgían alarmas de los sensores del
Intrépido
al detectar naves de guerra síndicas cercanas. Casi al mismo tiempo, Geary sintió una fuerte presión hacia atrás, cuando el sistema de navegación del crucero de batalla ejecutaba la evasión fijada para superar el campo de minas, trazando un arco ascendente y ejerciendo una presión tan potente que los amortiguadores inerciales no pudieron contrarrestar los efectos en la nave ni en la tripulación.

La próxima vez los síndicos seguramente colocarían minas en la parte superior de la salida. No obstante, por esta vez Geary apretó los dientes y sonrió mientras veía a las naves ascender al mejor ritmo que les permitía la velocidad que llevaba la flota. Los sensores que estaban realizando un análisis de amplio espectro del espacio que los rodeaba señalaron pequeñas anomalías, minas invisibles, y delimitaron un campo que se extendía a lo largo del camino que deberían haber seguido si hubiesen avanzado sin más desde el punto de salto. Geary hizo una estimación rápida y se percató de que si la flota hubiese salido a una velocidad superior, no habrían podido maniobrar a tiempo para evitarlas.

Ignoró el resto del sistema estelar y se concentró en el área situada a pocos minutos luz del punto de salto. Le llevó un instante creer lo que veía: no se parecía siquiera a sus peores expectativas, ni aunque lo intentase. Al otro lado les esperaban las naves síndicas. Cuatro acorazados y seis cruceros de batalla, además de por lo menos ocho cruceros pesados, aunque tan solo una docena escasa de naves de caza asesinas, formando entre todas un disco cóncavo que apuntaba al centro del punto de salto. Cualquier cosa que saliese del campo de minas se habría encontrado de frente con las naves de batalla, y se vería con los escudos debilitados. Todo eso antes de poder evaluar el daño sufrido, y ya ni hablemos de repararlo. Sin embargo...

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