—Eso espero. —Lo decodificó y abrió el maletín—. ¡Ja! Desde luego. Es una nota de crédito. Pago interno por la misión recién concluida. El cuartel general no sabe que hemos terminado ya… debe haberse querido asegurar de que no nos quedamos sin recursos en mitad del asunto. Me alegra saber que se toma tan en serio la recuperación del personal. Puede que sea yo quien necesite algún día este tipo de atención.
—Fuiste
tú
, el año pasado, y sí que se preocupa —reconoció Quinn—. Tienes que reconocerle eso a SegImp, como mínimo: se preocupan de los suyos. Una cualidad barrayaresa muy antigua, para una organización que trata de ser tan moderna.
—¿Y qué es esto, mmm?
Miles sacó el segundo artículo del maletín. Instrucciones cifradas, sólo para sus ojos.
Quinn se apartó amablemente de la línea de visión, y él las pasó a su comuconsola, aunque la curiosidad innata de la capitana obligó a ésta a preguntar:
—¿Y bien? ¿Órdenes de casa? ¿Felicitaciones? ¿Quejas?
—Bueno… uh… —Se acomodó en su asiento, perplejo—. Breve y poco informativo. ¿Por qué se molestaron en profun-codificarlo? Se me ordena que regrese a casa, en persona, al Cuartel General de SegImp, inmediatamente. Hay prevista una nave correo del Gobierno que pasará por Tau Ceti, y que me esperará… debo llegar a ella por los medios más rápidos posibles, incluso por correo comercial si es necesario. ¿No aprendieron nada de la pequeña aventura de Vorberg? Ni siquiera dice
Concluye la misión y
… solamente,
Ven
. Parece que tengo que dejarlo todo. Si es tan urgente, tiene que ser una nueva misión que me asignan, en cuyo caso ¿por qué me piden que pase semanas viajando a casa, cuando tendré que pasar más semanas de regreso a la Flota?
Un súbito temor helado atenazó su pecho.
A menos que sea algo personal. Mi padre, mi madre
… no. Si le hubiera sucedido algo al conde Vorkosigan, que servía actualmente al Imperio como virrey y gobernador colonial de Sergyar, los servicios galácticos de noticias se habrían hecho eco de ello incluso en un lugar tan remoto como Amanecer Zoave.
—¿Qué pasará —Quinn, apoyada contra el otro extremo de la mesa de la comuconsola, encontró algo interesante que estudiar en sus uñas— si te da otro ataque mientras estás de viaje?
Él se encogió de hombros.
—No mucho.
—¿Cómo lo sabes?
—Er…
Ella alzó bruscamente la mirada.
—No sabía que la negación psicológica restara tanta inteligencia. Maldición, tienes que hacer algo respecto a esos ataques. No puedes ignorarlos como si no existieran, sin más; aunque al parecer eso es exactamente lo que intentas.
—Intentaba hacer algo. Pensaba que la cirujana Dendarii sería capaz de echarme una mano. Estaba frenético por volver a la flota, a un doctor en quien pudiera confiar. Bueno, sí que me fío de ella, pero dice que no puede ayudarme. Ahora tengo que pensar en otra cosa.
—Confiaste en ella. ¿Por qué no en mí?
Miles consiguió encogerse de hombros de forma algo patética. Dado lo inadecuado de su respuesta, añadió, conciliador:
—Ella cumple órdenes. Temía que tú trataras de hacer las cosas por mi propio bien, fueran las cosas que yo quisiera o no.
Tras pasar un momento digiriendo esto, Quinn se volvió un poquito menos paciente.
—¿Qué hay de tu propia gente? El Hospital Militar Imperial de Vorbarr Sultana casi supera hoy en día los niveles médicos galácticos.
Él guardó silencio.
—Tendría que haber hecho eso este invierno —dijo por fin—. Yo… ahora tengo que buscar otra solución.
—En otras palabras, mentiste a tus superiores. Y ahora estás atrapado.
No me han atrapado todavía
.
—Sabes cuánto tengo que perder.
Se puso en pie y dio la vuelta a la mesa para cogerle la mano, antes de que ella empezara a morderse las uñas; se abrazaron. Él echó atrás la cabeza, pasó un brazo alrededor de su cuello, y la bajó hasta su nivel para besarla. Percibió el temor, tan reprimido en ella como lo estaba en él, en su rápida respiración y sus ojos sombríos.
—Oh, Miles. Díselo… diles que tu cerebro estaba todavía descongelándose entonces. No eras responsable de tus decisiones. Ponte a merced de Illyan, rápido, antes de que esto empeore.
Él sacudió la cabeza.
—Hasta la semana pasada, podría haber funcionado, tal vez, ¿pero después de lo que le hice a Vorberg? No creo que vaya a empeorar ya. Yo no tendría piedad con un subordinado que me la jugara así, ¿por qué iba a tenerla Illyan? A menos que… no se entere del problema.
—Dioses grandes y pequeños, no creerás que puedes ocultar todo esto, ¿no?
—Es muy fácil quitarlo del informe de esta misión.
Se apartó de él, anonadada.
—Realmente se te congeló el cerebro.
—Illyan cultiva cuidadosamente su reputación de omnisciente —replicó él, airado—, pero es mentira que lo sea. No dejes que esos hurones de ojos saltones te nublen la mente —imitó la insignia de SegImp llevándose los dedos en círculo a los ojos, y mirando a través de ellos como un búho—. Sólo tratamos de fingir que sabemos siempre lo que hacemos. He visto los archivos secretos, he visto lo jodidas que pueden ponerse de verdad las cosas tras el telón. Ese bonito chip de memoria en el cerebro de Illyan no le convierte en un genio, sólo en una molestia notable.
—Hay demasiados testigos.
—Todas las misiones Dendarii están clasificadas. Los soldados no abrirán la boca.
—Excepto entre sí. Es la comidilla de toda la nave. La gente me ha preguntado por el tema.
—Uh… ¿qué les dijiste?
Ella encogió un hombro, enfadada.
—He dado a entender que fue un error de funcionamiento del traje.
—Oh. Bien. Sin embargo… todos están aquí, mientras que Illyan está allí. Una enorme distancia. ¿Qué puede saber, excepto lo que yo le diga?
—Sólo con que sepa la mitad será bastante. —Quinn mostraba los dientes pero no porque sonriera.
—Vamos, utiliza el sentido común. Sé que puedes. Si SegImp fuera a enterarse de esto, lo habría hecho hace meses. Todas las pruebas jacksonianas se les han escapado.
Un latido redobló en la garganta de ella.
—¡El sentido común escapa a esto! ¿Has perdido el norte, has perdido la puñetera razón? ¡Juro por los dioses que te estás volviendo tan imposible de manejar como tu hermano-clon Mark!
—¿Qué pinta Mark en esta discusión?
Era una mala señal, advertencia de una caída fatal en el tono del debate. Las tres discusiones más feroces que había tenido jamás con Elli, todas recientes, se debían a Mark. Santo Dios. Él había evitado su habitual intimidad en aquella misión sobre todo por miedo a que ella fuera testigo de otro ataque. No se le había ocurrido que podía explicarlo como un nuevo tipo de orgasmo realmente terrible. ¿Había estado Elli atribuyendo su frialdad a sus diferencias respecto a su hermano?
—Mark no tiene nada que ver con esto.
—¡Mark lo tiene todo que ver! Si no hubieras bajado tras él, nunca te habrían matado. Y no te habrías quedado con un maldito cortocircuito criogénico en la cabeza. ¡Puede que pienses que es la mayor invención desde el impulso Necklin, pero aborrezco al pequeño gusano gordo!
—¡Bueno, pues a mí me cae bien! A alguien tiene que caerle bien. Te lo juro, estás celosa. ¡No seas tan inflexible!
Empezaron a separarse, ambos con los puños apretados, respirando entrecortadamente. Si se liaban a golpes, él perdería, en todos los sentidos. Así que comentó:
—Baz y Elena dimiten, ¿lo sabías? Voy a ascenderte a comodoro y segundo al mando de la Flota en lugar de Baz. Pearson ocupará el puesto de ingeniero. Y tú también capitanearás el
Peregrine
hasta que nos reunamos con la otra mitad de la Flota. La elección del nuevo comandante del
Peregrine
será tu primera misión. Elige a alguien en quien puedas confi… con quien puedas trabajar. ¡Puedes retirarte!
Maldición, no era así como pretendía ofrecer a Quinn su anhelado ascenso. Su intención era ponerlo a sus pies como un gran trofeo, para complacer su alma y recompensar sus extraordinarios esfuerzos. No quería tirárselo a la cabeza como un plato en mitad de una airada discusión doméstica, cuando las palabras ya no podían ocultar el peso de las emociones.
Ella abrió la boca, la cerró, la volvió a abrir.
—¿Y dónde demonios crees que vas a ir, sin mí como guardaespaldas? —Escupió—. Sé que Illyan te dio órdenes explícitas de no viajar solo. ¿Cuántos suicidios más crees que necesitas?
—En este sector, un guardaespaldas es una formalidad, y un despilfarro de recursos. —Tomó aire—. Yo… me llevaré a la sargento Taura. Debe ser suficiente guardaespaldas para satisfacer al jefe más paranoico de SegImp. Y desde luego se ha ganado unas vacaciones.
—¡Oh! ¡Tú…!
Eran raras las ocasiones en que Quinn se quedaba sin habla. Giró sobre sus talones, y se acercó a la puerta; luego se volvió y le ofreció un saludo militar, lo que le obligó a responder. Aunque la puerta automática, ay, no podía cerrarse de golpe, pareció hacerlo con el siseo de una serpiente.
Miles se sentó ante la comuconsola, ceñudo. Vaciló. Luego recuperó el archivo corto de la misión y lo cifró en una tarjeta de seguridad. Buscó la versión larga… y pulsó la orden de borrado.
Hecho
.
Metió el informe cifrado en la maleta de cierre en código, la arrojó sobre la cama, y se dispuso a preparar el equipaje para el viaje de regreso a casa.
Dio la casualidad de que los dos únicos camarotes adjuntos que quedaban a bordo de la primera nave de salto con destino a Tau Ceti que partía de Amanecer Zoave eran suites de lujo de primera clase. Miles sonrió al enterarse de este contratiempo, y tomó mentalmente nota para documentar los requisitos de seguridad para los contables de Illyan, a ser posible sin dejar de señalar los obscenos beneficios de su reciente misión. Se entretuvo, tomándose primero su tiempo para guardar el exiguo equipaje, y esperando luego a que la sargento Taura finalizara su meticuloso barrido de seguridad. Las luces y la decoración inspiraban serenidad, las camas eran espaciosas y blandas, los cuartos de baño individuales y privados, y ni siquiera tenían que salir a comer; la costosa tarifa incluía un servicio de habitaciones ilimitado. Una vez que la nave despegara, estarían de hecho habitando su propio universo privado durante siete días.
El resto del viaje a casa sería mucho menos placentero. Cambiaría de uniforme e identidad en la estación de transferencia de Tau Ceti, y subiría a bordo de la nave del Gobierno barrayarés siendo el teniente Lord Miles Vorkosigan, correo de SegImp, un oficial joven y modesto con el mismo rango y deberes que el desafortunado teniente Vorberg. Se quitó su uniforme verde imperial y lo dejó en un armario provisto de cerradura junto con las botas, cuyo brillo protegía una bolsa sellada. Los oficiales correo siempre proporcionaban a Miles una excelente doble identidad durante los largos viajes para marcharse o regresar a la Flota Dendarii; un correo nunca tenía que dar explicaciones. La parte negativa: la compañía a bordo de la siguiente nave sería exclusivamente masculina, exclusivamente militar y, ay, exclusivamente barrayaresa. No le haría falta ningún guardaespaldas. La sargento Taura podría volver con los Dendarii, y Miles se quedaría solo con sus camaradas del Imperio.
Dada su larga experiencia, ya esperaba su reacción hacia él, hacia su aparente falta de talla para el deber militar. No decían nada a las claras: para ellos resultaría obvio que ocupaba aquel cómodo puesto de correo gracias a algún poderoso enchufe de su padre el virrey almirante conde Vor-etcétera. Era exactamente la reacción que él deseaba: contribuía a mantener su disfraz, y el teniente Vorkosigan el tonto no haría nada por corregir sus suposiciones. Las antenas sensibles a los chismes rellenarían los espacios en blanco. Bueno, tal vez en la tripulación habría hombres con los que había viajado antes, y que ya estarían habituados a él.
Cerró el armario. Que el teniente Vorkosigan y todos sus problemas permanecieran fuera de la vista y de la mente durante una semana. Tenía preocupaciones más acuciantes. Su vientre se estremecía de expectación.
La sargento Taura regresó por fin, y asomó la cabeza por la puerta abierta entre las dos habitaciones.
—Todo despejado —informó—. No hay micros por ninguna parte. De hecho, no ha habido nuevos pasajeros ni entrada de carga desde que reservamos el pasaje. Acabamos de salir de la órbita.
Él alzó los ojos y la miró sonriente; su soldado Dendarii más extraño, y uno de los mejores. No era ninguna sorpresa que fuera buena en su trabajo: la habían creado genéticamente para la tarea.
Taura era el prototipo viviente de un proyecto genético de dudosa moralidad concebido y llevado a cabo, dónde si no, en Jackson's Whole. Querían un supersoldado, y asignaron un equipo de investigación a la realización del proyecto. Un comité compuesto en su totalidad por ingenieros biológicos; ningún soldado experimentado. Querían algo espectacular, para impresionar a los clientes. Desde luego, lo habían conseguido.
Cuando Miles la conoció, Taura tenía dieciséis años y había alcanzado ya su altura adulta de dos metros y medio. Toda ella era esbelta y musculosa, con los dedos de manos y pies rematados por gruesas garras; de su boca surgían feroces colmillos que se cerraban sobre sus labios. Su cuerpo parecía brillar con el radiante calor de un metabolismo ardiente que le proporcionaba fuerza y velocidad sobrenaturales. Eso, y sus ojos dorados, le daban un aire lupino; cuando se concentraba plenamente en su trabajo, su mirada feroz podía hacer que los hombres soltaran las armas y se lanzaran de bruces al suelo, un efecto de guerra psicológica del que Miles había llegado a ser testigo en una deliciosa ocasión.
Miles opinaba hacía tiempo que, a su manera, era una de las mujeres más hermosas que había visto. Sólo había que contemplarla con propiedad. Miles no podía enumerar sus misiones Dendarii compartidas, pero sí cada rara ocasión en que habían hecho el amor desde el primer encuentro, ¿hacía ya seis, siete años? Antes de que Quinn y él se convirtieran en pareja, de hecho. Taura era para él una especie de primera vez muy especial, como él lo había sido para ella, y ese lazo secreto no se había roto nunca.
Oh, habían intentado ser buenos. Las reglas Dendarii contra la confraternización entre rangos eran en beneficio de todos: protegían a los soldados de la explotación y a los oficiales de la pérdida de la disciplina, o algo peor. Y Miles estaba muy decidido, como el joven y ansioso almirante Naismith, a dar un buen ejemplo a sus tropas, una determinación que había perdido… en alguna parte. Después de la enésima vez que estuvieron a punto de matarlo, tal vez.