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Authors: Julio Sherer García y Carlos Monsiváis

Tags: #Histórico

Parte de Guerra (27 page)

BOOK: Parte de Guerra
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En beneficio de quienes encuentren absurda esta disculpa, el general agrega: «El ejército intervino en Tlatelolco, a petición de la policía para sofocar un tiroteo entre dos grupos de estudiantes». Y añade conminatorio:

El comandante responsable soy yo. No se decretará el estado de sitio. México es un país donde la libertad impera y seguirá imperando.

Hay militares y estudiantes muertos y heridos. Si aparecen más brotes de agitación actuaremos en la misma forma.

Los estudiantes heridos están en calidad de detenidos y se les consignará.

Hago un llamado a los padres de familia para que controlen a sus hijos, con el fin de evitarnos la pena de lamentar muertes de ambos lados; creo que los padres van a atender el llamado que les hacemos […]. No se continuarán este tipo de problemas porque el ejército los va a evitar.

«O los paramos en seco, o friegan las Olimpiadas»

En México se ha vivido bajo el peso de la tradición católica y su medición del tiempo en mártires y santorales y, por lo mismo, el rito del velorio infinito es facilidad casi irresistible. Pero la matanza de Tlatelolco trasciende los rituales y es, en carácter gratuito, la descripción más ácida de la debilidad de un proceso civilizatorio. Tlatelolco no es un acontecimiento aislado, el día en que la barbarie, de improviso, afrentó a los estudiantes y sus aliados voluntarios o circunstanciales; Tlatelolco es, por el contrario, la respuesta lógica de un aparato político crecido y formado en la impunidad, que no ve nada de malo en su pedagogía: «La obediencia con sangre entra».

El activista sorprendido (10 de noviembre de 1968)

—De que sentí miedo, creo que desde ese primer minuto no he sentido otra cosa. ¿Pero qué sentido tenía pensar «Tengo miedo», allí, tirado en la plaza, casi sin atreverme a respirar, pensando en todas las pendejadas posibles, en las que te embarcas para sacarle la vuelta a lo único en lo que quieres pensar, las imágenes vacías que se entrometen para no dar paso a las otras, las muy reales que me llegaban como sonido, nomás como el desmenuzarse de un sonido, altísimo en ruidos y gritos y gemidos y llantos. El 2 de octubre supe lo que era pensar, lo que era pasársela sin traducción simultánea, algo así. Luego cesó el estrépito, y yo no sabía cómo hacer para que el miedo no me arrasara, aunque ya estaba muerto de miedo, y me acordé de reuniones familiares, tardeadas sexuales, lecturas pendientes, promesas incumplidas… y se acababa el repertorio, y de hecho nunca funcionó del todo, así tuviera la vista clavada en el mismo sitio, y volvía el miedo como miedo únicamente, el miedo de que se acabara el miedo y volviera algo peor, el miedo es también saber que no eres nada, tu insignificancia te estremece, una bala sencillita y al carajo, la Plaza de las Tres Culturas es una trampa, ya me lo habían dicho y yo necio, respondiendo con los derechos que otorga la Constitución, hazme favor, yo allí en el piso, agobiado, dándole vueltas al pavor que sentía, como ahogándome en el susto, sin otro civismo que el reconciliarme con la familia. De plano, el miedo no está hecho de palabras, qué va, es una presión física que te cambia el cuerpo, te lo enreda y desenreda, es tu segunda piel o tu segunda madre, tu cuerpo es otro, cabrón, es un crucigrama de sudores y temblores. ¡Puta madre! A esas horas, sólo me trataba a base de palabrotas, y cada una era un espasmo nervioso. Y en la tembladera pensaba en el sexo, y en que el sexo era una porquería, porque estaba convencido de no volverme a acostar con nadie… Y luego creía que el sexo era lo más glorioso, por el mismo terror de que eso ya nunca más.

Se acabaron los tiros, le subieron el volumen a murmullos y gemidos, y un grito nos conminó: «¡Pónganse de pie, hijos de la chingada!»

«¡¡MÉ-XI-CO!! ¡¡M É-XI-CO!!»

El 3 de octubre de 1968 el gobierno aclara su verdadero principio de autoridad: la garantía de la conducta impune. La censura avasalla a los medios informativos: hay intimidaciones, sobornos y amenazas; se insiste en lo adecuado del «correctivo para la violencia subversiva»; los agentes judiciales decomisan fotos en los periódicos y los films de que tienen noticia. En los círculos oficiales, el alivio es palpable. Se le ganó la partida a los guerrilleros. Las víctimas reaparecen, sin voz y casi sin imagen, como los culpables de todo; quienes han apoyado al Movimiento viven entre tensiones y sobresaltos.

A salto de mata, los voceros últimos del Consejo Nacional de Huelga carecen de tribunas y de poder de convocatoria. En esos días sólo unas cuantas denuncias se difunden, y en diversos diarios y revistas ni siquiera pagando se aceptan los manifiestos de protesta o las refutaciones de la versión oficial que, pese a todo, se envían. El pavor es el método a mano para asimilar lo ocurrido, y cualquier otra reacción parecería ilógica. El gobierno es invencible. Ha matado a sangre fría y le ha ocultado ventajosamente los hechos a la opinión pública, o esta opinión pública se ha doblegado por la persuasión de los tanques y los rumores de la mortandad. De nada vale el cúmulo de reporteros internacionales atraídos por los Juegos olímpicos. Al día siguiente de la matanza sólo se perciben semblantes pálidos.

La noche del 4 de octubre, Juan García Ponce, Nancy Cárdenas y Héctor Valdés llevan a
Excélsior
el manifiesto de protesta de la Asamblea de Intelectuales, Artistas y Escritores. Al salir se les detiene y envía a los separos, tal vez porque confunden a García Ponce (en silla de ruedas) con Marcelino Perelló; más probablemente por el afán de arrestar «sospechosos». En los separos, los judiciales los hostigan verbalmente y los maltratan, especialmente a García Ponce que, refieren luego Nancy y Héctor, se porta maravillosamente, exhibiendo el desprecio a sus raptores. Me lo imagino: «Verdaderamente, ¿no? Estos tipos ni siquiera saben hacer preguntas. Están jodidos. Y se molestaron porque les dije: 'Si quieren saber lo que pienso, lean mis libros. Les llevará tiempo y esfuerzo pero conocerán mi pensamiento'.»

Se localiza a Julio Scherer, que le habla al procurador general En unas horas los tres están libres. El manifiesto se publica al día siguiente. El texto, redactado básicamente por Nancy, es el primero que se publica sobre Tlatelolco:

Con dolor, ante los sangrientos sucesos acaecidos el día 2 del mes en curso en la Plaza de las Tres Culturas, de Ciudad Tlatelolco, elevamos nuestra más enérgica protesta por tan injustificado e injustificable acto de represión.

Es nuestro deber manifestar:

El mitin, iniciado alrededor de las 17:30 horas, estaba desarrollándose en perfecto orden.

El primer orador estableció que después del acto, los asistentes deberían retirarse de la Plaza, también ordenadamente.

No se hizo ningún disparo anterior a la intervención de la fuerza pública.

El ejército no previno a los asistentes en forma alguna antes de su agresión.

La fuerza pública mantuvo un fuego intermitente.

La fuerza pública hizo detenciones masivas en forma ilegal.

Hasta el momento, hay un número indeterminado de personas desaparecidas que fueron capturadas en el lugar de los hechos por la fuerza pública, responsable de su seguridad.

Se allanó un gran número de hogares con lujo de violencia.

Ninguno de estos actos delictuosos puede ser justificado por las autoridades ni ha sido explicado legalmente.

Todos estos hechos, que han obligado a abandonar sus hogares a los habitantes de Ciudad Tlatelolco, todavía ocupada por el ejército, no pueden ser silenciados ni desvirtuados.

Asamblea de Intelectuales, Artistas y Escritores.

Lo que el documento no contiene es el relato de la provocación.

El 3 de octubre, Abel Quezada publica un cartón notable en
Excélsior.
Sobre un rectángulo negro, el título «¿Por qué?" El 12 de octubre, leo en
Siempre
quizá el mejor artículo del gran periodista José Alvarado:

Había belleza y luz en las almas de los muchachos muertos. Querían hacer de México morada de justicia y verdad: la libertad, el pan y el alfabeto para los oprimidos y olvidados. Un país libre de la miseria y el engaño.

Y ahora son fisiologías interrumpidas dentro de pieles ultrajadas.

Algún día habrá una lámpara votiva en memoria de todos ellos.

En el lapso que va del 3 de octubre de 1968 al primero de diciembre de 1970, cuando Luis Echeverría toma el mando, se quiere reducir el 68 a la categoría de «incidente lamentable», y para ello se prosigue el linchamiento moral de las víctimas. Se dispara contra una muchedumbre indefensa, se fabrican «conspiraciones», se detiene a centenares de jóvenes por el «delito» de manifestarse, se oculta con impudicia el número de muertos, se festeja el cinismo y la rapacidad del poder judicial. Y la sociedad no responde, entre otras cosas porque la oposición carece de medios de difusión, la radio y la televisión están vedadas al mínimo comentario informativo o crítico, a Radio Universidad la acosa la censura de la Secretaría de Gobernación, y los sectores del PRI, los industriales, los jerarcas eclesiásticos, los Editorialistas Responsables, exaltan el sometimiento, esa condición fundadora de la República.

Pongo ejemplos. El Senado de la República, todo entero, se pone a la cabeza del macarthismo y culpa de los «actos graves de agresión en contra de la policía y del ejército mexicano», usando armas de alto poder, a «elementos nacionales y extranjeros que persiguen objetivos antimexicanos de extrema peligrosidad ante los que se justifica plena mente la intervención de la fuerza pública para proteger no solamente la vida y la tranquilidad de los ciudadanos, sino al mismo tiempo la integridad de las instituciones del país» (3 de octubre). La Cámara de Diputados, toda íntegra con la honrosa excepción del Partido Acción Nacional, se extasía: «Las medidas tomadas por el Poder Ejecutivo Federal, para garantizar la paz de México, corresponden a la magnitud de los acontecimientos y a la gravedad de las circunstancias» (3 de octubre). El diputado priísta Víctor Manzanilla Schaffer es patriota: «Y hay que hacer esta declaración como mexicanos: preferimos ver los tanques de nuestro ejército salvaguardando nuestras instituciones, que los tanques extranjeros cuidando sus intereses.» Qué diferente y satisfactorio morir aplastado por un tanque tricolor.

El 12 de octubre se inauguran los Juegos Olímpicos, hay cohetes y júbilos y rostros encendidos por la importancia nacional y comentarios de la brillantez de la ceremonia.

Por toda la ciudad, grupos de jóvenes tocan cláxones y se entregan a la práctica exorcista de repetir sin término el nombre del país: «¡¡MÉ-XI-CO!! ¡¡MÉ-XI-CO!! ¡¡MÉ-XI-CO!!»

Desde el 3 de octubre da comienzo el baile de las cifras y las hipótesis funerarias. En conferencia de prensa en C.U., el CNH asegura que los estudiantes no provocaron ni dispararon. Los que dieron el pretexto para la represión militar fueron grupos de individuos que ametrallaron al ejército y al pueblo con armas como las de Vietnam, y que se identifican por el guante blanco en la mano izquierda. Este grupo «causó la muerte con su acción a 150 civiles y cuarenta militares». ¿Cómo se establece el número? ¿Por intuición, suma de los cadáveres vistos por un grupo, análisis de las fotos disponibles? Según la prensa extranjera, hay entre 50 y 300 muertos. Más tarde se habla de quinientos. ¿Cómo saberlo si no se hizo y no se podía hacer el esfuerzo contable en los días siguientes al 2 de octubre? En rigor, y ésta es mi conclusión científica, son muchos, incluidos soldados que tampoco tenían por qué morir. Pero el culpable directo de las hipótesis de defunción no es la imaginación estudiantil, sino la política de ocultamiento del gobierno, ansioso por demostrar que nunca pasa nada, nadie muere en los terremotos, ni en las inundaciones, ni en esa Plaza de Seres Inmortales que es Tlatelolco. No sólo se rebajan las cifras, también se desaparecen cadáveres, se amedrenta a los familiares de las víctimas, se minimiza la matanza hasta encajonarla en un «mero episodio de sangre». Si se toma en cuenta la ansiedad oficial, se evaluará mejor el mito de los muertos el 2 de octubre.

El 4 o el 5 de octubre Octavio Paz renuncia a la embajada de México en la India. La actitud dignísima de Paz es un antídoto contra los que se consideran expulsados de cualquier panorama inteligible.

En unas cuantas horas la noticia de la renuncia corre por la ciudad, o por lo menos se divulga en dos mil teléfonos. El gobierno filtra versiones de un cese. Pero lo innegable es la actitud de repudio de Paz.

El 7 de octubre, Paz envía desde Nueva Delhi su negativa a participar en el Encuentro Mundial de Poetas. Con la carta viene un poema:

MÉXICO: OLIMPIADA DE 1968

A Dore y Adja Yunkers

La limpidez

(Quizás valga la pena

Escribirlo sobre la limpieza

De esta hoja)

No es límpida:

Es una rabia

(Amarilla y negra

Acumulación de bilis en español)

Extendida sobre la página

¿Porqué?

La vergüenza es ira

Vuelta contra uno mismo:

Si

Una nación entera se avergüenza

Es león que se agazapa

Para saltar.

(Los empleados

Municipales lavan sangre

En la Plaza de los Sacrificios)

Mira ahora,

Manchada

Antes de haber dicho algo

Que valga la pena,

La limpidez.

Delhi, a 3 de octubre de 1968

El poema es complejo y sin vínculo alguno con la poesía de protesta, así sea poesía inscrita en la historia, de protesta y denuncia. Unas líneas se transformaron en el santo y seña de intelectuales y artistas: «Si una nación entera se avergüenza, es león que se agazapa para saltar». Se elogia a Paz, profeta en su tierra, y con razón porque, ¿cómo es posible que en una burocracia gubernamental de cerca de tres millones de personas, sólo una persona renuncie? ¿por qué tal aferramiento a posiciones las más de las veces mínimas?

Nadie renuncia. Nadie abandona por gusto el Sistema. Nadie se aleja del espacio redentor, del único y pronto auxilio en las tribulaciones, de la pertenencia al paraíso concebible. Nadie se distancia por gusto del gobierno. Mientras estos axiomas funcionan, el PRI es invencible. Y el elemento clave no es tanto el miedo como la inseguridad frenética. No me veo fuera del gobierno. ¿Qué hago yo en la oposición? Entiéndeme, no hay alternativas.

BOOK: Parte de Guerra
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