Él jamás la abandonaría, pero Helena sabía que podía matarle si no lo hacía bien. Se estrujó el cerebro, repleto de electricidad, y afortunadamente recordó una clase de ciencias de cuarto curso. Desesperada por liberar al monstruo que ella misma había invocado, se deslizó sobre sus rodillas hacia la puerta de salida, al final del pasillo, y golpeó el hombro contra ella.
En el mismo instante en que entró en contacto con la barra metálica que atravesaba la puerta, la palanca se iluminó de naranja por el calor y empezó a fundirse. No logró moverse lo suficiente rápido para abrirla antes de que toda la puerta se convirtiera en un bloque sólido de metal ardiente. Desplomándose sobre la escalinata que conducía al exterior y arrastrándose sobre las rodillas, Helena se propulsó hacia delante con las manos extendidas. Con un suspiro de bienvenida, la joven descargó el rayo en el único lugar que podía hacerlo, el suelo.
Tras unos segundos, sintió que alguien la recogía y la llevaba en volandas.
—¿Estás herida? —preguntó Lucas, ansioso.
—Solo alucinadamente exhausta —suspiró, algo sorprendida por haber utilizado tal expresión, pero estaba demasiado cansada como para preocuparse por ello—. De verdad, bájame —pidió al ver que Lucas no respondía.
El joven se detuvo y la ayudó a mantenerse en pie. Helena se pasó la lengua por los dientes y el paladar.
—Vaya, ¡Tengo mucha sed! ¡Y creo saber por qué! Es como un relámpago, ¿verdad? ¡Eso significa que estoy generando elc…, erlec…, electricidad a partir del agua de mi cuerpo! Eso encaja a la perfección —explicó como si fuera una animadora que acabara de descubrir de qué estaban compuestos los pompones.
—¿Helena? Me estás asustando. Siéntate aquí, por favor. ¿Necesitas algo? —preguntó Lucas, que la obligó a mirarle a los ojos.
—Ya que lo mencionas, sí —contestó mientras trataba de controlar su dicción y sus pensamientos borrosos como buenamente podía—. Necesito contarte lo que está sucediendo para que no nos matemos sin querer, por un malentendido absurdo, y necesito que me prometas que, si te lo cuento, no vas a golpear a nadie.
—Creo que no me gusta ese trato —opinó algo dubitativo.
—Pues te fastidias.
Él aceptó asintiendo con la cabeza. Helena miró a su alrededor durante unos instantes y al fin decidió sentarse sobre el último peldaño de la escalera exterior para evitar caerse.
—Zach me vio persiguiendo a Creonte. Me dejó caer alguna cosa el otro día en clase, sobre mí, sobre vosotros y sobre lo extraordinariamente rápidos y fuertes que somos. Ahora no deja de intentar pillarme a solas para charlar conmigo y creo que quiere chantajearme, o algo así. Le he estado evitando todo este tiempo porque…
—Cuando más esperes, más probable es que todo se convierta en una anécdota y, además, nadie cree los rumores que esparce Zach —finalizó Lucas, mostrando así su compresión hacia ella.
—Exacto. Eres muy listo —se maravilló Helena.
—Y tu cerebro está frito —respondió Lucas con una sonrisa indulgente que enseguida se desvaneció—. Y todo por mi culpa. Soy un idiota —masculló mientras retorcía las manos.
—Corrección, eres un celoso idiota, y eso tiene que cambiar ya —replicó Helena con semblante serio; aún se sentía algo mareada—. No tienes ningún motivo para estar celoso. Te dije que no quería a nadie, excepto a ti. Nunca he querido a nadie como a ti.
—No te has movido de esta isla en toda tu vida y aún no sabes que significa «nadie» —suspiro—. Y no tienes ni idea de lo… atractiva que eres…, aunque esa palabra no es la apropiada. No describe el efecto que provocas en los hombres, en mí. Mira, Helena, no soy una persona celosa, de veras. Todas las otras chicas con las que he salido…
Lucas se detuvo de repente, tomó aliento y organizó sus ideas antes de reanudar otra vez su discurso.
—¿Sabes?, nunca he creído en la historia de «El rostro que hizo zarpar un millar de barcos». De hecho, solía odiar ese capítulo de la
Ilíada.
Incluso me reía cuando leía esa parte —dijo. Después hizo una pausa y sacudió la cabeza con arrepentimiento antes de alzar las cejas y contemplar el cielo por unos instantes, como si estuviera golpeándose mentalmente contra un muro. Tras unos segundos de silencio mutuo, continuó—: Si lo piensas, es ridículo. ¿Una guerra de diez años por un cobarde egoísta que huyó de la mano de una mujer infiel? Me enfurecía y detestaba a Paris y a Helena por haber sido tan débiles. Entonces hice algo muy muy estúpido. Juré que jamás tomaría las mismas decisiones que ellos, que sería más fuerte. Dos semanas después, vi tu rostro por primera vez.
—Espera —interrumpió Helena, que parpadeó por la sed, el cansancio y el asombro—. Yo no soy Helena de Troya. Soy Helena Hamilton de Nantucket y nadie está zarpando para venir a buscarme. Creo que estás confundido.
—Ojalá lo estuviera —replicó como si hubiera perdido la esperanza.
—¡Hamilton! —gritó la entrenadora Tar agarrando su tabla sujetapapeles y avanzando hacia la pareja con los ojos desorbitados—. ¿Estás quemándote?
Helena desvió la mirada hacia donde señalaba la entrenadora y se percató de que el suelo que la rodeaba estaba chamuscado y negruzco. Aquello parecía más un cuadro de Dalí que cualquier otra cosa.
Afortunadamente, Lucas era un mentiroso fantástico. Mientras un puñado de profesores se apresuraban por los pasillos para ofrecer su ayuda, el joven Delos explicó que se había producido algún tipo de chispazo eléctrico en la parte superior de la puerta, donde ponía «salida», un cortocircuito. Él y Helena habían corrido al exterior para pisotear las chispas que habían rociado el césped. Al ver cómo Lucas entretejía su historia, Helena se asombró de lo sincero y convincente que sonaba. Ella se dedicó a asentir con la cabeza cada vez que la miraba, a sabiendas de que tenía que mantener el pico cerrado si no quería arruinar toda la historia. Puesto que el fuego había sido obviamente de origen eléctrico y la única fuente posible era el cartelito de salida, todo el mundo le creyó.
Helena y Lucas afirmaron varias veces que estaban bien, pero por precaución los obligaron a acudir a la enfermería para someterse a una revisión rápida. Justo antes de que Lucas la guiara hacia la sala de la enfermera, Helena distinguió a Zach, que los observaba fijamente entre la multitud, con una mirada asustada y rencorosa. Sabía que el fuego lo habían provocado ellos. Helena rozó el hombro de Lucas y señaló a Zach, quien asintió de inmediato, pues entendió a la perfección el mensaje de Helena.
—Demasiada información como para dejar que amaine la tormenta —susurró Helena con cierto pesar.
—Lo discutiremos esta noche con mi familia. Cassie sabrá lo que hay que hacer —musitó, tomándole su mano cubierta de hollín para ir a casa, o a su clase de entrenamiento.
Sin embargo, la enfermera decidió darles una charla absurda acerca de pasear debajo de trampas mortales eléctricas.
Entonces la mujer se fijó en el collar de Helena y sonrió con dulzura. —Siempre me han encantado las mariposas —bisbiseó tocando el colgante.
De forma repentina, su humor cambió y les echó de su oficina con aire severo pero sin perder los modales.
Helena y Lucas esquivaron a todos los Delos con quien se toparon. Querían tener unos momentos de tranquilidad antes de iniciar lo que Helena llamaba «lecciones para superhéroes».
En la cocina cogieron otra botella de agua para Helena y decidieron dar un pequeño paseo por el aire.
—Jase y Héctor nos llamarán cuando lleguen a casa, después del entreno, así que todavía tenemos una hora, más o menos —informó Lucas con confianza cuando aterrizaron en las dunas.
Caminaron por la arena húmeda, que era suave a la vez que firme, lo cual era perfecto para dar un paseo.
—Se supone que tenemos nuestra primera carrera de atletismo el próximo fin de semana —anunció ella de repente, mordiéndose el labio, preocupada—. No sé si la entrenadora me dejará competir después de haberme saltado tantos entrenamientos.
—Ah, sí, sobre eso… —dijo Lucas suspirando y obligándola a detenerse—. Tienes que dejar el atletismo.
Helena le miró fijamente durante unos instantes.
—¿Dejar el atletismo? ¿Estás chiflado? ¿Cómo voy a ganarme entonces una beca.
—Eso ya da igual —respondió Lucas, meneando la cabeza.
—¿Qué da igual? Lucas, es mi vida.
—Exacto. Te han atacado… ¿cuántas veces hasta ahora? Y aún no sabemos quiénes son esas mujeres. Y, si quieres que sea sincero, creo que no te das cuenta de la amenaza que supone Creonte incluso conmigo a tu lado, protegiéndote, así que imagínate cuando merodeas a tus anchas y sola por la isla. Es tu vida la que está en juego, no solo una beca deportiva —comentó sin alterar la voz, con sosiego—. Quiero que dejes el atletismo, al menos por ahora.
—Estás de broma —insistió Helena, inexpresiva.
—No lo estoy. Deja el atletismo. Hasta que encontremos la forma de frenar y controlar a Creonte. Es demasiado peligroso.
—¿Y por qué no te aplicas el cuento y dejas tú el fútbol? —le preguntó con cierto sarcasmo.
—Hecho —respondió alzando las manos en un gesto apaciguador—. Te lo dije una vez, y lo decía en serio: jamás te pediría que hicieras algo que yo no haría. Estamos juntos en esto.
—Tú… Esto es… ¡No me puedo creer que yo tenga que cargar con esta responsabilidad! —gritó señalándole con el dedo en un gesto infantil. La joven empezó a caminar en círculos, pisoteando con fuerza la arena, pateándola y tratando de adivinar por qué estaba tan molesta.
—¡No tienes que cargar con la responsabilidad tú solita! ¡Los dos estamos en esto! Es lo que he estado intentando decirte… —contestó, alzando un poco la voz.
—Siempre me he sentido atrapada en esta isla y me convencí de que el atletismo sería la única forma de salir de aquí. Ahora me estás pidiendo que abandone todos mis planes, ¡como si fuera lo más sencillo del mundo!
—¡Es más sencillo que morir! —gritó, aunque su voz desprendió un tono humorístico y enseguida dibujó una sonrisa en sus labios—. No sé si te has dado cuenta, pero puedes volar. ¡Nunca más volverás a estar atrapada en ningún lugar!
Helena no quería reírse. De hecho, debía invertir muchos esfuerzos en lanzarle miradas penetrantes, pero, por mucho que lo intentara, no lograba mantener un rostro inexpresivo.
Emitió un sonido horrible, un resoplido más típico de un cerdo, y Lucas se destornilló de risa, soltando tales carcajadas que tuvo que apoyar las manos en las rodillas para no perder el equilibro. Mientras ella se cubría el rostro con las manos y se tronchaba de risa, notó que Lucas la rodeaba con los brazos.
Se abrazaron durante un rato. En ese preciso instante, Helena empezó a comprender cómo funcionaban las cosas entre ellos. Tenían que hacer esto juntos, compartir las pesadas cargas que arrastraban por obra y gracia del destino; de lo contrario, morirían aplastados. Lucas rozó con los labios la mejilla de Helena mientras le recorría su espalda con la mano y le acariciaba la nuca. La joven notó que le tensaban los músculos de los hombros. Lucas colocó la rodilla entre sus muslos. Helena dejó escapar un grito ahogado y barajó sus opciones: o bien le arrastraba al suelo de forma que él quedara encima de ella, tal y como deseaba, o le apartaba de un empujón, tal y como él ansiaba. Sin embargo, no tuvo la oportunidad de decidirse. Con la misma rapidez que se había mostrado cariñoso, se alejó de ella con una sonrisa tristona y brincó hacia el aire.
—¿Sabes?, no necesitas el atletismo para conseguir entrar en una buena universidad. Vas a sacar una notaza en el SAT —comentó alegremente, aunque todavía se podía apreciar un temblor en su voz.
—Lo mismo opina Hergie —contestó Helena, que se sentía algo aturdida y temblorosa. Se reunió con Lucas en el aire y continuó—: Lo que ocurre es que no quería convertirme en ese tipo de chica, ¿sabes? La que hace todo lo que su novio le dice que haga porque quiere que alguien tome las decisiones difíciles por ella.
—Odio ese tipo de chica —declaró Lucas arrugando la nariz mientras volaban de la mano hacia su casa.
—Todo el mundo lo desprecia. Por eso no puedo acatar todo lo que me pides de forma automática, aunque sea lo más sensato. Tengo mi orgullo —bromeó ella cuando aterrizaron en el jardín pero Lucas no esbozó ni una sonrisita. La joven le apretó la mano antes de preguntarle—: ¿Qué ocurre?
—El orgullo es algo muy peligroso para los vástagos. Somos propensos a él y, por regla general, es nuestra perdición. Sé que estabas bromeando, pero ten cuidado, ¿de acuerdo? —dijo con ternura.
—Ah, sí, claro.
Hibris.
Lo inamisible en la antigua Grecia —anunció Helena mientras asentía. Lucas la miró sorprendido y ella preguntó—: ¿Qué? He estado haciendo mis deberes, leyendo sobre mitología. De hecho, supongo que son los deberes de mi propia historia ¿cierto?
—Cierto. Historia familiar.
Caminaron abrazados hasta el cuadrilátero de combate; se separaron para cambiarse de ropa y se reunieron de nuevo sobre la esterilla de entrenamiento. Helena esperaba que, después del «desliz» de Lucas en el faro de Great Point, hubiera cierta tensión entre ellos, pero, al parecer, esa momentánea pérdida de autocontrol solo sirvió para que Lucas se concentrara todavía más en el entrenamiento. Por lo general, en algún momento u otro de la clase, uno de los dos se percataba de las posturas íntimas que adoptaban cuando Helena trataba de aprender las bases del jiu-jitsu, pero esa tarde no ocurrió. Lucas parecía concentrado plenamente en su tarea.
—Acabo de advertir que llevamos peleándonos todo el día —dijo Helena mientras intentaba romperle el brazo de hierro por décima vez—. Y no consigo ganar.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —preguntó, como si de repente sintiera la curiosidad de averiguar algo que ella no entendió de inmediato. Lucas estiró el cuello y observó el reloj de la pared antes de volver a mirar a Helena y preguntarle—: ¿Has recuperado tus relámpagos?
Ella se comunicó con aquel extraño sentido en su estómago y sintió una chispa. Asintió con la cabeza. Lucas estaba asombrado, la tomó y la ayudó a ponerse en pie.
—Entonces probémoslo —propuso con una amplia sonrisa mientras la guiaba hacia la puerta de salida del gimnasio.
—Espera —dijo Helena algo dubitativa; le frenó agarrándole por el brazo—. Mi electricidad casi te mata esta tarde.
—Porque aún no sabes cómo controlarla —respondió Lucas apoyando las manos sobre los hombros de ella—. Tienes que aceptarlo. Sé que te asusta, pero debes superar ese miedo lo antes posible, por mucho que te cueste. Forma parte de ti, Helena, y a mí no me atemorizas. Así que tampoco debería asustarte a ti.