Read Realidad aumentada Online

Authors: Bruno Nievas

Tags: #Ciencia ficción, Fantástico

Realidad aumentada (12 page)

BOOK: Realidad aumentada
5.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿¡Qué!? —saltó Alex—. ¿Dices que
Predator
no ha sido capaz de marcar el código erróneo? ¡Eso es imposible…!

—Espera —le interrumpió Chen alzando las manos, que le temblaban ligeramente—, no he dicho que
Predator
no haya sido capaz de marcar el código erróneo… —De nuevo tragó saliva, gesto que fue evidente que le costaba trabajo hacer—. He dicho que
Predator
no ha marcado código, que es distinto.

El despacho de Stephen se quedó en silencio. Alex estaba con la boca abierta, y supo lo que Chen iba a añadir un segundo antes de que este hablara:

—El problema es que, según
Predator
, el software
no
es lo que ha generado esa respuesta anómala.

Varias horas después, Alex viajaba en el asiento trasero del Audi. Como siempre, en compañía de su silencioso chófer, que cada vez se le asemejaba más a un guardaespaldas. Confió en que una de sus misiones no fuera espiarle, dado lo que se traía entre manos en ese preciso instante. Al pensar en esa posibilidad, se dio cuenta de que tamborileaba con los dedos sobre la mochila, y dejó de hacerlo de forma brusca. Miró a Smith, que se mostraba impasible y silencioso, como siempre, al menos el trozo de nuca que era capaz de ver.
Tranquilo, es imposible que sospeche…
, pensó, intentando que no se le notara nervioso. Una gota de sudor resbaló por su frente.

—¿Desea que baje un par de grados el aire acondicionado, doctor?

Alex dio un respingo al oír la voz grave de Smith. Por el retrovisor, vio los ojos del gigante clavados en los suyos.

—Sí, por favor… —dijo torpemente—. Hoy hace bastante calor.

Los dedos del chófer manipularon el climatizador, y volvieron, sobre el volante, a su posición habitual. Alex intentó tranquilizarse y no pensar en lo que escondía en el fondo de su mochila: las gafas y el dispositivo de bolsillo del equipo de realidad aumentada.

La parte más difícil había consistido en convencer a Chen de la necesidad de hacer otra prueba, pero en condiciones reales. No podía confesarle la verdad acerca de lo que había ocurrido en el simulacro de esa tarde. Que, de forma inconsciente, había vagado hasta el Samnuloc, un lugar muy especial para él por lo que significaba en su relación con Lia. Lo malo era que, a pesar de haber localizado el error,
Predator
no había sido capaz de señalar el código incorrecto. Según su programa,
no
había código incorrecto. Dado que aparentemente estaban en un callejón sin salida, Stephen había dado por finalizada la jornada, posponiendo el ulterior análisis de los resultados, probablemente, para evitar afrontar la cruda realidad: que el problema podría no residir en el software. Así que les ordenó descansar veinticuatro horas, tal y como había planeado, y plantear nuevas alternativas a la vuelta.

Pero él sabía que
Predator
había detectado algo y, aunque una hipótesis rondaba por su cabeza, necesitaba cerciorarse. Por ese motivo, tras la reunión, decidió hablar a solas con Chen. Estaba angustiado por todo lo que estaba ocurriendo, pero aprovechó que el ingeniero también estaba cansado para ir directo al grano:

—Necesito probar el sistema en condiciones reales —le dijo, para su sorpresa—. Es la única manera que se me ocurre para forzarlo de verdad, y asegurarnos de que el software no falla. Si es así, casi podríamos descartar el código como responsable de las pautas de respuesta. Pero es muy importante que nos aseguremos, por eso tenemos que hacerlo ya, ahora mismo. Stephen nunca me dejaría hacer una prueba fuera del laboratorio, así que hemos de aprovechar este momento.

—¿¡Qué!? —respondió Chen, con los ojos fuera de las órbitas.

—Lee, creo que puedo probar que el software no es la causa de los problemas. Déjame que te lo explique…

Alex expuso su teoría. De ser cierta, le recordó, eximiría a Chen de la responsabilidad de todos los sucesos que habían ocurrido. El anzuelo era demasiado bueno, por lo que Lee lo mordió enseguida. En cuanto se hubieron marchado todos, el asiático preparó un servidor para llevar a cabo su idea.

—Gracias a la capacidad de conexión 3G del dispositivo —le dijo—, podrás utilizarlo sin problema mientras tengas cobertura telefónica —le dijo, antes de salir del laboratorio—. Espero la señal convenida para empezar el análisis desde aquí. ¡Suerte!

Rememorando las palabras de despedida de Chen, Alex volvió a la realidad al sentir cómo el vehículo frenaba frente a la puerta de su casa. Bajó de un salto.

—Que descanse, doctor Portago —oyó decir a su chófer, mientras cerraba la puerta.

No tuvo tiempo ni de decir adiós. Unos minutos después caminaba en dirección al centro de la ciudad. Nadie se fijó en él, a pesar de que portaba unas gafas de pasta anchas. Afortunadamente, parecían estar de moda las de ese estilo. Hizo una llamada, y en breves segundos el mundo que él vislumbraba cambió. El dispositivo volvió a maravillarle: era aún mejor en la vida real. Estaba en la calle principal de Almería, y su campo de visión se llenó de innumerables etiquetas y letreros, primero unos pocos y luego por decenas, demostrando que el software funcionaba de forma impecable sobre el terreno, y la base de datos, a la perfección. Era algo que en el laboratorio ya sabían, pero que él no había tenido la oportunidad de comprobar. Entendió que ese invento iba a revolucionar la forma de interactuar con el entorno.

Al mismo tiempo que sonreía, mirándolo todo embobado,
Predator
, a unos treinta kilómetros de distancia, comenzó a analizar los datos que le llegaban cifrados a través de la conexión 3G. Alex caminó sin prisa, disfrutando de lo que veía a cada paso. La información era ingente, pero se presentaba de forma tan natural que en ningún momento abrumaba. En un par de ocasiones se quitó las gafas y comprobó, con tristeza, que volver a ver el mundo real,
a secas
, era incluso decepcionante.

Pensó que ese invento se iba a vender de maravilla. Intuyó que el precio no iba a ser ningún problema, aunque seguro que Lia insistiría en que fuera asequible, algo que antes o después ocurriría.
Lia…
, murmuró para sí. Como era costumbre, todo le hacía volver a pensar en ella. Sacudió la cabeza, tratando de dejar la mente en blanco, algo casi imposible para él. Caminó sin rumbo, concentrándose en la cantidad de información que le brindada el sistema.

Tras unos cuantos giros se dio cuenta de que estaba caminando otra vez en dirección al centro.
¿Es normal…?
, se preguntó. Desalentado, recordó que no debía despistarse, ya que desconocía cuánto podía durar la batería. Miró alrededor, y se dio cuenta de que, a pesar de ser sábado por la tarde, había muchos comercios abiertos. El software del aparato proporcionaba información sobre ellos, pero también, si alzaba la vista, las empresas que se ubicaban en los edificios. Probablemente extraía la información de
Google Maps
… era sencillamente espectacular.

Al ver una fachada supo que algo no marchaba bien. Ya la había visto antes, al comenzar la prueba. Había vuelto al punto de origen, algo que le resultaba curioso, pues no había allí nada que le atrajera. Pero lo que más le llamaba la atención era la sensación de inquietud que estaba empezando a apoderarse de él.
¿Será un efecto secundario del uso en un entorno real?
, pensó. Preocupado por esa sensación, miró la hora y decidió conceder un par de minutos más al software. Luego, se quitaría las gafas y llamaría a Chen.

Pasó por delante de dos ópticas y de una tienda de maletas, cuya información destacó en su campo visual. Miró a un matrimonio que discutía, caminaban cogidos de sus dos niños pequeños. La sensación de inquietud aumentó, se sentía como si estuviera en un mundo que no controlaba del todo.
Debe de ser eso
—razonó—,
es una nueva forma de ver el mundo y, lógicamente, abruma a la corteza cerebral, no acostumbrada a recibir tanta información. Es comparable a poner a un hombre del medievo a caminar por el centro de Nueva York en el siglo
XXI
. Probó a mirar por encima de las gafas, y el mundo le pareció aburrido y sin interés: gente paseando, algunos vehículos, comercios. Una gran cantidad de etiquetas apareció sobre ellos en cuanto volvió a ponerse las lentes.

En ese momento se dio cuenta de que esa ruta tampoco era casual. Pensó en si estaría caminando de nuevo hacia un punto concreto, sin ser consciente de ello, tal y como le había ocurrido esa tarde, en el simulador, y con esas mismas gafas. La idea le atosigó, y empezó a notar un incipiente dolor de cabeza.
Ya está bien
, pensó con fastidio: había llegado el momento de dar por terminada la prueba. Se llevó las manos a las gafas para quitárselas y se volvió hacia un escaparate con el fin de disimular el gesto. Sin embargo se quedó paralizado, con los dedos índice y pulgar de cada mano sujetando las patillas de las gafas.

A través del cristal de una tienda de medias, pudo vislumbrar el interior. Allí había, como era de esperar, varias mujeres. Lo que no era tan normal es que una de ellas enseguida le llamara la atención. En el momento en que supo quién era, su móvil empezó a sonar. Él apenas se dio cuenta, absorto como estaba, contemplando a Lia.

7
Lechuzas

No hay un gran genio sin mezcla de locura.

ARISTÓTELES

Domingo, 15 de marzo de 2009
06:30 horas

El pitido de la alarma vibró en los tímpanos de Alex, llegando a su corteza cerebral inmediatamente, aunque su consciencia tuvo que atravesar lo que le pareció una densa niebla para darse cuenta por fin de que estaba en su cama y oyendo su despertador. Sus neuronas comenzaron a enviar impulsos y, con los ojos aún cerrados, lo golpeó sin piedad de un manotazo, apagándolo. Se había olvidado de desconectarlo a pesar de ser su día de descanso.
Al menos no he tenido pesadillas
, pensó, algo más despierto. Entonces recordó lo ocurrido la tarde anterior.

La imagen de Lia se le apareció, copando toda su atención. Aún no tenía del todo claro cómo había logrado encontrarla. Él no creía en las casualidades, aún menos en las de ese tipo, pero tampoco podía llegar a comprender cómo el dispositivo podría haberle ayudado.
Es algo demente
, se dijo. Y para colmo,
Predator
había detectado una nueva pauta anómala, motivo por el cual le había llamado Chen, justo en el preciso instante en que casi se daba de bruces con su compañera. Por suerte, ella no le había visto. Pero todo aquello debía de estar relacionado, pensó. Por desgracia, la posterior conversación con Chen no le ayudó en absoluto: el informático le confirmó que, efectivamente,
Predator
había encontrado una nueva pauta de respuesta anómala, pero, a pesar de ser el segundo hallazgo positivo de esa tarde, tampoco había podido localizar el código asociado a dicha respuesta. Según los análisis estadísticos, la trayectoria que había recorrido se debía al azar, algo que, evidentemente, no se tragaba.

Poniéndose en pie, Alex pensó que, definitivamente, su teoría de que el fallo pudiera estar en el hardware había ganado enteros. Sin embargo, aún quedaba mucho trabajo por hacer, incluido el explicar a Stephen y al resto del equipo su arriesgada maniobra de haber sacado el dispositivo fuera del laboratorio sin permiso. Agotado, Alex le había propuesto a Chen almacenar los datos en una carpeta protegida, y posponer las explicaciones. El asiático aceptó enseguida.

Ya con una taza de café en la mano y aún dándole vueltas a la cabeza, Alex encendió su portátil. Puso una expresión de sorpresa al ver cómo el icono del programa de chat comenzaba a dar saltos nada más arrancar el sistema operativo de su portátil.
Pero, ¿qué demonios…?
, pensó. Sin darle más tiempo, una voz emergió de los altavoces del Macbook.

—Madrugador como siempre, aunque sea tu día de descanso.

Alex se quedó con la boca abierta y la taza pegada a los labios. El rostro de Jules Beddings le sonreía, desde una ventana que había emergido en su pantalla. Se las había apañado para iniciar una videoconferencia en su portátil.

—¿¡Pero qué estás haciendo!? —dijo, furioso—. ¿Cómo puedes saber que hoy no trabajo? Y, más importante aún, ¿¡qué haces accediendo a mi ordenador!?

—Me subestimas, amigo —dijo Jules, con sorna—. Lo importante no es
cómo
sé cosas, sino
qué
cosas sé…

—No estoy para juegos de ingenio, Jules —siseó Alex, escupiendo las palabras—. Eres un insensato, y sin escrúpulos. ¡Te pido que interrumpas ahora mismo esta videoconferencia no autorizada!

—Solo unos minutos, compañero… —dijo Jules, hablando despacio—. Y no me hables de escrúpulos, que tú también optaste por la empresa privada. Y cuando están en juego miles de millones, esos escrúpulos hay que dejarlos a un lado. —Alex hizo un gesto de desprecio que Beddings pasó completamente por alto—. Aparte del dinero, ¿te has planteado que podrías formar parte de la Historia? Créeme, hablo de una tecnología que pondrá patas arriba la forma que tenemos de ver el mundo. ¿Acaso piensas que el juguete de Stephen solo sirve como callejero? Se pueden crear aplicaciones de todo tipo, enfocadas a casi cualquier profesión… Solo para empezar, ya puedes dar a los GPS por muertos. En unos años todo el mundo usará ese dispositivo en su lugar. —Jules hizo una pequeña pausa antes de continuar—. Pero ve más allá: un ejemplo que te sonará cercano, la medicina. ¿Has pensado lo útil que sería ese dispositivo para, por ejemplo, guiar intervenciones o asistir a los cirujanos con poca experiencia? ¿Y los ingenieros y técnicos industriales? ¡Ya no necesitarían planos, ni ellos ni nadie! En ese dispositivo la información se muestra en tres dimensiones, en tiempo real y ajustada a las necesidades del usuario. ¡No se trataría solo de ganar dinero vendiendo el dispositivo, ya que todo el mundo querría uno! ¡El verdadero negocio residirá en el software que se genere para él!

Alex asintió sin darse cuenta. El discurso de su compañero le tenía embelesado. Abrumado por los problemas que le habían pedido resolver, ni se había parado a plantearse las maravillosas posibilidades que ofrecía la tecnología con la que estaba trabajando.

—¿Te das cuenta —continuó Jules— de que cada persona podría adquirir paquetes adaptados a sus necesidades? Se podrían comprar de forma inmediata, por la red, y personalizados. Esto va a suponer una revolución equivalente a la industrial o a la de Internet, ¡pero con
copyright
! —el tono de su discurso aumentó—. ¿Y entiendes que quien venza en esta carrera va a ganar muchísimo dinero y formar parte de la Historia? ¿No te das cuenta de que probablemente el Nobel esté llamando a la puerta del equipo que lo desarrolle? ¡Estoy seguro de que el propio Einstein cambiaría su aportación a la Segunda Guerra Mundial por algo como esto!

BOOK: Realidad aumentada
5.97Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Earth's New Masters by Ceallaigh, Adriane
A Daughter's Disgrace by Kitty Neale
Time Stood Still by London Miller
Forget to Remember by Alan Cook
The Magic of Recluce by L. E. Modesitt, Jr.
Rough Ride by Kimmage, Paul
Swap by Jenesi Ash