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Authors: Carola Chávez

Tags: #Humor

¡Qué pena con ese señor! (8 page)

BOOK: ¡Qué pena con ese señor!
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Un ejercicio que siempre me pareció una tortura consistía en pegarse una linterna encendida en la barrigota y decir «luz, luz, luz» no una, ni cuatro, sino tres científicas veces. Yo me imaginaba a mi gorda encandilada diciendo no me jodas, no me jodas, no me jodas… Sentí compasión, así decidí confiar en la genética familiar y esperé que la gordita no se pareciera a mi tía, que era la única persona realmente escasa en una familia más o menos inteligente.

Tengo unos amiguitos Baby Einstein, son unos prodigios según su mamá. El mayorcito ha ido desarrollando su intelecto sentado en un puff frente al televisor. Es tan maravilloso ese método que permite que las madres hablen por teléfono durante horas mientras el niño aprende como en una especie de estado hipnopédico. Entre los logros más evidentes de dicho método está el desarrollo de la independencia: con solo dos años, mi amiguito ya sabía manejar el control remoto del televisor y el DVD para adelante y para atrás. Como no se atrevía a interrumpir la cotorra de su mamá, decidió investigar sus posibilidades de auto enchufarse a la tele y lo logró. Claro está, después de dañar tres equipos audiovisuales completos y recibir varios corrientazos y nalgadas de esas que pican.

Por otra parte, hay guarderías que ofrecen todo tipo de actividades enriquecedoras como yoga para bebés de nueve meses, inglés pre-verbal, computación temprana o martilleo de teclado; todo esto a manera estimular esas neuronitas y darles ese empujón tan necesario mientras a mamá, al mejor estilo de Oster, le queda mucho tiempo libre para desarrollarse como mujer.

Yo que soy muy rupestre nunca me sentí más mujer que cuando estuve embarazada y me gradué summa cum laude de supermujer en el momento que mi bebé recién nacida se prendió de mi pezón.

Bueno, pero voy saltando de embarazo a pezón sin pasar por un parto clase media en la Leopoldo Aguerrevere. Una lánguida y agotada madre yace sobre una cama de hospital decorada para la ocasión con las sábanas que usaron tres generaciones antes que ella para celebrar el mismo acontecimiento. Ramos de flores con globos metalizados gigantes y ositos de peluche rosados o azules según sea el caso. Las abuelas y las tías compiten a ver quién de ellas sufrió más pariendo y la ganadora es siempre la suegra que, por haber parido un varón ya tuvo el peor castigo ya que el desgraciado ese, sin tomar en consideración sus sacrificios y dolores, se fue con una total desconocida dejándola a ella sola con ese jubilado que una vez fue su gran amor.

Todas saben que es lo mejor para el niño, todas dan consejos diferentes, pero la mamá moderna las ignora porque ya compró la colección de Baby Einstein.

Los hombres, al mejor estilo medieval, se reúnen aparte, bien lejos, a beber whisky y a fumar puros aunque no fumen. Si fue niño, el papá se vanagloriará de las bolotas que tiene su crío, igualito a su papá. Si fue niña, se puede hacer referencia a cualquier cosa menos a sus sagrados genitales, aunque tenga una totonota enorme, igualita a su mamá.

A los dos días sacan a su bebé de la clínica envuelto como un tequeño y metido en un cestón lleno de faralaos, lo meten en la camionetota y a casa. A crecer geniecillo, a convertirse en un triunfador bilingüe, como su papi, o en una muñeca adorable como su mami. El mundo es tuyo Baby Einstein, tuyo solito, así que adelante, mi vida, a patear culitos desde chiquito, que tu mami y tu papi patearán cuanto culo sea necesario para que llegues a donde quieras, o queramos nosotros si equivocas el camino. Adelante Baby Einstein, que la tele te sonríe.

Capítulo XI - No importa quién eres sino a quién conoces

Los padres de la clase media venezolana tienen la misión inefable de subir a sus hijos otro escalón, tal como lo hicieron sus papás con ellos. Esto genera algunos problemas: La presión de elevar a su descendencia opuesta a la presión de los descendientes de no descender.

Qué mejor ascensor que un lugar donde eduquen a tus niños con los nuestros valores occidentales, en dos o más lenguas y en dos o más culturas que no sean tan autóctonas como la nuestra. Un lugar donde tus hijitos se relacionen con lo más selecto de la infancia local. Lo importante no es quién eres, dijo un ¿sabio?, es a quién conoces. Fórmula infalible de éxito.

Con la esperanza de que hagan buenos matrimonios inscriben a sus niños en una lista de espera apenas nacen, rogando a todos los santos que dentro de dos años los llamen para poder garantizar, en la medida de lo imposible, el éxito en la escalada a sus pequeños futuros triunfadores.

Dos años más tarde acuden nerviosos con sus retoños a una cita importantísima, la primera en una cadena de citas que predeterminarán hasta donde va a llegar el muchachito. El niño, que aún usa pañales por la noche, va a presentar un examen de admisión. ¿Cómo serán esas pruebas? No tengo ni idea, lo que sé es que unos genios de la psicopedagogía son capaces de clasificar bebés según su potencial antes de que el infante tenga potencial para algo más que el precario control de sus esfínteres.

Los padres, que estuvieron practicando a ciegas con su niño toda la semana, como para prepararlo mejor para el examen, se quedan sentados mirándose recelosos: pocos cupos están en juego y hay muchos bebés a prueba. Ojalá que Carlitos no la cague, literalmente…

—Y el tuyo, ¿a qué edad gateó? —pregunta una mamá desafiante.

—A los dos meses y medio —responde la otra a la defensiva.

—Pero eso no es nada —salta otra mas allá—. Juliana habló a los cuatro meses.

—Mi Riki a los tres.

—Miguelito ya sabe leer, pero no se le nota porque todavía no habla bien.

Al final, me apiado de las psicopedagogas que tendrán que descartar niños indescartables. Nada más difícil en este mundo que escoger entre lo mejor de lo mejor.

En estos casos tan apretados prima un baremo inflexible. Apellidos, por lo menos dos y bien combinados, sonoros, poderosos, elegantes y con mucho abolengo. Eso debe ser suficiente, pero no todos los aspirantes cumplen con el principal requisito, así que van calificando según las siguientes condiciones: Un solo apellidote, ningún apellidote mas sí una cuenta bancaria bien robusta, cuenta bancaria no tan robusta pero con posibilidades de engordar, cuenta bancaria flacucha pero con buenas relaciones comerciales y/o personales, pariente pobretón de familia pudiente con alguna posibilidad de heredar algún día y, por último, y esto es bueno saberlo, la capacidad del progenitor interesado de colgarse del mecate. En cuanto al niño, que no se haga pupú ni pipí y si es de muy buena familia, pues que se haga, que más da.

Ya estamos dentro, Miguelito, Juliana y Riki comienzan su precoz escalada. En el Kinder comienzan a atarse lazos que se deben conservar toda la vida. La madres se fijan quién quedó en cual salón. No te juntes con Miguelito, que está pasadito de horno y su papá tiene el pelo chicharrón. Giuliana es una niña maravillosa, no importa que te muerda, tú aguanta que eres un hombrecito, además quién quita que un día te inviten a su casa a bañarte en la piscina. Vamos a invitar a los morochos Echeverri Montemayor, no llores, ya sé que la última vez te rompieron el triciclo y te robaron tus carritos, pero ya te dije que te compro unos nuevos. Hay que planear la piñata que está a meses de distancia, pero hay tantos detalles que atender, no nos vamos a rayar de entradita.

Los uniformes obligatorios no detienen a estas decididas madres en su lucha por lograr que sus pequeños destaquen. Los pocos artículos no reglamentados adquieren proporciones inverosímiles. Los morrales son gigantes, carísimos, con rueditas y loncheras a juego, los zapatos son negros, pero no unos zapatos cualesquiera, son de marca, traidos de Mayami, con algún detalle que evidencie que ni de vaina son Pepito. A las niñas las peinan con lazos estrambóticos, para indignación de la madres que sólo tienen varones, que se sienten en desventaja.

Los colegios privados proporcionan a los padres la tranquilidad de saber que sus hijos recibirán una educación muy por encima del nivel que exige el Estado. Así nuestros niños serán dignos de ser dueños del país. Los padres exigen los colegios cada día más, para ellos la educación si no es religiosa, bilingüe y costosa, simplemente no es educación. Los padres orgullosos ven cómo sus pequeños se van despojando de lastres culturales a través del aprendizaje de otro idioma. Aprenden pronto que los niños se disfrazan en Halloween, que restaurant se dice McDonald’s, jugo: Coca-Cola, perinola: Mattel; parque se dice Disney World, zapato: Nike, libro: Gameboy, mamá se dice TV y a la felicidad se llaman
dollar
.

Así se sumergen los pequeños en un arroz con mango multicultural, en el que el arroz importado prepondera sobre el manguito criollo. Les inculcan, con la absoluta anuencia de los padres, el individualismo, la competitividad, el desarraigo, el clasismo, como armas para la supervivencia en un mundo donde, al parecer, los más aptos son los más mezquinos.

Así crecen lejos del mundo que los rodea, mirando con grima por la ventana del carro las calles por donde nunca piensan caminar. Los otros niños que van a pie a otros colegios no son tan niños como ellos y sus papás no son tan papás. Ni siquiera pueden pagar un colegio lindo como el de ellos, donde les venden la ilusión de ser lo mejor de un país al que, irónicamente, les enseñan a despreciar.

Pasan por el bachillerato soñando con cualquier State University, pero la vida es ingrata y solo llegan tan lejos Giuliana y los morochos Echeverri Montemayor. El resto seguirá en una universidad privada, pero segurito que mi papá me paga el postgrado en Boston. Y el papá escurre el sudor de una frente que ya no puede sudar más.

Llega el día en que los pichoncitos dejan el nido y se van volando a otros países que aprendieron a querer y los papás se quedan solos, con la esperanza de tener nietos más civilizados a quienes visitar una vez al año. Se van los pajaritos con sus títulos bajo el brazo, y se los meten en el culo cuando se ponen a trabajar de mesoneros, limpia carros y todos esos trabajos que hacían esos papás de la calle que llevaban a sus niños al colegio a pie.

Capítulo XII - Venezolanos pero a raticos

Lo venezolano para gran parte de nuestra clase media es sinónimo de mal gusto, o sea, es niche. Escuchar un joropo en Caracas es un síntoma evidente de campurusismo. Servir asado negro en una cena es una ordinariez. Sólo algunos viejitos llevan liquiliqui, y el Niño Jesús pasó de moda, ahora se lleva más Santa Claus. Las arepas sobreviven porque son deliciosas, pero los Big Macs se abren paso sin dificultad. Nada vende más que un
slogan
en inglés, ya ni siquiera se traducen ciertas cuñas en la tele, las más chic, por supuesto, las que anuncian cosas caras.

Estos renuentes compatriotas son bilingües irrespetuosos de los idiomas que deforman al mezclarlos con desenfado, olvidando como se dice chévere cuando les da por hablar nice. La bandera de los Estados Unidos es suya, la llevan con orgullo estampada en franelas, pantalones y calzoncillos. Todo lo que viene de afuera, aunque venga de Cúcuta, es mejor que lo de aquí.

Pero a veces lo criollo sienta bien. Ahora pasamos por uno de esos momentos en que la venezolanidad se la disputan al resto de los compatriotas, la reclaman como suya, eso sí, con algunos pequeños ajustes para no caer en la ordinariez que caracteriza al populacho.

Hace un tiempo me invitaron a unos quince años en La Lagunita Country Club. Fue una fiesta inolvidable gracias a la originalidad de los anfitriones. Presentaban a su pequeña en sociedad con una fiesta criolla. La debutante vestía un traje de dama antañona, sus padres iban de mantuanos, el resto de civiles encopetados porque nadie se creyó el cuento de que la fiesta sería tan original. En lugar de tradicional Danubio Azul, el orgulloso progenitor bailó con su muchachita Las brisas del Zulia. De ahí para adelante todo fue tequeños, empanadas pequeñitas, de carne, queso blanco o cazón. Ron pa’ to’ el mundo, guarapita para los chamos y tisana para las viejitas.

La orquesta tocaba joropos, galerones y merengues de antaño. Los muchachos bostezaban sin ocultar su fastidio y los adultos preguntaban a los mesoneros si de verdad no había un
whiskisito
.

A la hora del
buffet
,
voilà
!, comienzan a entrar negras gordas vestidas de esclavas sureñas, al mejor estilo de Lo que el viento se llevó, portando cestas colmadas de arepas humeantes y redonditas y bandejas con un variado surtido de tradicionales rellenos: queso
brie
, jamón serrano, ensalada de
surimi
, caviar sucedáneo, salmón ahumado y
chicken salad
, que es lo mismo que reina pepiada pero no tan niche.

Los invitados hacían cola para recibir de manos de
Aunt Jemima
una arepa que comerían con cubiertos. Se veían tan refinados tratando de picar su arepa en pequeños bocaditos con cuchillo y tenedor. Es así como se puede ser criollo sin dejar a un lado los códigos de conducta que los diferencian del montón. Eso sí es saber ser un venezolano de altura o mejor dicho, un venezolano
high
.

Otra manera de ser venezolanos sin ensuciarse mucho las manos es alternar con el pueblo cuando hacen turismo por el interior. Cuando van a Margarita, conversan con los pescadores de Manzanillo de tú a usted, en Choroní las sifrinas bailan tambores con los nativos, pero conservando las distancias y mirando con el rabo del ojo a sus novios que están pendientes por si acaso. En San Carlos bailan joropo y siempre hay quien piensa que tocar maracas es sencillo, se las pide al maraquero y sin un ápice de ritmo va y pone la torta jurando que se la comió.

Por otra parte, han incorporado a sus vidas elementos culturales importados. No pueden concebir un día de playa sin un reggae que lo amenice, no hay brindis sin champaña, fiesta sin pasodoble ni navidad sin
Jingle Bells
. La sopa de cebolla, aunque sea de lata, es mejor que un sancocho, si hay que disfrazarse que sea en Halloween, en un Brasil-Venezuela, pues le van a Ronaldinho, las Grandes Ligas son más grandes y el Superbowl imprescindible en los días vacíos de enero. Chistorra mata a chorizo carupanero y Heineken mata a Polar.

Viven con la vergüenza de ser venezolanos rebuscando algún ancestro de procedencia europea, pariendo a sus hijos en mejores lugares, garantizándoles un futuro mejor con pasaporte americano. Mi hija nació en Mayami y en cuanto pude me la llevé de allá aterrada de verla distanciada de lo que somos. Nada me daba más miedo que cuando la gorda comenzara a hablar en lugar de mami me llamara
mommy
y que a su papi le dijera
dad
.

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