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Authors: John Ajvide Lindqvist

Tags: #Terror

Puerto humano (35 page)

BOOK: Puerto humano
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Simon puso su mano encima de la de Anna-Greta, que aún descansaba sobre la borde de su copa.

—Esto suena completamente...

—No importa lo que parezca. Es así. Nosotros lo sabemos. Y ahora tú también lo sabes. Usando una palabra que ha caído en desuso, «estamos condenados». Y tenemos que vivir con ello.

Simon se cruzó de brazos y se recostó en el respaldo del sofá. Era demasiado para digerirlo de una vez, por con delicadeza. Las respuestas que había obtenido daban lugar a otras muchas preguntas y él notaba que aquella noche ya no le quedaban fuerzas para mucho más. El poco vino que había bebido, desacostumbrado como estaba, había sido suficiente para que se sintiera somnoliento.

Cerró los ojos e intentó verlo ante sus ojos. Los pescadores que mucho tiempo atrás habían sellado un pacto con el mar, cómo este pacto se había mantenido y prolongado a lo largo del tiempo, se había mantenido y extendido como el propio mar, filtrándose por todas las grietas.

Filtrándose
...

Simon paladeó con la lengua cuando le dio por pensar en el agua que había bebido del pozo que estaba al lado de la casa quemada. El ligero sabor a sal, el mar se había filtrado. Ese sabor había desaparecido ya, sustituido por el dulzor penetrante del vino. Sin abrir los ojos, Simon preguntó:

—¿Yo también pertenezco ahora a Domarö? ¿Yo también estoy... condenado?

—Probablemente. Pero eso solo lo sabes tú mismo.

—¿Y cómo lo sé?

—Lo sabes.

Simon asintió despacio y sondeó su propia profundidad, dejó que la sonda se hundiera en lo oscuro, lo secreto, lo que sabía sin que pudiera explicarlo con palabras, y alcanzó el fondo antes de lo que se imaginaba. La intuición estaba allí, solo que no había dispuesto de las herramientas para encontrarla. Él pertenecía al mar. Él también pertenecía al mar. Acaso había pertenecido desde hacía mucho tiempo.

—Ahora ha ocurrido algo —dijo Anna-Greta—. Por eso nos hemos reunido hoy para hablar de ello. Lo de Sigrid. Por lo que sabemos eso nunca había pasado antes, que alguien... haya vuelto.

—Pero Sigrid estaba muerta.

—Ya, pero de todos modos. Eso nunca ha ocurrido antes.

—¿Qué significa eso, entonces?

Anna-Greta le acarició la rodilla.

—Eso era lo que estábamos discutiendo. Cuando fuimos interrumpidos.

Simon bostezó. Estaba tratando de formular una de las muchas preguntas que rondaban por su cabeza cansada como indolentes serpentinas pero, antes de que lo consiguiera, Anna-Greta dijo:

—Yo también quiero preguntarte una cosa.

—¿Ah, sí?

Simon volvió a bostezar, no podía remediarlo. Agitó la mano delante de la boca para indicar que le gustaría dejar de bostezar si pudiera, pero que no podía.

Anna-Greta subió las piernas al sofá y cruzó los brazos alrededor de ellas. Simon se quedó sorprendido de su flexibilidad y agilidad al construir de aquella manera una pequeña fortaleza a su alrededor. Seguro que hacía más de quince años desde que él podía hacer eso, si es que entonces podía.

Ella apoyó la barbilla en las rodillas y se quedó mirándolo profundamente. Luego dijo:

—¿Quieres casarte conmigo?

Contra todo pronóstico, a Simon le sobrevino otro bostezo tremendo que interrumpió el contacto de sus miradas. Levantó las manos como diciendo
No más
,
no más
, y dijo:


Ahí
. Ahí está el límite de lo que soy capaz de dilucidar en un día. Eso. Lo discutiremos mañana.

¿Qué miras?

A Anders lo despertó un olor inusual, un ruido inusual. Olía a café recién hecho y el ruido procedía de alguien que se movía en la cocina abriendo los cajones y los armarios. Se quedó un rato en la cama haciendo como si todo fuera normal. Que la persona que había hecho el café y se afanaba en la cocina era alguien a quien él amaba y con quien quería estar. Que era una preciosa mañana más de una vida buena. Se entrelazó las manos encima del estómago y miró hacia fuera a través de la ventana. Cielo nublado con algún claro azul, un bello y probablemente bastante frío día de mediados de octubre. El olor del café era una tentación y se oía el ruido de los cubiertos en la cocina.

Cecilia está sirviendo el desayuno. Maja está sentada, entretenida con algo, junto a la mesa de la cocina. Y aquí estoy yo, despejado y descansado en... la cama de Maja
...

Aquella fantasía cayó por su propio peso. El desaliño de su cuerpo después de pasar otra noche bebiendo y fumando producía repulsión. Se miró los dedos: estaban ligeramente amarillentos, tenía el borde de las uñas negro y olían a tabaco. Sentía la boca pastosa y se inclinó sobre el borde de la cama, encontró la botella de plástico, en la que quedaba un tercio de vino aguado. La cogió y bebió, se tomó un reconstituyente.

Así, ya está. Vuelta a la realidad
.

La agitación de la noche anterior se había calmado. Lo que Elin le había contado sobre la desaparición de Henrik y de Björn le pareció que abría posibilidades fantásticas, pero a la luz fría de la mañana se dio cuenta de que no tenía por qué ser así. Eran dos acontecimientos distintos. No tenían por qué guardar ninguna relación, y si la guardaban, ¿qué podía hacer él? Nada.

Se tiró de la cama. El suelo estaba frío bajo sus pies descalzos y se puso unos calcetines fríos y una camiseta fría. El dolor de cabeza empezaba a palpitar en las sienes. Se deslizó dentro de los vaqueros y fue hasta la cocina.

Elin estaba poniendo encima de la mesa queso y pan. Levantó la vista y le dijo:

—¡Buenos días!

A la clara luz de la mañana que entraba por la ventana de la cocina Elin parecía aún más horrorosa. Él masculló algo a modo de respuesta y sacó de la despensa otro brik de vino, lo abrió y pegó un par de buenos tragos. Elin lo miraba. Él pasaba de ella. El dolor de cabeza iba en aumento, y Anders cerró los ojos y se masajeó las sienes.

—Estás alcoholizado de verdad, ¿no? —dijo Elin sin rodeos.

Anders sonrió con malicia cuando se le escapó una réplica que había oído decir a algún cómico:

—Yo soy un borracho y tú eres fea. Pero yo puedo dejar de beber.

Se quedaron en silencio y así era como quería estar Anders. Se sirvió una taza de café y miró el reloj. Ya eran las once pasadas. Había dormido más de lo habitual. Pese a su intento de huida por la noche, quizá la presencia de Elin había aportado a la casa algo de seguridad y eso le había permitido a él dormir.

Tomó un par de tragos de café y la miró de reojo. El dolor de cabeza iba aflojando un poco y sintió remordimientos al verla ahí sentada partiendo la rebanada de pan con queso en trocitos pequeños para poder llevárselos a la boca. Él quería decir algo, pero si bien hay las frases hechas con mala leche para dar y tomar, para pedir perdón hay poca cosa de la que echar mano.

Anders apuró su café y pensó servirle a ella también una taza, pero luego concluyó que ella probablemente no podría beber algo tan caliente. Elin había hecho el café para él. Entonces se levantó, dejó su taza en el fregadero y le dijo:

—Gracias por el café. Ha sido un detalle.

Elin asintió con la cabeza y tomó con cuidado un sorbo de zumo. Al parecer las heridas se le habían curado un poco, dado que podía beber sin utilizar la goma. Lo que se había hecho en la cara era incomprensible. Tenía treinta y seis años, igual que él, pero empezaba a tener el aspecto de una vieja de sesenta años con una mala vida a sus espaldas.

—Voy a mirar el correo —dijo Anders.

Salió apresuradamente de la cocina y se puso su jersey de Helly Hansen, huyendo de la dolorosa desolación que se ceñía como la niebla alrededor de Elin.

Fuera del porche estaba el muñeco de GB envuelto en el saco de plástico. Anders no se explicaba cómo pudo asustarle tanto. Lo levantó y lo llevó hasta el aserradero, donde le dio una patada y el muñeco cayó al suelo.

—¡Qué cabrón! Ya no eres tan valiente, ¿eh? —dijo Anders a la figura tirada en el suelo, que no tenía nada que decir en su defensa.

El día estaba claro y frío, los demonios de la noche se disipaban. Anders observó con satisfacción la leñera llena, se metió las manos en los bolsillos y fue hacia el pueblo. Era como si funcionara con dos personalidades. Una medianamente clara y precisa que podía cortar leña, pensar con sensatez y ser positiva. Y luego estaba la otra, la de por la noche, que estaba a punto de perderse en oscuridades laberínticas de angustia y reflexiones y que apuntaba hacia abajo.

Esto al menos es una lucha
.
En la ciudad solo había apatía
.

Sí, prefirió verlo así, mientras se acercaba a la tienda con las manos, doloridas por el trabajo del día anterior, en los bolsillos. Mientras los rayos del sol se abrían paso de vez en cuando entre las nubes y le arrancaban destellos al mar, mientras él permanecía bajo la luz de un nuevo día. Por la noche probablemente todo parecería distinto.

Abrió el viejo buzón que le había dado Simon y, como de costumbre, no esperaba encontrar nada, pero hoy había un sobre amarillo en el buzón. El carrete. Las fotografías reveladas.

Calibró el peso del sobre en la mano. Era más delgado y más ligero de lo que solía ser dado que solo había sacado unas pocas fotografías antes de que lo de hacer fotos se acabara del todo. Pero las que había tomado estaban ahí dentro. Las últimas imágenes. Toqueteó la solapa del sobre y miró a su alrededor. No se veía a nadie por allí. Rasgó el papel.

Anders no quería volver a casa porque Elin estaba allí, quería disfrutar en paz de ese momento. Se sentó en las escaleras de la tienda y sacó del sobre otra envoltura más pequeña que también calibró con la mano. ¿Cuántas fotografías había? ¿Diez? ¿Once? No lo recordaba. Respiró profundamente y sacó con cuidado la pequeña colección de fotos.

Mis amadas
...

Primero un par de fotografías malas de la Chapuza y luego ahí estaban ellas, de camino hacia el faro. Maja con su buzo rojo, abriéndose paso delante a través de la nieve, Cecilia justo detrás, bien derecha a pesar de la dificultades del suelo cubierto de nieve. Ahí estaban delante del faro, la una al lado de la otra con las mejillas rojas. La mano de Cecilia en el hombro de Maja, Maja que tiraba, hacia algún sitio, como de costumbre.

Más fotos de las dos delante del faro, las dos personas que habían significado para él más que todo el mundo y ahora habían desaparecido. Con distintos grados de zum, manos en diferentes posiciones. Fotos de lejos, de medio cuerpo, de cerca. Maja arriba junto al reflector.

A Anders se le formó un nudo en la garganta y le costaba respirar. ¿Cómo podían haber desaparecido y haber dejado de existir para él, cuando él estaba ahí sentado con ellas en las manos? ¿Cómo podía ser así?

Empezaron a caérsele las lágrimas y un tornillo le perforaba el pecho. Bajó las fotografías y lo dejó venir. Se abrazó él solo y pensó:

Si existiera una manera
...

Si existiera una manera, una máquina, alguna forma de liberar a las personas de las fotografías. De capturar aquellos instantes congelados y descongelarlos, hacerlos reales y devolverlos al mundo. Anders asentía para sí mismo mientras las lágrimas seguían cayendo y el tornillo se retorcía más y más.

—Debería ser posible —murmuró—. Debería ser posible...

Permaneció allí sentado hasta que el dolor empezó a calmarse y las lágrimas se secaron. Después miró las fotografías de una en una, pasando el dedo por aquellas caras planas que nunca volverían a ser suyas.

Qué extraño
...

Siguió dándole vueltas al montón. Ni en una sola de las fotografías Maja miraba a la cámara. Cecilia miraba obediente al objetivo en cada una de las fotos, en una de ellas había conseguido incluso componer una sonrisa radiante. Pero Maja...

Maja aparecía con la mirada desviada y en un par de fotografías no solo la mirada: tenía toda la cara vuelta hacia la izquierda. Hacia el este.

Anders estudió las fotografías más detenidamente y vio que en todas las fotos ella parecía tener la mirada fija en un punto concreto. Incluso cuando tenía la cara recta vuelta hacia la cámara en la fotografía tomada de cerca, sus pupilas se desplazaban hacia la izquierda.

Bajó las fotos y se quedó estupefacto mirando fijamente al frente. Ahora lo recordaba. Arriba en el faro. Maja había señalado y...

Papá, ¿qué es eso?

¿A qué te refieres?

Ahí. En el hielo
.

Allá a lo lejos Gåvasten solo era una elevación difusa que emergía del mar azul plomizo. Con los índices y los pulgares formó un agujero en forma de rombo y observó a través de él para agudizar la mirada. El perfil de Gåvasten apareció algo más nítido, pero no pudo ver nada especial.

¿Qué fue lo que ella vio?

Anders se levantó de las escaleras y se guardó las fotografías en el bolsillo, se dirigió a casa con paso resuelto. Tenía una tarea que hacer.

Anders dio una vuelta alrededor del barco colocado boca abajo y lo observó con una mirada más pragmática. Parecía listo para el desguace, sí, pero igual podía servir para lo que él se proponía: ponerle un motor que pudiera llevarle hasta Gåvasten.

El asunto más delicado desde el punto de vista práctico era fijar el motor. La plancha de metal que había en el espejo de popa estaba completamente oxidada y si colgaba allí el motor corría el riesgo de que este se cayera al mar. Anders observó la construcción. Poniendo un par de pernos podría reforzar la plancha de metal con un trozo de madera. No era un trabajo complicado, pero tenía que dar la vuelta al barco para poder hacerlo.

Subió hasta la casa y le pidió ayuda a Elin. Los dos tuvieron que esforzarse al máximo, pero al final consiguieron levantar el barco y mantenerlo alzado hasta que Anders pudo dar la vuelta hasta el otro lado y sujetarlo para amortiguar la caída cuando el barco se dio la vuelta y se colocó en la posición correcta.

Elin se fijó en la madera cuarteada del asiento, las grietas alrededor del escálamo y las rozaduras de la fibra de vidrio a lo largo del deteriorado casco.

—¿Piensas navegar en esto?

—Si funciona el motor, sí. Y tú, ¿qué has pensado hacer?

—¿Con qué?

—Con todo. Con tu vida. ¿Qué piensas hacer?

Elin arrancó un par de hojas de ajenjo y las desmenuzó entre los dedos, las olió e hizo una mueca. Anders divisó un movimiento detrás de ella y vio que Simon se acercaba hacia ellos. Cuando Elin también le vio, le dijo a Anders en voz baja:

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