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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

Perdona si te llamo amor (22 page)

BOOK: Perdona si te llamo amor
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Diletta se pone a tararearla ante las demás.

—«Ya ves, no entiendo por qué me gustabas tanto. Te lo he dado todo, toda mi confianza… Te dije que te amaba y ahora todo ha ido a parar a la basura.»

Y rapea, y se mueve como el mejor rapero de color, un cruce extraño entre Eamon y Eminem.

—«Al diablo los regalos, podría tirarlos. Al diablo todos aquellos besos, no significan nada. Al diablo tú también, ya no te quiero… Creías que podías engañarme, yeah, pero te han descubierto, imbécil, me he enterado. Me has tomado el pelo, has practicado incluso sexo oral. Y ahora pretendes volver conmigo…»

Diletta da un giro extraño y acaba su canción con un «Yeah…»

Niki sonríe.

—Fabio Fobia no será tan idiota. Como haga una canción de ese tipo, lo denuncio. De todas formas, dejando a un lado el hecho de que no quiero volver con él en absoluto, debo admitir que en ese texto hay algo que sí tiene que ver conmigo…

—¿Qué, los regalos tirados?

—¿El sexo oral?

Niki mueve la cabeza.

—Lo siento, no diré nada… —Y se va.

—Venga, Olas… torturémosla… —Pero Niki echa a correr. Las Olas salen corriendo de inmediato tras ella por el pasillo de la escuela. Intentan darle alcance y, sobre todo, hacerla hablar.

Veintinueve

Alessandro acaba de cerrarse en su despacho. Mira una foto que hay en la mesa. La coge, se la acerca al rostro, le da vueltas entre las manos. Naturalmente, es él con Elena. Sonríe. Un pensamiento optimista. La esperanza de volver a estar juntos. Un recuerdo. La noche que fueron a ver
Alegría
, del Cirque du Soleil. A él no le apetecía en absoluto. A ella muchísimo. Y sólo por esa razón había encontrado asientos de primera fila. Por ella, por verla sonreír. Para mirar, a través de sus ojos sorprendidos, las volteretas de aquellos funambulistas de físico perfecto. Ella, encantada con la música, con las luces, con todos esos efectos de escena. Y respirar así, a través de su sonrisa, las emociones de aquel espectáculo mundial. Y comprender que ella, sólo ella, era su verdadero espectáculo. ¿Y ahora? No le queda sino salir de una sala vacía. ¿Qué será del espectáculo de mi vida? No tiene tiempo de seguir pensando.

Toc, toc. Alguien llama a la puerta, interrumpiendo así la vana búsqueda de una respuesta difícil.

—¿Quién es?

—Soy yo, Soldini, ¿puedo?

—Adelante.

Andrea se asoma a medias.

—Disculpa si te interrumpo, a lo mejor en este momento estabas a punto de dar con la idea que tanto necesitamos. Simple y fuerte, directa al corazón, ganadora y excitante…

—Sí, sí, dime, ¿qué ocurre? —le corta Alessandro, sin querer admitir, ni siquiera para sí mismo, que estaba pensando en Elena, sólo, única y, sobre todo, totalmente en ella.

—Ha venido un amigo tuyo a saludarte. Dice que teníais una cita. Un tal Enrico.

—Un tal Enrico no, Enrico Manello.

—¿Por qué la tomas conmigo? Han llamado de abajo a tu despacho, pero no estabas. Estábamos reunidos. Yo sólo intento ayudar…

—Vale, vale, hazlo pasar.

—¿Y de lo otro? ¿Nada? ¿Seguro?

—¿De qué me hablas?

—Del atajo.

—¿Qué?

—¿Me informo sobre el punto en qué se hallan, cuál es su idea…?

—¡Soldini!

—Vale, vale, no he dicho nada. Pero ten en cuenta que también en eso pretendía tan sólo ayudar. —Y se aparta de la puerta, abriéndola para hacer pasar a Enrico.

—Hola, figura. O sea que has venido en serio. Yo pensaba que se trataba de una de tus habituales bromas.

Alessandro le ofrece asiento. Entonces se da cuenta de que Enrico está extrañamente serio. Intenta que se sienta cómodo.

—¿Quieres beber algo? Qué sé yo, un café, un té, una Coca, un Chinotto. Tengo también Red Bull, mira… —Abre una pequeña nevera de puerta transparente—. ¡Tenemos de todo! —Está llena de latas de color azul metalizado—. Es que fuimos nosotros quienes hicimos su exitosa campaña y han sido muy generosos.

—No, gracias, no me apetece nada.

Alessandro se sienta frente a él. Ve la foto en la que Elena y él ríen, y la aparta con delicadeza, ocultándola detrás de algunas carpetas. Luego se acomoda mejor en su sillón.

—Dime, amigo mío. ¿Qué puedo hacer por ti?

—La foto que has escondido ahí detrás era de Elena, ¿verdad?

Alessandro se queda turbado.

—Sí, pero no la he escondido, sólo la he apartado.

Enrico le sonríe.

—¿Alguna vez has pensado que Elena te engañase? Bueno, lo habéis dejado, ¿no? ¡Nos lo dijiste tú anoche!

—Sí, es cierto.

—¿Cuánto hace de eso?

—Hace ya más de dos meses que se fue de casa.

—¿Y nunca pensaste que te pudiese estar engañando, tal vez con uno de nosotros? ¿Conmigo, por ejemplo?

Alessandro se sienta recto en su sillón. Después lo mira fijamente a los ojos.

—No. Nunca lo pensé.

Enrico le sonríe.

—Muy bien. Eso está muy bien, ¿sabes? Yo no sé si volveréis. Pero en serio que es bonito eso. Quiero decir que lo único que deseo es que volváis si eso es lo que quieres, pero en cualquier caso, está muy bien que hayas vivido sin el drama de los celos hasta hace más de dos meses. Es estupendo que, incluso ahora que lo habéis dejado, no pienses en si te engañó… en serio. Es muy bonito.

Alessandro lo mira.

—No te entiendo. ¿Me equivoco? ¿Hago mal? ¿Hay algo que me quieras decir?

—No. ¿Bromeas? El problema es mío, sólo mío.

Se quedan en silencio. Alessandro no sabe qué pensar. Enrico se cubre la cara con las manos, después las apoya juntas sobre la mesa y lo mira a los ojos con intensidad.

—Alex, tengo miedo de que Camilla me engañe.

Alessandro se echa hacia atrás en su sillón y deja escapar una larga exhalación.

—Perdona, pero ¿no me lo podrías haber dicho directamente? Has dado demasiadas vueltas, me has hecho pensar quién sabe qué, ir en todas las direcciones posibles e imaginables, preocuparme…

—Quería saber hasta qué punto podías comprenderme. Los celos. Tú no sabes lo que quiere decir eso… Tienes suerte, no los has sentido. Son una bestia que te devora por dentro, que te corroe, te desgarra, te despedaza, te retuerce; te devanas los sesos…

—Sí, sí, ya entiendo. Lo he entendido, basta.

—Por eso te he hecho todas esas preguntas. Ya te lo he dicho, tú no puedes comprenderlo.

—Vale, no puedo comprenderlo.

—No, no puedes, pero no te pongas en plan irónico.

—No me he puesto en plan irónico. Sólo intento comprender, pero dices que no puedo.

—Entonces intentaré hacer que lo comprendas. ¿Has visto aquella película de Richard Gere que se titula
Infiel
?

—Sí, me parece que la vimos todos juntos.

—Así es, tú aún estabas con Elena. ¿Recuerdas la historia?

—Más o menos.

—Por si no te acuerdas bien, te la refresco. Ella, la hermosísima Diane Lane, es Connie Summer, y está casada con Richard Gere, Edward. Son guapos y parecen felices. Tienen un hijo de ocho años, un perro y llevan una vida envidiable en su barrio del SoHo. Un día de mucho viento, Connie se topa con un muchacho de buen ver, uno de esos con el pelo largo. Ella se cae, se hace daño en una rodilla y acepta la invitación que él le hace de que suba a su apartamento a curarse. Sólo porque él la ha ayudado. Y luego, bueno, ¡luego se pasan toda la película follando como conejos!

—No seas tan simple. No pasa sólo eso.

—Era para que lo entendieses.

—Sí, pero te aseguro que ya lo había entendido.

—Bueno, da igual, de todos modos la película me dio asco, pero lo más importante sucedió luego y me acuerdo perfectamente. La sesión acababa de terminar y, cuando nos estábamos levantando de nuestros asientos, Elena miró a Camilla y ésta le sonrió. ¿Lo entiendes ahora?

—Lo entiendo. Pero el problema es lo que he entendido. ¿Quién sabe por qué sonreían? A lo mejor había pasado algo… A lo mejor habían chocado, o a Camilla se le había caído algo o se le había quedado la chaqueta enganchada al asiento.

—No, no… lo siento. —Enrico mueve la cabeza—. Se trataba de una señal. Estaba claro que en algún momento se habían hecho confidencias sobre algo que tenía que ver con la película. Bueno. Después nos fuimos a cenar, pero eso ya no importa porque no sucedió nada más.

—Perdona, Enrico, pero no me parece que dispongas de elementos suficientes como para poder decir nada, ni para obsesionarte con el tema, ni que hayas captado algo en realidad…

—Ah, ¿sí? ¿Recuerdas aquella escena en la que Richard Gere se da cuenta de que su mujer está indecisa a propósito de qué ponerse porque ha dejado preparados dos pares de zapatos bajo la silla en la que tiene el vestido?

—Sí, me parece que sí.

—Pues bien, la semana pasada, Camilla tenía dos pares de zapatos bajo la silla.

—Quizá había olvidado allí uno de los pares el día anterior.

—No, a Camilla no se le olvida nada.

—Entonces es que simplemente estaba indecisa. Pero no lo entiendo, disculpa. Esta vez realmente no lo entiendo. ¿Si una mujer está indecisa tiene por fuerza que ser una fulana?

—¿Qué has dicho?

—Nada, lo decía sólo por decir. Me estás poniendo nervioso a mí también con esta historia. ¡En serio que no entiendo nada! De todos modos, yo no puedo telefonear a Elena. Hace dos meses que no hablamos, y está claro que yo no voy a llamarla para decirle: «Hola, perdona, pero ¿Camilla está liada con otro?»

—No, claro que no, no es eso lo que te quería pedir. —Enrico se dobla sobre sí mismo.

—¿Qué te ocurre? —Alessandro lo mira preocupado.

—Nada, me pongo fatal sólo de oírtelo mencionar.

—Oye, Enrico, analicémoslo con serenidad. ¿Cómo van las cosas entre vosotros?

—Bien.

—¿Qué quiere decir bien?

—Pues que más o menos.

—¿Y eso?

—Me pongo celoso, me muero de celos y, por lo tanto, va fatal.

—Vale, vale, pero ¿estáis bien juntos, resumiendo, ¿tenéis sexo?

—Sí.

—¿Cómo siempre? ¿Más, menos?

—Como siempre.

Alessandro piensa por un momento en los últimos momentos pasados con Elena. Era espléndida, guapísima, cariñosa, y además lista, pertinaz, voluntariosa, ardiente. Lo besaba con pasión, le daba besos entre los dedos de las manos, y después seguía besándolo por todas partes, hasta llegar a los pies en su locura erótica. Y dos días después se fue dejándole una simple nota. Sacude la cabeza y regresa a las preocupaciones de su amigo, que lo está mirando con ansiedad.

—¿En qué piensas?

—En nada.

—Alex, dímelo, porque no sé si te das cuenta de lo mal que me siento; de que me estoy volviendo loco.

Alessandro resopla.

—En lo bueno que era el sexo con Elena, ¿vale?

—Ah. Bueno, a mí siempre me ha ido bien con Camilla, digamos que teníamos una manera tranquila de hacer el amor. Pero últimamente ha cambiado. Parece más, más…

—¿Más?

—¡Qué sé yo! No lo sé.

—Venga, estabas diciendo que más…

—Con más ganas, eso mismo, ya te lo he dicho.

—A lo mejor es que tiene menos preocupaciones. O quizá quiera tener un hijo.

—Toma la píldora.

—Oye, mira, a mí me parece que te quieres amargar la vida porque sí.

—¿Tú crees?

—Sí. Me parece que todo va por buen camino. Si quieres un hijo, pídele que deje de tomar la píldora.

—Ya lo he hecho…

—¿Y?

—Ha dicho que lo pensará.

—¿Lo ves…? No te ha dicho que no. Ha dicho que lo pensará, y eso es algo, porque tener un hijo está bien, ¿no? Es importante, supone un paso definitivo, es lo que te unirá más que cualquier otra cosa a esa mujer, más que el matrimonio. Para siempre.

En el preciso instante en que acaba de decir esa frase, Alessandro se da cuenta de cuánto le falta todo eso en su propia vida, y de cuánto se lo recuerdan su madre y sus hermanas cada vez; incluso su padre, y todo cuanto lo rodea. Hasta los anuncios de su empresa, llenos de familias felices y, sobre todo, de niños. Pero esta vez es Enrico quien lo salva.

—Siempre que llega a casa, saca el móvil y lo pone en modo silencio.

—A lo mejor es que no tiene ganas de hablar con nadie. Trabaja con comerciales, ésos no paran de hablar en todo el día.

—Quita también el tono de los mensajes recibidos.

Alessandro se rinde y se echa hacia atrás en su sillón.

—¿Qué quieres que haga? Dímelo tú, Enrico.

—Quisiera que fueses aquí. —Y del bolsillo de la chaqueta se saca una página arrancada de las Páginas Amarillas. Le da la vuelta sobre la mesa, poniéndosela ante los ojos a Alessandro, que la lee.

«Tony Costa. Agencia de detectives. Pruebas, testimonios documentales con fotos legalmente válidas para separaciones, divorcios, custodia de menores. Máxima discreción al mínimo precio.»

Alessandro mueve la cabeza.

—Pero ¿por qué te quieres meter en estos líos?

—Lo he pensado mucho, y no tengo otra solución. Bueno, para ser exactos, mi única solución… eres tú.

—¿Yo?

—Sí, tú. Yo nunca tendría valor para ir hasta allí, subir al piso que sea y hablar con el tal Tony. Me imagino la expresión que adoptaría, lo que pensaría, el modo en que me sonreiría, atusándose los bigotes.

—¿Y tú qué sabes si tiene bigotes?

—Los detectives siempre tienen. ¿No sabes que les sirven para camuflarse? Bueno, el caso es que seguro que pensaría: ¡Otro gilipollas! Otro al que engañan y me paga el alquiler.

Bueno, piensa para sí Alessandro mirando la hoja, en realidad aquí pone «mínimo precio»; pese a la situación, quiere ahorrar un poco.

—Ok, Enrico, iré. Sólo por ti.

—Gracias, ya me siento mejor, en serio.

—Sólo espero que no te arrepientas y que esto no arruine nuestra amistad.

—¿Por qué tendría que ser así? Sé que puedo contar contigo. Siempre lo he sabido, y esto no es más que la enésima confirmación.

—¿Sabes por qué te lo digo, Enrico? Porque, en demasiadas ocasiones, ocurre que un amigo, por hacer un favor, se mete en medio y al final al que abandonan es a él. Lo consideran culpable de que las cosas entre ellos empiecen a no ir bien…

—«Los celos conservan el amor, del mismo modo que las cenizas guardan el fuego», como decía Ninon de Lenclos. Pero a mí no me sirve. Sin celos me sentiré mucho mejor. Y sea lo que sea lo que descubras, espero que siempre seamos amigos.

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