—¿Por qué?
—Porque el avión es nuevo. No puede haberse presentado un problema de fatiga.
—Pero quería interrogarte sobre una pieza, Amos —aclaró Casey. Le mostró el pasador de blocaje que llevaba en una bolsa de plástico.
—Hummm… —Lo hizo girar en la mano y lo alzó a la luz—. Esto es… No me lo digas. Un pasador de blocaje anterior para el segundo
slat
interior.
—Correcto.
—Claro que es correcto. —Amos frunció el entrecejo—. Pero esta pieza está mal.
—Sí; lo sé.
—¿Y qué querías preguntarme?
—Doherty piensa que provocó el incidente. ¿Es posible?
—Bueno… —Amos miró al techo con aire pensativo—. No. Me juego cien pavos a que
no
provocó el incidente.
Casey suspiró. Volvía a estar en el punto de partida. No tenía ninguna pista.
—¿Decepcionada? —preguntó Amos.
—Sí; francamente sí.
—Entonces no me has entendido. Éste es un indicio muy valioso.
—Pero, ¿por qué? Acabas de decir que no provocó el incidente.
—Casey, Casey. —Amos sacudió la cabeza—. Piensa.
Casey procuró pensar, allí sentada, entre los espantosos efluvios de aquel café. Intentó figurarse adónde quería llegar Amos. Lo miró por encima de la mesa.
—Explícame qué se me escapa.
—¿Los demás pasadores de blocaje habían sido reemplazados?
—No.
—¿Sólo éste?
—Sí.
—¿Y por qué sólo éste, Casey?
—No lo sé.
—Averígualo —aconsejó.
—¿Para qué? ¿De qué serviría?
Amos levantó los brazos.
—Vamos, Casey, piensa. Tienes un problema con los
slats
en el 545. Es un fallo en el ala.
—Correcto.
—Ahora descubrimos que alguien reemplazó una pieza en el ala.
—Correcto.
—¿Y por qué la cambiaron?
—No lo sé…
—¿El ala había sufrido algún daño en el pasado? ¿Le ocurrió algo que obligó a sustituir esta pieza? ¿Se cambiaron también otras piezas? ¿Hay alguna otra pieza defectuosa en el ala? ¿Hay daños residuales en el ala?
—A simple vista, no.
Amos sacudió la cabeza con impaciencia.
—Olvida lo que puedes ver a simple vista, Casey. Investiga los papeles del avión y los registros de mantenimiento. Rastrea esta pieza y reconstruye la historia del ala. Porque aquí falla algo más. Me juego la cabeza que encontrarás más piezas falsas. —Amos se incorporó, suspirando—. En la actualidad, cada vez hay más aviones con piezas falsas. Supongo que era de prever. Hoy día parece que todo el mundo cree en Papá Noel.
—¿Qué quieres decir?
—Que creen que es posible conseguir algo a cambio de nada —respondió Amos—. Ya sabes: el gobierno libera las tarifas de las líneas aéreas y todo el mundo se alegra. Tenemos vuelos más baratos y la gente está encantada. Pero las líneas aéreas tienen que reducir gastos. La comida es asquerosa; pero da igual. Hay menos vuelos directos, más esperas, pero no importa. Los aviones tienen un aspecto patético, porque tardan más en redecorar los interiores, pero no pasa nada. Sin embargo las líneas aéreas necesitan recortar el presupuesto, así que usan los aviones durante más tiempo y compran menos aparatos nuevos. La flota envejece. Esto tampoco tiene mayor importancia… de momento. Con el tiempo, la tendrá. Y mientras tanto, la presión para bajar los precios continúa. ¿En qué otras cosas pueden ahorrar? ¿En mantenimiento? ¿En piezas? ¿En qué? Esto no puede seguir así indefinidamente. Es imposible. Ahora el Congreso los ayuda reduciendo la asignación de la FAA, lo que significa que en el futuro habrá menos control. Las líneas aéreas podrán ahorrar en mantenimiento porque nadie las vigilará. Y al público le da igual, porque durante treinta años la aviación de este país ha tenido el récord de seguridad del mundo. Sin embargo olvidan que hemos pagado por ello. Pagamos para tener aviones nuevos y seguros y para que alguien controlara que los aparatos se mantenían en condiciones. Pero esos días han terminado. Ahora todo el mundo quiere conseguir algo a cambio de nada.
—¿Y en qué terminará todo esto? —preguntó Casey.
—Te apuesto cien pavos a que dentro de diez años vuelven a regularizar las tarifas. No tendrán más remedio, pues habrá una cascada de accidentes. Los defensores del libre mercado pondrán el grito en el cielo, pero lo cierto es que esos señores no ofrecen seguridad al público. Sólo las leyes pueden hacerlo. Si queremos comer sin intoxicarnos, necesitamos inspectores de sanidad. Si queremos agua potable, necesitamos instituciones que protejan el medio ambiente. Si queremos un mercado justo, necesitamos una institución que lo regule. Y si queremos volar seguros, tenemos que controlar las tarifas de las compañías aéreas. Créeme, al final lo harán.
—Y con respecto al 545…
Amos se encogió de hombros.
—Las compañías extranjeras se rigen por unas normas mucho menos estrictas. Fuera de aquí, tienen bastante manga ancha. Estudia los registros de mantenimiento, y estate atenta a cualquier detalle que pueda parecer sospechoso. —Casey hizo ademán de irse—. Oye…
Ella se volvió.
—¿Sí?
—Comprendes la situación, ¿verdad? Para investigar esa pieza, tendrás que empezar por la documentación de la nave.
—Lo sé.
—Y está en el edificio 64. Yo no entraría allí ahora. Y mucho menos, sola.
—Venga, Amos —protestó ella—. Yo he trabajado en la fábrica. No me pasará nada.
Amos sacudió la cabeza.
—El vuelo 545 es una patata caliente. Ya sabes lo que piensan los muchachos. Si pueden hacer algo para obstaculizar la investigación, lo harán sin el menor escrúpulo. Ten cuidado.
—De acuerdo.
—Ten mucho, mucho cuidado.
En el centro del edificio 64 había una serie de jaulas unidas por cadenas, donde se guardaban las piezas de la línea, y cubículos de trabajo con terminales informáticos. Los cubículos de trabajo estaban separados por pequeños tabiques, y en cada uno de ellos había un lector de microfichas, un terminal de piezas y una central de intercomunicación.
En la sección de piezas, Casey se inclinó sobre un lector de microfichas y echó un vistazo a las fotocopias de las anotaciones sobre fuselaje 271, que era el nombre original de fábrica del avión de TPA que se había accidentado.
Jerry Jenkins, el encargado de piezas de la fábrica, estaba de pie junto a ella, tamborileando con un bolígrafo sobre la mesa y repitiendo:
—¿Lo has encontrado? ¿Lo has encontrado?
—Jerry —dijo Casey—. Tranquilízate.
—Estoy tranquilo —repuso él, mirando alrededor—. Pero podrías haber hecho esto en el intervalo entre dos turnos.
En el intervalo entre dos turnos habría llamado menos la atención.
—Tenemos prisa, Jerry.
Jenkins dio otro golpecito con el bolígrafo sobre la mesa.
—Todo el mundo está preocupado por lo de la venta a China. ¿Qué les digo a los muchachos?
—Diles que si perdemos la venta a China, la fábrica se cerrará y tendrán que buscarse otro empleo.
Jerry tragó saliva.
—¿Hablas en serio? Porque he oído que…
—Jerry, déjame mirar los registros. ¿De acuerdo?
Los registros de la aeronave se componían de la montaña de documentación utilizada para montar el aparato: un millón de papeles, uno para cada pieza. Estos papeles, sumados a la todavía más extensa documentación que exigía la FAA para conceder su certificación, contenían información confidencial de Norton Aircraft. La FAA no guardaba los registros porque en tal caso la competencia habría podido obtenerlos amparándose en la Ley de Libertad de Información. En consecuencia, Norton almacenaba dos mil quinientos kilos de papel —veinticinco metros cuadrados de estanterías por cada avión— en un inmenso edificio de Compton. Todos los originales estaban copiados en microfichas a las que sólo podía accederse mediante los lectores de la fábrica. Pero encontrar los papeles correspondientes a una pieza específica llevaba mucho tiempo, pensó Casey, y…
—¿Lo has encontrado? ¿Lo has encontrado?
—Sí —anunció Casey finalmente—. Ya lo tengo.
Miraba fijamente la copia de un papel de Hoffman Metal Works, de Montclair, California. El pasador de blocaje del slat estaba descrito con un código que coincidía con el de los diagramas de los técnicos: A/908/B2117L (2) Pas Bloc Slat SS/HT. Una fecha de fabricación mecanografiada, un sello del día en que se había entregado en fábrica y la fecha de instalación. Seguido de dos sellos: uno firmado por el mecánico que instaló la pieza en el avión, y otro por el inspector de Control de Calidad que aprobó el trabajo.
—¿Y? —preguntó él—. ¿Es la pieza original o no?
—Sí, lo es. —Hoffman era el fabricante del equipo original. La pieza procedía directamente de ellos. No había ningún distribuidor involucrado.
Casey miró la fábrica a través de la verja que los rodeaba. Nadie parecía prestarles atención, pero ella sabía que los vigilaban.
—¿Te marchas? —preguntó Jerry.
—Sí, Jerry. Me marcho.
Cruzó la planta, sin apartarse del pasillo formado por las cajas de piezas, lejos de los montacargas. Alzó la vista a las altas pasarelas para asegurarse de que allí arriba no había nadie. Y no había nadie. Hasta el momento, la habían dejado tranquila.
Lo que había averiguado estaba claro: la pieza instalada originariamente en el TPA 545 procedía de un proveedor de confianza. Eso quería decir que la pieza original era buena. Sin embargo, la pieza que Doherty había encontrado en el ala era falsa.
De modo que Amos tenía razón.
En algún momento le había ocurrido algo al ala y habían tenido que repararla.
Pero, ¿qué había pasado exactamente?
Aún le quedaba mucho por averiguar.
Y poco tiempo para hacerlo.
Si la pieza era falsa, ¿de dónde había salido? Necesitaba los papeles de mantenimiento y todavía no habían llegado. ¿Dónde estaba Richman? Una vez en su despacho, Casey echó un rápido vistazo a una pila de faxes. Todos los representantes del mundo pedían información sobre el N-22. El del representante de vuelo en Madrid era previsible:
DE: S. RAMONES, REP MADRID
A: C. SINGLETON CC/CEI
RECIBIDA NOTIFICACIÓN A TRAVÉS DE MI CONTACTO DE IBERIA, B. ALONSO, DE QUE DEBIDO AL INCIDENTE DE MIAMI LA JAA POSTERGARÁ INDEFINIDAMENTE LA CERTIFICACIÓN DEL MODELO N-22, ALEGANDO «INQUIETUD POR SU AERONAVEGABILIDAD»
ESPERO INSTRUCCIONES.
Suspiró. El informe del representante en Madrid no le sorprendía. JAA era la sigla de Joint Aviation Authorities, el equivalente europeo de la FAA. La JAA pretendía fijar nuevas normativas, y en la agencia había muchos burócratas que no parecían distinguir con claridad entre las ventajas comerciales y las cuestiones de aeronavegabilidad. Desde hacía algún tiempo la JAA trataba de obligar a los fabricantes estadounidenses a usar motores europeos. Los estadounidenses se habían resistido, así que era lógico que la JAA aprovechara la explosión del motor en Miami para presionar a la Norton, negándole la certificación del N-22.
Pero, en el fondo, se trataba de un problema político y estaba fuera de su territorio. Leyó el siguiente fax:
DE: S. NIETO, REP VANC
A: C. SINGLETON, CC/CEI
PRIMER OFICIAL LU ZAN PING SOMETIDO A CIRUGÍA DE EMERGENCIA DEBIDO A HEMATOMA SUBDURAL EN HOSP GEN VANC, A LAS 4.00 H DE HOY. OFICIAL NO DISPONIBLE PARA NTERROGATORIO DURANTE UN MÍNIMO DE 48 HORAS. SEGUIRÁ MÁS INFORMACIÓN.
Casey esperaba entrevistarse con el primer oficial herido antes. Quería saber por qué estaba en la parte trasera del avión y no en la cabina de vuelo. Pero, al parecer, no tendría una respuesta a esa pregunta hasta el final de la semana.
Leyó el siguiente fax, y se quedó atónita.
DE: RICK RAKOSKI, REP HK
A: CASEY SINGLETON, CC/CEI
HE RECIBIDO LA SOLICITUD DE REGISTRO DE MANTENIMIENTO DEL VUELO 545, FUSELAJE 271, REGISTRO 098/443/, Y LA HE DERIVADO A LA COMPAÑÍA.
EN RESPUESTA A LA SOLICITUD DE LA FAA, TRANSPACIFIC ENVIÓ TODOS LOS REGISTROS DE LAS ZONAS DE REPARACIÓN DE KAITAK, HK, SINGAPUR Y MELBOURNE. ÉSTOS FUERON TRANSFERIDOS A LA RED DE NORTON AIRCRAFT A LAS 22.10 H LOCAL. CONTINÚO INTENTANDO ENTREVISTAS CON LA TRIPULACIÓN. ESTO ES MUCHO MÁS DIFÍCIL. SEGUIRÁN DETALLES.
Una buena táctica de la compañía, pensó Casey. Como no querían conceder entrevistas con los miembros de la tripulación, habían decidido proporcionar todos los demás datos, en un alarde de cooperación.
Norma entró en el despacho y dijo:
—Están entrando los registros de Los Ángeles. Y Hong Kong ya los ha enviado.
—Ya lo veo. ¿Tienes la clave de acceso?
—Aquí está. —Le pasó un papel y Casey tecleó la clave en el ordenador de su escritorio. Tras una pequeña demora en la conexión con la unidad central, la pantalla se llenó de datos.
REG DE MANTENIMIENTO N-22 / FUSELAJE 271 / RE 098/443/HB09
DD 5/14 AS/ 6/19MOD 8/12
< ER KAITAK - REGIS MANT (A-C)
< ER SGPUR - REGIS MANT (SÓLO B)
< ER MELB - REGIS MANT (SÓLO A, B)
—De acuerdo —dijo, y puso manos a la obra.
Tardó casi una hora en encontrar las respuestas que buscaba. Pero transcurrido ese tiempo, tenía una idea bastante clara de lo que había ocurrido con el pasador de blocaje.
El 10 de noviembre del año anterior, en un vuelo de Bombay a Melbourne, el avión de TransPacific había sufrido un problema de comunicación por radio. El piloto hizo una parada imprevista en la isla de Java, Indonesia. Allí repararon la radio sin dificultades (se cambió un panel de circuitos) y el personal de tierra javanés repostó combustible para que el avión continuara hasta Melbourne.
Cuando el avión aterrizó en Melbourne, el personal de tierra australiano advirtió daños en el ala derecha.
Había daños en el ala.
Los mecánicos de Melbourne notaron que la toma de combustible del ala derecha estaba curvada, y el pasador de blocaje contiguo ligeramente dañado. Se pensó que el personal de Java había causado los daños en la parada para repostar.
Las tomas de combustible del N-22 estaban situados debajo del ala, detrás del borde de ataque. Un operario sin experiencia había usado una manguera incorrecta para el N-22 y había atascado la traba de la manguera mientras ésta estaba conectada al ala. Esto torció la abrazadera del acoplador del ala, dobló la placa del acoplador y dañó el pasador de blocaje.