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Authors: Lauren Kate

Tags: #Juvenil

Oscuros. El poder de las sombras (5 page)

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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«Un ángel»
,
decidió Luce casi al instante.

Francesca no le hizo ninguna pregunta mientras se dirigían hacia la habitación de Luce. Seguramente esperaba esa llegada a horas intempestivas de la noche y se había dado cuenta del cansancio extremo de la chica.

La desconocida que había despertado a Luce y la había devuelto a la realidad parecía dispuesta a tirarle otra pelota.

—Muy bien —dijo en un tono de voz grave—. Ahora ya estás despierta.

—¿Quién eres? —preguntó Luce adormecida.

—En realidad soy yo quien debería saber quién eres tú, aparte de la desconocida que he encontrado metida en mi cuarto sin permiso cuando me he despertado y que ha interrumpido mi mantra matutino con sus inquietantes balbuceos en sueños. Me llamo Shelby.
Enchantée
.

«Esta no es un ángel —conjeturó Luce—. Solo es una chica californiana muy pagada de sí misma.»

Luce se incorporó en la cama y miró a su alrededor. Aunque algo desordenada, la habitación estaba bien arreglada: tenía el suelo de madera de color claro, una chimenea encendida, un microondas, dos mesas largas y anchas, y unas estanterías empotradas que hacían también de escalera de lo que, Luce descubrió, era la litera superior.

Por una puerta de madera corredera vislumbró un cuarto de baño privado cuya ventana, para su sorpresa, tenía vistas al océano. No estaba mal para alguien que había pasado todo el mes anterior viviendo frente a un cementerio antiguo y repugnante en una habitación más propia de un hospital que de una escuela. Sin embargo, se dijo, al menos aquel cementerio horrible y esa habitación significaban que estaba con Daniel. Apenas había tenido tiempo para acomodarse en Espada & Cruz. Y ahora, una vez más, tenía que empezar desde el principio.

—Francesca no me dijo que tenía compañera de habitación.

Por la expresión de Shelby, Luce supo de inmediato que sus palabras no habían sido nada apropiadas.

En lugar de seguir hablando, echó un vistazo a la decoración del cuarto de Shelby. Luce nunca había confiado en su propio gusto, o tal vez nunca había tenido ocasión de demostrarlo. No había pasado el tiempo suficiente en Espada & Cruz como para preocuparse por la decoración, y anteriormente en Dover su habitación consistía en cuatro paredes blancas y desnudas. Tal como Callie dijo en una ocasión, era de una elegancia esterilizada.

Ese dormitorio, en cambio, tenía algo que hacía que fuera extrañamente fabuloso. Una gran variedad de plantas que nunca antes había visto adornaban la repisa de la ventana. Unos banderines de oración pendían del techo. Un edredón de patchwork de colores apagados se deslizaba desde la litera superior, impidiendo en parte que Luce viera un calendario zodiacal colgado sobre el espejo.

—¿Y qué esperabas? ¿Que despejasen las habitaciones del decano por ser Lucinda Price?

—¡Hum! —Luce negó con la cabeza—. No he querido decir eso. Pero, espera, ¿cómo sabes mi nombre?

—¿Así que tú eres Lucinda Price? —Los ojos moteados de verde de la chica parecían haber reparado en su raído pijama gris—. ¡Qué suerte la mía!

Luce se quedó sin habla.

—Lo siento. —Shelby tomó aire y corrigió su tono de voz a la vez que se sentaba en el borde de la cama de Luce—. Soy hija única. Leon, mi terapeuta, me intenta enseñar a no ser tan brusca cuando conozco a alguien.

—¿Y funciona? —Luce también era hija única, pero no era desagradable con los desconocidos que se cruzaban en su camino.

—Lo que quiero decir es que… —Shelby hizo un gesto de incomodidad—. No estoy acostumbrada a compartir. Oye —dijo sacudiendo la cabeza—, ¿y si empezamos de nuevo?

—Estaría bien.

—De acuerdo. —Shelby inspiró profundamente—. Anoche Francesca no te dijo que ibas a tener una compañera de habitación porque tendría que haberse dado cuenta, y si lo hubiera notado, informar de que yo no estaba en la cama cuando llegaste. Entré por esa ventana —señaló— sobre las tres.

En la parte externa de la ventana Luce vio una cornisa amplia que conectaba con una parte inclinada del tejado. Se imaginó a Shel by apresurándose por el entramado de cornisas del tejado para regresar a su habitación en medio de la noche.

Shelby bostezó ostensiblemente.

—Verás, en lo que concierne a los nefilim de la Escuela de la Costa, lo único en lo que los profesores son estrictos es en fingir disciplina. En sí, la disciplina no existe. De todos modos, claro está, Francesca nunca admitiría algo así ante la nueva. Y menos aún, ante Lucinda Price.

Otra vez el retintín en la voz de Shelby cuando pronunciaba su nombre. Luce se preguntó qué quería decir. Y también dónde había estado Shelby hasta las tres. Y cómo había entrado por la ventana a oscuras sin volcar ninguna planta. Y qué eran los nefilim.

De pronto a Luce le vino el recuerdo vívido del lío mental al que la sometió Arriane cuando se conocieron. La dura apariencia exterior de su compañera de habitación de la Escuela de la Costa era muy parecida a la de Arriane, y Luce recordó haberse preguntado también el primer día que pasó en Espada & Cruz si alguna vez lograrían congeniar las dos.

Pero aunque Arriane le pareció intimidatoria e incluso peligrosa, desde el principio dejó entrever una extravagancia encantadora. En cambio, la nueva compañera de habitación de Luce solo parecía una plasta.

Shelby se levantó de la cama y se dirigió pesadamente al baño para cepillarse los dientes. Luce, tras revolver en su bolsa de viaje en busca del cepillo de dientes, la siguió al baño y señaló avergonzada el tubo de pasta dentífrica.

—Olvidé traer la mía.

—Sin duda, el resplandor de tu celebridad te deslumbra ante las pequeñas necesidades de la vida —replicó Shelby, que, sin embargo, cogió el tubo y se lo pasó a Luce.

Se cepillaron en silencio unos diez segundos hasta que Luce no pudo más y escupió la espuma.

—¿Shelby?

La muchacha, con la cabeza en el lavamanos de porcelana, escupió también y dijo:

—¿Qué?

En vez de formular alguna de las muchas preguntas que la habían asaltado apenas unos minutos atrás, Luce se sorprendió a sí misma preguntando:

—¿Qué decía mientras dormía?

Aquella había sido la primera mañana en un mes de sueños atormentados por el recuerdo de Daniel en que Luce se había despertado sin recordar nada.

Nada. Ni la caricia de un ala de ángel. Ni siquiera un beso de sus labios.

Se quedó mirando la expresión brusca de Shelby en el espejo. Luce necesitaba que la muchacha la ayudara a recordar. Tenía que haber soñado con Daniel. De no haberlo hecho… ¿qué podría significar aquello?

—¡Y yo qué sé! —exclamó Shelby por fin—. Farfullabas incoherencias. La próxima vez intenta pronunciar mejor.

Salió del baño y se calzó unas chancletas de color naranja.

—Es la hora del desayuno, ¿vienes o qué? —añadió.

Luce salió a toda prisa del baño.

—¿Qué tengo que ponerme?

Todavía iba en pijama. La noche anterior Francesca no había mencionado que hubiera norma alguna en la vestimenta. Pero, bueno, también se había olvidado de mencionar que compartía habitación con otra chica…

Shelby se encogió de hombros.

—¿Quién te crees que soy, el guardián de la moda? Coge lo que menos tiempo te lleve ponerte. Estoy hambrienta.

Luce se apresuró a ponerse unos vaqueros finos y un jersey ajustado de color negro. Le habría gustado arreglarse unos cuantos minutos más en su primer día de clase, pero se limitó a coger la mochila y seguir a Shelby por la puerta.

El pasillo de la residencia era distinto a la luz del día. Dondequiera que mirase había grandes ventanales luminosos con vistas al océano o estanterías empotradas repletas de libros gruesos y de cubiertas de colores. Los suelos, las paredes, los techos falsos y las escaleras empinadas y curvas, todo estaba hecho de la misma madera de arce empleada en el mobiliario del interior de la habitación de Luce. Aquello habría proporcionado al lugar el toque cálido de las cabañas de madera de no ser porque su diseño era tan intrincado y extraño como aburrida y funcional había sido la residencia de Espada & Cruz. A cada paso el pasillo parecía dividirse en corredores más pequeños con escaleras en espiral que penetraban cada vez más en aquel laberinto poco iluminado.

Al cabo de dos tramos de escaleras y tras cruzar lo que parecía ser una puerta secreta, Luce y Shelby atravesaron otra de doble cristal y salieron al exterior. El sol era de justicia, pero el aire lo bastante fresco para que Luce se alegrara de llevar jersey. El aire olía a océano, pero no era el olor con el que estaba familiarizada. Era menos salobre y más calcáreo que el de la Costa Este.

—El desayuno se sirve en la terraza. —Shelby señaló una amplia extensión de terreno.

Tres cuartas partes de la zona de césped estaban bordeadas por unos frondosos arbustos de hortensias azules, y la restante consistía en un descenso empinado que iba a dar al mar. A Luce le costaba creer lo bonito que era el emplazamiento de la escuela. No se veía capaz de poder aguantar encerrada toda una clase sin salir al exterior.

Conforme se acercaban a la terraza, Luce atisbó otro edificio: consistía en una estructura alargada y rectangular con tejado de madera y unas alegres ventanas con marcos de color amarillo. Un gran letrero tallado a mano en el que se leía «CANTINA» entrecomillado, como si se tratara de una broma, colgaba sobre la entrada. Sin duda, era la cafetería estudiantil más agradable que Luce había visto nunca.

La terraza estaba llena de mesas y sillas de hierro pintadas de blanco, y había alrededor de un centenar de estudiantes con el aspecto más despreocupado que Luce había visto en su vida. La mayoría se habían descalzado y apoyaban los pies en las mesas mientras comían unos elaborados platos de desayuno: huevos a la benedictina, gofres con fruta, porciones de quiche salpicadas de espinacas con aspecto de ser exquisitas. Los estudiantes leían el periódico, charlaban por el móvil, jugaban al croquet en el césped… Luce conocía a los chicos ricos de Dover, y si algo caracterizaba a los de la Costa Este es que eran serios y estirados; no tenían nada que ver con esos muchachos desgreñados y despreocupados. La escena recordaba más a un primer día de verano que a un martes de principios de noviembre. Todo era tan agradable que casi resultaba difícil envidiar la apariencia autocomplaciente de esos chicos y chicas. Casi.

Luce intentó imaginarse a Arriane allí y lo que pensaría de Shelby o de aquella cantina junto al océano, y se dijo que probablemente no sabría de qué reírse primero. Deseó poder volverse y hablar con Arriane. ¡Cómo le gustaría reírse un poco!

Al mirar a su alrededor, cruzó la mirada sin querer con un par de estudiantes: una chica guapa de piel aceitunada, vestido a topos y un pañuelo verde atado a su lustrosa cabellera negra y un muchacho de pelo rubio rojizo de espaldas anchas que se disponía a engullir un enorme montón de tortitas.

La reacción instintiva de Luce fue apartar la cabeza en cuanto hubieron establecido contacto visual, lo cual en Espada & Cruz siempre era lo más sensato. Sin embargo… ninguno de ellos se la había quedado mirando. Lo más sorprendente en la Escuela de la Costa no era ese sol cristalino, ni esa cómoda terraza para el desayuno, o el dinero que parecía rodear a todo el mundo. Lo más sorprendente era que los estudiantes sonreían.

Bueno, la mayoría sonreían. Cuando ella y Shelby se hicieron con una mesa desocupada, esta última cogió un letrero pequeño que tenía encima y lo arrojó al suelo. Luce se inclinó y vio de reojo que tenía la palabra RESERVADO escrita en ella; en ese instante, un chico de su edad ataviado con el uniforme de camarero y corbata negra se les acercó con una bandeja de plata.

—Esta mesa está res… —empezó a decir cuando, inoportunamente, se le quebró la voz.

—Café solo —dijo Shelby. A continuación, preguntó con brusquedad a Luce—: ¿Qué vas a tomar?

—Hummm… Lo mismo —contestó Luce, incómoda al verse atendida por un camarero—. Pero con un poco de leche.

—Son becarios. Han de trabajar duro para seguir adelante.

Shelby, desdeñosa, torció el gesto hacia Luce mientras el camarero se apresuraba a buscar los cafés. Luego cogió el
San Francisco Chronicle
del centro de la mesa y desplegó la portada con un bostezo.

Entonces Luce estalló:

—Oye —dijo mientras bajaba un poco el brazo de Shelby para poder verle bien la cara por encima del periódico. Shelby, sorprendida, arqueó sus espesas cejas—. Resulta que yo fui becaria. No en la última escuela, sino en la anterior.

Shelby se sacudió la mano de Luce.

—¿Se supone que también debería impresionarme esa parte de tu historial?

Luce iba a preguntar a Shelby qué le habían contado de ella cuando notó una mano cálida en el hombro.

Francesca, la profesora que había salido a recibirla en la puerta la noche anterior, la miraba sonriendo. Era una mujer alta, de porte imponente, e iba vestida de un modo aparentemente muy natural. Llevaba el pelo rubio claro cuidadosamente peinado a un lado y tenía los labios pintados de color rosa brillante. Lucía un vestido negro ajustado con cinturón azul y zapatos de talón abiertos por delante a conjunto. El tipo de vestimenta capaz de hacer sentirse vulgar a cualquiera. Luce deseó por lo menos haberse maquillado y no llevar sus Converse sucias de barro.

—¡Qué bien! ¡Veo que ya habéis conectado! —Francesca sonrió—. ¡Sabía que pronto seríais amigas!

Shelby no dijo nada, simplemente hizo crujir el periódico. Luce se aclaró la garganta.

—Creo que no te va a costar nada adaptarte a la Escuela de la Costa, Luce. Está pensada para que así sea. La mayoría de nuestros estudiantes superdotados se adaptan sin problemas.

«¿Superdotados?», se preguntó Luce.

—Evidentemente, en caso de duda siempre puedes acudir a mí. También puedes confiar en Shelby.

Por primera vez esa mañana, Shelby se rió. Tenía una risa áspera y bronca, la clase de risa que Luce habría esperado en una persona mayor fumadora empedernida y no en una adolescente fanática del yoga.

Notó que torcía el gesto. Lo último que quería era «adaptarse sin problemas» a esa escuela. No se sentía parte de un grupo de adolescentes talentosos y mimados que residían en lo alto de un acantilado con vistas al océano. Ella pertenecía a la clase normal, a la gente con alma en vez de raquetas de squash, a la gente que sabía de qué iba la vida. Ella estaba predestinada a estar con Daniel. Todavía no sabía qué hacía exactamente ahí, solo que permanecería escondida de forma provisional mientras Daniel libraba su… guerra. Después él la llevaría de vuelta a casa. O a algún otro sitio.

BOOK: Oscuros. El poder de las sombras
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