Perdona si te llamo amor (68 page)

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Authors: Federico Moccia

Tags: #Romántico

BOOK: Perdona si te llamo amor
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Olly las empuja hacia el interior del spa, en ese extraño templo de estilo romano. Poco después, están las cuatro sólo con unas enormes toallas enrolladas a la cintura. Olly hace de guía.

—Daos cuenta… Aquí hay casi dos mil metros cuadrados de puro placer, por supuesto no del que me gustaría a mí, pero no está mal.

Y en un instante todas se dejan ir. Abandonadas en la piscina interna climatizada, mirando a través de la cúpula de cristal las nubes que pasan ligeras. Se ríen, conversan. Luego se meten debajo de una cascada sueca, y un hidromasaje y un paseo por bañeras de piedras calientes.

—¡Y ahora a la
Chocolate Therapy
!

—¿Y eso qué es?

—Eso que está tan de moda ahora.

—Hummm, me gusta el chocolate.

—¡Pero no te lo tienes que comer! Es él el que se come tu estrés.

Erica se toca las nalgas, apretándose un poco el muslo.

—¿Y de aquí? ¿De aquí se come algo?

—Ah, no, para eso tienes que hacer un tratamiento ayurvédico.

—¿Qué?

—Sí, ¿qué es eso?

Olly sonríe.

—Son tratamientos que se remontan al arte hindú iniciado hace cinco mil años. Y para ese problema que tanto te preocupa, deberías hacer un garsha… Pero todavía es muy pronto, ¡no tienes ni una gota de celulitis!

—Yo creo que tú tienes alguna especie de abono en este spa. Sabes demasiado…

—¡Qué va! Pero tengo a mi madre que lo ha probado prácticamente todo y más… con escasos resultados. Pero ¡me lo cuenta prácticamente cada día!

Y poco después, de nuevo en el coche con Samantha hacia una nueva aventura.

Aparcan a la entrada del Parque de Veio. Olly, Niki, Diletta y Erica se encaminan por un pequeño sendero hacia el verde del bosque. Entre setos de boj, pinos, palmeras. Y un prado de estilo inglés, perfectamente cuidado, con luces indirectas, ocultas y una música suave que baila entre el ligero rumor de esas plantas inclinadas por un leve viento estival.

—¿Y aquí qué hay?

—Se llama
Tête à tête
.

—¿O sea?

—Es un pequeño restaurante que tiene una mesa y una cocina exclusivas para dos personas solas.

—Pero ¡nosotras somos cuatro!

—¡He conseguido que se saltasen un poco las normas!

Las Olas se sientan a la mesa y son recibidas por un equipo de camareros. Leen rápidamente el menú y comentan divertidas esos platos tan extraordinarios. Olly le pide un vino excelente a un
maître
discreto que ha aparecido de repente junto a la mesa. Y ordenan y comen con placer, navegan entre platos italianos y franceses, y algo de chino e incluso uno árabe.

—No, por favor. Eso sí que no. Yo pongo toda mi voluntad, pero es más fuerte que yo. No pidamos nada japonés, ¿vale?

Niki se echa a reír. Todas se ríen. Y un poco de ese dolor ha sido exorcizado.

—Pensad que si uno viene aquí acompañado… Bueno, después de cenar, en el parque, se puede hacer una paradita en un delicioso y romántico bungalow.

—Venga ya. ¡Guau!

—Qué fuerte.

—Yo te dejaría allí, Olly.

—Sí, para que lo desmontase…

—Yo en cambio lo alquilaría y encerraría dentro a Diletta. Después, cada día le mandaríamos a uno diferente a la hora de visita. Y hasta que no pasase algo, no la dejaríamos salir.

—Sí, una especie de prisión erótica al revés.

Diletta las mira altanera.

—De todos modos, yo resistiría.

Empiezan a llegar uno tras otro varios camareros, las invitan a levantarse y empiezan a abrazarlas. Olly, Diletta, Erica y Niki se miran anonadadas.

—Pero ¿qué pasa? ¿Qué están haciendo?

—Pues no lo sé.

—Habrán estado oyendo lo que hablábamos.

—Venga, Diletta, aprovecha.

El
maître
se acerca.

—Disculpen, pero estamos promoviendo esta iniciativa:
free hugs
, abrazos gratis… Es una terapia contra la soledad, la melancolía, el aburrimiento, la depresión y la tristeza.

—¿Nos está tomando el pelo?

—En absoluto. Se lanzó en setiembre, en Australia, y rápidamente se adoptó en muchas ciudades italianas, la primera fue Génova, con Rene Andreani. Nosotros somos
freehuggers
, abrazadores… Nos encantaría que también vosotras llevaseis adelante esta iniciativa.

Olly sonríe.

—Yo ya soy de los vuestros… Mis amigas pueden confirmarlo. Quiero decir que yo, desde siempre, he estado absolutamente convencida de la enorme fuerza de los
free hugs
, sí, de los abrazos gratis… Claro, que a veces también me parece más útil, cómo lo diría, no quedarse en la superficie, llegar un poco más hasta el fondo. Y, sobre todo, elegir como si dijéramos el abrazo «oportuno», pero, a fin de cuentas, eso son sólo pequeños detalles.

Y poco después están de nuevo en el Bentley para una última y divertida cita.

—No me lo creo.

—Pues no te lo creas.

—Mira eso.

Entran en una pequeña sala en el último piso del Gran Hotel Eden. Y es cierto. Vasco Rossi está allí.

—¿Te lo crees ahora?

—Pero no es posible.

—Esto es el
after show
, un espacio donde relajarse después del concierto. Sólo para cincuenta personas, y nosotras estamos entre ellas.

—¿Cómo lo has hecho, Olly?

—Conozco a uno de sus guardaespaldas. Un «abrazo libre» muy significativo.

—¡Olly!

—Venga, chicas, que iba en broma. Vosotras tenéis una pésima opinión de mí, pero lo hago ya a propósito. Me he acostumbrado al papel. ¿Dónde está la verdad y dónde la mentira? Vete tú a saber.

Y se aleja con sus amigas, alegres, divertidas, que observan a su ídolo mientras se pasea entre las mesas, canta algún pedazo de canción, se bebe un vaso de algo y se ríe con ellas.

Vasco. Vasco que envía un mensaje desde su teléfono móvil a las estrellas, quién sabe qué palabras y para quién. Vasco, con esa voz un poco ronca, pero llena de relatos, de historias, de desilusiones, de sueños y de amor. Esa misma voz que te ha sugerido que no intentes buscarle un sentido a esta vida. Aunque sólo sea porque esta vida no tiene sentido.

Y Olly las mira desde lejos. Observa a sus amigas que conversan curiosas, hacen preguntas, no paran de hablar con él. Niki sonríe. Se arregla el pelo. Y hace otra pregunta. Finalmente está distraída, se muestra curiosa, tranquila, piensa en otra cosa. Olly sonríe. Le hace feliz que ella sea feliz. En parte porque así se siente un poco menos culpable por lo que ha hecho.

Ciento once

El ser humano se adapta a todo. Supera el dolor, cierra historias, empieza de nuevo, olvida, hasta consigue sofocar las más grandes pasiones. Pero a veces basta con nada para comprender que esa puerta nunca se cerró con llave. Alessandro vuelve a casa, deja la cartera encima de la mesa.

—¿Elena, estás en casa?

—¡Estoy aquí, Alex! —Elena llega a toda prisa y le da un beso a la misma velocidad. Luego se va al baño—. Perdona, estaba colocando unas cosas que he comprado.

Alessandro se quita la chaqueta y la deja en el respaldo de la silla. Después se va a la cocina, coge un vaso, la botella de vino blanco del frigo y se sirve un poco. Elena reaparece poco después.

—Alex, no sabes lo que me ha pasado hoy. Estaba poniendo un poco de orden en la casa, ¿no…?

—Sí.

—Quería poner un poco de orden. A propósito, ¿estás seguro de que esa extraña escultura,
El mástil y la ola
…?


El mar y el arrecife
. ¿Qué pasa?

—No, decía si de veras estás seguro de querer conservarla.

—Me la hiciste poner en la terraza, ¿también te molesta allí?

—No, no es que me moleste, es que no tiene nada que ver con el estilo de todas las demás cosas.

—¡Es sólo una escultura!

—Caramba, dime sólo una cosa… ¿tan cara la has pagado? Porque si te ha costado tanto nos la podemos quedar.

Alessandro no puede decir que se trata de un regalo.

—Sí. Sólo te diré que todavía la estoy pagando…

—En ese caso, podríamos volver a ponerla en el salón. Bueno, pues lo que te estaba contando. Estaba poniendo un poco de orden en la casa cuando de repente se me ha ocurrido que todavía tenían que llegar un montón de muebles para el salón. Entonces he llamado a la tienda y he hablado con Sergio. ¿Te acuerdas de aquel encargado?

Por supuesto que me acuerdo, pero, cualquiera se lo dice. Elena lo ve disperso y continúa.

—Bueno, no tiene importancia, pero cómo te lo diría, hemos tenido una buena… o sea, hemos estado gritándonos más de una hora. ¿A ti te parece normal que hayan pasado todos estos meses y todavía no nos hayan traído nada? ¿Y sabes cómo se ha justificado el encargado? El muy mentiroso me ha dicho que tú habías anulado el pedido.

Alessandro termina de beberse el vino y casi se atraganta. Elena sigue combativa.

—¿Tú crees? Pero a mí me ha dado igual, me he puesto como una fiera. ¿Sabes lo que le he dicho? «¿Ah, sí? Muy bien, pues ahora se lo anulo en serio.»

Alessandro suelta un largo suspiro, casi de alivio. Elena se le acerca.

—¿Qué pasa? ¿Te has enfadado? A lo mejor no tenía que hacerlo, y debíamos hablarlo antes quizá… pero es que me puse, no tienes idea de cómo me puse… no me gusta que me tomen el pelo. De todos modos, si los quieres, podemos volverlos a encargar, pero en otro sitio.

Alessandro se deja caer en el sofá y enciende el televisor.

—Has hecho muy bien, está perfecto.

Elena se pone delante del televisor, con las piernas abiertas y los brazos en jarras.

—Pero ¿qué haces?

—Estoy mirando a ver si hay alguna película buena.

—¿Estás de broma? Nos están esperando en la Osteria del Pesce… Venga, están Pietro y los demás y otras dos nuevas parejas de amigos. Llegamos tarde. ¡Ve a prepararte!

Alessandro apaga el televisor, se levanta y entra en el dormitorio. Abre el armario. Está indeciso. Camisa blanca o negra. Al final sonríe. Es tan bueno que exista el camino del medio… Y se pone sin problemas la gris.

Ciento doce

Más tarde, en el restaurante.

—Sí, tráiganos unos entremeses mixtos, fríos y calientes.

—¿Desean algo crudo también?

—Sí, muy bien, y gambas si las hay. Y una ración de carpaccio de pez espada y lubina.

El camarero se aleja justo cuando llegan Elena y Alessandro.

—¡Aquí estamos, hola a todos!

—¿Qué, qué os contáis?

Elena se sienta de inmediato entre Susanna y Cristina.

—Bien, lo primero que tengo que deciros es que me he comprado la gabardina de verano de Scervino, que es un sueño.

Camilla la mira con curiosidad.

—¿Y cuánto te ha costado?

—Una tontería. Mil doscientos euros. Parece mucho, pero me la ha regalado Alex. Lo han ascendido, podemos pasarnos un poco.

—En ese caso, me parece poquísimo. —Y todos se echan a reír, y siguen conversando de nuevos locales, de amigas engañadas, de un nuevo peluquero, de uno que ha cerrado, de una asistenta de Cabo Verde que va por la casa cantando, de otra, filipina esta vez, a la que siempre se le pegan las sábanas, así como de una peruana que, en cambio, cocina como los ángeles.

—Sí, pero las asistentas italianas son las mejores. Sólo que ya no se encuentran. Yo, por ejemplo, tenía mi tata… bueno, no tenéis idea de lo bien que cocinaba…

Y recuerdos lejanos. Y poco a poco, Alessandro los escucha, sigue ese camino. Y luego se pierde. Retrocede en el tiempo. No mucho. París. La ve correr por las calles, comer en algún pequeño restaurante de lengua francesa, un poco menos de confusión y una nota más. Ella. ¿Qué estará haciendo en ese instante? Alessandro mira la hora. Debe de estar estudiando. Tiene la Selectividad. Faltan pocos días. Y se la imagina en casa, en su habitación, la habitación que vio sólo de pasada cuando por un momento fue un agente de seguros. Alessandro ríe para sí. Pero Pietro se da cuenta.

—¿Habéis visto? Alex está sonriendo. De manera que está de acuerdo conmigo.

Alessandro regresa de inmediato a la realidad. Ahora. Allí. Como abducido. Desgraciadamente.

—Claro, claro…

Elena interviene mirándolo estupefacta.

—¿Cómo que claro? Pietro estaba diciendo que, de vez en cuando, está bien engañar a la pareja, porque eso mejora la relación sexual con ella.

—Y yo quería decir que claro, es bueno para quienes no tienen una buena relación, pero no me habéis dejado acabar.

Elena se tranquiliza.

—Ah, bueno.

Enrico se pone en pie.

—Vale, nos toca. Nos vamos a fumar.

Los demás hombres se levantan también y salen todos fuera. Pietro se acerca a Alessandro.

—Vaya, no hay manera, ¿eh? Tú siempre te sales con la tuya.

—Bueno, porque ahora me siento preparado. En cambio tú siempre estás con lo mismo, intentas justificar a toda costa el sexo extramatrimonial.

—¿De qué hablas? No me refería a eso. A saber en qué estarías pensando de verdad.

Enrico interviene.

—Yo te diré en lo que estaba pensando: en la chica, en su joven amiga.

—Ah… La que no tiene necesidad de que la engañen. Ella y sus amigas te hacen picadillo, acaban contigo, de modo que físicamente resulta imposible que las engañes.

Alessandro se queda en silencio. Pietro vuelve a la carga, curioso.

—¿Has vuelto a hablar con ella, la has vuelto a ver? En mi opinión, a ella no le importaría seguir viéndote aunque estés en esta situación en la que estás, con Elena. Hazme caso.

Alessandro lo empuja. Luego sonríe.

—¿Quién? No sé de quién me estás hablando.

—Sí, sí, no sabes de quién estoy hablando. De la chica de los jazmines.

También Enrico le da un empujón a Pietro.

—¡Venga ya, déjalo! Mira. —E indica con la mirada a la otra pareja de amigos que está un poco más allá. Conversan alegremente.

—¿Quiénes, esos? No pueden oírnos… y aunque nos oyesen, no lo dirían jamás. No les conviene. Es posible que no os deis cuenta, pero… a cualquiera que tenga el tejado de vidrio, no le conviene tirar piedras al del vecino.

Enrico arroja su cigarrillo.

—Vale, yo vuelvo a entrar.

—Ok, nosotros también. ¿Qué hacéis, venís?

También los otros dos amigos que están un poco más allá tiran sus cigarrillos, y todos vuelven a entrar en el restaurante. Las mujeres al verlos regresar se levantan a su vez.

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