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Authors: Jared Diamond

Tags: #Divulgación Científica, Sexualidad

¿Por qué es divertido el sexo? (3 page)

BOOK: ¿Por qué es divertido el sexo?
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¿Podría nuestra distinción sexual estar relacionada con las otras diferencias que nos separan de los grandes simios? Además de (y probablemente en última instancia como un producto de) nuestra postura erguida y cerebro grande, esas distinciones incluyen nuestra relativa falta de pelo, la dependencia de las herramientas, el dominio del fuego y el desarrollo del lenguaje, el arte y la escritura. Si alguna de estas distinciones nos predispuso hacia la evolución de nuestras distinciones sexuales, los vínculos están ciertamente poco claros. Por ejemplo, no resulta obvio por qué la pérdida de nuestro pelo corporal tendría que haber hecho el sexo recreativo más atrayente, ni tampoco por qué nuestro dominio del fuego tendría que haber favorecido la menopausia. En lugar de ello, argumentaré en sentido contrario: el sexo recreativo y la menopausia fueron tan importantes para nuestro desarrollo del fuego, el lenguaje, el arte y la escritura como lo fueron nuestra posición erguida y nuestros cerebros grandes.

La clave para comprender la sexualidad humana es reconocer que se trata de un problema de biología evolutiva. Cuando Darwin reconoció el fenómeno de la evolución biológica en su gran obra
The Origin of Species (El origen de las especies),
la mayoría de su evidencia derivaba de la anatomía. Dedujo que la mayoría de las estructuras vegetales y animales evolucionan, es decir, tienden a cambiar de generación en generación. También dedujo que la fuerza principal tras el cambio evolutivo es la selección natural. Por este término Darwin entendía que las plantas y los animales varían en sus adaptaciones anatómicas, que determinadas adaptaciones capacitaban a los individuos que las presentaban para sobrevivir y reproducirse con mayor éxito que otros individuos, y que la frecuencia de tales adaptaciones particulares aumentaba en una población de una generación a otra. Biólogos posteriores mostraron que los razonamientos de Darwin sobre anatomía también eran aplicables a la fisiología y a la bioquímica: una característica fisiológica o bioquímica de una planta o un animal le permite asimismo adaptarse a determinado estilo de vida y evolucionar en respuesta a condiciones ambientales.

Más recientemente, los biólogos evolutivos han mostrado que los sistemas sociales animales también evolucionan y se adaptan. Incluso entre especies animales cercanamente emparentadas, algunas son solitarias, otras viven en pequeños grupos, y otras más, en grandes grupos. Pero el comportamiento social genera consecuencias en la supervivencia y la reproducción. Dependiendo, por ejemplo, de si la provisión de alimentos de una especie está agrupada o es dispersa, y de si una especie se enfrenta a un gran riesgo de ataque por parte de depredadores, la vida en solitario o en grupo podría ser mejor para promover la supervivencia y la reproducción.

Consideraciones similares son aplicables a la sexualidad. Algunas características sexuales podrían ser más ventajosas para la supervivencia y la reproducción que otras según la disponibilidad de alimento de cada especie, su exposición a depredadores y otras características biológicas. En este punto mencionaré sólo un ejemplo, un comportamiento que a primera vista parece diametralmente opuesto a la lógica evolutiva: el canibalismo sexual. El macho de algunas especies de arañas y mantis es devorado rutinariamente por su compañera exactamente después de (o incluso durante) la cópula. Esta práctica implica el consentimiento del macho, puesto que en estas especies se acerca a la hembra, no hace ningún intento de escapar y puede incluso inclinar la cabeza y el tórax hacia la boca de aquélla de manera que la hembra puede abrirse camino a mordiscos a través de la mayor parte de su cuerpo mientras su abdomen permanece adherido completando la tarea de inyectar esperma dentro de ella.

Si uno piensa en la selección natural como la maximización de la supervivencia, tal suicidio caníbal carece de sentido. Pero, en realidad, la selección natural maximiza la transmisión de genes, siendo la supervivencia en la mayoría de los casos tan sólo una estrategia que proporciona repetidas ocasiones para proceder a ella. Supongamos que las oportunidades de transmitir genes aparecen impredecible e infrecuentemente, y que el número de la progenie producida en tales ocasiones aumenta según las condiciones nutricionales de la hembra. Tal es el caso de algunas especies de arañas y mantis que viven en bajas densidades de población. Un macho tiene suerte si encuentra una sola hembra, y no es probable que ese golpe de suerte ocurra dos veces. La mejor estrategia del macho es producir la mayor cantidad posible de progenie que lleve sus genes como resultado de su afortunado hallazgo. Cuanto mayores sean las reservas nutricionales de la hembra, más calorías y proteínas tendrá ella disponibles para ser transformadas en huevos. Si el macho partiera después del apareamiento probablemente no encontraría otra hembra, y la continuación de su supervivencia resultaría entonces inútil. En vez de ello, animando a la hembra a que le devore, la capacita para producir más huevos que lleven sus genes. Además, una hembra de araña cuya boca está distraída masticando un cuerpo de macho permite que la cópula con los genitales del macho tenga lugar durante más tiempo, resultando en mas esperma transferido y más huevos fertilizados. La lógica evolutiva del macho de araña es impecable, y sólo resulta estrambótica a nuestros ojos debido a que otros aspectos de la biología humana hacen del canibalismo sexual una desventaja. La mayoría de los hombres tienen más de una oportunidad de copular en su vida; además, incluso las mujeres mejor nutridas normalmente dan a luz un único hijo al tiempo, o, como mucho, gemelos; y una mujer no podría consumir de una sentada la suficiente cantidad del cuerpo de un hombre como para mejorar significativamente las bases nutricionales de su embarazo.

Este ejemplo ilustra la dependencia de las estrategias sexuales evolucionadas tanto de parámetros ecológicos como de parámetros de la biología de una especie, variando ambos entre las especies. El canibalismo sexual en arañas y mantis es favorecido por las variables ecológicas de baja densidad de población y baja tasa de encuentros, y por las variables biológicas de la capacidad femenina para digerir comidas relativamente grandes e incrementar considerablemente su producción de huevos cuando está bien nutrida. Los parámetros ecológicos pueden cambiar de un día a otro si un individuo coloniza un nuevo tipo de hábitat, pero el individuo que lleva a cabo la colonización lleva con él un bagaje de atributos biológicos heredados que sólo pueden cambiar lentamente, por medio de la selección natural. Por tanto, no es suficiente considerar el hábitat y estilo de vida de una especie, diseñar sobre el papel un conjunto de características sexuales que encajarían bien con ese hábitat y estilo de vida, y quedarse entonces sorprendido de que estas características sexuales supuestamente óptimas no evolucionen. En vez de ello, la evolución sexual está severamente constreñida por compromisos heredados y por la historia evolutiva previa.

Por ejemplo, en la mayoría de las especies de peces una hembra pone huevos y el macho los fertiliza fuera del cuerpo de la hembra, pero en todos los mamíferos placentarios y marsupiales una hembra da a luz crías vivas, y no huevos, y todas las especies de mamíferos practican la fertilización interna (esperma masculino inyectado dentro del cuerpo de la hembra). El nacimiento vivo y la fertilización interna implican tantas adaptaciones biológicas y tantos genes que todos los mamíferos placentarios y marsupiales han estado firmemente comprometidos con estos atributos durante decenas de millones de años. Como veremos, esos compromisos heredados ayudan a explicar por qué no hay especies de mamíferos en las que el cuidado parental sea proporcionado únicamente por el macho, incluso en hábitats donde los mamíferos viven junto con especies de peces y ranas cuyos machos son los únicos proveedores de cuidados parentales.

Así pues, estamos en condiciones de redefinir el problema planteado por nuestra extraña sexualidad. En el transcurso de los últimos siete millones de años nuestra anatomía sexual divergió algo, nuestra fisiología sexual más profundamente y nuestra conducta sexual todavía más, de aquellas de nuestros parientes más cercanos, los chimpancés. Esas divergencias deben reflejar necesariamente una separación entre los humanos y los chimpancés en cuanto a ambiente y hábitos de vida; pero estuvieron también limitadas por restricciones heredadas. ¿Cuáles fueron los cambios en el estilo de vida y las restricciones heredadas que moldearon la evolución de nuestra extraña sexualidad?

Capítulo
2
La batalla de los sexos

En el capítulo anterior vimos que nuestro esfuerzo por entender la sexualidad humana debe comenzar por que tomemos distancia de nuestra retorcida perspectiva humana. Somos animales excepcionales en que nuestros padres y madres con frecuencia permanecen juntos después de copular, estando ambos implicados en la cría de los niños resultantes. Nadie se atrevería a afirmar que las contribuciones parentales de hombres y mujeres son iguales: tienden a ser extremadamente desiguales en la mayoría de matrimonios y sociedades; pero la mayoría de los padres contribuyen de alguna manera con sus hijos, aunque sólo se trate de alimentación, defensa o derechos. Tenemos tan asumidas estas contribuciones que hasta están contempladas en la ley: los padres divorciados deben apoyo a sus hijos, y una madre soltera puede incluso demandar a un hombre con el fin de obtener apoyo para la manutención del niño si las pruebas genéticas demuestran que es el padre de éste.

Pero ésta es nuestra retorcida perspectiva humana. En cuanto a la igualdad sexual, constituimos una aberración en el mundo animal, y, especialmente, entre los mamíferos. Si los orangutanes, las jirafas y la mayoría de las demás especies de mamíferos pudieran expresar su opinión, declararían absurdas nuestras leyes de apoyo a los hijos. La mayoría de los machos mamíferos no tienen ninguna implicación con su prole, ni con la madre de esta prole después de inseminarla; están demasiado ocupados buscando otras hembras que inseminar. Los animales macho en general, no sólo los mamíferos, proporcionan mucho menos cuidado parental (si es que proporcionan alguno) que los animales hembra.

Aun así, hay unas pocas excepciones a este patrón machista. En algunas especies de aves, tales como los falaropos y los andarríos manchados, es el macho el encargado de la incubación de los huevos y la cría de los polluelos, mientras las hembras van en busca de otros machos para que las inseminen de nuevo y críen la siguiente nidada. Los machos de algunas especies de peces (como los caballitos de mar y los espinosos) y algunos anfibios macho (como los sapos parteros) cuidan de los huevos en un nido o dentro de su boca, bolsa o espalda. ¿Cómo podemos explicar simultáneamente este patrón general de cuidado parental de las hembras y sus numerosas excepciones?

La respuesta proviene del entendimiento de que los genes del comportamiento, así como los de la resistencia a la malaria y los dientes, son objeto de selección natural. Un patrón de comportamiento, transmitido en los genes, que ayuda a los individuos de una especie animal no será necesariamente útil en otra especie. En particular, una hembra y un macho que acaban de copular para producir un óvulo fertilizado se enfrentan a una «elección» de comportamientos subsiguientes. ¿Deben esta hembra y este macho que acaban de copular para producir un óvulo fertilizado dejar ambos el huevo para que se las arregle solo y ponerse a trabajar en la producción de otros óvulos fertilizados, copulando con la misma pareja o bien con una diferente? Por un lado, un tiempo muerto de sexo para cuidados parentales podría mejorar las oportunidades de supervivencia del primer óvulo. Si esto es así, tal elección conduce a elecciones ulteriores: podrían elegir proporcionarle atención parental tanto el padre como la madre, sólo la madre; o bien sólo el padre. Por otro lado; si el óvulo tiene una oportunidad sobre diez de sobrevivir incluso sin cuidado parental; y si el tiempo que dedicarías a atenderlo te permitiera alternativamente producir mil óvulos fertilizados más, harías mejor dejándole que se las arregle por sí mismo y dedicándote a producir más óvulos fertilizados.

Me he referido a estas alternativas como «elecciones». Podría parecer que este término sugiere que un animal opera como los humanos que tomamos decisiones; evaluando conscientemente alternativas y escogiendo por último la alternativa en particular que parezca tener más probabilidades de promover sus intereses. Esto, por supuesto, no es lo que ocurre. Muchas de las así llamadas elecciones están de hecho programadas en la fisiología y la anatomía del animal. Por ejemplo, los canguros hembra han «elegido» tener una bolsa que puede albergar a sus crías, pero los machos de canguro no la tienen. La mayoría de las elecciones restantes (o todas) son aquellas que serían anatómicamente posibles para ambos sexos; pero los animales tienen instintos programados que les conducen a proporcionar (o no proporcionar) cuidado parental; y esta «elección» instintiva de comportamiento puede diferir entre sexos de las mismas especies. Por ejemplo; entre aves progenitoras, tanto los machos como las hembras de albatros, los machos pero no las hembras de los avestruces, las hembras pero no los machos de la mayoría de las especies de colibríes, y ningún pavo australiano sea del sexo que fuere, están instintivamente programados para traer alimento a sus polluelos, aunque los dos sexos de todas estas especies son perfectamente capaces de hacerlo, tanto anatómica como físicamente.

La anatomía, la fisiología y los instintos que subyacen a los cuidados parentales están programados genéticamente mediante selección natural. Colectivamente constituyen parte de lo que los biólogos denominan una estrategia reproductiva. Es decir, las mutaciones genéticas o recombinaciones en un ave progenitora pueden reforzar o debilitar el instinto de ofrecer alimento a los polluelos, y podrían actuar de manera diferente en los dos sexos de la misma especie. Es probable que estos instintos tengan gran efecto sobre el número de polluelos que sobreviven para transmitir a su vez los genes de los padres. Es obvio que un polluelo que recibe alimento de uno de sus progenitores tiene más posibilidades de sobrevivir, pero también veremos que un progenitor que renuncia a suministrar alimento a sus polluelos obtiene por ello un número más amplio de oportunidades de transmitir sus genes. Así pues, el efecto concreto de proporcionar alimento a sus polluelos podría ser tanto aumentar como disminuir el número de polluelos que transmiten los genes del progenitor, dependiendo esto de factores biológicos y ecológicos que discutiremos.

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