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Authors: Ellen Porath

Tags: #Fantástico

Pedernal y Acero (14 page)

BOOK: Pedernal y Acero
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—No sabía que existiera un Gremio de Comunicaciones gnomo —observó Tanis.

—Lo habrá, cuando haya concluido aquí —dijo Orador mientras se volvía hacia su proyecto. Parecía que ahora le costaba menos trabajo hablar despacio, una vez que la conmoción del fuego había pasado—. Voy a establecerlo tan pronto como haya perfeccionado este mecanismo.

Tanis alzó la vista hacia el artilugio, fabricado con engranajes de todos los tamaños, alambres de tres colores, y una bocina gigantesca con forma de embudo, que le daba apariencia de un extraño dondiego de día. La punta de la bocina ajustaba en una caja pequeña del tamaño del pulgar del semielfo.

—Parece algo grande para llamarlo «mecanismo», simplemente —comentó Tanis.

—Oh, tiene un nombre mucho más largo, por supuesto. Se llama…

—¡No! —gritó el semielfo, justo a tiempo—. Con mecanismo es suficiente.

Orador parecía desilusionado, pero se encogió de hombros y continuó ajustando docenas de manecillas e interruptores acodillados de la máquina. Por último, se subió en la banqueta para alcanzar una manecilla, a la que llamó «distribuidor de ajuste demarcador».

—¿Qué hace? —preguntó Tanis finalmente.

—¿Que qué hace? —repitió Orador. De pie en la banqueta, su exasperado rostro estaba a escasos centímetros del de Tanis—. Facilita la opción ajustadora de demarcación. ¿Acaso no resulta evidente, semielfo?

Tanis examinó de nuevo el aparato brillante pero moteado de pavesas. Después volvió a mirar a Orador Corona de Diferencial. El gnomo soltó un sonoro suspiro y se sentó en la banqueta.

—Este aparato revolucionará la vida en Ansalon —dijo.

Tanis miró alternativamente a Orador y a la máquina.

—¿De veras?

El gnomo sacudió la cabeza arriba y abajo vigorosamente.

—Permitirá que todas las razas hablen unas con otras
sin necesidad de estar cerca.

—¡No me digas! —Tanis se preguntó si Orador Corona de Diferencial no habría recibido un golpe en la cabeza al salir rodando por la puerta. Volvió a mirar la máquina y repitió—: ¿De veras?

—¿Por qué? —demandó el gnomo—. ¿Qué te parece a ti que puede hacer?

El semielfo caminó frente al ingenio.

—Parece que su propósito principal es hacer ruido —comentó.

El gnomo lo miró con desdén. Tanis tendió la mano para tocar un interruptor acodillado, lo que hizo que Orador Corona de Diferencial se bajara de la banqueta con precipitación.

—¡Éste es un mecanismo de gran precisión! ¡No está para que cualquier
aficionado
haga el tonto con él!

La expresión del gnomo daba a entender que el semielfo tenía la inteligencia de un enano gully.

—Esto —señaló la bocina con forma de flor—, acumula luz del sol, la concentra a través del mecanismo derivador de iluminación especial —indicó la pequeña caja, en la base de la bocina—, y capta las emanaciones auditivas del lenguaje común —señaló una serie de pequeños engranajes ribeteados con alambre de cobre—, y traduce los ululatos auditivos en vectores iluminadores permutacionales —mostró a Tanis un carrete con más alambre enrollado, y un papel abarrotado de cifras—, que pueden percibirse y reproducirse de nuevo en emanaciones audibles ¡aptas para la comprensión auditiva! —Dio un paso atrás y se cruzó de brazos. Era evidente que esperaba una salva de aplausos.

—No me digas —musitó Tanis, devanándose los sesos para añadir algo más—. ¿Para qué?

Los ojos del gnomo casi se salieron de sus órbitas.

—¿Para qué? ¡Para qué!

Unas manchas rojas se marcaron en las mejillas y la nariz de Orador. El semielfo confió en que no fuera una señal de que el gnomo estaba sufriendo un ataque de apoplejía. Orador Corona de Diferencial inclinó la cabeza. La congestión de su rostro desapareció poco a poco.

—¿Cómo te enteras de los acontecimientos en la actualidad? —preguntó en un tono casi paternal, como si estuviera explicando a un niño algo elemental.

Tanis reflexionó un momento.

—Por los amigos. En las tabernas. Oyendo cosas por casualidad cuando recorres los caminos.

—¿Y en las ciudades más grandes?

Tanis frunció el entrecejo.

—¿En tabernas más grandes? —sugirió después.

Orador puso los ojos en blanco.

—¡Por los pregoneros de la ciudad! —gritó el gnomo con actitud triunfal.

—Oh. Los pregoneros de la ciudad.

—Piénsalo: un tipo cualquiera, de pie en una esquina, informando a gritos acerca de los acontecimientos del día a los transeúntes. ¡No es eficiente! —Aquello parecía ser la peor censura que el gnomo podía concebir—. ¡Imagina las mejoras en la comunicación si tuviésemos máquinas que lo hiciesen! —Orador Corona de Diferencial estaba arrebatado por su idea.

—¿Máquinas?

—Para ser específico, mi máquina ésta que hay aquí. Traducirá el sonido en luz solar y de nuevo en sonido. ¡Podríamos enviar mensajes con este aparato, enterarnos de los acontecimientos ocurridos en los rincones más lejanos de Ansalon casi en el mismo momento de suceder! —Orador, con lágrimas en los ojos, acarició el ingenio e irguió la
cabeza—.
De hecho, como prueba, utilizaré esta máquina para transmitir algunas noticias importantes a todos los habitantes de Haven. —Los hombros del gnomo se hundieron—. Claro que todavía hay que solucionar algunos inconvenientes.

—Sí, eso me parecía a mí también. —Tanis llegó a la conclusión de que el hombrecillo era inofensivo y, ciertamente, muy divertido. Arrastró un barril y se sentó en él—. Cuéntame más cosas.

—Bueno, el aspecto tecnológico en el que trabajaba cuando…, cuando… —Orador perdió el hilo de lo que estaba diciendo.

—… ¿cuando explotó el trasto? —sugirió Tanis con ánimo de ayudar.

Orador le lanzó una mirada furibunda.

—… cuando sufrí un momentáneo retraso científico, era el funcionamiento del acumulador de luz. —Explicó cómo más de la mitad de los elementos de la máquina estaban dedicados a captar los rayos de sol y a concentrarlos en la pequeña caja situada en la punta de la bocina—. Pero tengo que crear una salida al exterior a través de la cual las emanaciones luminosas sean «transometidas». He probado con metros de tubería, la cual se remontaba en espirales hasta un agujero del techo, pero la luz se evapora antes incluso de desembocar en el aparato receptor.

—¿Por qué no instalas la máquina en el exterior? —sugirió Tanis—. Hay sol a raudales ahí fuera.

—No sería científico —contestó el gnomo—. En cualquier caso, el aparato se oxidaría si le cayera lluvia.

—Entonces ¿por qué no abres las contraventanas? —Tanis señaló al otro lado del edificio, en la pared oriental. El sol naciente creaba halos en torno a las grietas de los postigos de madera que tapaban la abertura del ventanal.

Los ojos de Orador fueron del semielfo a la ventana. Murmuró algo en voz baja y se atusó la barba.

—Tal vez funcione —admitió—. Me hará falta un coordinador automático de suministro de iluminación, utilizando alambre y un interruptor de paso, y… —Dio la espalda al semielfo y se puso a trabajar.

Tanis observó al atareado gnomo durante unos minutos; después cruzó el establo, abrió las contraventanas, y sujetó las dos mitades en su sitio.

—Ya está —dijo.

Orador dio un brinco.

—¿Cómo has hecho eso? —preguntó a gritos. Cuando Tanis se lo mostró, la cara del gnomo se encogió en un gesto de asco—. Rudimentario. ¿Qué pasa si no hay alguien para abrirlas?

No obstante, Tanis se salvó de tener que responder gracias a la frenética actividad a la que se lanzó el gnomo. El hombrecillo iba y venía de interruptor a engranaje y de engranaje a manivela, ajustaba la bocina acumuladora de rayos de sol de modo que quedaba alineada con la ventana, y recorría innumerables veces el espacio entre la máquina y el ventanal.

—¿Qué hay dentro de la caja pequeña? —Tanis señaló el reducido recipiente situado en la punta de la bocina, que el gnomo había acariciado con actitud casi reverente.

—Mi aparato conductor de rayos acumulados.

—¿Y qué es…?

—Una piedra portentosa. ¡Mira!

El gnomo soltó una pequeña trampilla en el lateral de la caja. Una luz violeta se derramó en el umbroso establo. Tanis abrió los ojos como platos.

—¿Dónde la conseguiste?

—La adquirí en… —el gnomo miró a otro lado—. Adquiríestayotrasonce… deunelfoqualinestiquelashabíarecuperadodeunkenderquelashabíatomadoprestadasdeunEnanodelasColinasquelascompróaunhumanoqueselasganóaunmarinerojugadorquelasconsiguióenalgúnheladopuertosureñocuyonombrenuncasupeaunqueahoraquisierasaberlo.

—En otras palabras: las robaste —observó Tanis. Los gnomos, no hacen demasiados remilgos al robo… siempre que sea para bien de la tecnología y la ciencia, se entiende.

—Esto podría revolucionar… —Orador enmudeció al fijarse en el gesto ceñudo de Tanis—. ¡Bah! ¿Qué puede entender de la ciencia un semielfo? Los elfos sólo saben magia, magia, magia. —Dio media vuelta y reanudó el trabajo en la máquina.

Pasado un rato, Tanis comprendió que había sido despachado y se dirigió a las dobles puertas abiertas. Pero volvió la cabeza cuando oyó exclamar al gnomo:

—¡Y ahora, la prueba!

Orador Corona de Diferencial conectó el interruptor principal justo en el mismo momento en que el sol asomaba por el este del edificio. Los rayos se derramaron por la ventana, sobre el suelo, y en el interior de la enorme bocina metálica.

—Por todos los dioses —dijo Tanis pasmado.

Increíblemente, el ingenio empezaba a filtrar la luz. Renqueaba y crujía y gruñía, y Tanis recordó a Flint recitando un proverbio acerca de los gnomos:
Todo lo que es gnomo hace cinco veces más ruido del necesario.
El aire en torno a la bocina empezó a brillar. Orador Corona de Diferencial se inclinó sobre una red de cables y tarareó una tonada popular gnoma. Chispas púrpuras saltaron alrededor de la caja que guardaba la piedra violeta. Entonces la máquina soltó una especie de canturreo: las mismas notas que el gnomo había entonado. Orador se quedó petrificado, mudo de asombro, ante el aparato; las lágrimas le corrían por las mejillas.

—¡Funciona! ¡Por el gran Reorx, padre de los gnomos y los enanos, funciona!

La máquina siguió canturreando la misma tonada, una y otra vez, más y más deprisa. El metal chirrió al frotar contra metal. El fulgor violeta en torno a la caja se tornó más profundo, hasta crear una bruma de color de las pasas. Tanis dio un paso hacia el gnomo.

—Orador…

El hombrecillo no pareció oírlo. Más chispas saltaron de la base de la bocina. El crujido dio paso a un temblor, que a su vez se tornó en convulsiones. Pequeños fragmentos de metal empezaron a soltarse del ingenio a causa de las sacudidas. Las grietas entre las piezas de la máquina, cada vez más anchas, arrojaban luz y humo. Tanis dio un brinco y cerró los postigos de la ventana; la oscuridad los rodeó, pero el aparato siguió estremeciéndose y sacudiéndose.

—¡Desconéctalo! —le gritó al gnomo.

—Yo… —balbuceó Orador— no puedo…

Tanis agarró al hombrecillo por la oronda cintura y corrió hacia la puerta. Orador se debatió y protestó todo el camino.

—Semielfo, tengo que ver qué ocur…

Tanis se zambulló de cabeza en la calle justo en el mismo momento en que el ingenio, y después el edificio, estallaba en ardientes pedazos. Fragmentos de madera y metal llovieron sobre los espantados espectadores. Tanis metió a Orador bajo una carreta y se zambulló de cabeza tras él. Recobraron el aliento mientras docenas de personas, más o menos vestidas, salían disparadas de los edificios circundantes para formar una línea con cubos que iba desde el pozo de la ciudad hasta el incendio. Una rápida inspección del semielfo reveló que ninguno de los dos había sufrido mayores daños que algunos chichones y pequeñas contusiones.

—Ha tenido que ser el hidroencefalador tangencial, ahora que lo pienso —dijo Orador—. Una inadecuada filtración de agua para prevenir el calentamiento complementario.

A Tanis le faltaban las palabras.

—Hoy ya no tengo tiempo de construir otro ingenio. Ni dinero, en realidad. —Por primera vez, el gnomo parecía abatido. Entonces su expresión se animó—. Claro que, tal vez, queden algunas piezas intactas. ¡Oh! —De nuevo su rostro denotó desaliento—. ¡El aparato conductor de rayos acumulados!

—¿Qué? —Tanis empezaba a estar harto de gnomos—. ¿El qué?

—La piedra púrpura. Se ha destruido. La vi explotar mientras me sacabas del establo. —Su semblante se llenó de arrugas por el esfuerzo de concentración—. Esto va a necesitar un poco de ingeniería. —La perspectiva parecía entusiasmarlo.

—¿No dijiste que habías «adquirido» otras once piedras? —preguntó Tanis.

—Sí, pero las vendí para comprar alambre, hace ahora casi un año, a un mago, y antes de saber la promesa tecnológica que guardaban en ellas. Quizá podría comprarlas de nuevo… pero no tengo dinero.

—Siempre te queda la posibilidad de
robarlas
de nuevo —dijo el semielfo con sorna mientras empezaba a salir de debajo del carro. Orador Corona de Diferencial lo miró con reproche y Tanis se aplacó—. ¿Por qué no informas a la gente de las noticias importantes? ¿No resultaría igualmente eficiente, dadas las circunstancias? —añadió con tacto.

—Sí, pero…

—Te pones en una esquina de la calle y voceas las noticias.

El gnomo estaba pasmado.

—¿Hacerlo
yo mismo?

Tanis asintió con la cabeza.

—Yo, un pregonero de ciudad —musitó Orador—. Si me viera mi madre… Algo tan poco científico, tan ineficiente…

—Tan necesario.

El gnomo dirigió otra mirada de reproche al semielfo y salió de debajo del carro. Haciendo caso omiso de la multitud agrupada para presenciar cómo el fuego se consumía por sí mismo, y sin dirigir siquiera un vistazo al humeante montón de chatarra que hasta hacía poco había sido su laboratorio, Orador se encaminó presuroso a la esquina del mercado más abarrotada, seguido de cerca por Tanis. El gnomo tomó posiciones.

—¡Atended todos, atended! —gritó.

Nadie hizo caso. Tanis se acercó furtivamente a él.

—Necesitas alguna clase de plataforma —le aconsejó.

El gnomo miró en derredor.

—Puedo construir una —admitió—. Un elevador gnomo automático transport…

El semielfo lo aupó en vilo y se lo acomodó sobre un hombro.

—Ahora, pregonero de la ciudad, haz públicas tus noticias.

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