Preludio a la fundación (20 page)

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Authors: Isaac Asimov

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: Preludio a la fundación
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–Hasta ahora, lo voy comprendiendo -confesó Dors un poco asombrada.

–Bien, pues, sabemos que las cosas relativamente sencillas son fáciles de simular y que a medida que se van haciendo más complejas se vuelven más difíciles de simular también hasta que, finalmente, es imposible simularlas. Pero, ¿a qué nivel de complejidad la simulación deja de ser posible? Bien, lo que he demostrado, sirviéndome de una técnica matemática descubierta por primera vez en el siglo pasado y escasamente utilizada incluso si uno se sirve de una rapidísima y gran computadora, es que nuestra sociedad galáctica no está a la altura. Puede ser representada por una simulación más simple que ella misma. Y yo pretendía demostrar que eso daría como resultado la posibilidad de predecir acontecimientos futuros de forma estadística…; es decir, estableciendo la probabilidad de una serie de acontecimientos alternos, más que prediciendo con claridad que alguno de ellos tendrá lugar.

–En tal caso -observó Hummin-, dado que puedes simular provechosamente la sociedad galáctica, sólo es cuestión de que lo hagas. ¿Por qué no es práctico?

–Lo único que he demostrado es que no llevará un tiempo infinito comprender la sociedad galáctica pero, si se precisan mil millones de años, conseguirlo seguiría sin ser práctico. Por tanto, en esencia, para nosotros sería como un tiempo infinito.

–¿Es ése el tiempo que llevaría? ¿Mil millones de años?

–No he podido descubrir con exactitud cuánto tiempo tardaría, pero tengo la firme sospecha de que llevaría como mínimo, mil millones de años, por eso mencioné este número.

–Pero, en realidad, no lo sabes.

–He tratado de resolverlo.

–¿Sin éxito?

–Sin éxito.

–¿No te sirve la biblioteca de la Universidad? – Hummin miró hacia Dors al formular la pregunta.

Seldon movió la cabeza en un gesto negativo.

–En absoluto.

–¿No puede ayudarte Dors?

Dors suspiró.

–Yo no sé nada sobre ese tema, Chetter. Sólo puedo sugerir sistemas de búsqueda. Si Hari busca y no encuentra, mi ayuda es inútil.

Hummin se puso en pie.

–En tal caso, no nos sirve de nada quedarnos en la Universidad y yo debo encontrar un lugar donde esconderte.

Seldon alargó la mano y rozó su manga.

–Tengo una idea.

Hummin se le quedó mirando con los ojos entrecerrados, lo que parecía indicar sorpresa… o sospecha.

–¿Cuándo se te ha ocurrido? ¿Ahora mismo?

–No, hace algún tiempo que me ronda la cabeza, desde unos días antes de ir a
Arriba
. Esa pequeña experiencia la eclipsó de momento, pero el preguntarme por la biblioteca me lo ha recordado.

Hummin volvió a sentarse.

–Cuéntamela…, si no se trata de algo que esté rebozado en matemáticas.

–Nada de matemáticas. Ocurrió que mientras leía Historia en la biblioteca pensé que la sociedad galáctica era menos complicada en el pasado. Hace doce mil años, cuando el Imperio estaba siendo establecido, la Galaxia contenía sólo unos diez millones de mundos habitados. Veinte mil años atrás, los reinos pre-imperiales incluían unos diez mil mundos en total. Adentrándome aun más en el pasado, ¿quién puede decir hasta dónde se reducía la sociedad? ¿Quizás a un solo mundo, como en las leyendas que tú mismo mencionaste, Hummin?

–¿Y crees que podrías resolver la psicohistoria si trataras con una sociedad galáctica más simplificada?

–Sí, me parece que sería factible hacerlo.

–Entonces -exclamó Dors entusiasmada-, supón que resuelves la psicohistoria para una sociedad del pasado más pequeña, y que puedes predecir, a partir de un estudio de la situación pre-imperial, lo que debería haber ocurrido mil años después de la formación del Imperio, entonces, podrías comprobar la situación de aquella época y ver cuánto te habías aproximado a la realidad.

–Si tenemos en cuenta que sabrías de antemano la situación del año 1000 de la Era Galáctica, no sería una prueba justa -observó Hummin con frialdad- De una forma inconsciente, te dejarías influir por tus conocimientos previos y te sentirías empujado a elegir valores para tu ecuación que, con independencia de lo que hicieras, te darían la solución.

–No lo creo -dijo Dors-. Desconocemos la situación del año 1000 de la E.G., dato que deberíamos buscar. Después de todo, eso ocurrió hace once milenios.

El rostro de Seldon era la imagen de la desesperanza.

–¿Qué quieres decir con que no conocemos bien la situación del año 1000 de la E.G.? Ya había computadoras entonces, ¿verdad, Dors?

–Por supuesto que sí.

–Y unidades de almacenamiento de memoria y grabaciones auditivas y visuales. Deberíamos disponer de todos los documentos del año 1000 E.G., como tenemos los del 12020 E.G.

–En teoría sí, pero en la práctica… Bueno, ya sabes, Hari, es lo que tú dices. Podemos tener todos los archivos del año 1000, mas no sería práctico contar con ellos.

–Sí, pero lo que yo digo, Dors, se refiere a demostraciones matemáticas. No veo cómo puedes aplicarlo a documentos históricos.

Dors se defendió:

–Los archivos no son eternos, Hari. Los bancos de memoria pueden destruirse, o desfasarse, como resultado de ciertos conflictos o, simplemente, estar deteriorados por el tiempo. Cualquier fragmento de memoria, cualquier documento que no se coteje durante cierto tiempo, se transforma en una acumulación de ruidos. Se dice que un tercio del archivo de la Biblioteca Imperial no guarda más que un archivo de incoherencia, aunque, como es natural, la costumbre no permite que se retiren esos documentos. Otras bibliotecas están menos obligadas por la tradición. En la biblioteca universitaria de Streeling, retiramos lo que no vale cada diez años.

«Normalmente, los documentos consultados con más frecuencia y duplicados a menudo en varios mundos y en diversas bibliotecas, gubernamentales y particulares, están a salvo durante miles de años. Así que muchos de los hechos esenciales de la Historia galáctica siguen siendo conocidos, a pesar de que tuvieron lugar en los tiempos pre-imperiales. No obstante, cuanto más se retrocede, menos se conserva.

–¡No lo puedo creer! – exclamó Seldon-. Deberían sacarse copias nuevas de cualquier documento en peligro de desaparecer. ¿Cómo pueden dejarse perder los conocimientos?

–Conocimientos no deseados, conocimientos inútiles -explicó Dors-. ¿Puedes imaginarte el tiempo, esfuerzos y energía malgastados en un continuo renovar de datos no utilizados? Y esas pérdidas irían aumentando progresivamente con el tiempo.

–A pesar de eso, debería tenerse en cuenta el hecho de que alguien, en algún momento, podría necesitar unos datos, descartados con tanta imprudencia

–Un dato determinado podría ser precisado una vez en mil años. Salvarlo todo por si se planteara semejante necesidad genera un costo. Incluso en la ciencia. Has hablado de las primitivas ecuaciones de gravitación y dicho que eran primitivas porque su descubrimiento se pierde en las brumas de la antigüedad. ¿Y eso por qué? ¿Acaso vosotros, los matemáticos, no guardasteis todos los datos, toda la información, retrocediendo a los tiempos nebulosos en que se descubrieron dichas ecuaciones?

Seldon gimió y no trató de responder a la pregunta.

–Bien, Hummin -dijo-, ésa era la idea. A medida que miramos al pasado, y a medida que la sociedad va disminuyendo, se hace más probable una psicohistoria útil. Pero el conocimiento se reduce a mayor velocidad que el tamaño, de modo que la psicohistoria se vuelve menos probable…, y lo menor supera a lo mayor.

–Claro que tenemos el Sector Mycogen -murmuró Dors.

Hummin levantó la mirada rápidamente.

–¡Claro, y sería el lugar perfecto para instalar a Seldon! Debí haberme dado cuenta.

–¿El Sector Mycogen? – repitió Hari, pasando la mirada de uno a otra-. ¿Qué es y dónde está el Sector Mycogen?

–Hari, por favor. Te lo diré después. En este momento, tengo mucho que preparar. Saldrás esta misma noche.

33

Dors había insistido para que Seldon durmiera un poco. Se marcharían entre dos luces, entre las que se encienden y las que se apagan, amparados por la «noche», mientras el resto de la Universidad dormía. Insistió en que debía descansar aún.

–¿Y permitir que tú duermas en el suelo? – preguntó Seldon.

Dors se encogió de hombros.

–La cama sólo sirve para uno y si ambos nos echamos en ella, ninguno de los dos dormirá.

Seldon se la quedó mirando como si fuera a comérsela.

–Está bien -dijo, al fin-, entonces dormiré en el suelo esta vez.

–De ningún modo. Yo no he estado en coma bajo la nieve.

Lo que sucedió fue que ninguno durmió, ni uno ni otro. Aunque oscurecieron la estancia, y a pesar de que el perpetuo zumbido de Trantor era sólo un rumor soñoliento en los confines relativamente silenciosos de la Universidad, Seldon sintió que necesitaba hablar.

–Te he causado muchos problemas, Dors, aquí, en la Universidad. Incluso te he mantenido alejada de tu trabajo. No obstante, siento mucho tener que dejarte.

–No vas a dejarme. Te acompañaré, Hummin está gestionando un permiso de ausencia para mí.

–Yo no puedo permitir algo así -protestó Seldon, abrumado.

–Claro, pero Hummin me lo ha pedido. Debo guardarte. Después de todo, fallé en lo relacionado con
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y debo compensarlo.

–Ya te lo dije. Por favor, no te sientas culpable… Aun así, debo confesarte que me sentiré mejor teniéndote junto a mí. Si solamente pudiera estar seguro de que no acabaré desbaratando tu vida…

–No lo haces, Hari -respondió Dors con dulzura-. Por favor, duérmete.

Seldon guardó silencio un momento, luego murmuró:

–¿Estás segura de que Hummin puede arreglarlo todo, Dors?

–Es un hombre extraordinario. Tiene influencias aquí, en la Universidad, y en todas partes, creo. Si dice que puede conseguirme un permiso indefinido, estoy segura de que es así. Se trata de un hombre de lo más persuasivo.

–Lo sé. A veces me pregunto qué es lo que en realidad quiere de mí.

–Exactamente lo que dice. Es un hombre de fuertes e idealistas convicciones y sueños.

–Parece como si le conocieras muy bien, Dors.

–Oh, sí, muy bien.

–¿Íntimamente?

Dors exhaló un extraño ruido.

–No estoy segura de lo que estás tratando de insinuar, Hari, pero suponiendo la más insolente de las interpretaciones… No, no le conozco íntimamente. Además, ¿qué puede importarte a ti?

–Lo siento -se excusó Seldon-, es que no desearía, sin proponérmelo, invadir la…

–¿Propiedad de alguien? Eso resulta más insultante todavía. Creo que es mejor que te duermas de una vez.

–Perdóname de nuevo, Dors, no puedo dormir. Por lo menos, déjame que cambie de tema. No me has explicado aún qué es el Sector Mycogen. ¿Por qué será preferible que yo vaya allí? ¿Cómo es?

–Se trata de un Sector pequeño, con una población de alrededor de dos millones…, si no recuerdo mal. La cosa es que los mycogenios se aferran a una serie de tradiciones de la historia primitiva y se supone que poseen archivos antiquísimos que no se hallan al alcance de nadie. Es posible que te sirvieran más en tu intento de estudio de la época pre-imperial de lo que pudieran los historiadores ortodoxos. Toda nuestra conversación sobre Historia Antigua me ha traído ese Sector a la memoria.

–¿Has visto sus archivos alguna vez?

–No. Y no sé de nadie que los haya visto.

–¿Cómo puedes estar segura, entonces, de que existen en realidad?

–La verdad es que no sabría decírtelo. La suposición entre los no-mycogenios es que son una manada de locos, pero quizá se trate de una injusticia. Lo que es cierto es que ellos dicen que los tienen, así que tal vez sea cierto. En todo caso, allí no estaríamos a la vista. Los mycogenios se mantienen en el más estricto aislamiento… Y ahora, por favor, duérmete.

Y, curiosamente, Seldon se durmió.

34

Hari Seldon y Dors Venabili abandonaron los terrenos de la Universidad a eso de las 03:00. Seldon se dio cuenta de que Dors era quien debía decidir. Conocía Trantor mejor que él…, dos años mejor que él. Su amistad con Hummin resultaba obvia (¿cuánta?, la pregunta no dejaba de atormentarle), y comprendía bien las instrucciones de éste.

Ambos, ella y Seldon, iban cubiertos por capas ligeras, con capuchones ceñidos. El estilo había sido una moda pasajera de vestir en la Universidad, entre los jóvenes intelectuales de unos años atrás y, aunque podía provocar risas, tenía la gracia salvadora de cubrirles bien y hacerles irreconocibles…, por lo menos a primera vista.

–Existe la posibilidad de que lo ocurrido en
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fuera completamente inocente -había dicho Hummin-, y de que ningún agente te siguiera la pista, Seldon, pero debemos prepararnos para lo peor.

–¿No vendrás con nosotros? – fue la ansiosa pregunta de Seldon.

–Me gustaría -respondió Hummin-. Pero debo limitar mis ausencias del trabajo si no quiero transformarme también en un blanco. Lo comprendes, ¿verdad?

Seldon suspiró. Claro que lo comprendía.

Entraron en un coche del expreso y encontraron un asiento lo más alejado posible de los pasajeros que ya estaban a bordo. (Seldon se mostró sorprendido de que hubiera alguien en el expreso a las tres de la mañana…; después, pensó que era una suerte que fuera así, o él y Dors resultarían excesivamente conspicuos).

Seldon se entretuvo contemplando el amplio panorama que desfilaba ante su vista y la interminable hilera de coches avanzando a lo largo del infinito monorraíl en un también interminable campo, magnético.

El expreso dejaba atrás fila tras fila de unidades de alojamiento, algunas muy altas, pero otras, por lo que había oído decir, a mucha profundidad. Pero, si decenas de millones de kilómetros cuadrados formaban un total urbanizado, incluso cuarenta mil millones de personas no necesitarían estructuras altísimas, o abarrotadas. Pasaban ante áreas abiertas en algunas de las cuales parecían crecer los sembrados…; otras, sin embargo, daban la sensación de parques. Y había numerosas estructuras cuya naturaleza era incapaz de adivinar. ¿Fábricas? ¿Despachos? ¿Quién sabe? Un enorme cilindro liso le sugirió la idea de un depósito de agua. Después de todo, Trantor necesitaba tener abastecimiento de agua potable. ¿Recogían la lluvia de
Arriba
, la filtraban, trataban y almacenaban? Parecía inevitable que así lo hicieran.

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