Authors: Mike Shepherd
—Ya, claro. —Tommy no parecía muy convencido.
Kris contuvo un suspiro, justo en estos momentos era cuando se arriesgaba a perder a un montón de amigos, pero habló de todas formas:
—Fíjate en esos lagos que se extienden más allá de la ciudad. Solíamos tener un barco. Honovi, mi hermano mayor, Eddy y yo nos embarcábamos en él siempre que podíamos. Hubiésemos navegado todo el verano si nos lo hubiesen permitido. ¿Has navegado alguna vez? —Ya estaba, había pronunciado el nombre de Eddy. No se le había atragantado. No se le había formado un nudo en el estómago. Había salvado a Edith; quizá ya pudiese enfrentarse a Eddy.
—La primera vez que vi agua por encima de mi cabeza fue en la piscina de la EAO —le recordó Tommy. Entonces, a solo unos cientos de kilómetros de distancia, pudieron ver la mayor parte de ciudad Bastión. Kris observó cuánto se había extendido la ciudad en torno a la bahía desde que la había visto a bordo del esquife de carreras del bisabuelo Peligro. Bueno, los ocho años de mandato de padre habían procurado prosperidad. Eso era bueno para Bastión. Y para la campaña de reelección.
Entonces, el vagón tembló al comenzar la frenada, que no cesó hasta entrar en la estación. En cuanto el vagón se hubo detenido, los pasajeros se desabrocharon los arneses y se agacharon para recoger sus equipajes de mano antes de que el vagón anunciase que podían hacerlo con seguridad. Kris no tenía prisa. Aunque Nelly le había enviado un mensaje, no había nadie con quien encontrarse en Alto Bastión. Dudaba que le quedase a alguien allí.
Mientras ella y Tommy buscaban su equipaje, Kris sintió un sorpresivo golpecito en su hombro. Se volvió y chilló de alegría.
—¡Tío Harvey! —Extendió sus brazos en torno al viejo chófer y lo abrazó mientras lo besaba en su mejilla, recorrida por una cicatriz. Costaba creer que él fuera más joven de lo que ella lo era entonces, cuando aquella batalla provocó su invalidez y le hizo acabar en aquel empleo de lujo en casa Nuu, como él calificaba su trabajo. Para Kris, siempre había sido el viejo tío Harvey, y él siempre la había llevado a los partidos de fútbol, a los columpios y a todos los lugares a los que una niña pequeña querría ir. Y se quedaba para animarla, comprarle un helado y celebrar la victoria o consolarla en la derrota. Habían pasado por lo de Eddy juntos. El tío Harvey era la única persona a la que se atrevió a confiar su miedo, su «si hubiese...». Y al compartir aquello, descubrió que no estaba sola en lo que respectaba a ese tipo de pensamientos.
—¿Dónde están madre y padre? —preguntó ella.
—Sabes que están ocupados, o no serían gente tan importante —dijo mientras tomaba su equipaje—. Viajas con poco equipaje, solo con una bolsa. No te organizabas así desde que me llegabas a la rodilla, y tampoco es que lo hicieses de maravilla.
—Ahora soy oficial, por si no lo has observado. —Kris dio una rápida vuelta para mostrar sus ropas de color caqui—. Siempre decías que en el Ejército hay que viajar con poco equipaje; bien, pues en la Marina es aún peor.
—¿Y quién es este pobre marinero que ronda a este anciano, deseoso de que lo lleven?
—Harvey, este es el alférez Tom Lien, el mejor amigo que he tenido en los últimos cinco meses. Ambos somos de costa, más o menos, aunque él de Santa María. Pensé que tendríamos espacio para él durante un par de semanas.
—En la residencia no, ya que han contratado a dos asistentes especiales. Pero caray, ya me gustaría saber qué tienen de especial. En cualquier caso, no tenemos sitio en los dormitorios. Tendré que llevarlo a la vieja casa Nuu —dijo Harvey mientras extendía el brazo hacia el equipaje de Tommy.
El joven alférez lo apartó fuera de su alcance.
—Antes me saco un ojo que dejar que un viejo canoso como tú lleve mi equipaje.
—Si eres capaz de encontrar una cana aquí arriba, te felicito, pero gracias por no llamarme calvo. Sospecho que, con tu educación, no serías capaz de llamarme algo así. —Intercambiaron sonrisas—. Venga, los dos, el coche está a un paseo de aquí. En marcha. —El vehículo le hizo recordar más momentos felices. Gary estaba en él. Con sus dos metros de altura y su físico de jugador de rugby, Gary era el guardaespaldas de Kris tanto en juegos como en restaurantes, allí donde estuviese, durante los últimos diez años.
—¿Cómo tiene la agenda madre? —preguntó Kris mientras se sentaba en el asiento trasero de la limusina—. Esperaba cenar tranquilamente con ella esta noche.
—Esta noche ambos tienen una cena de gala —observó Harvey—. Hemos recibido a una delegación visitante de bomberos de la vieja Tierra, que han venido a charlar y a poco más. Han programado una cena tranquila para mañana, con solo unos doce invitados entre tú y tu hermano.
—Dile a madre que llevaré al alférez Lien conmigo. —Detuvo inmediatamente las protestas de Tom con un gesto—. Si no estás allí, el primer ministro hará que me siente con algún viejo verde del que quiera su voto. Contigo, al menos podremos hacer bromas sobre la Marina en voz baja. —Una vez decidido aquello, Kris echó un vistazo a la ciudad. Allá donde dirigía la vista, había un edificio nuevo, de piedra o cemento, en construcción. Los edificios de ladrillo rojo que parecían tan altos cuando era pequeña estaban siendo reemplazados por edificios que se extendían más allá de su vista de adulto. Sí. Las cosas iban bien, había mucho tráfico y padre no corría el menor peligro de perder las elecciones. Cinco meses atrás, aquello era todo lo que debía hacerla feliz. Cuánto habían cambiado las cosas en poco tiempo.
A medida que se aproximaban a la vieja mansión Nuu, Harvey le contó a Tommy la historia de su juventud.
—El viejo Ernie Nuu empezó viviendo en un bloque de dos plantas allí mismo. Allí fue donde vivían él y su señora. Construyó aquella ala de tres plantas cuando empezaron a venir sus nietos. Entonces, a medida que el general traía a toda clase de personas, no como tú y como yo, añadió una nueva cocina y un comedor, un salón de baile y un par de docenas de salas de estar y estudios con un bonito pórtico con columnas. La gran biblioteca, creo, fue idea de su mujer. Entonces construyó otra ala para sus tataranietos. Dicen que el viejo Ernie construyó hasta el día de su muerte. La gente todavía jura que le pueden oír recorrer los pasillos por la noche.
—Yo nunca lo escuché —dijo Kris con el ceño fruncido.
—Nunca estabas en silencio el tiempo suficiente —replicó Harvey.
Gary sonrió.
Entonces reinó un silencio en el que se hubiese escuchado a un fantasma. Kris quiso formular la pregunta pero, antes de que pudiese pronunciar palabra, alcanzó a ver la puerta principal. Estaba vigilada por una docena de marines con armaduras de batalla y fusiles.
—Pensé que habías dicho que padre se encontraba en su residencia oficial.
—Y así es; esta patrulla está aquí para proteger a los bomberos. El general en persona ha regresado de Santa María. Tu bisabuelo Peligro vendrá hoy.
—¿Qué está pasando? —preguntó Tom.
El conductor y el guardia de seguridad intercambiaron miradas.
—Reconocimiento básico, hijo —contestó Harvey. Kris y Tommy tuvieron que mostrar sus identificaciones y someterse a un escáner de retina para demostrar que eran quienes decían ser. Cuando el coche se detuvo por última vez ante el pórtico frontal, Kris cayó en la cuenta de que entre la universidad y la Marina, había pasado mucho tiempo desde la última vez que cruzó aquella puerta. Se abrió automáticamente mientras se aproximaba; Nelly había vuelto a lograrlo. El vestíbulo estaba cubierto de sombras, pero Kris dirigió su mirada hacia el suelo.
El tataratatarabuelo Nuu estaba en su fase espiritual cuando construyó aquella sección. Las baldosas del suelo formaban una espiral en blanco y negro que comenzaba en el muro y se cerraba hacia el centro. El diseño estaba tomado de una antigua catedral de la Tierra; cuando era pequeña, Kris había recorrido aquella espiral como parte de una especie de juego. Ella caminaba sobre las baldosas negras y Eddy sobre las blancas. Siempre se encontraban en el medio. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que pisó aquellas baldosas.
La alférez que había salvado a Edith Swanson se preguntó qué sentiría si caminase por ellas de nuevo.
La gran biblioteca, a mano derecha, contaba con la presencia de más patrullas de marines, vestidos de rojo y azul. Observaron a Kris mientras atravesaba el frío suelo de mármol, como ella percibió. Era evidente que si se acercaba un centímetro más, lo más probable era que disparasen. Ella y Tommy se dirigieron directamente hacia las escaleras cubiertas por una gruesa alfombra. Kris recuperó su antiguo dormitorio en la tercera planta. Harvey se disculpó por tener que dejar a Tom al fondo del pasillo.
—Todas las habitaciones del medio están reservadas.
—¿Quiénes las ocupan? ¿No podrían trasladarse? —preguntó Kris.
—Un general, otro, un almirante y un coronel —dijo Harvey, señalando a cada puerta.
—Supongo que no pueden —concluyó Kris.
—¿Hay algún rincón, en el ático por ejemplo, donde pueda dejar el saco de dormir? —preguntó Tom, a quien le falló la voz.
—¿Tom, qué te da miedo?
—Eres una chica. No tienes que preocuparte por encontrarte con uno de ellos cuando estás en mitad de una ducha o sentada en el retrete. Yo tendré que cuadrarme continuamente, esté haciendo lo que esté haciendo. Kris, no fue esto lo que acordamos.
Harvey se volvió y apoyó una mano sobre el hombro del joven alférez.
—Sé cómo te sientes, chico. Recién salido del Ejército, con los galones de recluta aún grabados en mi alma, encontrarme cerca del general y de aquellos que lo rodeaban también era todo un trauma dentro del viejo sistema. Pero, hijo, se despiertan igual que tú y yo, todas las mañanas. Y me parece que, cuanto más ascienden, mejor lo saben. No todos los oficiales lo son, pero créeme, aquellos que acompañan al general y a Peligro son buena gente. Si no lo fuesen, no hubiesen tenido el cerebro para preguntarle al general cómo salir de este embrollo.
—¿Qué embrollo? —preguntó Kris.
—No me corresponde saberlo, pero si apostase, no apostaría ni un dólar terrestre a que la bandera de la Sociedad fuera a ondear sobre la Casa de Gobierno el Día del Aterrizaje.
—La devolución —susurraron Kris y Tommy.
—¿Queda poco? —quiso saber Kris.
—Pregúntale al primer ministro. O mejor aún, a tus bisabuelos.
Kris no estaba segura de querer encontrarse con los tipos a los que había estudiado en sus libros de historia. Además, tenía cosas que descubrir acerca de su última misión y, con todo el espacio humano en juego, no tenía tiempo para reunirse con unos miembros de su familia a los que no conocía y contarles sus problemas.
—Harvey, ¿puedo tomar prestado un coche? Me gustaría ver a la tía Tru para preguntarle unas cosas sobre ordenadores.
—A Tru le encantará —aseguró Harvey—, pero ¿por qué tomar prestado un coche? ¿Es que no conduzco lo bastante bien para ti?
—Sí, tío Harvey, pero ¿no estás muy ocupado?
—Como me quede rondando demasiado por este lugar, me dirán que vaya a cuidar de los crios del cocinero o de mis propios bisnietos. Son muy monos, pero como pare quieto, las mujeres me pondrán a cambiar pañales. Y, francamente, prefiero conducir.
Quince minutos después, Kris y Tom se encontraban en el asiento trasero de un coche mucho más pequeño que el anterior. Por supuesto que tenía tiempo, le aseguró la honorable tía Tru a Kris. Había estado trabajando en un modo de sabotear la nueva lotería local, pero su red acababa de caerse, así que no tenía ninguna prisa. Tom lanzó a Kris una inquisidora mirada y confesó no saber con seguridad cuándo exageraban sus seres queridos. Kris se echó a reír y le dijo a Tommy que Tru la ayudó a aprobar primero de álgebra en la escuela de primaria y le regaló su primer ordenador. Después, fueron al ático del apartamento de Tru; no había cambiado en lo más mínimo, aunque estaban construyendo un nuevo y reluciente complejo al lado.
—¿Me pareció entender que era una funcionaría retirada? —preguntó Tommy.
—Lo es. Compró este lugar cuando ganó la lotería hace quince años.
Tom lanzó una mirada de soslayo a Kris pero no dijo nada.
Kris cayó en la cuenta y retomó la frase:
—La tía Tru jamás haría trampas. Si pudiese ganar la lotería continuamente, ¿por qué no lo habría hecho ya? —Kris no formuló la pregunta a nadie en particular.
—Las mujeres inteligentes saben que no hay que hacerse notar. —Harvey guiñó un ojo.
Y Kris se preguntó cuánto de lo que aceptaba en su niñez sin preguntas precisaba una segunda evaluación ahora que era una mujer.
Entonces, Tru abrió la puerta y Kris se perdió en un abrazo de proporciones épicas. Madre jamás acostumbraba al contacto con otra gente y padre ni siquiera se acercaba a Kris, pero a la tía Tru le encantaban los abrazos. Kris la estrujó hasta sacarle el aire de los pulmones, como había hecho en tantas otras ocasiones. El abrazo deshizo los férreos nudos que sentía en su estómago y garganta.
Fue Tru la que puso fin al abrazo y los condujo al salón con espectaculares vistas a Bastión. Con las plantas industriales del abuelo Nuu repartidas por el resto del planeta, la capital era un lugar encantador lleno de árboles, paseos y enormes edificios regados por los meandros de la Vieja Dama. Tru había recibido noticias acerca de la experiencia de Kris en Sequim... Parecía que casi todos los planetas del sector exterior las habían oído. Hasta había fotos de su viaje en el VAL, lo que suponía que Kris no podría ocultar el tema cuando hablase con madre aunque, con suerte, ella no tendría ni idea de qué es lo que mostraban esas fotos. Tru intercambió historias con Kris sobre las pocas ocasiones en las que había acabado destinada con los novatos, esquivando balas mientras intentaba encontrar el algoritmo adecuado para acallar aquel estruendo. Kris observó la tirantez en torno a los ojos de su tía, el tono quebrado de su voz.
Tru se excusó para ir a por un té de hierbas o una limonada recién exprimida para sus invitados. Aquella era una de las normas de Tru; nada de hablar antes de tomar unos ricos y sanos refrescos. Incluso en la época ebria de Kris, una dosis de la limonada de la tía Tru sabía mejor que el burbon. Kris sacó el ordenador que se había llevado de la escena del crimen en Sequim. Cuando Tru regresó con una bandeja, estaba sentada con toda la inocencia posible en la mesa de café.
—¿Un regalito para la tía Tru? —dijo ella, depositando la bandeja sobre la mesa.