Así que resopló, volvió a acercarse la mirilla al ojo, se aseguró de que seguía apuntando a la espalda del hombre, y apretó el gatillo. El rifle disparó por todos sus muertos y el yihadista dio un salto hacia delante como si le hubieran dado una patada en la espalda. Se perdió de la vista, revelando a Jones, a quien Seamus esperó que le hubiera alcanzado la misma bala. Pero la bala se había fragmentado en el cuerpo del primer hombre o había rebotado en las vértebras y salido despedida en otra dirección.
Tal vez existiera un universo alternativo y paralelo, diseñado según las especificaciones exactas de los francotiradores, donde Jones quedaría paralizado de terror lo suficiente para que Seamus tirara del cerrojo, cargara otra bala, y disparara. Pero no allí. Jones dio un salto y rodó y desapareció mucho antes de que Seamus estuviera en posición para disparar de nuevo.
—Saben que estamos aquí —dijo Seamus.
—¿Eso crees?
—Lo que estoy diciendo es que tenemos que actuar con cautela.
—¿Por qué agitaba los brazos ese hombre?
—Puede haber sido cualquier cosa —dijo Seamus—, pero apuesto a que ha visto a Sokolov.
—¡No dispares! —gritó Olivia, pues Jake Forthrast, atraído por el movimiento que había visto con su visión periférica, había vuelto su AR-15 para apuntar a un hombre que corría en zigzag por su patio trasero, dirigiéndose a la cabaña. Olivia acababa de reconocer a Sokolov.
—Gracias —dijo Jake, y se volvió a apuntar en la dirección general de los disparos que sonaban en la base de la colina. Allí arriba había algunos yihadistas, tratando de abatir a Sokolov. Un único disparo muy agudo sonó en una posición más elevada de la pendiente.
—Tienen un francotirador —dijo Jake. Pero casi al mismo tiempo pudo oír voces nerviosas donde Jones y sus hombres se habían puesto a cubierto, diciendo al parecer lo mismo.
—Tal vez somos nosotros los que tenemos un francotirador —sugirió Csongor.
—Tal vez —respondió Jake—, ¿pero quién demonios?
Olivia oyó todo eso como desde una gran distancia, concentrada como estaba en Sokolov. A la mitad de la carrera había desaparecido de la vista, oculto tras la esquina de la cabaña, y ella no tenía forma de saber si había encontrado refugio allí o si había caído por los disparos. Era demasiado listo para exponerse donde ella, o nadie, pudiera verle la cara, así que ella no vio más que ese sutil movimiento, pero eso sirvió para darle la confianza de que quien estaba detrás de aquella cortina era él.
—Creo que lo ha conseguido —dijo—. Está dentro de la cabaña.
Se oyeron cristales rotos delante de la casa y sonó una serie de disparos. Un grito de angustia brotó del camino de acceso.
—Eso parece —dijo Zula.
—¿Qué hacemos ahora? —quiso saber Marlon.
—Por lo que a mí concierne —dijo Jake—, si todos podéis esconderos en alguna parte sin que os maten, bueno, es lo que mejor que podemos esperar.
—Estoy a favor de que no nos maten —dijo Olivia—, ¿pero qué vas a hacer tú, Jake?
—Mis vecinos vienen ya de camino, probablemente, llenos de furia —dijo Jake—. Si irrumpen aquí, los aniquilarán: no tienen ni idea de dónde van a meterse. Voy a volver a la reja y hacer lo que pueda para impedir que eso suceda.
Un yihadista salió corriendo de su cobertura, dirigiéndose a la parte trasera de la casa: pensaba al parecer que podría entrar por la puerta de atrás mientras Sokolov disparaba por delante. Subió los escalones del porche, echó mano al pomo de la puerta, y descubrió que estaba cerrada. Zula se puso en posición para apuntar al hombre con su rifle. Sin embargo, antes de que pudiera hacer nada, su cabeza se inclinó hacia delante como si intentara abrir con ella la puerta. Se desmoronó y cayó al suelo y se quedó allí, retorciéndose. El eco de otra aguda detonación resonó desde arriba.
—Definitivamente, es nuestro francotirador —concluyó Marlon.
Jake ya había partido, aprovechándose de estas distracciones, para correr hacia la cobertura de un montón de leña apilada a unos cuantos metros de distancia. Desde allí podía salir rápidamente de la propiedad, o al menos de su campo de visión. Más disparos sonaron desde las ventanas del piso superior de la cabaña, ya que Sokolov al parecer se movía de una ventana a otra apuntando a cuanto blanco se presentara: a veces disparaba desde atrás al grupo de Jones, a veces lo hacía desde delante al grupo que intentaba llegar por el camino de acceso. Este último parecía más numeroso y mejor armado. El contingente de Jones había perdido unos cuantos miembros y también tenía que lidiar con el fuego del francotirador que llegaba desde la colina de atrás.
—Se nos están acercando —dijo Marlon. Tenía la cara vuelta hacia la parte trasera de la propiedad, y sus oídos captaban el ronroneo de una ametralladora que disparaba ráfagas ocasionales a medida que se iba aproximando. Cada una de aquellas ráfagas dañaba una ventana o el marco de una ventana del piso superior de la cabaña, y esos blancos se movían lentamente a lo largo de la parte trasera y la esquina del edificio. La oscura superficie desgastada de los troncos se astillaba para revelar madera blanca debajo, como si el lugar estuviera siendo acosado por sierras invisibles.
Sokolov se asomó a la ventana donde había movido la cortina antes, y disparó dos veces antes de agacharse para esquivar una larga descarga. Parecía que el dueño de la ametralladora avanzaba hacia la propiedad, rodeando la cabaña en un gran arco, probablemente intentando conectar con sus hermanos del camino de acceso sin exponerse a los disparos de Sokolov o del francotirador. Cuanto más avanzara sin ser detenido, más probable era que los demás lo siguieran y que los cuatro que había tras el cobertizo (armados solamente con el rifle para cazar ciervos de Olivia y la pistola que Jake Forthrast le había tendido a Csongor) se encontraran enfrentándose a todo el grupo de Jones, que eran pocos en número pero estaban armados hasta los dientes. Y sin duda fastidiados. Los cuatro vieron mentalmente esta imagen en unos instantes e instintivamente se retiraron del tirador que se acercaba, buscando refugio en la esquina del cobertizo o tras los troncos de los árboles. Pero las noticias no eran particularmente buenas desde la parte del camino de acceso tampoco. Los yihadistas de allí se comunicaban con los de atrás usando walkie talkies. Mientras que Sokolov había estado concentrando toda su atención en el grupo de Jones, intentando impedir que dieran la vuelta y se enzarzaran con Zula, Olivia, Marlon y Csongor, los atacantes del camino de acceso habían empezado a avanzar hacia la cabaña.
Zula, tendida tras un cedro y apuntando por la mira del rifle para cazar ciervos, intentaba localizar al ágil tirador de la ametralladora, era cada vez más consciente de un rítmico
zud-zud-zud
que llenaba el aire y estremecía el suelo. Concentrada como estaba al principio en otros asuntos, no le hizo mucho caso al principio. Ahora reconoció el sonido de un helicóptero. Sonaba en las alturas pero ahora pasaba lentamente sobre el complejo. Zula se dio media vuelta para tenderse de espaldas y ver casi encima de ella el vientre de un helicóptero que pasaba a unos treinta metros de distancia. Había gente asomándose a las ventanillas, intentando encontrarle sentido a lo que pasaba allá abajo. Mientras pasaba y viraba, pudo ver las insignias de la Patrulla Estatal de Idaho.
El helicóptero viró perezosamente sobre la propiedad y luego se dirigió a la entrada y flotó sobre la autopista.
Una andanada de disparos surgió de entre los árboles cerca de la verja y alcanzó el rotor de cola. La mitad trasera del helicóptero desapareció durante un momento en una llamarada de fuego blanco. Lo que quedó empezó a girar, descendiendo rápidamente. Se perdió de vista y un momento después Zula oyó cómo se estrellaba en el camino de acceso y las descargas de disparos mientras los yihadistas de ese lado atacaban los restos.
Sokolov comprendió que el lanzagranadas iba destinado a él. Retenidos por sus disparos desde el piso de arriba de la cabaña, los yihadistas habían enviado a un hombre a coger el artilugio a uno de los coches. Se internaba entre la maleza, intentando colocarse en posición para lanzar una granada a través de la ventana, cuando el helicóptero apareció en las alturas y le ofreció un blanco aún más tentador. Y por eso aprovechó la oportunidad y estropeó la sorpresa.
La siguiente granada vendría hacia aquí en cuanto el yihadista pudiera recargar.
La parte trasera de la cabaña tenía balcones cubiertos tanto al nivel del suelo como del piso superior; Elizabeth, noche anterior, se había referido al segundo como el «porche para dormir». Sokolov se lanzó dando una voltereta a través de una ventana rota y aterrizó en el suelo del porche para dormir. Si alguno de los yihadistas lo había advertido (y probablemente lo habían hecho) entonces sabían que ahora tenían que dispararle. No era un disparo fácil, porque si estaban cerca tendrían que disparar hacia arriba a través de los gruesos tablones del porche: y si estaban lejos, su visión quedaría obstruida por los muebles. Pero su exceso de munición compensaría muchas de esas deficiencias. La esperanza de vida de Sokolov en ese balcón era de menos de sesenta segundos.
O al menos así estaban las cosas antes de que el piso superior de la cabaña explotara. El hombre del lanzagranadas sabía lo que estaba haciendo: con dos disparos había abatido a un helicóptero y esencialmente decapitado el edificio que Sokolov había estado empleando como nido de francotirador.
Sokolov se convirtió entonces en parte de una gran masa de escombros, principalmente troncos, camino del suelo. El porche se desgajó del costado de la casa y se desmoronó, y él naturalmente cayó con él y golpeó el suelo con menos violencia de la que cabría esperar. Pero los troncos, y una considerable parte de la estructura del techo, cayeron detrás, y el mundo de Sokolov se volvió oscuro y confinado, y cuando intentó mover la pierna derecha, no se movió. Respondió solamente con extrañas sensaciones hormigueantes que sabía eran heraldos de serios dolores por venir.
La búsqueda de Seamus de clavos para golpear con su martillo se había ido extinguiendo a medida que los posibles clavos morían o huían, rodeando la cabaña y poniéndose a cubierto tras los numerosos árboles, estructuras pequeñas, y pilas de madera que complicaban esa parte de la propiedad. Quedó claro que tenía que cambiarse a una posición más abajo en la pendiente para poder conseguir algo. Y sin embargo, vaciló. Sabía que Yuxia insistiría en acompañarlo, y no quería llevarla a lo que iba a convertirse con toda seguridad en un sañudo tiroteo entre los árboles, la típica lucha feroz en un sótano oscuro. Intentaba pensar en algún modo de abordar ese tema con ella cuando advirtió al helicóptero pasar por encima de la parte trasera del complejo, justo por encima de la copa de los árboles, lo que significaba que estaba casi a su nivel. Si hubiera sido uno de los malos podría haber abatido al piloto y al copiloto con un solo tiro que atravesaría los cascos de ambos. Tal como estaban las cosas, simplemente se apoyó en los codos y lo vio pasar con la actitud cínica y despreocupada del veterano experimentado en el combate. Porque estaba claro que los dos policías del helicóptero no tenían ni idea del peligro que corrían. Probablemente habían venido en respuesta de alguna vaga y nerviosa denuncia telefónica que los alertó de que había disparos en el bosque: algo que debía de suceder a todas horas en aquellos parajes. Suponiendo que no eran más que cazadores furtivos, o chicos jugando con las armas de sus padres, habían hecho una pasada lenta y a poca altura sobre la zona, solo para asustar a los malandrines. Después volarían de vuelta a casa y se pasarían la tarde bebiendo café y escribiendo un aburrido informe.
Iban a morir.
El copiloto giraba la cabeza de un lado a otro, escrutando el terreno, volviéndose ocasionalmente hacia un ángulo en el que Seamus podía (solo podía) aparecer en su visión periférica. Si no estuviera vestido de la cabeza a los pies con ropa de camuflaje.
Seamus se puso en pie y dio unos cuantos saltos. Se quitó la parca, le dio la vuelta y empezó a agitarla sobre su cabeza.
El helicóptero volvió el rotor de cola hacia él, como un perro presentándole el culo para que lo oliera, y empezó a marcharse.
Seamus advirtió algo rojo en su brazo, justo por encima del codo, y bajó la mirada con curiosidad para ver que le faltaba un trozo de carne.
Yuxia se puso en pie de un salto y disparó la escopeta. Empujó la corredera, expulsando el casquillo vacío, y cargó el último.
Zula tenía una suerte espantosa con el rifle. Los yihadistas parecían estar escondiéndose muy bien. Había disparado otro tiro pero no había alcanzado a nadie. Solo le quedaban dos.
Olivia se había puesto en pie de un salto cuando la mitad superior de la cabaña de Jake se desintegró, y había avanzado unos cuantos pasos hacia las ruinas que todavía seguían cayendo antes de que Marlon diera un brinco y la derribara al suelo. Estaba tendido junto a ella ahora, con una mano consoladora sobre su hombro, hablándole.
Zula dio un respingo al sentir movimiento cerca, y se volvió para ver que se trataba de Csongor, que se acercaba gateando. Se lanzó contra ella, apretujándola. Su cuerpo reaccionó al contacto como si él estuviera solo mostrándole compañía. Pero su mente comprendió que se estaba convirtiendo en un escudo humano para protegerla de cualquier disparo que pudiera venir de la dirección que más les preocupaba.
—No tienes que hacer eso —le dijo.
—Chsss —respondió él—. Es lo lógico.
—¿De veras?
—Sí. Tienes que usar tu rifle para alcanzar al tipo del arma grande... supongo que será un lanzagranadas, ¿no? Pero no puedes hacerlo si ese gilipollas de allí —señaló vagamente con la pistola en la dirección donde habían estado oyendo los estallidos de la ametralladora— te dispara. Así que me encargaré de él.
Ella estaba a punto de poner objeciones cuando un estrépito sonó sobre sus cabezas. Alzaron la cabeza, parpadeando al ver una bruma de polvo que caía, y vieron una línea entrecortada de agujeros de bala en la pared del cobertizo.
Zula miró a Olivia a los ojos un momento.
—¡Dispersaos! —gritó Zula, y rodó y corrió al otro lado del cobertizo. Oyó a Olivia transmitir la orden a Marlon y luego sintió y oyó sus pisadas y su respiración entrecortada mientras buscaban otra cobertura.
Estaba mirando en derredor, tratando de averiguar dónde había acabado Csongor cuando una descarga, la más larga y ruidosa hasta el momento, sonó en el camino de acceso, cerca de la verja. Apretujada contra la pared del cobertizo, comprendió que tenían que ser Jake y los vecinos, montando algún tipo de ataque organizado. Subían por el camino, lo que significaba que los yihadistas restantes de ese lado tendrían que retirarse hacia la casa.