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Authors: Kurt Vonnegut

Tags: #Ciencia Ficción, Humor, Relato

Payasadas (7 page)

BOOK: Payasadas
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Pero nuestra genialidad, como la de todos los genios, sufría periódicos ataques de ingenuidad. Eso fue lo que ocurrió en ese momento. Nos dijo que lo único que teníamos que hacer para que todo volviese a la normalidad era convertirnos en imbéciles.

—Buh —dijo Eliza.

—Duh —dije yo.

Me tiré un pedo.

Eliza comenzó a babear.

Cogí un panecillo con mantequilla y se lo arrojé a la cabeza a Oveta Cooper.

Eliza se volvió hacia mi padre.

—Blaz-la —dijo.

—Cucaño —grité.

Mi padre lloraba.

* * *

Capítulo 13

SEIS días han pasado desde que comencé a escribir. Durante cuatro de esos días la gravedad fue normal, como solía serlo antes. Pero ayer llegó a ser tan pesada que apenas pude salir de la cama, de mi nido de trapos en el vestíbulo del Empire State. Cuando me dirigí al hueco del ascensor que usamos como lavabo, abriéndome paso por entre mi apiñada colección de palmatorias, tuve que hacerlo a gatas.

Hi ho.

Bueno, la gravedad fue muy ligera en el primer día y lo es otra vez hoy. Vuelvo a tener una erección y lo mismo le ocurre a Isadore, el amante de mi nieta Melody. También la tienen todos los hombres de la isla.

* * *

Así es, y Melody e Isadore han preparado una cesta para un picnic y se han ido caminando a grandes saltos, a la intersección de las calles Broadway y la 42, donde, en los días de gravedad baja, están construyendo una pirámide rústica.

No dan ninguna forma a los bloques y cantos rodados que utilizan, tampoco se limitan al material de albañilería. Arrojan travesaños, tambores de aceite, neumáticos, piezas de coches, mobiliario de oficina, asientos de teatro y todo tipo de trastos. Pero he visto los resultados y lo que construyen no será un amorfo montón de porquería, sino claramente una pirámide.

* * *

Y si los arqueólogos del futuro encuentran este libro mío, se ahorrarán la infructuosa labor de abrir un túnel para penetrar en ella y descubrir su secreto. Allí no habrá tesoros ocultos ni bóvedas de ninguna especie.

Su significado, que en todo caso es mínimo, yace bajo la tapadera de cloaca sobre la que se construyó la pirámide. Es el cuerpo de un niño nacido muerto.

La criatura está encerrada en una adornada caja que fue una vez un humectador para cigarros finos. Hace cuatro años, Melody, que fue su madre a los doce años, y yo, que fui su bisabuelo, y nuestra vecina más próxima y querida amiga Vera Ardilla-5 Zappa, colocamos esa caja en el fondo de la cloaca entre los cables y cañerías que hay allí debajo.

La pirámide misma fue totalmente idea de Melody e Isadore, quien más tarde se convirtió en su amante. Es un monumento a una vida nunca vivida, a una persona que nunca recibió un nombre.

Hi ho.

* * *

No es necesario cavar un túnel en la pirámide para alcanzar la caja. Se puede llegar a ella a través de otras cloacas.

Tengan cuidado con las ratas.

* * *

Dado que esa criatura era mi heredero, la pirámide podría llamarse así: La Tumba del Príncipe de las Palmatorias.

* * *

Se desconoce el nombre del padre del Príncipe de las Palmatorias. Sometió a Melody a sus atenciones en las afueras de Schenectady, cuando ella se dirigía desde Detroit, en el reino de Michigan, hacia la Isla de la Muerte, donde esperaba encontrar a su abuelo, el legendario doctor Wilbur Narciso-11 Swain.

* * *

Melody está embarazada nuevamente, esta vez de Isadore.

Es pequeña, tiene las piernas arqueadas, aspecto raquítico y un exceso de dientes, pero es alegre. Estuvo muy mal alimentada durante su infancia de huérfana en el harén del rey de Michigan.

Para mí, Melody tiene a veces el aire de una confiada anciana china, de sólo dieciséis años. Una chica embarazada con ese aspecto es un espectáculo lamentable para un pediatra.

Pero el amor que el sonrosado y robusto Isadore le profesa es algo que da mucha alegría ver. Como casi todos los miembros de su familia, los Melocotones, tiene prácticamente toda la dentadura y permanece erguido incluso cuando la gravedad es más pesada. En días así lleva a Melody en brazos, y se ha ofrecido para llevarme.

Los Melocotones son principalmente recolectores de alimentos, y viven en la Bolsa de Nueva York y sus alrededores. Pescan desde los muelles. Cavan en busca de alimentos enlatados. Cogen las frutas que encuentran. Cultivan sus propios tomates, patatas y rábanos, y alguna cosa más.

Cogen ratas, murciélagos, perros, gatos y pájaros, y se los comen. Un Melocotón es capaz de comerse cualquier cosa.

* * *

Capítulo 14

DESEO para Melody lo que nuestros padres nos desearon una vez a Eliza y a mí a saber: una vida corta pero feliz en un asteroide. Hi ho.

* * *

Realmente, como ya he dicho, Eliza y yo podríamos haber disfrutado de una vida larga y feliz en un asteroide, si un día no nos hubiésemos jactado de nuestra inteligencia. Podríamos encontrarnos todavía en la mansión, quemando los árboles, los muebles y los pasamanos para abrigarnos, y babeando y balbuceando cada vez que apareciese un desconocido.

Podríamos haber criado gallinas, haber tenido un pequeño huerto. Y nos habríamos divertido con nuestra creciente sabiduría, totalmente despreocupados de su posible utilidad.

* * *

El sol se está poniendo. Delgadas nubes de murciélagos fluyen del metro, agitándose nerviosamente, chillando, dispersándose como un gas. Como siempre, siento un escalofrío.

No puedo convencerme de que ese ruido sea en realidad un ruido. Parece más bien una enfermedad del silencio.

* * *

Escribo a la luz de un trapo que arde en un tazón de grasa animal.

Tengo mil palmatorias, pero ni una sola vela.

Melody e Isadore juegan al backgammon sobre un tablero que pinté en el suelo del vestíbulo.

Duplican y reduplican sus apuestas y se ríen, despreocupados.

* * *

Están organizando una fiesta para cuando yo cumpla 101 años. Sólo falta un mes.

A veces les escucho a hurtadillas. Es difícil abandonar las viejas costumbres. Vera Ardilla-5 Zappa está confeccionando trajes nuevos para la ocasión. Tiene montañas de tela en sus almacenes de la Bahía de las Tortugas. Los esclavos llevarán pantalones rosados y zapatillas doradas, y turbantes de seda verde con plumas de avestruz.

He oído decir que Vera será transportada en una silla de manos, rodeada por esclavos que llevarán regalos, comida, bebida y antorchas, y que ahuyentarán a los perros salvajes con un estruendo de campanillas.

Hi ho.

* * *

Debo tener mucho cuidado con la bebida durante mi fiesta de cumpleaños. Si bebo demasiado me podría ir de la lengua y contarle a todo el mundo que la vida que nos espera después de la muerte es infinitamente peor que ésta.

Hi ho.

* * *

Capítulo 15

POR supuesto que ni a Eliza ni a mí se nos permitió volver al consuelo de la idiotez. Recibíamos severas reprimendas cuando lo intentábamos. Nuestros padres y la servidumbre encontraron un subproducto de nuestra metamorfosis positivamente delicioso: de pronto tenían derecho a reprendernos violentamente.

¡Ay! Qué broncas recibíamos de vez en cuando.

* * *

El doctor Mott fue despedido y llevaron a todo tipo de expertos. Durante un tiempo resultó divertido. Los primeros en llegar fueron especialistas del corazón, pulmones, riñones y cosas así. Cuando nos hubieron estudiado órgano por órgano y humor por humor, descubrieron que éramos obras maestras de salud.

Eran simpáticos, todos empleados de la familia en cierto sentido. Se trataba de investigadores financiados por la Fundación Swain de Nueva York. Por eso resultó tan fácil reunirlos y llevarlos a Galen. La familia les había ayudado, ahora ellos a su vez ayudarían a la familia.

Nos tomaban el pelo con frecuencia. Recuerdo que una vez uno me dijo que debía ser muy divertido tener mi estatura. «¿Cómo está el tiempo allá arriba?» —me preguntó, y cosas así.

Sus bromas tenían para nosotros un efecto tranquilizante. Nos daban la impresión equivocada de que ni importaba lo feos que fuésemos. Todavía recuerdo lo que dijo un otorrinolaringólogo cuando examinó las enormes cavidades nasales de Eliza con una linterna: «¡Dios mío, enfermera —exclamó—, llame a la National Geographic Society! ¡Acabamos de descubrir una nueva entrada para la cueva del mamut!»

Eliza se rió. La enfermera se rió. Yo me reí, todos nos reímos.

Nuestros padres se encontraban en otra parte de la mansión. Ellos se mantenían alejados de la diversión.

* * *

Incluso en esas primeras etapas de la situación habíamos experimentado la inquietante sensación de estar separados. Algunos de los exámenes exigían que nos halláramos a varias habitaciones de distancia. A medida que aumentaba el espacio entre Eliza y yo, sentía que la cabeza se me estaba solidificando.

Me convertía en un ser estúpido e inseguro.

Cuando volvía a unirme con Eliza, ella me decía que había sentido una cosa muy parecida: «Como si me estuviesen llenando el cráneo de mercurio», decía.

Valientemente tratamos de que esos niños apáticos en los que nos convertíamos, no nos resultaran aterradores sino más bien divertidos. Fingíamos que no tenían nada que ver con nosotros e inventamos nombres para ellos. Les llamamos «Betty y Bobby Brown».

* * *

Y ahora creo que este es un momento tan bueno como cualquiera para decir que cuando leímos el testamento de Eliza, después de que perdiera la vida a causa del alud marciano, nos enteramos de que deseaba ser enterrada en el mismo lugar de su muerte. Su tumba debía estar señalada por una lápida muy simple, grabada con los siguientes datos y nada más:

* * *

Como iba diciendo, fue la última especialista que nos examinó, la doctora Cordelia Swain Cordiner, una psicóloga, la que decretó que Eliza y yo deberíamos permanecer separados en forma permanente, que deberíamos, por decirlo así, convertirnos para siempre en Betty y Bobby Brown.

* * *

Capítulo 16

FEDOR Mijailovich Dostoievski, el novelista ruso, dijo una vez que «un sagrado recuerdo de la infancia es quizás la mejor educación». Se me ocurre otra manera rápida de educar a un niño; a su modo, quizás resulte igualmente saludable: encontrarse con un ser humano que goza de un enorme respeto en el mundo de los adultos, y darse cuenta de que esa persona es en realidad un demente rencoroso.

Esa fue nuestra experiencia con la doctora Cordelia Swain Cordiner, generalmente considerada la mejor especialista del mundo en tests psicológicos, con la posible excepción de China. Ya nadie sabía qué estaba ocurriendo en China.

* * *

Tengo un ejemplar de la Enciclopedia Británica aquí, en el vestíbulo del Empire State, lo cual explica que haya mencionado el segundo nombre de Dostoievski.

* * *

La doctora Cordelia Swain Cordiner aparecía invariablemente distinguida y cortés cuando se hallaba en presencia de adultos. Siempre la vimos cuidadosamente vestida en la mansión: zapatos de tacón alto, vestidos elegantes y joyas.

Una vez la escuchamos cuando decía a nuestros padres:

—El solo hecho de que una mujer tenga tres doctorados y dirija un instituto de diagnóstico que produce tres millones de dólares al año, no quiere decir que no pueda ser femenina.

Pero cuando se encontraba a solas con Eliza y conmigo le rezumaba la paranoia.

—Se acabaron los trucos —solía decirnos—, no me vengáis con esas historias de niños ricos presumidos.

Y Eliza y yo no habíamos hecho
nada
malo.

* * *

La enfurecían tanto el dinero y el poder que tenía nuestra familia, la ponían tan enferma, que tengo la impresión de que nunca se dio cuenta de lo altos y feos que éramos. Ella sólo nos veía como otro par de niños ricos malcriados.

—Yo no nací en cuna de oro —nos dijo no sólo una sino muchas veces—. Había días en los que no sabíamos de dónde íbamos a sacar para comer. ¿Tenéis vosotros idea dé lo que es eso?

—No —respondió Eliza.

—Por supuesto que no —recalcó la doctora Cordiner.

Y cosas parecidas.

* * *

Como era paranoica, resultaba especialmente lamentable que su segundo nombre fuese igual que nuestro apellido.

—No soy vuestra dulce tía Cordelia —solía decirnos—. No necesitáis devanaros vuestros aristocráticos sesos. Cuando mi abuelo llegó de Polonia cambió su apellido Stankowitz por Swain —sus ojos echaban chispas—. Decid «Stankowitz».

Lo dijimos.

—Ahora decid «Swain».

Lo hicimos.

* * *

Y finalmente uno de nosotros le preguntó por qué estaba tan enfadada.

Esto la tranquilizó de inmediato.

—No estoy enfadada —dijo—. Sería muy poco profesional de mi parte enfadarme por algo. Sin embargo, permitidme deciros que pedir a una persona de mí categoría que haga un largo viaje hasta este inhóspito lugar para administrar personalmente unos tests a sólo dos niños es como pedirle a Mozart que afine un piano, o como pedirle a Albert Einstein que encuentre el error en un talonario de cheques. ¿Me entienden señorita Eliza y señorito Wilbur, como tengo entendido que se llaman?

—¿Y entonces por qué vino? —le pregunté. Su furia se hizo patente una vez más. Me respondió esto con todo el rencor imaginable:

—Porque el dinero manda, pequeño Lord Fauntleroy.

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