Presa (42 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Presa
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—¿Qué está pasando? —preguntó Mae—. No nos han dicho nada de esto.

Ricky y Vince sujetaban a Charley por detrás. Charley ladeaba, con el pecho agitado, pero ya no forcejeaba. Julia entró en el cuarto. Miró a Charley y conversó con él. Y de pronto Julia se acercó a Charley y le dio un largo beso en los labios.

Charley forcejeó, intentó zafarse. Vince lo agarró por el cabello y trató de inmovilizarle la cabeza. Julia siguió besándolo. Por fin se apartó, y en ese momento vi un río negro entre su boca y la de Charley. Permaneció ahí solo por un instante y luego se desvaneció.

—Dios mío —dijo Mae.

Julia se enjugó los labios y sonrió.

Charley se encorvó y cayó al suelo. Parecía aturdido. Una nube negra salió de su boca y se arremolinó alrededor de su cabeza. Vince le dio una palmada en la cabeza y abandonó el cuarto.

Ricky se aproximó a los paneles y arrancó los cables a puñados. Desgarró literalmente los paneles. Después se volvió hacia Charley, dijo algo más y salió del cuarto de comunicaciones.

Charley se puso en pie de un salto, cerró la puerta y echó el pasador. Pero Ricky y Julia se rieron, como si aquel fuera un gesto inútil. Charley volvió a encorvarse y ya no se le vio más.

Ricky echó un brazo sobre el hombro de Julia y los dos salieron juntos de la sala.

—¡Vaya, qué madrugadores!

Me di media vuelta.

Julia estaba en el umbral de la puerta.

Día 7
05.12

Sonriente, entró en el laboratorio.

—¿Sabes, Jack? —dijo—. Si no confiara tan plenamente en ti, pensaría que hay algo entre vosotros dos.

—¿En serio? —Me aparté un poco de Mae mientras ella tecleaba rápidamente. Sentía un gran nerviosismo—. ¿Por qué habrías de pensar una cosa así?

—Bueno, teníais los dos las cabezas tan juntas… —contestó mientras se aproximaba a nosotros—. Se os notaba muy absortos en lo que estabais viendo en la pantalla. ¿Qué era, por cierto?

—Esto… cosas técnicas.

—¿Puedo verlo? Me atraen las cuestiones técnicas. ¿No te ha hablado Ricky de mi nuevo interés por lo técnico? Pues es cierto. Me fascina esta tecnología. Es un mundo nuevo, ¿no? El siglo XXI ha llegado. No te levantes, Mae. Miraré por encima de tu hombro.

Había rodeado la mesa y veía ya la pantalla. Arrugó la frente al mirar la imagen, que mostraba cultivos bacterianos sobre un medio rojo. Círculos blancos dentro de círculos rojos.

—¿Qué es esto?

—Colonias de bacterias —contestó Mae—. Hemos detectado cierta contaminación en las
E. coli
. He tenido que desactivar un depósito. Intentamos descubrir cuál es el problema.

—Probablemente los fagos, ¿no creéis? —dijo Julia—. ¿No es lo que suele pasar con las bacterias? ¿Un virus? —Dejó escapar un suspiro—. Con la manufacturación molecular todo es muy delicado. Las cosas salen mal con mucha facilidad, y muy a menudo. Hay que permanecer alerta en previsión de complicaciones. —Nos echó un vistazo primero a mí y luego a Mae—. Pero seguramente no es esto lo que habéis estado mirando todo este tiempo.

—Pues sí, lo es —contesté.

—¿Qué? ¿Imágenes de moho?

—Bacterias.

—Sí, bacterias. Mae, ¿habéis estado mirando esto todo el rato?

Encogiéndose de hombros, Mae asintió con la cabeza.

—Sí, Julia. Es mi trabajo.

—Y yo no pongo en duda tu dedicación ni por un instante —respondió Julia—. Pero si no te importa… —Con un rápido movimiento de la mano pulsó la tecla RETROCESO en el ángulo del teclado.

La pantalla anterior mostró más imágenes de crecimiento bacteriano.

La siguiente pantalla mostró un micrográfico electrónico de un virus.

Y después una tabla de datos de crecimiento a lo largo de las últimas doce horas.

Julia siguió pulsando la tecla de RETROCESO otra media docena de veces, pero solo vio imágenes de bacterias y virus, gráficos y tablas. Retiró la mano de teclado.

—Según parece, dedicas mucho tiempo a esto. ¿De verdad es tan importante?

—Bueno, es un contaminante —contestó Mae—. Si no lo controlamos, tendremos que interrumpir todo el sistema.

—Si es así, adelante. —Se volvió hacia mí—. ¿Quieres desayunar? Supongo que estás muerto de hambre.

—Buena idea —respondí.

—Acompáñame —dijo Julia—. Lo prepararemos juntos.

—De acuerdo —dije. Lancé una mirada a Mae—. Hasta luego. Si puedo ayudarte de algún modo, dímelo.

Me marché con Julia. Nos dirigimos por el pasillo hacia el módulo residencial.

—No sé por qué, pero esa mujer me molesta —comentó Julia.

—Yo tampoco sé por qué. Es muy buena. Muy atenta, muy concienzuda.

—Y muy guapa.

—Julia…

—¿Por eso no quieres besarme? ¿Porque tienes un lío con ella?

—Por Dios, Julia.

Me miró fijamente.

—Mira, las últimas dos semanas han sido complicadas para todos —dije—. Sinceramente, no ha sido nada fácil vivir contigo.

—Lo comprendo.

—Y sinceramente he estado muy enfadado contigo.

—Y con razón, lo sé. Lamento haberte hecho pasar por todo esto. —Se inclinó hacia mí y me besó la mejilla—. Pero eso ya me parece lejano. No me gusta esta tensión entre nosotros. ¿Por qué no nos damos un beso y hacemos las paces?

—Quizá después —contesté—. Ahora tenemos mucho que hacer.

Se puso juguetona, haciendo mohines y lanzando besos al aire.

—Oh, vamos, cariño, solo un besito…, no vas a morirte por eso…

—Más tarde —respondí.

Suspiró y se rindió. Continuamos por el pasillo en silencio por un momento. De pronto, con voz seria, dijo:

—Estás eludiéndome, Jack. Y quiero saber por qué.

No le contesté. Me limité a lanzar un suspiro de resignación y seguir andando, actuando como si lo que acababa de decir no mereciera respuesta. De hecho, estaba muy preocupado.

No podía negarme a besarla eternamente; tarde o temprano adivinaría lo que sabía. Quizá lo sospechaba ya, porque incluso cuando adoptaba una actitud femenina, parecía más alerta que nunca. Tenía la sensación de que no se le escapaba nada. Esa misma sensación me producía Ricky. Era como si estuvieran sintonizados, ultraatentos.

Y me preocupaba lo que había visto en el monitor de Mae. La nube negra que parecía brotar de la boca de Julia. ¿Realmente estaba allí, en el vídeo? Pues por lo que yo sabía, los enjambres mataban a su presa por contacto. Eran implacables. En cambio, Julia parecía hospedar un enjambre. ¿Cómo era posible? ¿Tenía algún tipo de inmunidad? ¿O el enjambre la toleraba, no la mataba por alguna razón? ¿Y qué pasaba con Ricky y Vince? ¿También ellos eran inmunes?

Una cosa era indudable: Julia y Ricky no querían que avisáramos a nadie. Nos habían aislado en el desierto intencionadamente, conscientes de que disponían solo de unas horas hasta la llegada del helicóptero. Así que en apariencia ese era el tiempo que necesitaban. ¿Para qué? ¿Para matarnos? ¿O solo para infectarnos? ¿Qué?

Caminando por el pasillo junto a mi mujer, tuve la sensación de que me hallaba junto a una desconocida, junto a alguien que ya no conocía y que era extraordinariamente peligrosa.

Consulté mi reloj. El helicóptero estaría allí en menos de dos horas.

Julia sonrió.

—¿Tienes una cita?

—No. Solo pensaba que es hora de desayunar.

—Jack, ¿por qué no eres sincero conmigo?

—Soy sincero.

—No. Te preguntabas cuánto falta para la llegada del helicóptero.

Hice un gesto de indiferencia.

—Dos horas —prosiguió—. Estoy segura de que te alegrarás de marcharte de aquí, ¿verdad?

—Sí —contesté—. Pero no voy a irme hasta que todo quede resuelto.

—¿Por qué? ¿Qué queda por hacer?

Ya habíamos llegado al módulo residencial. Percibí el olor a beicon y huevos fritos. Ricky apareció por la esquina del pasillo. Sonrió cordialmente al verme.

—Hola, Jack. ¿Cómo has dormido?

—Bien.

—¿De verdad? Lo digo porque se te ve cansado.

—He tenido pesadillas —contesté.

—¿Ah, sí? ¿Pesadillas? Lástima.

—A veces pasa —dije.

Entramos todos en la cocina. Bobby estaba preparando el desayuno.

—Huevos revueltos con cebolletas y queso cremoso —anunció alegremente—. ¿Qué clase de pan queréis para las tostadas?

Julia quería pan integral. Ricky quería pan inglés. Yo contesté que no quería nada. Observando a Ricky, volvió a llamarme la atención su fuerte aspecto. Bajo la camiseta, los músculos se dibujaban claramente. Me sorprendió mirándolo.

—¿Pasa algo?

—No. Solo admiraba tu buena forma —contesté. Procuré aparentar despreocupación, pero la verdad era que me sentía muy incómodo en la cocina con todos ellos alrededor. Seguía pensando en Charley, y en la agilidad con la que se habían abalanzado sobre él. No tenía hambre; solo quería salir de allí. Pero no se me ocurría cómo marcharme sin despertar sospechas.

Julia fue al frigorífico y abrió la puerta. Allí continuaba el champán.

—¿Estáis ahora con ánimo de celebración?

—Claro —dijo Bobby—. Buena idea, un cóctel de champán y naranja por la mañana.

—Ni hablar —dije—. Julia, debo insistir en que tomes esta situación en serio. El peligro aún no ha pasado. Tenemos que traer al ejército, y todavía no hemos podido avisar. No es momento para descorchar el champán.

Hizo un mohín.

—Oh, eres un aguafiestas.

—Esto no es ninguna fiesta. No digas estupideces.

—Vamos, cariño no te enfades, solo bésame. —Volvió a arrugar los labios y se inclinó hacia mí por encima de la mesa.

Pero por lo visto no me quedaba más alternativa que enfurecerme.

—Maldita sea, Julia —prorrumpí—, el único motivo por el que estamos metidos en este lío es que desde el principio no te lo tomaste en serio. Has tenido un enjambre fuera de control en el desierto durante… ¿cuánto? ¿Dos semanas? Y en lugar de erradicarlo, te has dedicado a jugar con él. Has tonteado hasta que se te ha escapado completamente de las manos, y como consecuencia de eso han muerto tres personas. Esto no es una celebración, Julia. Es un desastre. Y nadie va a beber champán mientras yo esté aquí. —Llevé la botella al fregadero y la rompí. Me volví hacia ella—. ¿Queda claro?

—No había ninguna necesidad de eso —dijo con rostro inexpresivo.

Vi que Ricky me miraba pensativamente, como si intentara decidir algo. Bobby nos dio la espalda mientras cocinaba, como si le incomodara la pelea conyugal. ¿Había caído Bobby en sus redes? Me pareció ver una fina línea negra en su cuello, pero no estaba seguro, y no me atreví a mirar fijamente.

—¿No había necesidad? —repetí, indignado—. Esas personas eran amigos míos. Y eran amigos tuyos, Ricky. Y tuyos, Bobby. Y no quiero oír hablar más de esta mierda de celebración.

Me di media vuelta y salí airado de la cocina. En ese momento entraba Vince.

—Vale más que te calmes —aconsejó Vince—. Va a darte una embolia.

—Vete a la mierda.

Vince enarcó las cejas. Lo rocé al pasar junto a él.

—No engañas a nadie, Jack —gritó Julia—. Sé qué te traes entre manos.

Noté un nudo en el estómago, pero seguí andando.

—Te leo el pensamiento, Jack. Sé que vuelves con ella.

—Exactamente —contesté.

¿Realmente era eso lo que Julia pensaba? No lo creí ni por un momento. Solo pretendía confundirme, mantenerme con la guardia baja hasta… ¿qué? ¿Qué iban a hacer?

Eran cuatro. Y nosotros solo dos… o al menos éramos dos si aún no habían infectado a Mae.

Mae no estaba en el laboratorio de biología. Miré alrededor y vi que una puerta lateral estaba entornada. Daba a una escalera que bajaba al sótano, donde se hallaban instaladas las cámaras de fermentación. De cerca, eran mucho mayores de lo que había imaginado, esferas gigantes e inmaculadas de un metro ochenta de diámetro. Las rodeaba un laberinto de tubos, válvulas y unidades de control de temperatura. Allí hacía calor y el ruido era intenso.

Mae se encontraba junto la tercera unidad, tomando notas en una tablilla y cerrando una válvula. A sus pies tenía tubos de ensayo en una gradilla. Bajé y me acerqué a ella. Me miró y a continuación echó una ojeada hacia el techo, donde había una cámara de seguridad. Fue hacia el otro lado del depósito, yo la seguí. Allí, la cámara no tenía visibilidad.

—Han dormido con las luces encendidas —dijo.

Asentí con la cabeza. De pronto entendí la razón de aquello.

—Están todos infectados —añadió.

—Sí.

—Y no les mata.

—No —dije—, pero no entiendo por qué.

—Debe de haber evolucionado para tolerarlos.

—¿Tan deprisa?

—La evolución puede producirse deprisa. Ya conoces los estudios de Ewald.

En efecto los conocía. Paul Ewald había estudiado el cólera, averiguando que el organismo del cólera cambiaba rápidamente para mantener una epidemia. En lugares donde no había agua corriente, sino quizá una acequia a través de una aldea, el cólera era muy virulento; postraba a la víctima y la mataba allí donde caía mediante una fulminante diarrea: la diarrea contenía millones de organismos del cólera; pasaba al agua y contagiaba a otros vecinos de la aldea. De este modo el cólera se reproducía y la epidemia continuaba.

Pero cuando había agua corriente, la virulenta cepa no podía reproducirse. La víctima moría donde caía pero su diarrea no infectaba el suministro de agua. No se contagiaban otros, y la epidemia remitía. Bajo estas circunstancias, la epidemia evolucionaba hacia una forma más moderada, permitiendo a la víctima moverse y propagar esos organismos más débiles a través del contacto, ropa de cama sucia, etcétera.

Mae insinuaba que eso mismo había ocurrido con los enjambres. Habían evolucionado hacia una forma más moderada, que podía transmitirse de una persona a otra.

—Es horroroso —comenté.

Ella asintió.

—Pero ¿qué podemos hacer? —Y de pronto empezó a llorar en silencio, las lágrimas resbalaron por sus mejillas.

Mae siempre había sido fuerte. Verla tan alterada me inquietó. Movió la cabeza en un gesto de negación.

—Jack, no podemos hacer nada. Son cuatro. Son más fuertes que nosotros. Van a matarnos como mataron a Charley.

Apoyó la cabeza en mi hombro. La rodeé con el brazo. Pero no podía ofrecerle consuelo. Porque sabía que tenía razón.

No había escapatoria.

En una ocasión Winston Churchill dijo que hallarse bajo el fuego enemigo aumentaba la concentración. En ese momento tenía la mente acelerada. Pensaba que había cometido un error y debía arreglarlo. Pese a ser un error típicamente humano.

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