Authors: Mike Shepherd
—Ya estamos en ello. Los mecánicos de Lien tendrán quince camiones operativos para mañana. Con eso tenemos para tres convoyes.
—¿Cuál quiere que dirija? —preguntó Kris mientras veía el whisky girar en el vaso.
—Ninguno. Usted va a quedarse en la base.
Kris reaccionó de inmediato.
—Señor, disparé después de que me disparasen. Fuimos emboscados por los bandidos. Hice todo lo posible por mantener las bajas civiles al mínimo. —Kris no sabía cómo incluir a su única baja. Incluso una vida perdida era más de lo que Olimpia merecía. Sí, en aquella situación, ¿cómo hubiese podido hacerlo mejor?
¿Por qué siento que la he fastidiado?
El coronel hizo un gesto con su bebida para calmarla.
—Lo sé. Ya se lo he dicho, hoy ha hecho un buen trabajo. No obstante, voy a ordenar que usted y el alférez Lien limiten sus actividades a la base.
—¿Por qué, señor?
—Se ha convertido en un objetivo prioritario, alférez Longknife. Les ha dado a los malos una paliza que no van a olvidar. Muchos de ellos la quieren muerta. Si envío convoyes de ahora en adelante, los rebeldes sabrán que no les conviene mezclarse con ellos. Si la envío a usted, alguien intentará labrarse una mala reputación. Le guste o no, ahora es la Longknife a la que todos buscan. La que los derrotó en el lodazal del Ñu. Tengo un batallón de montañeses procedentes de LornaDo que llegará aquí en cuestión de días. En cuanto lo hagan, usted y el alférez Lien se vuelven a Bastión, y quiero devolverlos allí vivos.
—¡Me está relevando, señor!
—Alférez, la estoy rotando. No pensaba hacer carrera en Olimpia, ¿verdad?
—No, señor, pero tampoco esperaba irme tan rápido.
—Es lo que ocurre en operaciones de emergencia como esta, Kris, sobre todo con un presupuesto tan ajustado. Nadie se queda más de un mes. ¿No cree que es un buen momento para marcharse?
Kris intentó calcular cuánto tiempo había transcurrido. No pudo.
—Nelly, ¿cuánto tiempo llevamos aquí?
—Una semana, seis días, ocho horas...
—Ya basta —gruñó el coronel antes de dar otro trago—. Bastante tengo con tener que oírlo de los reclutas como para oírlo de un ordenador personal. El cuerpo ya no es lo que era.
Kris bebió lentamente de su vaso, que ya casi estaba vacío.
—¿Quién dirigirá los convoyes?
—Los otros alféreces lo han tenido demasiado fácil hasta ahora. Creo que seleccionaré a uno. Ya han hecho bastante papeleo. Pero no sé si me atrevo a enviar a Pearson. La gente podría llegar a rechazar la comida.
Compartieron una sonrisa.
—Envíe a Pearson —sugirió Kris—. Necesita conocer la realidad. Puede que eso le ayude a elaborar sus políticas. Con las identificaciones robadas, no hay modo de validar quién está recibiendo la comida. ¿No podemos declarar que el planeta entero está hambriento y ya está?
—No. No todo el mundo lo está —observó el coronel.
—Ahí fuera la situación es un caos —resumió Kris.
—Hay varios civiles que no se han saltado una sola comida, Kris. De hecho, hay quienes han comido a cuerpo de rey. Puede que no tan bien ahora que ha protegido las raciones de la Marina. —El coronel volvió a saludar alzando su vaso. Ambos los vaciaron—. ¿Otro? —dijo el coronel, ofreciéndole la botella.
Kris observó el líquido vertiéndose. El bebedor es dueño de la primera bebida; la segunda se adueña del bebedor. Recordó cuánto le había costado dejar de beber. Lo humillada que se sentía cuando Harvey o una de las criadas tenía que limpiar las consecuencias. ¿Quería el coronel ver a aquella Longknife?
—Gracias, señor, pero creo que iré a dar una vuelta.
El coronel rellenó su vaso.
—Ándese con cuidado, alférez.
—Lo haré —aseguró Kris.
El problema es que no sé qué corre más peligro, mi culo, mi orgullo o mi... ¿Qué?
La alférez se encontró fuera del cuartel general, bajo la lluvia. Dado que había dejado su poncho en el camión, sus ropas no tardaron en acabar empapadas, pero el whisky la mantuvo caliente. Podía dar una vuelta. Últimamente había caminado mucho. Vio a un puñado de jóvenes vomitando en callejones traseros, tambaleándose por las calles. La mayoría de la comida con la que se podían alimentar los estómagos hambrientos de Olimpia se encontraba en el camión. Pero la bebida siempre estaba allí donde se la necesitaba, y Kris la necesitaba aquella noche; siguió caminando.
—Nelly, no quiero hablar con nadie. Desconéctame de la red.
Kris ya había recorrido medio bloque cuando empezó a llover con más fuerza; fue entonces cuando tomó conciencia de la desapacible situación y se dirigió de vuelta a su habitación. Se tiró, empapada, sobre la cama, mirando al techo e intentando mantener la cabeza fría. Lo había hecho bien. Había perdido a un recluta, puede que a dos. Había dado de comer a unos niños muy hambrientos. Había matado a gente cuyo crimen solo era tener hambre. Había vencido a los malos. La cabeza le daba vueltas, lubricada por el whisky del coronel. Recordó las ardillas que rondaban en el jardín de casa Nuu, persiguiéndose las colas unas a otras. Mientras aquellos recuerdos se agolpasen en su mente, no tendría que plantar cara a ninguno de los recientes. Había una gotera en el techo de la habitación. Se preguntó de dónde procedería. Cerró los ojos, pero no podía dormir. Lo había hecho bien. Había matado y había estado a punto de morir. Había...
—Kris, ¿podemos hablar? —escuchó después de que alguien llamase a la puerta.
—¡No quiero hablar con nadie! —gritó Kris.
—Tom quiere hablar contigo —dijo Nelly con suavidad.
—Así que le has dicho dónde estaba.
—No, te desconecté tal y como solicitaste. No obstante, interrogó al detector de movimiento de la habitación. Supongo que dedujo que te encontrabas aquí.
Kris frunció el ceño hacia donde Nelly colgaba de sus hombros. Al parecer, su ordenador personal no se había esforzado al máximo por proteger su privacidad.
—Kris, quiero hablar contigo, en serio —repitió Tommy.
—Y yo quiero que todo el mundo me deje en paz.
—¿Los Longknife siempre consiguen lo que quieren?
—No, pero esta Longknife no está para bromas y ha olvidado ponerle el seguro a su arma. Yo que tú me largaría.
—Pero no sé si te habrás fijado en que yo no soy tú.
Kris casi podía ver la sonrisa en su rostro.
—He traído una botella —añadió.
Aquello complicaba las cosas. Maldita sea, quería otro trago.
—Abre —gruñó en dirección a la puerta.
Allí estaba Tommy, luciendo su sonrisa. En cuanto cruzó el umbral, le lanzó la botella. Ella la cogió e hizo una mueca al leer la etiqueta.
—Gaseosa.
—No pongas esa cara. Puede que sea la única botella de gaseosa que hay en esta bola de barro.
Kris arrojó la botella hacia la cabeza de Tommy, pero él la cogió al vuelo.
—¿Te importa si le digo al coronel dónde estás?
—¿Y a él qué le importa? —escupió Kris.
—Porque le metí miedo cuando me invitó a un buen trago y me dijo que había compartido otro contigo. Al cabo de un instante, descubrió lo capaz que es Nelly. Aquello no mejoró su opinión sobre las chicas ricas que se alistan en el cuerpo.
—Estoy en la Marina, no en su querido cuerpo.
—¿Puedo llamar?
—Llama de una maldita vez.
Y así lo hizo. El coronel parecía aliviado y cortó la conversación rápidamente para cancelar todas las alarmas que había hecho saltar.
—¿Por qué está tan preocupado?
—Hoy no has cobrado.
—¿Qué tiene eso que ver?
—Si no tenías esos dólares de Bastión, ¿con qué ibas a pagar las bebidas fuera de la base?
—Por eso no estoy fuera de la base. Creías que sería tan estúpida como para sacar la tarjeta de crédito a pasear, ¿verdad?
—Tenía un tío que dejó de ser inteligente en cuanto se enganchó a la bebida. No sabía qué harías tú.
—Vine aquí a coger dinero y decidí que no merecía la pena caminar bajo la lluvia. Venga, ¿contento?
Tommy se sentó en el suelo, al lado de la puerta. Kris se quedó bocabajo, con la barbilla apoyada en las manos, mirándolo.
—Menuda mierda de día —dijo Tommy.
Kris estaba lista para murmurar algo agradable en la línea de «para nada», pero no le apetecía.
—¿Por qué lo dices? —preguntó—. Hiciste lo que te ordenaron.
Tommy la miró sin pestañear.
—Supongo que no serví de mucho como apoyo.
—No te preocupes. Sé de uno que no podrá volver a hacerlo.
—El doctor dice que Shirri vivirá. —Tom optó por cambiar de tema.
—¿Ese es su nombre?
—Jeb cree que tendremos quince camiones listos para el viaje de mañana. El coronel dice que nosotros ya no podemos salir. Tendremos que compartir la diversión con los otros alféreces.
—Sí. —Kris deseó tener a mano el whisky del coronel.
—Entonces, ¿cuándo vas a compartir el dolor?
Kris pestañeó dos veces.
—¿Qué dolor?
—Ella intentaba apoyar a Courtney en la medida de lo posible —dijo Tom sin dejar de mirar a Kris—, pero no dejaban de correr hacia su flanco. Ignoraban el mío, y parecía llevarse todas las balas. Envié a gente a apoyarla, pero ellos eran demasiados y nosotros, muy pocos.
—Por Dios, había un montón —dijo Kris, recordando el barro, la lluvia, los cuerpos—. ¿A cuántos hemos matado?
—No lo sé.
—Nelly, ¿a cuántos hemos matado?
—No lo sé, Kris. No he analizado el recuento final del ojo vigía. ¿Debería?
Kris tomó aliento y se quedó mirando un desconchón en la pared sobre la cabeza de Tommy, donde el equipo de limpieza había rascado la pintura hasta dejar la pared al descubierto. Se encogió de hombros.
—No importa. ¿No te parece, Tom? Seguirán muertos y yo seguiré viva y nunca sabré si hicieron algo por lo que merecieran morir o si no eran más que unos pobres desgraciados hambrientos.
Tommy suspiró de un modo que enorgullecería a una madre irlandesa.
—No, nunca lo sabremos.
—Siempre sobrevivo. El muerto siempre es otro.
—Como Eddy. —Tom no se inmutó al pronunciar la palabra prohibida.
—Como Eddy —susurró Kris.
—Así que estás viva y te preguntas si deberías emborracharte, pero ellos están muertos y ni todo el whisky del mundo te devolverá a Eddy ni por un instante. —Tom miró al suelo—. Como tampoco impedirá que se pudran bajo la lluvia.
—Vaya, hoy estás cargado de poesía —dijo Kris.
—Es la verdad, Kris. Estás viva. Yo estoy vivo. Ellos están muertos. Así son las cosas. Cuando las balas salen disparadas, hay quien vive y hay quien muere. El que se quedó en casa, enfermo, sobrevive. La chica que salió a entrenar muere. El chico que bajó el visor de su casco vive. El viejo que se quitó el casco porque le hacía sudar y se creía a salvo... muere. Y nadie puede hacer nada al respecto. Puede que alcemos un vaso por ellos esta noche, pero nos alegramos de estar vivos. Fueron ellos los que murieron, no nosotros. Y si hubiese sido al contrario, ellos alzarían sus vasos en nuestra memoria.
Tom se encogió de hombros y miró a Kris a los ojos.
—Siempre es mejor alzar un vaso que no hacerlo.
—¿Eso crees? ¿Es mejor estar vivo? ¿Qué te hace estar tan seguro? ¿Has probado a estar muerto? Creo que voy a tomarme esa segunda copa —dijo Kris, sacando los pies de la cama.
Tom no se puso en pie, pero negó con la cabeza.
—Ya has tenido bastante.
—Nunca se tiene bastante.
—Los muertos tienen todo lo que necesitan. Y los vivos ya tienen bastante.
Kris se quedó mirándolo, sentado en un rincón de la habitación. No reaccionó, no mostró la menor intención de levantarse. No obstante, sabía que, si se dirigía hacia la puerta, él la detendría.
Durante un instante, se preguntó si podría derrotarlo. ¿Lucharía por mantenerla sobria aquella noche? Ella optó por sentarse.
—¿Qué sientes, Tom?
—No sé lo que siento. Me gustaría haberme quedado en Santa María. Me gustaría no haber venido a un lugar donde la gente me dispara y yo devuelvo los disparos. Donde hay gente a la que quería disparar. Los Longknife complicáis mucho la vida.
Entonces le tocó el turno de suspirar a Kris. Fue muy débil. Propio de una dama. Madre hubiera estado orgullosa.
—He leído tantas historias, tantos libros. Siempre me hablan de las batallas del bisabuelo Ray y del bisabuelo Peligro. Nunca hablan de cómo se sentían después.
—¿Cómo lo sobrellevaban? —preguntó Tom.
—No lo sé. No lo sé. —Kris se frotó los ojos y ahogó un bostezo. Quizá la bebida estuviese haciendo su efecto finalmente—. ¿Por qué no te marchas y me dejas dormir?
Sin apenas mirar atrás, se fue.
Kris se despertó sin recordar sueño alguno y con solo un leve mal sabor de boca; estar sobria tenía sus ventajas. Se duchó, se vistió y, sintiéndose dolorosamente viva, se dirigió al comedor. Quizá fuese solo cosa suya, pero las tropas parecían más despiertas. Y ¿era su impresión, o tenían la cabeza más alta? Un vistazo a la ventana reveló la misma lluvia gris de siempre; eso no había cambiado. El coronel le hizo una señal para que fuese a su mesa.
—¿Has dormido bien? —se interesó. Kris ocupó su silla y asintió. El coronel analizó el modo en el que lo hizo y concluyó que era sincero—. He comprobado cómo se encuentran tus heridos. Están bien los tres.
—Pasaré por el hospital después de desayunar —dijo Kris, hambrienta, abalanzándose sobre su comida.
El coronel se inclinó hacia atrás.
—Odio tener que decírtelo, pero hoy tengo otra misión difícil para ti. —Entonces, ¿por qué estaba sonriendo?
—No puede ser más difícil que la de ayer.
—Mucho más difícil, pero más segura. —Su sonrisa se ensanchó más aún, si es que era posible.
—Coronel, ¿le ha dicho alguien que tiene un fantástico sentido del humor?
Frunció el ceño por un instante.
—No, la verdad es que no recuerdo a nadie.
—Quizá quiera pensar en ello, entonces. —Kris hizo una breve pausa antes de añadir—: señor.
—Solo por eso, acabo de perderle cualquier simpatía, alférez. Hoy va a venir a visitarnos un buen samaritano: ha recorrido un largo, largo camino para ver todas las cosas buenas que estamos haciendo con sus donaciones. Quiero que lo escolte durante su recorrido y que le muestre lo que hacemos, mientras yo doy una vuelta por el campo.