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Authors: Matthew Stover

Punto de ruptura (51 page)

BOOK: Punto de ruptura
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El método difícil

U
n humo grasiento se elevaba de la destrozada puerta acorazada. Apestaba a sangre, carne y heces humanas.

El olor de la muerte.

Mace, pando junto a la puerta, esperaba a que se despejase el humo.

El búnker de mando estaba oscuro como una cueva. La única luz era el haz blanco que se colaba desde el agujero que antes había sido la puerta. El interior se materializó como si adquiriera lentamente sustancia, arrancándosela a la misma luz.

Había cuerpos por todas partes.

Apilados en las paredes. Envolviendo las consolas de los monitores. Bocabajo, en el suelo, sobre negros charcos.

Algunos llevaban armaduras de combate. Algunos uniformes caqui de la milicia. Algunos ningún tipo de uniforme.

A algunos les faltaban pedazos.

La hoja de Mace siseó en el humo cuando entró.

Un sable láser es un arma especialmente pulcra. Incluso piadosa en cierto sentido. Su poderosa cascada de energía corta y cauteriza al instante cualquier herida. Sus heridas rara vez sangran. Es un arma limpia.

Un vibroescudo no.

El suelo del búnker de mando estaba traicioneramente resbaladizo.

Mace pisaba con cuidado. Tras él, Nick resbaló en el umbral y apoyó la espalda contra la pared.

Todo era silencio y muerte. Era un mundo muy diferente a la locura del exterior. Lo del interior era una locura mucho más tenebrosa.

Tan tenebrosa que le parecía estar ciego.

—Depa —dijo en voz queda—. Kar. Salid. Sé que me estáis observando.

La respuesta que obtuvo fue un sedoso gruñido de depredador que parecía proceder de todas partes a la vez.

No tenemos por qué ser enemigos.

Mace alzó su hoja y se movió precavidamente, rodeando las ruinas del banco de monitores más cercano a la puerta.

¿Acaso no estamos en el mismo lado? ¿No hemos ganado el planeta para ti?

En la Fuerza, Mace buscó un vacío bajo sus pies que pudiera contener el transmisor-receptor. Tenía cuidado con cada paso que daba, buscando apoyar el pie con solidez en el suelo antes de dar el siguiente.

¿De verdad quieres luchar contra nosotros? Somos parientes, tú y yo. Somos tu pueblo.

—Nunca fuisteis mi pueblo —repuso Mace sin emoción—. Un hombre como tú siempre será mi enemigo, al margen del bando en que estés. Y yo siempre te combatiré.

¿Por qué te llaman Maestro? Sólo has conseguido ser maestro en futilidad. No puedes ganar.

—No tengo por qué ganar. Lo único que debo hacer es luchar.

Un ladrido grave fue el único aviso que obtuvo.

Las pistolas de Nick rugieron contra una forma oscura que saltó salida de ninguna parte. Chispas resonaron en la penumbra cuando Mace giró instintivamente y dio un mandoble contra la forma, que se desvaneció en una zambullida que la llevó hasta el banco de consolas, antes de que el Maestro Jedi pudiera llegar a ver lo que era.

No lo había sentido venir.

Poder oscuro se arremolinaba a su alrededor.

Dejó que su hoja se encogiera, y se acuclilló entre dos consolas con el corazón martilleándole el pecho.

—¿Nick? ¿Le has dado?

—Creo que no —la voz de Nick le llegaba en un tenso hilo—. Sonó como si parara los dos proyectiles con los escudos. ¿Y tú?

Mace olió el humo: carne chamuscada.

—Puede que sí. Al menos una parte de él.

—¿Viste de dónde salió?

—No. Creo... —el aliento de Mace siseó entre sus dientes—. Creo que se esconden entre los cadáveres. Manténte atento.

—Ya puedes creerlo.

El gruñido grave se tomó burlón.

Tu Fuerza no puede ayudarte aquí. Aquí sólo hay pelekotan. Y sólo somos el sueño del pelekotan.

Mace se arrastró en silencio por el banco de consolas.

No me sentiste venir. No puedes.

—Ese no eras tú —dijo Mace en voz baja.

Sí que lo era. La séptima parte de mi ser.

Disculpa, era una octava parte.

Podía sentir la cámara del transmisor, a dos metros de distancia al otro lado de ese banco de consolas. Su techo empezaba a metro y medio bajo el suelo.

La has perdido. La has perdido ante el pelekotan. La has perdido ante el sueño del pelekotan: un mundo libre de balawai.

—Aquí todos somos balawai —musitó Mace.

Encendió el sable a la longitud justa para poder hundirlo en la pared situada tras la mesa de consolas bajo la que se agazapaba, y abrir un agujero lo bastante grande como para atravesarlo a rastras. Liberó la pieza cortada y la depositó en el suelo.

Al otro lado de la mesa había un grupo de clones muertos. Cuatro. Tuvo que arrastrarse sobre ellos.

Alguien les había quitado el casco. Tenían los ojos abiertos.

La cara muerta de Jango Fett le miró cuatro veces.

Los ojos muertos se clavaron en él y sólo vieron su culpa.

Siguió moviéndose.

El lugar que buscaba estaba justo delante de él. Mace consiguió apartar la atención de los clones muertos y se quedó congelado en el sitio.

Alguien había agujerado ya el suelo. Ennegrecidos trozos del blindaje del búnker de mando rodeaban una fosa del tamaño de un hombre que ya tenía casi un metro de profundidad. A su lado, una forma delgada envuelta en una harapienta túnica marrón yacía encogida en el suelo.

Ella aún tenía el sable láser en la mano.

Su corazón cantó por un alegre instante. Ella se le había adelantado. No había caído en la oscuridad, todo había sido una representación, ¡una representación! Había estado agujereando el suelo para ayudarlo...

Pero sólo fue por un instante. Sabía que no era así.

Claro que se había anticipado a él. Sabía todo lo que había que saber sobre su forma de actuar. Sabía con precisión cuál sería su objetivo, y no se había estado abriendo paso hasta la cámara de abajo para ayudarle a activar el transmisor-receptor-receptor.

Buscaba destruirlo.

Daba la impresión de que la granada de protones la había alcanzado justo a tiempo. No parecía respirar. En el cegador remolino de poder oscuro que llenaba el búnker no podía sentir si aún seguía con vida.

Te has vuelto muy silencioso, dôshalo. ¿Crees que el silencio podrá salvarte? ¿Crees que no poder sentirme implica que yo no puedo sentirte a ti?

Demasiado cansancio, demasiado dolor. En su corazón ya no había sitio para nada más.

Ya la lloraría luego. Ahora, mirando al cadáver, sólo sintió un vago alivio melancólico por no haber tenido que matarla él mismo.

¿Crees que puede haber algo de ti que no sepa?

—Creo que si fueras todo lo que dices ser, yo ya estaría muerto.

Rodó por el suelo, se detuvo agazapado ante el borde del agujero y miró hacia él. Ella casi había hecho el trabajo. Podría rematarlo de un solo golpe.

Tú todavía no eres mi presa.

—¿No? ¿De quién soy presa, entonces?

La respuesta a su pregunta fue el emisor de un sable láser apretado contra su vientre.

Mace tuvo tiempo de pensar sin comprender:
Oh. No estaba muerta. Fingía
.

—¿Depa...?

Ella gritó al conectar la hoja. Y siguió gritando mientras su fuego verde horadaba un túnel en las tripas de Mace y sobresalía por su espalda como una lanza. Su mano cogió instintivamente la de ella, manteniendo la hoja donde estaba, contra su cuerpo, para que no pudiera matarle al desplazarla de lado. Encendió su propia hoja...

Pero no pudo golpearla. Ni siquiera entonces. No allí. No tan cerca que podía besarla. No mientras el grito de ella aumentaba para convertirse en un chillido. No mientras tuviera que mirar a sus desorbitados ojos sin ver en ellos ni odio ni rabia, sino desnuda agonía.

Iba a tener que hacer las cosas por el método difícil.

Golpeó el agujero que había junto a ellos, cortando una elipse torcida de placa de blindaje que se hundió en la oscuridad de abajo y golpeó un suelo invisible.

—¡Geptun! —rugió—. ¡AHORA!

***

Fogonazos de un combate.

...Sombras entrando en el búnker mientras enjambres de aullantes rayos láser azul eléctrico rebotaban en las paredes, haciéndolas jirones...

...Una inundación de soldados dispersándose en oleadas desde la puerta, con armas que goteaban energía del color del relámpago, y con Geptun en medio de ellos. corriendo con la cabeza gacha, acunando el datapad en los brazos como si fuera un bebé...

...Un zumbante escudo de plateada llama que cortaba un rifle láser para que explotase y se llevase consigo las manos del soldado...

Esas imágenes se grabaron a fuego en el cerebro de Mace mientras luchaba por su vida contra la mujer que debía haber sido su hija.

Alzó el sable del agujero y giró la muñeca para que el movimiento le permitiera golpear a Depa en la sien con la culata del arma. Los dedos de ella se soltaron de la placa activadora de la hoja, que se encogió a través del cuerpo de Mace. Ella lanzó un aullido y le golpeó en la cuenca del ojo con la mano libre, pero Mace puso el pie entre los dos y la apartó de su lado con un potente empujón.

Ambos dieron una voltereta hacia atrás en el aire y aterrizaron con los pies colocados formando un reflejo perfecto, y con las hojas trazando idénticos movimientos cortantes, casi demasiado rápidos para la vista.

Los disparos láser aullaban a su alrededor. El aire crepitaba con los rayos y las descargas de energía. Sus hojas titilaron y se agitaron. Y ningún rayo tocó sus carnes.

Nunca separaron los ojos el uno del otro.

Algo se había retorcido en las tripas de Mace al dar la voltereta hacia atrás. El humo ascendía desde el agujero de su vientre. Podía olerlo, pero no sentía dolor. Todavía no. Su hoja zumbó en el aire.

La de ella zumbó más deprisa. Avanzó hacia él.

Los mandobles no se interrumpieron nunca. No se interrumpían nunca, fluían y se encadenaban uno con otro con precisión líquida.

Ese entretejido constante y casi invisible de energía letal es la posición preparatoria del vaapad.

—Depa —dijo Mace desesperado—. No quiero combatir contigo. Depa, por favor...

Ella saltó contra él, gritando sin palabras. Mace no podía saber si le había oído. No podía saber si el lenguaje aún significaba algo para ella.

Y entonces la tuvo encima, y todo su mundo se tornó verde fuego.

***

Veinticuatro soldados entraron en el búnker formando una cuña alrededor del coronel Geptun. Nick Rostu mantuvo la espalda pegada a la pared mientras contemplaba cómo morían.

Los guardias akk saltaban, sobrepasándolos, y un clon caía con cada salto. Los clones no se pararon ni titubearon; disparaban las carabinas láser desde la cadera, abriéndose paso hacia delante y pisando los cadáveres de sus camaradas.

Y no sólo murieron clones.

La Fuerza tiró de Nick, que movió una pistola y disparó sin pensar. El guardia akk que saltaba hacia él dio un giro, y el cartucho arrancó chispas de su escudo. Pero en cuanto distrajo su atención cayó contra el cañón del DC-15 de un soldado, y energía azul brotó de su espalda.

Ese guardia akk había sido un hombre al que Nick conocía, como conocía a los demás. Este se llamaba Prouk, y le gustaba jugar. Una vez había perdido sesenta créditos apostando contra Nick, y los había pagado.

Otro tirón en la Fuerza y otro disparo acabó con la rótula de un guardia akk, que se derrumbó sobre un soldado moribundo que aún conservaba vida suficiente como para apretar el gatillo de su carabina y hacer trizas al guardia akk.

Era el guardia al que Mace había roto la nariz. Se llamaba Thaffal.

Nick iba a hacer su siguiente disparo cuando una enorme sombra se alzó ante él. No la había visto venir al estar concentrado en la Fuerza.

—Oooops —dijo Nick.

Este se llamaba Iolu. Una vez había salvado la vida a Nick durante un tiroteo. Hacía mucho tiempo.

—Hola, Nick —dijo Iolu, y dirigió el siseante borde del escudo hacia su cuello.

***

La hoja de Depa estaba por todas partes.

Mace retrocedió, bloqueando frenéticamente los envites, absorbiendo el impacto de sus ataques con brazos doblados y cogiendo el sable con ambas manos. Era más alto que ella, tenía más peso y alcance, y mucho más músculo en la parte superior del cuerpo; pero ella le estaba haciendo retroceder como si fuera un niño. Una llama verde se abrió paso entre las defensas de Mace, y sólo un movimiento frenético de la cabeza convirtió lo que pudo haber sido una estocada que le atravesara el cerebro en una quemadura en la mejilla.

Pero siguió sin contraatacar.

—No te mataré. La muerte no es la solución a tu dolor.

La respuesta de ella fue gritar aún con más fuerza y salvajismo, y con un embate a la altura. Volvió a romper sus defensas y le chamuscó la muñeca. Otro golpe le cortó la pernera del pantalón, justo encima de la rodilla.

El poder rugía alrededor de ella como una tormenta de oscuridad.

Mace lo entendió entonces: cada guardia akk que moría hacía que su parte de pelekotan retornara a los demás a través de los lazos que Vastor había forjado entre ellos.

Ella se estaba haciendo más fuerte.

Era como si cada golpe de su sable fuera sumiendo a Mace más y más en las sombras. No le quedaba más remedio que dejarse llevar. Ella era demasiado fuerte, demasiado rápida, demasiado de todo. La única manera que tenía de sobrevivir era entregarse más y más al vaapad. Entregarse por completo.

Sumirse en el sueño del pelekotan.

Mace lo sintió: había alcanzado su propio punto de ruptura. Y se estaba desmoronando.

***

El vibroescudo refulgió hacia su cuello.

Nick dobló las rodillas y se inclinó hacia atrás como un arco tensado. El puño de Iolu rozó la nariz de Nick cuando el vibroescudo horizontal pasó sobre su inclinado rostro y mordió la pared con tanta suavidad que también la golpearon los nudillos del guardia akk. El inesperado impacto aflojó la presión en el activador del vibroescudo, y su zumbido murió, dejándolo clavado en la pared.

Antes de que Iolu pudiera arrancarlo. Nick pegó la boca de la pistola contra el codo extendido del guardia akk.

El cartucho no llegó a arrancarle el brazo.

Iolu se tambaleó, aturdido.

La pistola de Chalk se alzó en la otra mano de Nick y se colocó bajo la barbilla de Iolu.

—De todos modos, nunca me caíste bien —comentó Nick, y apretó el gatillo.

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