Rito de Cortejo (59 page)

Read Rito de Cortejo Online

Authors: Donald Kingsbury

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: Rito de Cortejo
6.49Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¡Tal vez no!

—¡Por los Ojos de Dios, hermano, no te mortifiques tanto! Todavía no hemos examinado las alternativas. El plan no es la estrategia.

—Oelita es una buena mujer. Creo que Kathein nos ha traicionado.

Gaet se tornó serio.

—Por ahora no quiero escuchar nada al respecto. Quiero que pienses en un arreglo. Nunca he visto a dos adversarios alcanzar una solución sin que ambos obtengan más de lo que hubiesen tenido con su plan original.

Joesai no lo escuchaba. Las baldosas del suelo y la alfombra habían atrapado toda su atención.

—Estoy paralizado. Luchar contra mi propio hermano...

Gaet no lo dejó terminar.

—Estaré ocupado en los próximos días. Tú tendrás que oficiar de niñera. —Se dispuso a partir.

Joesai lo cogió del brazo y le sujetó la muñeca con fuerza. —Viejo negociador. —Apretó aún más—. Saluda a Oelita por mí. He vuelto a estropearlo todo.

Gaet permaneció un rato en la cocina con los criados, revisando las cuentas y conversando sobre la pelea. La versión que contaban era diferente a la de Noé. Entonces recorrió la galería y se detuvo junto a la ventana verde de Hoemei. Observó la conmovedora escena de amor que se desarrollaba allí dentro. Todavía estaban en la cama, dormidos en un abrazo. Eso era peligroso. Si Kathein se sentía demasiado rechazada, regresaría a Kaiel-hontokae y se llevaría a Hoemei con ella. Una separación semejante podía conducir a un divorcio.

Esposo-uno entró en la casa y se dirigió a la habitación de Jokain, su hijo-uno. Siempre lo habían considerado su hijo-uno a pesar de que no se habían casado con Kathein. Estaba despierto y jugaba a construir casas. La alfombra era el mar. El niño no habló, pero alzó una mano para que Gaet no pisase el mar creando grandes olas con sus pies.

Gaet sonrió. Allí estaba el salvador de la humanidad. A pesar de su razón implacable, Kathein era una fanática religiosa. Y sin embargo... tal vez tuviese razón. Ese niño tenía más probabilidades que sus imperfectos padres de descubrir la verdadera naturaleza de Dios.

—¿Qué construyes?

—Esto son barcos. Éstas son casas grandes y ésas casas pequeñas. Y ésta es una casa para el visor celeste.

—Necesito tu ayuda, Jokain. Tu padre genético está construyendo un verdadero visor celeste en el tejado, y quiero que controles que lo haga bien para que puedas mirar las estrellas con él. Te asegurarás de que todas las mañanas se levante temprano, se vista y coma todo su desayuno.

Jokain colocó otro bloque con sumo cuidado.

—Jo y Kathein riñen —le dijo, y con el dorso de la mano derribó todo el edificio.

Gaet se arrodilló a su lado y lo estrechó entre sus brazos.

—¿Sabes para qué son las familias? Nos cuidamos unos a otros cuando ocurren cosas malas como las riñas. Tú cuidarás a Jo, y yo me ocuparé de Kathein.

—¿Quién cuidará a Hoemei?

—Tal vez le envíe a los mellizos, para hacerlo sonreír.

Jokain lo pensó unos momentos.

—¿Qué estrellas podré ver?

—Nika está brillante en esta época. Es un planeta como Geta, y tiene sus lunas. Podrás mirar las montañas de Luna Adusta. Tal vez hasta veas a Dios.

—¿Jo sonreirá?

—Seguro. Él te quiere mucho.

Cuando llegó a la posada de Congoja, Gaet observó divertido cómo Miel jugaba con los niños. Gatee y los mellizos estaban en el muelle, y la joven corría con ellos inventando distintos juegos infantiles. Aquella tímida criatura había encontrado la forma perfecta de evitar a sus esposas. Antes que nada, Gaet se acercó a Oelita para darle su más cálida bienvenida. Si ella no podía considerarlo un esposo, quería hacerle sentir que era su amigo. No existía ningún obstáculo concreto entre ellos. Gaet había sido el responsable de hacer que se cumpliera el contrato Kaiel con su pueblo, y sabía que ella no podía culparlo de nada.

Ella vaciló, pero al percibir su calidez lo estrechó en un abrazo.

—Me alegra estar de vuelta —le dijo.

—¿Qué está ocurriendo en la casa? —preguntó Teenae con ansiedad.

—Tengo bien vigilados a mis hermanos. Estudié el escrito de mi padre sobre Joesai y Hoemei, y pasé la mañana con Kathein. Iba a traerla conmigo, pero la idea de manejar a cinco mujeres juntas me acobardó.

—Te creo —lo regañó Noé.

Él se volvió hacia los muelles.

—¿Cómo está Miel?

—Adora a mis hijos —dijo Oelita.

—Es tímida —dijo Noé—. Me recuerda a la se-Tufi de Joesai en Soebo. Siempre encontraba una manera para esquivar la conversación.

—¿No es arriesgado dejar solos a esos dos maníacos esposos? —Teenae todavía estaba preocupada.

—Todo está bajo control. Jokain tiene dominado a Joesai. Y pienso dejar a los mellizos con Hoemei. —Observó a Oelita mientras lo decía.

—¡No! —La Dulce Hereje pareció muy asustada.

—Con tu consentimiento. —Le cogió la mano y llamó a Miel para que trajera a los niños.

Acomodaron dos mesas junto a las ventanas de la posada. Miel llevó unas sillas altas para los niños y se retiró hacia la cocina.

—¡Miel! —la llamó Teenae.

Gaet alzó la mano para detenerla.

—Deja que nos sirva si es lo que desea. Así es ella.

—¡Hoemei no me quiere! —se quejó Oelita—. Lamento haber causado tantos problemas a vuestra familia. Joesai me envolvió en sus sueños. Los cambios que noté en él me devolvieron la fe en la humanidad.

—No se trata de que no te quiera —le explicó Gaet con paciencia—. Sólo defendía a Kathein. El matrimonio es como un juego malabar. Cualquiera que tenga kalothi puede manejar dos bolas. Más de tres ya resulta muy complicado. Hoemei había llegado hasta seis y lo estaba haciendo bien. Entonces alguien introdujo una séptima bola y a él se le cayeron todas. ¡Tú no eres una mujer común, Oelita!

Los mellizos comenzaron a darse puntapiés. Su madre se volvió para calmarlos y Miel se acercó con unos dulces para ellos.

—Existe un motivo por el cual quiero que cuide a tus mellizos —le dijo Gaet.

—Hoemei es bondadoso —intervino Miel—. Más de lo que te imaginas. —Deslizó los dedos por el cabello de Oelita, comunicándole la bondad—. Amará a tus hijos porque también son los suyos. Notará que han sido criados en el desierto, y de ese modo conocerá tu fuerza.

—¿Y eso de qué servirá? —exclamó Oelita de mal talante.

Gaet usó uno de sus trucos más viejos a modo de respuesta. Hurgó en la filosofía de Oelita, y extrajo una de sus máximas más preciadas.

—Nos has dicho que el amor nos aleja de la violencia. Eso es lo que hago. Mientras tus niños estén con su padre, tú estarás con Kathein.

—No. No puedo hacerlo. ¡Es demasiado doloroso! He vivido luchando contra la muerte, pero también contra la esperanza. Joesai me trajo un sueño, y ahora ese sueño se ha convertido en cenizas. O Kathein o yo habremos de perder, y si una de las dos pierde, perderemos las dos.

Gaet comenzó a contarle una historia.

—Dos hombres soñaron con una casa, y despertaron al amanecer decididos a convertirla en realidad. Ambos pensaban usar el mismo árbol como viga central, sin conocer el sueño del otro. ¿Cómo se resuelve el problema? Pueden luchar y destruirse mutuamente los cimientos. Si luchan uno de ellos ganará. Uno puede renunciar arbitrariamente a su sueño. Pero ¿se supone que existe un solo árbol en todo Geta, y que sólo existe una manera de construir una casa? ¿Qué ocurriría si los dos conversaran, negociaran y exploraran las posibilidades? Tal vez haya un segundo árbol que pueda ser transportado por los dos hombres. Tal vez en una conversación conciban una arquitectura completamente nueva. Es por eso que debes hablar con Kathein.

—Hazlo —dijo Miel con suavidad—. Gaet es conocido como el mejor arbitro de todo Kaiel-hontokae.

Oelita miró a Teenae en busca de apoyo.

—Kathein es una buena mujer —dijo su amiga.

Noé esperaba que dijese que sí.

Oelita se apartó de todos ellos. El comedor estaba alegre con sus mesas de madera y sus aromas que llegaban de la cocina. Getasol había disuelto la niebla. Congoja estaba viva.

—Lo intentaré.

—Juntos cruzamos la Herida Blanca. ¿Lo recuerdas? Tampoco fue sencillo.

Capítulo 63

(1) Sin la ayuda de los demás, el futuro de cualquier persona sólo incluye escasas alternativas.
(2) La ayuda puede ser:
(a) mutua como en la cooperación
(b) forzada como cuando se emplean esclavos.
(3) Un individualista —alguien que no tiene intención de explorar los objetivos ajenos porque no piensa adaptarlos a los propios— puede convertirse en:
(a) un ermitaño de objetivos limitados
(b) un tirano rodeado de esclavos, con un futuro lleno de rebeliones y un presente afectado por la hostilidad.
(4) Una persona puede elegir el camino de la ayuda mutua y no tener objetivos fijos, porque siempre está explorando los objetivos ajenos y modificando los propios en consecuencia. Un camino tan sinuoso conduce a la pérdida de la individualidad, pero esta persona siempre encuentra un territorio rico en futuros posibles, y así sus ganancias son mayores que sus pérdidas.

Primer Profeta Tae ran-Kaiel en
Negociaciones

Gaet alquiló un velero para llevar a Oelita y a sus hijos por la costa, hasta la bahía del Anciano, la Madre y el Niño de la Muerte. Él sabía poco de navegación, y delegó el mando en Oelita quien recordó sus épocas de marinero como si nunca hubiese abandonado el mar.

La nave llegó hasta la playa situada bajo la mansión.

Hoemei se quedó perplejo al ver que Gaet lo dejaba para que se arreglara como pudiese con las criaturas que berreaban. Kathein le dio algunas instrucciones y luego siguió a Gaet con cierta aprensión de camino hacia la playa.

—Nunca antes he estado en un barco —dijo Kathein—. Ni siquiera para cruzar un río.

—¡Te gustará! —afirmó Oelita con una sonrisa mientras ayudaba a su rival a subir a bordo. Se alegraba de estar al mando.

—Dime qué tengo que hacer —le suplicó Kathein.

Gaet volvió a empujar el velero hacia las olas.

—Deberías saberlo todo sobre las fuerzas del viento.

—¡La botavara suma y resta con sus dedos más rápido que yo!

—¿Adonde vamos? —preguntó Oelita.

Gaet subió a bordo, chorreando, y ayudó a Oelita a izar la vela.

—Hace mucho tiempo me dijiste que habías encontrado la Voz Congelada de Dios cuando eras una niña, cerca de aquí.

—Recuerdo exactamente el lugar.

—Pensé que sería un buen lugar para celebrar una comida campestre.
La Fragua de la Guerra
es un territorio común entre tú y Kathein.

Los ojos de Kathein se iluminaron.

—¿De veras recuerdas dónde la encontraste? ¡Es emocionante! —El barco cobraba velocidad, llenando su rostro de salobre cada vez que cruzaban una ola. Eso también era emocionante—. Aparte de la tuya, sólo encontramos una más.

—La ensenada tiene un fondo de arena. Podría haber mucho enterrado allí.

—Tal vez Dios vuelva a guiar tu mano.

—Lo intentaremos. Es un lugar maravilloso para nadar.

—¿Nadar en el mar es diferente a hacerlo en una alberca?

—Oh, sí, te enseñaré cómo se hace.

La ensenada estaba aislada y protegida de las tormentas, y por eso cobijaba una gran variedad de insectos muy peculiares. Oelita recordó por qué su padre había ido allí. Después de buscar un rato encontró un cavador de lomo verde para Kathein, y luego toda una colonia de insectos subterráneos con unos extraños ojos en forma de pinza.

—¿Qué es esto? —Kathein sostenía unas hojas de hierbas acuáticas sobre las cuales crecían unas flores plateadas y alargadas.

—Son deliciosas cuando se las deja macerar durante una semana... y bastante venenosas. Afectan al sistema nervioso. Hace mucho tiempo, cuando los Stgal se apoderaron de Congoja desplazando a los sacerdotes Nowee, ofrecieron un gran festín en honor del nuevo pacto entre los dos clanes. Allí sirvieron a los Nowee una ensalada que contenía estas hierbas. Una historia más entre tantas... ¡y los Stgal se preguntan por qué tienen tan mala reputación!

Las dos mujeres se quitaron la ropa y se zambulleron para explorar el fondo del mar, junto a la costa. Gaet encendió una fogata en la arena y preparó el almuerzo envolviendo los alimentos en hojas. Observó a las mujeres en el agua, complacido con la calma que transmitía la escena. Ahora podía relajarse y ocuparse de detalles triviales como la penetración del aroma de las hojas en los alimentos.

Las dos mujeres eran hermosas, aunque distintas, pensó mientras las miraba. Los artistas de la costa habían trazado diseños simples sobre el cuerpo de Oelita, dejando zonas descubiertas o grabadas en forma delicada para marcar los contrastes. Kathein estaba decorada al estilo de la elegancia Kaiel: un trabajo delicado, abundancia de detalles, símbolos e intrincadas tinturas sobre las cicatrices de modo que no quedaba nada al descubierto, mostrándola como una verdadera Maestra del Dolor.

Gaet extendió unas mantas sobre la arena. Con el sol en el nodo pleno y el fuego encendido, las mujeres no se tomaron el trabajo de vestirse cuando regresaron.

—¿Habéis encontrado algo?

—No —dijo Oelita—. Hay vegetación allí abajo, más que cuando yo era niña.

Kathein se peinó la cabellera mojada.

—La vida del mar me fascina. ¡Aprendí a nadar con los ojos abiertos! Algún día tendré que traer una draga hasta aquí. Es una pena. Me pregunto cómo
La Fragua de la Guerra
habrá llegado al mar. No hay rastros de ruinas o de un viejo barco. En realidad no hay nada allí abajo.

—Me alegra que nos hayas traído —dijo Oelita—. Los problemas de nuestros hombres parecen muy remotos desde aquí. Hemos estado hablando sobre eso.

—¡Bajo el agua! —se rió Kathein.

Gaet desenvolvió un paquete de hojas y les hizo oler la fragancia del pastel.

—Trabajo en un acuerdo que nos dejará satisfechos a todos. Necesito más información. Vosotras dos tendréis que brindármela.

—¿Quieres saber lo que piensa Joesai? —preguntó Oelita.

—No. Yo conozco a Joesai. No estoy seguro de saber qué motiva a la Dulce Hereje.


A mí
me conoces bien —dijo Kathein.

—¿Estás segura? —preguntó Gaet—. Has pasado mucho tiempo junto a Aesoe.

Kathein bajó la vista, y Oelita le cogió la mano para que pudiera enfrentarse a Gaet en nombre de ambas.

—¿Qué quieres saber de nosotras? Pregunta.

Other books

Foreign Influence by Brad Thor
A Little Less than Famous by Sara E. Santana
Night of the Werewolf by Franklin W. Dixon
Jilted by Eve Vaughn
The Infinities by John Banville
Medstar I: Médicos de guerra by Steve Perry Michael Reaves
Handcuffed by Her Hero by Angel Payne
Shattered Moments by Irina Shapiro
Shug by Jenny Han