Puro (48 page)

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Authors: Julianna Baggott

Tags: #Ciencia Ficción, Infantil y juvenil

BOOK: Puro
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—Era quien iba a planearlo todo.

Perdiz no da crédito.

—Pero yo no tengo madera de líder. Yo no podría comandar las células durmientes y tomar la Cúpula.

—Estábamos esperando a ver una señal de que estabas preparado. Y la vimos.

—¿Qué fue?

—Por irónico que parezca, tu propia huida.

—¿Y qué hacemos ahora? —pregunta Perdiz—. Quieren que te entreguemos, así como todo lo que tengas aquí en tu laboratorio.

—¿Y si nos negamos?

—Tienen a una rehén. Una chica que se llama Lyda. —Le tiembla la voz al decir su nombre.

—Lyda. ¿Significa mucho para ti?

Perdiz asiente y dice:

—Me gustaría que no fuese así.

—No digas eso.

—Arriesgó su vida por mí y ahora yo quiero arriesgar mi vida por ella, pero no estoy dispuesto a poner en peligro la tuya.

—Podríamos darles lo que creen que quieren. Puedo llevarme conmigo unas pastillas y, para cuando averigüen que no valen de nada, tal vez podáis escapar, poneros a salvo. Así ganaríamos algo de tiempo… De todas formas al final tendrás que luchar, Perdiz.

—Yo no puedo, yo no soy Sedge. Él era el líder, no yo.

—¿Era? ¿Qué le ha pasado?

—Me dijeron que había muerto, que se había suicidado, pero sigue con vida y está ahí arriba. Aunque pertenece al otro bando: es el soldado que tiene a la rehén. La Cúpula lo ha convertido en una máquina, y a la vez en una especie de animal. No puedo describirlo, pero he sabido por su voz que era él; la reconocería en cualquier parte.

—Quiero verlo.

—¿Significa eso que quieres subir?, ¿y entregarte?

—No me asusta plantarle cara a tu padre.

—Pero podría matarte.

—Ya estoy medio muerta.

—Eso no es verdad. —Su madre tiene algo que la hace parecer más viva que cualquier persona que haya conocido nunca.

—Tú puedes, Perdiz. Tú puedes derrocarlos y reconstruir el mundo para todos. Puro, así te llaman, pero ¿qué significa en realidad?

No sabe qué responder. Ojalá lo supiera, ojalá las palabras surgiesen de él sin más. Pero no acierta a decir nada.

—Nuestra comunicación con los de la Cúpula es muy débil, y desde que te escapaste se ha cortado por completo. Si supiéramos que siguen con nosotros, eso ayudaría.

—Sí que siguen —le cuenta Perdiz—. Han mandado un mensaje por medio de Lyda. Es muy sencillo: «Dile al cisne que estamos esperándolo».

—Cygnus —susurra.

Y en ese momento, por encima de sus cabezas, escuchan un martilleo. Las cigarras se inquietan y echan a volar por la habitación.

Disparos de metralleta.

Il Capitano

Arriba

I
l Capitano tiene las manos en la cabeza, al igual que Bradwell, que está ligeramente cuesta abajo. Le ordenan a Helmud que ponga también las manos en la cabeza, pero el hermano les dice que no se molesten, que es un retrasado.

—No tiene ni una idea propia en esa mente demente suya.

—Mente demente —repite Helmud.

Ya podían saberlo los soldados, para algo los han estado observando en el bosque, donde parecían unos seres tan elegantes, fuertes y asombrosamente pacíficos. Mira al que cree que le dejó la gallina desplumada y los huevos. Está seguro de que es el que ha llegado con la chica de blanco, que lleva tan poco tiempo fuera de la Cúpula que sus ropas son lo más blanco que ha visto desde las Detonaciones. Es el que de vez en cuando lo miraba con cierta humanidad. En realidad se habría fiado de todos, pero se equivocaba: seguramente los matarán allí mismo en medio del bosque. A todos. Y ahí se acabará la película.

Los han despojado de sus armas, que ahora forman un montón, dispuestas como para encender un fuego. La chica se ha tranquilizado; tanto es así que Il Capitano se pregunta si estará en estado de shock. Es guapa, peligrosamente bella. ¿Tendrán necesidades sexuales las Fuerzas Especiales? ¿Debería preocuparse la chica? ¿O los habrán castrado como a los perros?

El soldado que ha aparecido con la chica la deja sola y se acerca a Il Capitano. Busca un hueco entre las costillas de Il Capitano, por encima del muslo de Helmud, y le clava ahí el morro del arma.

—De este no me fío —les dice al resto de soldados.

Il Capitano se pregunta si lo que quiere es dispararle. Se prepara para lo peor, pero el soldado sigue clavándole el rifle en las costillas.

—Ruidos en el perímetro —dice el soldado—. Haced un reconocimiento rápido. Yo me encargo de esto. —Salta a la vista que se trata del jefe.

Los otros cinco soldados obedecen y salen disparados por el bosque en distintas direcciones.

Con las armas de alta tecnología relucientes en sus brazos, el soldado le susurra a Il Capitano:

—Cuando vuelvan, protege a la chica. Cúbrela. —La chica debe de haberlo oído también.

Il Capitano se pregunta de qué va todo eso. ¿Está de su parte el soldado?

—¿Lo harás?

¿Piensa atacar al resto de soldados? ¿Debería prepararse Il Capitano para coger un arma?

—Sí, señor.

—Sí, señor —repite Helmud. A veces, cuando lo hace, el eco semeja un tic del cerebro del propio Il Capitano. No es solo su hermano: son uno y él mismo. Mira a la chica una vez más y ahora hay una ferocidad en sus ojos que no estaba antes. Si se trata de la única oportunidad que van a tener, desde luego parece dispuesta a darlo todo.

Y Bradwell, que está de pie con los dedos entrelazados sobre la cabeza, despide una energía recalcitrada. Está echando humo, preparado para lo que venga. Il Capitano arquea las cejas para intentar llamar su atención y ponerle al tanto del plan, pero el chico lo mira y forma un «¿qué?» con los labios.

La patrulla vuelve de uno en uno al cabo de unos instantes, con el mismo sigilo con el que se fue. No tienen nada de lo que informar; no hay rastro ni de la ORS, ni de miserables ni de bichos. Está todo en calma.

—Comprobad vuestros escáneres —les ordena el líder—. Nada de errores, no quiero fallos.

Y cuando todos se ponen a mirar los accesorios de sus brazos, el líder empuja a la chica en los brazos de Il Capitano, que la levanta por las costillas, da tres o cuatro zancadas y se tira al suelo. Sedge abre fuego contra el resto de soldados. Bradwell salta hasta una oquedad en la piedra para cubrirse. Al soldado que tiene más cerca le estalla el pecho y se retuerce del dolor, al tiempo que dispara munición a diestro y siniestro por la espesura.

El líder apunta fríamente con las pistolas de ambos antebrazos y dispara. De sus hombros se despliegan entonces unas mirillas y explosionan varios tiros, que se alternan de un arma y otra, y que le retraen los hombros hacia atrás, uno tras otro, como si se meciese.

Otro soldado dispara hacia donde está Il Capitano. Las réplicas son casi instantáneas y uno es alcanzado en el fuego cruzado y recibe un tiro en todo el cráneo.

«Dos menos», se dice Il Capitano, que se dispone a gatear para coger su rifle del montón de armas del suelo, pero Lyda lo agarra y tira de él con fuerza.

—Espera —le dice la chica.

Bradwell ha llegado antes a las armas y coge el rifle de Il Capitano junto con la munición. Se vuelve y empieza a lanzar ráfagas contra los otros tres soldados. A uno le da en el cuello y se cae hacia un lado, tras unas rocas. El líder alcanza a otro en las tripas y le encaja dos o tres tiros.

Ese mismo soldado parece comprender cuando se desmorona en el suelo que tiene que disparar a su líder, que hay algo que no cuadra. Es como si se diera cuenta de que tiene que anular ciertos parámetros programados. Carga el arma, dispara y le da en un muslo al líder, que se tambalea pero no llega a caer. El soldado herido en las tripas se parapeta tras un árbol.

Il Capitano ve que al que Bradwell ha herido está recargando ahora tras un tocón gigante y retorcido. Está anulando también sus parámetros y apunta entonces a su líder. Desde su posición protegida, Il Capitano ve que, aunque el soldado está muy malherido, no tiene intención de quedarse esperando su muerte. El soldado al que no han herido ha escapado e Il Capitano sabe bien que no es ningún desertor y que seguro que vuelve.

—Pásame un cuchillo —le dice Lyda.

Il Capitano gatea hasta el montón de armas, coge uno y se lo lanza a Lyda, que lo agarra por el mango. En ese momento ve cómo Bradwell se pone a cubierto para acabar con el herido antes de que este dispare al líder. El chico lo alcanza en el brazo y la bala le desgarra la piel del bíceps, donde la sangre reluce hasta desaparecer por el uniforme. ¿Va a seguir luchando?

Il Capitano coge otro cuchillo y un gancho de carne pero de pronto el soldado que sangra por la barriga le pega una patada en el estómago, un golpe tan fuerte que lo levanta del suelo. Helmud se queda sin aire en los pulmones y jadea.

Bradwell carga contra el soldado, que no parece querer morirse. Su rival le encaja un revés que acaba con el chico en el suelo, y a continuación lo agarra por la camisa, pero está tan destrozada que el soldado se queda solamente con la tela en la mano. Bradwell, con el torso al aire, se revuelve sobre la gravilla y la tierra, y le da una patada en la rodilla al soldado, pero este apenas se inmuta, sino que, con calma, alza la pistola empotrada en su brazo derecho, la carga y apunta al chico, que se hace un ovillo. Los pájaros de la espalda se quedan quietos.

Il Capitano oye una descarga y piensa que Bradwell ha muerto pero es el soldado el que cae. Ve entonces que el líder ha logrado colocarse en un buen ángulo de tiro gracias a la carrera de Bradwell, que le ha dado tiempo para desplazarse aun con la pierna herida. Solo queda un enemigo, apretándose el abdomen desgajado mientras se cierne sobre Il Capitano, que retrocede, desarmado como está.

El líder dispara a las manos del soldado e inutiliza sus armas. El medio humano aúlla y las armas de sus hombros se despliegan al tiempo que se vuelve para buscar a su capitán. Las balas vuelan. Una de ellas roza el hombro de Bradwell —el que no estaba herido por el dardo— y hace que suelte el arma. El chico se lleva la mano a la herida, mareado por la sangre y el ruido, y se arrastra hasta detrás de una roca con los ojos apretados.

El líder vuelve a disparar, a pesar de estar tendido en el suelo y no poder levantarse, con un charco de sangre formándose a su alrededor. Sus balas perforan el pecho del soldado y los rifles de sus hombros. El rival intenta disparar pero sus armas han quedado inutilizadas. Está débil y describe círculos en su tambaleo. Enloquecido, clava los ojos en Lyda y arremete contra ella. Il Capitano salta sobre la espalda del soldado, al que desestabiliza hasta caer de rodillas en el suelo. Eso le da tiempo a Lyda de correr, aunque de poco sirve. El soldado es tan fuerte que se pone de pie, con Il Capitano encima intentando asfixiarlo.

Y en ese momento aparecen los brazos escuálidos de Helmud. Lleva un trozo de hilo de alambre, algo a medio camino entre lana y pelo humano. Lo tensa y luego rodea con él el cuello del soldado. Il Capitano tira también del hilo y se echa hacia atrás con todo su peso y el de su hermano. El alambre se clava en el cuello del soldado, que retrocede e intenta quitárselo con los muñones.

Y en ese momento aparece Lyda, lo apuñala en el bajo vientre y empuja el cuchillo hacia arriba con toda su fuerza.

El soldado se tambalea y, mientras, la chica retira el cuchillo, lo restriega contra su mono blanco y se prepara para clavarlo de nuevo. Pero no hace falta. El soldado cae hacia delante con los dos hermanos a la espalda.

Il Capitano tira del cable con una mano y la sujeta en alto, un guiñapo ensangrentado y con restos de carne. Recuerda la de veces que le ha dicho a Helmud que deje de juguetear con los dedos, el movimiento ese nervioso que hace detrás de su cuello.

—Helmud, ¿lo hiciste para matarme a mí?

Y esa vez Helmud no repite las últimas palabras de su hermano. Quien calla otorga.

Por primera vez hasta donde recuerda, Il Capitano se siente orgulloso de su hermano:

—¡Vaya con Helmud! ¡Joder! ¡Estabas planeando matarme!

Y entonces oye unos ruidos. Todos se quedan paralizados y se preparan para lo peor. Puede que sea el soldado que huyó volviendo a la carga.

Pero no, proviene de la ventana con forma de media luna del suelo.

Dos manos se sujetan a los lados del marco y Perdiz se impulsa hasta el exterior, como el que sale de una tumba.

Perdiz

Beso

C
uando Perdiz vuelve a la superficie se queda inmóvil, intentando procesar la carnicería: Il Capitano y Helmud están ensangrentados y magullados; Bradwell está descamisado y sangra del otro hombro, de rodillas, cabizbajo y respirando agitadamente. ¿Está rezando? Tiene las manos entrelazadas. Lyda está toda cubierta de sangre y sin aliento, aturdida, y mira a Perdiz con sus vivos ojos azules y luego al resto.

Y después están los cuerpos de los soldados. Uno tiene el pecho reventado, mientras que otro está cortado por la mitad y tiene muñones sangrientos en lugar de manos. A otro le han disparado en el cráneo, donde ve un agujerito en la base de la cabeza, pero, al rodearlo, descubre que le ha desaparecido la cara entera.

—¿Qué ha pasado aquí? —Se siente desfallecer, las rodillas le flaquean—. ¿Qué ha pasado?

En ese momento ve a su hermano medio oculto por los matorrales y corre a su lado, hincándose de rodillas en el suelo.

—Sedge.

Tiene los músculos de la pierna derecha machacados por las balas, y de debajo de las costillas le sale sangre, que tiñe las rodillas de los pantalones de Perdiz.

—Dios. No, no. —El pecho de su hermano no sube y baja con regularidad. Se inclina sobre la cabeza de Sedge, ese cráneo desmesurado y esa mandíbula gruesa—. Te vas a poner bien —susurra—. Mamá está aquí, sube ya. Vas a verla. —Perdiz le grita a los demás—: ¡Traed a mi madre! ¡Ayudad a Pressia a subirla!

La chica ya ha vuelto arriba y está contemplando el rosario de cuerpos.

—Dios santo —musita—. No, Dios.

Bradwell se levanta como puede y corre hacia ella.

—Pressia —la llama, pero está visiblemente conmocionada y ni siquiera es capaz de responderle.

Il Capitano le grita a Bradwell:

—¡Ayúdame!

Entre ambos suben a Aribelle por la ventana, el delgado tronco de la mujer y sus miembros inválidos. Caruso la aúpa desde abajo pero no sube a la superficie.

Perdiz pone una mano sobre el pecho de su hermano. La sangre está húmeda y caliente.

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