De todas formas, Fudd no iba en busca de aventuras. Richard no tenía tiempo para eso. Solo quería recorrer un poco el mundo y ver qué estaba pasando. Lo hacía mucho últimamente. Algo estaba cambiando; había una especie de transición de fase en marcha en la sociedad del juego. Richard no sabía mucho de transiciones de fase, aparte de que era lo que sucedía cuando se derretía el hielo. Sin embargo, trabajar en la Corporación 9592 lo había puesto en contacto con un número tan grande de empollones con grados avanzados que ahora comprendía que «transición de fase» era una expresión tan enormemente portentosa que estos tipos solo la empleaban cuando querían que otros empollones se irguieran en sus asientos y tomaran nota. De repente sucedía algo: no podías distinguir exactamente por qué. O tal vez (una idea aún más preocupante), ya había sucedido algo y era demasiado obtuso, demasiado fuera de la realidad, para pillarlo. Por eso existía Fudd. Richard tenía otros personajes en T’Rain que controlaban enormes redes de vasallos y poseían poderes cuasi-divinos, pero por ese mismo motivo nunca tenía que participar en las mismas misiones de bajo nivel y las búsquedas de dinero en la que la mayoría de los clientes pasaba casi todo su tiempo. Fudd era lo suficientemente poderoso para moverse por el mundo sin tener que morir y saltar cada diez minutos, pero no tan superpoderoso para no tener que trabajar en él.
Invisible, Fudd correteó por el patio de la fortaleza, que era la sede de un bazar o un mercado donde había varios puestos: un armero, un herrero, un vinatero, un prestamista. Escuchó a este último durante un momento para asegurarse de que no estaba pasando nada raro con los tipos de cambio. No pasaba nunca. El sistema de fontanería de Richard funcionaba bien. Algo en el departamento de Devin podía estar jodido, pero la Corporación 9592 seguía ganando dinero.
Los personajes que dirigían los puestos del mercado, y los clientes que los frecuentaban, se dividían en tres grupos raciales: anthrons, que eran humanos corrientes: k’shetriae, que eran elfos renombrados; y dwinn (originalmente d’uinn antes de que el Apostrofecalipsis alterara para siempre la tipografía de T’Rain), que eran enanos renombrados. En el mundo existían otros tres grupos raciales, pero no estaban representados aquí, porque esos otros tres grupos estaban asociados con el Mal, y esto era un fuerte fronterizo en el lado del Bien de la frontera. Los k’shetriae y los dwinn eran generalmente buenos. Los anthrons podían oscilar entre las dos cosas, aunque los que había aquí (a menos que fueran espías del Mal), eran buenos.
No vio nada nuevo en este lugar. Invocó un hechizo flotador. Fudd levitó en el aire por encima del patio de la fortaleza y contempló a las dos docenas de personajes del mercado.
Un proyectil pasó bajo él, arqueándose hacia el patio desde el exterior de la muralla. Aterrizó sin causar daños en el suelo. Richard acercó su visión y pasó por encima. La cosa era azul cobalto y tenía una forma rara. Al acercarse pudo ver que se trataba de una flecha: la punta y la pluma eran enormes y exageradas, el astil demasiado grueso. Había que modelarlas así para que fueran visibles. Las pantallas, incluso las modernas de alta resolución, no podían mostrar una flecha que se moviera rápido desde treinta metros de distancia de un modo que fuera detectable por el ojo humano, y por eso un montón de proyectiles y otras piezas pequeñas del juego (tenedores y cucharas, monedas de oro, anillos, cuchillos) estaban hechos con ese estilo grande y torpe, como las armas de gomaespuma que empuñan los frikis en los juegos de rol en vivo.
Esta flecha, sin embargo, era aún más gruesa y con un aspecto más estúpido que de costumbre, y cuando Richard se centró en ella, vio por qué: tenía un pergamino de papel amarillo enrollado en el astil, atado con un lazo rojo. La interfaz la identificó como una FLECHA MENSAJERA TATAN.
Ganó altura y miró hacia el norte para descubrir una formación de arqueros a caballo tatan que daban brincos, desafiando a la población del fuerte a hacer una salida y disparaban flechas mensajeras en altos arcos parabólicos. Probablemente arqueros chinos, cada uno dirigiendo una docena de personajes a la vez; los arqueros a caballo tenían botductas que facilitaban manejarlos en escuadrones. A Richard le ofendió su esquema de colores. No tenía que consultar con Diana (la zarina del color de la Corporación 9592 y la última de las Musas Furiosas) para saber que estaba viendo un ejemplo claro de deriva en la gama de colores.
Los arqueros dispararon una última andanada de flechas y luego se volvieron; el fuego de las ballestas desde el parapeto de la fortaleza ya había abatido a varios de ellos. Richard volvió su atención al patio, solo para ver si alguno de los personajes de allí abajo había sido alcanzado por una flecha mensajera. No lo había sido ninguno; pero uno de ellos se había acercado a investigar una flecha caída en el suelo. Mientras Richard miraba, la recogió. Richard se situó encima. El nombre del personaje era Barfuin y era un guerrero k’shetriae de logros modestos. Tras hacer doble clic para obtener un resumen más detallado de Barfuin, Richard fue recompensado con un cuadro de estadísticas y un retrato de medio cuerpo. No pudo dejar de sorprenderle la similitud entre Barfuin y el espantoso icono k’shetriae a baja resolución que había aparecido en la pantalla de su GPS esta mañana, cuando intentaba localizar los puntos de interés de la zona de Nodaway. El hecho más obvio era que ambos tenían el pelo azul. Lo cual suponía otra deriva de color. Cerró el portátil y lo hizo a un lado, porque una camarera se acercaba con sus huevos con beicon.
Si iban a ser k’shetriae y dwinn, y si Skeletor y Don Donald y sus acólitos iban a obstruir los canales de distribución de la industria editorial con obras de ficción que detallaran hazañas históricas que se remontaban a miles de años atrás, era necesario que esas dos razas fueran distintas en lo que los arqueólogos llamarían sus culturas materiales: sus ropas, arquitectura, artes decorativas, etcétera. Para ello, la Corporación 9592 había contratado a artistas y arquitectos y músicos y diseñadores de ropa para crear esas culturas materiales consistentes con la «biblia» de T’Rain tal como la habían trazado Skeletor y Don Donald. Y eso había funcionado bien en el sentido en que cada nuevo personaje venía con esa cultura material incluida: sus ropas, sus armas, sus ZH estaban todas extraídas de esos libros de estilo. Pero era necesario dar a los jugadores cierta libertad en el estilo de sus personajes, porque les gustaba expresarse y mostrar algo de individualidad. Así que había una interfaz para ello. La capa k’shetriae podía hacerse con un tejido de un solo color, con bordes de otro, y pespuntes de un tercero. Pero los tres colores tenían que ser seleccionados a partir de una gama de color, y esa gama la había elegido Diane. Así que en los primeros años del juego, fue fácil distinguir las razas y los tipos de personajes desde lejos solo con los colores que vestían.
Entonces alguien descubrió que se podía hackear el sistema de gamas y posteó un nuevo software que daba a los jugadores la capacidad de cambiar las gamas de color oficiales de Diane por las que ellos crearan para encajar con sus propios gustos. La Corporación 9592 reaccionó con lentitud, y por eso esta costumbre se hizo popular y se difundió mucho antes de que pudieran reunirse para tratar el tema. A esas alturas, algo así como un cuarto de millón de personajes habían sido customizados usando gamas no oficiales, y no había modo de volver a cambiar los colores sin fastidiar enormemente a los usuarios. Así que Richard decidió que la compañía miraría hacia otro lado.
Cosa que casi había que hacer, tan feas eran muchas de las gamas de color que la gente acababa usando. La cosa se puso tan mal que al final hubo un efecto rebote. La tendencia en el último año había sido volver a la gama de colores de Diane. Pero aparte de eso, parecía que estaba teniendo lugar un fenómeno aún más extraño, y es que la gente usaba los colores de Diane con solo leves modificaciones. Estas gamas de colores que eran las de Diane pero no del todo estaban siendo posteadas e intercambiadas en las páginas de los fans. Los jugadores las descargaban y luego hacían sus propias pequeñas modificaciones y las volvían a postear en algún otro lugar. Como un color, para un ordenador, era solo una cadena de tres números (un punto 3D, si querías verlo de esa forma) dibujabas diagramas que mostraban la migración de gamas a través del espacio de colores. A lo largo del verano, Diane había contratado a un interino para que desarrollara algunas herramientas de visualización para comprender este fenómeno de la deriva de gamas de color, y luego durante los dos últimos meses había dedicado un montón de horas a toquetear esas herramientas y enviar a Richard e-mails «de la máxima urgencia» sobre las tendencias que estaba observando. Otro ejecutivo habría reprogramado su filtro anti-spam para que dirigiera esos mensajes al espacio interestelar, pero a Richard en realidad no le importaba, ya que esto era un ejemplo perfecto de la mierda hiperarcana que emplearía para justificar ante los accionistas su continua implicación en la compañía, si alguno de ellos se molestaba en preguntar. Sin embargo, estaba teniendo dificultades para poner el dedo en lo que era importante. Diane estaba convencida de que las gamas de color no se extendían de forma caótica sino que convergían lentamente unas hacia otras en el espacio del color, agrupándose en regiones que definía como «atractores» (un término prestado de la teoría del caos).
Mientras cortaba el huevo y veía la yema color neón extenderse por el plato, Richard reflexionó. Alzó la cabeza y contempló el Hy-Vee. Era un buen lugar para recordar que las gamas de color estaban por todas partes, que gente como Diane trabajaba en muchas empresas, eligiendo los esquemas de color que mejor encajaran para llamar la atención de los mercados objetivos. Mientras miraba desde el pasillo de cereales (colores cálidos para ciudadanos con problemas de colon) a los pasillos de las cajas (brillantes bombas de azúcar al alcance de los niños en carrito), vio una especie de deriva de colores en acción allí mismo. Estaba demasiado lejos para leer las etiquetas de las cajas, pero todavía pudo extraer ciertas inferencias sobre qué tipo de clientes se buscaba aquí.
Hubo una pequeña interrupción cuando el reflejo gastrocólico se apoderó de él. Mientras volvía del servicio de caballeros, Richard miró por encima del hombro de un granjero (a juzgar por sus ropas) de unos cincuenta y tantos años que estaba sentado solo ante una mesa, ignorando un tazón frío de café y jugando a T’Rain. Richard redujo el paso y curioseó lo suficiente para establecer que el personaje del granjero era un guerrero dwinn enzarzado en un combate en las alturas con las criaturas parecidas al Yeti conocidas como t’kesh. Y, con respecto a la gama de colores, este cliente jugaba bien: algunos de sus accesorios eran un poquito chillones, pero en su mayor parte todos los tonos de su conjunto habían sido elegidos por Diane.
Regresó a su mesa y llamó a Corvallis Kawasaki, uno de los hackers de Seattle. Reflejando la división natural de habilidades entre Nolan y Richard, la mayor parte del trabajo de programación de la Corporación 9592 se hacía en China, pero la oficina de Seattle tenía departamentos que dirigían el negocio, hacían buena la vida para los Creativos, y se encargaban de lo que generalmente era conocido como Cosas Raras y la gente rara que las hacía. Plutón era la Prueba A, pero había muchos otros proyectos arcanos en I+D que se llevaban a cabo en Seattle, y Corvallis participaba en varios de ellos.
Mientras marcaba el número de Corvallis, Richard comprobó las direcciones IP del router wi-fi del Hy-Vee.
—Richard —fue como Corvallis respondió al teléfono.
—C-plus. ¿Cuántos jugadores llegan desde 50.17.186.234?
Tecleó.
—Cuatro, uno de los cuales pareces ser tú.
—Hmm, son más de lo que pensaba.
Richard echó un vistazo al restaurante y encontró a uno de los otros: un chico de veintipocos años. El cuarto fue más difícil de detectar.
—Uno de ellos está soltando un montón de paquetes. Mira fuera —sugirió Corvallis.
Richard miró por la ventana y vio un cuatro por cuatro aparcado en el espacio reservado para discapacitados, y a un hombre sentado en el asiento del conductor, la cara iluminada por un escenario grotescamente virado en los colores de la pantalla de su ordenador.
—Uno de ellos es un dwinn que combate a un t’kesh.
—Lo acaban de matar.
Richard alzó la cabeza y comprobó que el granjero apartaba disgustado la mirada de la pantalla. Extendió la mano hacia la taza de café y se dio cuenta de lo frío que estaba. Entonces miró la hora.
—¡Este tipo merece un estudio! —dijo Richard.
—¿Qué quieres saber?
—Demografía general.
—Su valor e ingresos en la red son extrañamente altos, considerando que estás en algo llamado Hy-Vee en Red Oak, Iowa.
—Es granjero. Tiene tierras y equipo que valen un montón de dinero. Recibe buenas subvenciones federales. Esa es la causa.
—Tiene una licenciatura.
—Apuesto a que es perito agrónomo.
—Ha comprado diecisiete libros en lo que va de año.
Richard comprendió que se refería a libros temáticos de T’Rain comprados en la tienda online.
—¿Todos de D-al-cuadrado?
—Acertaste. ¿Cómo lo sabías?
—Le pega.
Corvallis tecleó.
—Muy bien —dijo—, parece un dwinn bastante normalito.
—Exactamente lo que pensaba.
—¿Y eso?
Richard sacó el mantelito de papel de debajo de su plato y le dio la vuelta. Se sacó un portaminas del bolsillo de la camisa, dibujó una línea vertical en el centro y luego posó la punta del utensilio en el encabezado de una de las columnas.
—¿Richard? ¿Sigues ahí?
—Estoy pensando.
En realidad, no estaba seguro de que «pensar» fuera la palabra adecuada para lo que estaba pasando por su cabeza, ya que eso implicaba algún tipo de procedimiento ordenado.
Había ciertas percepciones que penetraban las preocupaciones del día a día y las confusiones del tiempo como flechas mensajeras a través de la oscuridad, y una de esas acababa de golpearle en la frente: un recuerdo de una escena de un mundo genérico de fantasía, no Tolkien sino algo derivado de Tolkien, al estilo de lo que habría creado Devin Skraelin. Lo habían pintado en el costado de una furgoneta que lo recogió en 1972 cuando hacía autostop para ir a Canadá y evitar que le volaran las piernas como a John. En aquellos días, extraños de relacionar, había una conexión entre los porretas y los pirados de Tolkien. Durante los últimos treinta años simplemente no habían casado: los fans ardientes de Tolkien eran un grupo distinto de los colgados y porretas del mundo. Pero Richard recordó ahora que una vez estuvieron conectados entre sí y los tipos que pintaban sus furgonetas usaban la misma gama de colores de la cubierta del álbum que esta gente (algunos buenos, algunos malos) que se buscaban a tientas unos a otros con sus flechas mensajeras azul cobalto y sus pergaminos amarillo ácido.