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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Ritos de Madurez (26 page)

BOOK: Ritos de Madurez
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No vería a Nikanj en todo un año, quizá más…

Llegó hasta donde estaba Akin y, como era mucho más alta, se dobló frente a él en una posición sentada, en el modo en que los humanos acostumbraban a inclinarse o arrodillarse para hablar con él, cuando era más niño. Así, sus cabezas quedaban al mismo nivel.

—Quería verte antes de que te marcharas. Quizá ya no seas un niño cuando vuelvas.

—Lo seré. —Colocó su mano entre los tentáculos de la cabeza de ella, y los notó agarrarle y penetrar—. Aún me faltan muchos años para que cambie.

—Tu cuerpo puede cambiar más rápidamente de lo que imaginas. El estrés de tener que ajustarte a un nuevo medio ambiente puede hacer que las cosas vayan más deprisa. Deberías ver a todos, antes de irte.

—No quiero.

—Lo sé. No quieres irte, y por tanto no quieres despedirte. Ni siquiera has ido a ver a tus amigos resistentes.

Ella no los olía en Akin. A él le dejaba muy corrido el ver que tanto ella como otros sabían, por el olor, cuándo había estado con una mujer. Naturalmente se lavaba, pero aun así lo olían.

—Tendrías que haber ido a verlos. Puedes cambiar muchísimo durante tu metamorfosis. Y los humanos no aceptan eso con facilidad.

—¿Y Lilith?

—Eso ni tendrías que preguntarlo. A pesar de las cosas que dice, jamás la he visto rechazar a uno de sus hijos. Pero, ¿querrías irte sin haberla visto antes?

Silencio.

—Vamos, Eka —le soltó la mano y se puso en pie.

La siguió de vuelta al poblado, sintiéndose resentido y manipulado.

3

Montaron una fiesta al aire libre en su honor. La gente cesó en sus actividades y se reunió en el centro del poblado para despedirles a Tiikuchahk y a él. Tiikuchahk parecía disfrutar de la fiesta, pero Akin se limitó a soportarla. Margit, de la que se sabía que estaba al borde de su metamorfosis, vino a sentarse junto a él. Ella aún seguía siendo su compañera de camada favorita, pese a que pasaba mucho más tiempo con el compañero con el que estaba emparejada. Le tendió una mano gris, y él casi la tomó entre las suyas antes de darse cuenta de lo que le estaba enseñando. Siempre había tenido demasiados dedos para ser una nacida de humana: siete en cada mano. Pero la mano que ahora le tendía sólo tenía cinco largos, gráciles y grises dedos.

La miró, y luego tomó la mano ofrecida y la examinó. No había ni herida ni cicatrices.

—¿Cómo…? —preguntó.

—Me desperté esta mañana, y habían desaparecido. No quedaba nada más que las uñas y algo de piel arrugada, muerta.

—¿Y te ha dolido la mano?

—La notaba de maravilla, y así sigue. Estoy adormilada, pero eso es todo hasta el momento. —Dudó—. Eres el primero al que se lo digo.

Él la abrazó, y apenas pudo contenerse para no llorar.

—Ni siquiera te reconoceré cuando vuelva. Serás otra persona, probablemente apareada y preñada.

—Quizás esté apareada y preñada, pero me reconocerás…, ¡ya me cuidaré yo de ello!

Se limitó a mirarla. Todo el mundo cambiaba pero, irracionalmente, él no quería que ella cambiase.

—¿Qué pasa? —le preguntó Tiikuchahk.

Akin no supo comprender por qué lo hacía, pero, tras mirar para comprobar que a Margit no le molestaba, le tomó la mano y se la enseñó a Tiikuchahk.

Ésta, que tenía un aspecto mucho más humano que Margit, a pesar de ser nacida de oankali, comenzó a llorar. Besó la mano, y la soltó con tristeza.

—¡Van a cambiar tanto las cosas mientras estemos lejos! —dijo, al tiempo que unas silenciosas lágrimas rodaban por su rostro gris—. Seremos unos extraños cuando regresemos.

Sus pocos y pequeños tentáculos sensoriales se apretaron en nudos contra su cuerpo, haciendo que se la viese del mismo modo en que se sentía Akin.

Entonces los otros quisieron saber qué era lo que iba mal, y Lilith se les acercó, con aspecto de saber lo que sucedía.

—¿Margit? —dijo, con voz suave.

Margit alzó las manos y sonrió.

—Ya lo imaginaba —le dijo Lilith—. Así pues, esta fiesta es ahora también por ti. Ven.

Se llevó a Margit, para enseñar el cambio a los demás.

Akin y Tiikuchahk se alzaron al unísono, sin hablar. A veces actuaban al mismo tiempo, del modo en que lo hacían los compañeros de camada emparejados, pero el fenómeno siempre los sobresaltaba y nunca les daba la tranquilidad que parecía darles a las parejas de compañeros de camada que se habían conexionado adecuadamente en su infancia. Ahora, sin embargo, se movieron juntos hacia Ayre, su hermana mayor. Ella era una construida adulta, la mayor de los construidos de Lo, y los había estado observando, con varios tentáculos enfocados, mientras permanecía sentada hablando con uno de los hijos, nacido de oankali, de Leah. Ella había nacido en Chkahichdahk, había sufrido su metamorfosis en la Tierra, se había apareado y tenido ya varios hijos. Ayre había sobrevivido a las cosas a las que ellos aún tenían que enfrentarse.

—Sentaos conmigo —dijo Ayre cuando llegaron a su lado—. Sentaos aquí.

Los colocó uno a cada lado de ella. Inmediatamente entrelazó sus largos tentáculos con los de Tiikuchahk. Hacía tiempo que Akin había descubierto que el poseer únicamente un solo tentáculo sensorial, y éste dentro de su boca, era realmente un inconveniente. A los resistentes les gustaba, porque no tenían que verlo, pero le inhibía las comunicaciones con los oankali y los construidos. Y, además, pronto hubo crecido demasiado como para que siguieran tomándolo en brazos.

Pero Ayre, siendo Ayre, se limitó a metérselo bajo un brazo y apretarlo contra sí, para que le resultase fácil unirse con ella, mientras ella empleaba sus tentáculos corporales para efectuar esta unión.

—No sabemos lo que nos pasará —le dijeron silenciosamente y al unísono Tiikuchahk y él. Era un grito de miedo surgido de ambos y, en el caso de Akin, también era un gemido de frustración. Le estaban robando su tiempo: conocía a las gentes y los idiomas de un poblado de resistentes chinos, un poblado de los igbo, tres poblados de habla española compuestos por gente procedente de diversos antiguos países, un poblado hindú y dos poblados de humanos que hablaban swahili y provenían de diferentes regiones africanas. ¡Tantos resistentes! Y, sin embargo, había muchos más. Le habían echado…, ¿quién lo hubiera dicho?, de un poblado de angloparlantes, porque era más moreno de piel que sus pobladores. No comprendía el motivo de esto, y no se había atrevido a preguntárselo a nadie en Lo. Pero, aun así, había demasiados resistentes a los que nunca había visto, resistentes cuyas ideas no había oído, resistentes que creían que su única esperanza estaba en robar niños construidos, para no morir como especie. Ahora corrían historias acerca de un poblado cuyos habitantes se habían reunido en la plaza del pueblo y bebido veneno. Nadie con quien Akin hubiese hablado conocía el nombre de este pueblo, pero todo el mundo había oído hablar del envenenamiento.

¿Quedarían aún algunos humanos que salvar, cuando él fuera al fin lo bastante mayor como para que respetasen sus opiniones?

Y, ¿parecería entonces lo suficientemente humano como para lograr persuadirles?

¿O era todo una pura locura? Realmente, ¿sería capaz de lograr ayudarles, pasase lo que pasase? Los oankali no le impedirían hacer nada que no considerasen dañino; pero, si no había consenso, no lo ayudarían. Y él solo no podía salvar a los humanos.

No pretendía darles un ser-nave. Mientras siguiesen siendo lo bastante humanos como para satisfacer sus creencias de lo que era el ser humano, no podrían comunicarse con una nave. Algunos de ellos insistían en creer que las naves no estaban vivas…, que eran objetos de metal, que cualquiera podía aprender a controlar. No habían entendido nada cuando Akin les había explicado que las naves se controlaban a sí mismas. O bien uno se unía a ellas, compartía sus experiencias y dejaba que ellas compartiesen las suyas propias, o no había intercambio. Y, sin intercambio, las naves ignoraban la existencia de uno.

—Sabéis que os debéis ayudar el uno al otro —les dijo Ayre.

Akin y Tiikuchahk se echaron hacia atrás, en un movimiento reflejo instintivo.

—No podéis ser lo que deberíais haber sido, pero podéis ayudaros entre vosotros. —Akin no podía ignorar la certidumbre que sentía Ayre—. Estáis los dos solos. Los dos seréis allí unos extraños. Y sois como un guisante partido por la mitad. Dejad que cada uno dependa un poco del otro.

Ni Akin ni Tiikuchahk le contestaron.

—Un guisante partido por la mitad, ¿es una cosa incompleta o dos? —preguntó ella con suavidad.

—No podemos curarnos el uno al otro —dijo Tiikuchahk.

—La metamorfosis os curará, y puede estar más cercana de lo que os imagináis.

Y de nuevo estuvieron atemorizados. Temerosos de cambiar, temerosos de regresar a un hogar cambiado e irreconocible. Temerosos de ir a un lugar que aún era menos suyo que el que estaban abandonando. Ayre trató de hacerles pensar en otra cosa:

—Ti, ¿por qué quieres ir a Chkahichdahk? —preguntó.

Tiikuchahk no quería contestar a esa pregunta. Tanto Akin como Ayre recibieron de ella, únicamente, una fuerte sensación negativa.

—Porque allí no hay resistentes, ¿no es eso? —insistió Ayre.

Tiikuchahk no dijo nada.

—¿Te ha dicho Ahajas que serás hembra? —inquirió Ayre.

—Aún no.

—¿Y quieres serlo?

—No lo sé.

—¿Piensas que quizá quisieras ser un macho?

—Tal vez.

—Si quieres ser un macho, deberías quedarte aquí. Deja que se vaya Akin. Pasa el tiempo con Dichaan y Tino y con tus hermanas. Padres masculinos, compañeras de camada femeninas. Tu cuerpo sabrá cómo responder.

—Deseo ver Chkahichdahk.

—Eso puede esperar. Lo verás después de haber cambiado.

—Quiero ir con Akin. —Allí estaba de nuevo la fuerte sensación negativa. Había dicho lo que no quería decir.

—Entonces, probablemente serás hembra.

Tristeza.

—Lo sé.

—Ti, quizá quieras ir con Akin porque aún estás tratando de curar la vieja herida. Como ya te he dicho, no hay resistentes en Chkahichdahk. No hay bandas de humanos que vayan a distraerlo y usar tanto de su tiempo. —Pasó su atención a Akin—. Y tú…, puesto que debes ir, ¿qué te parece eso de llevar a Ti contigo?

—Yo no quiero ir. —En esa forma de comunicación íntima no había modo alguno de decir una mentira. La única manera que existía de eludir las verdades poco placenteras era evitar la comunicación…, no decir nada. Pero Tiikuchahk ya sabía que él no quería que le acompañase. Todo el mundo lo sabía: le repelía y, al mismo tiempo, le atraía de un modo tan incomprensible, tan molesto, que no quería estar cerca de ella… o ello. Y Tiikuchahk sentía lo mismo por él. Debería haberse alegrado de haberlo visto partir.

Ayre se estremeció. No rompió el contacto establecido, pese a que lo deseaba. Podía notar la profunda atracción-repulsión que había entre ellos. Trató de sobreponerse a las emociones conflictivas con su propia calma, con sentimientos de unidad que recordó de su conexión con su compañero de camada apareado. Akin reconoció este sentimiento, lo había notado ya antes en otros. Pero no hizo nada por calmar su propia confusión de sentimientos.

Ayre rompió el contacto con ellos.

—Ti tiene razón: debéis ir juntos —dijo, haciendo resonar incómoda sus tentáculos de la cabeza—. Tenéis que resolver esta situación. Es repugnante que el pueblo decidiese haceros esto.

—No sabemos cómo resolverla —dijo Akin—, como no sea esperando a la metamorfosis…

—Búscaos a un ooloi. A un subadulto. Eso es algo que no podéis hacer en este lugar. Hace años que no he visto por aquí a un subadulto.

—Yo jamás he visto a uno —admitió Tiikuchahk—. Bajan a la Tierra después de su segunda metamorfosis. ¿Qué es lo que pueden hacer antes de ella?

—Enfocaros a cada uno de vosotros, el uno aparte del otro, sin siquiera tener que intentarlo. Ya lo veréis. Incluso antes de que crezcan son… interesantes.

Akin se alzó.

—Yo no quiero a un ooloi. Eso me hace pensar en el apareamiento. Todo está yendo demasiado deprisa.

Ayre suspiró y agitó la cabeza.

—¿Qué es lo que crees que has estado haciendo con esas mujeres resistentes?

—Eso era diferente: no podía pasar nada. Incluso se lo decía a ellas, que no podía pasar nada. De todos modos, ellas querían hacerlo…, por si yo estaba equivocado.

—Tú y Ti, buscáos un ooloi. Si no ha madurado, no puede aparearse…, pero sí puede ayudaros.

La dejaron, y ambos se encontraron buscando con la mirada y luego caminando hacia Nikanj. En ese momento, deliberadamente, Akin se obligó a no ir sincronizado con Tiikuchahk. Era una sincronización chirriante que sucedía una y otra vez, accidentalmente, y que le hacía notar una sensación como la que había observado mientras escuchaba la sierra de la serrería de Fénix, una vez que algo había ido mal y se había descompensado y habían tenido que tenerla parada durante varios días.

Se detuvo, y Tiikuchahk siguió caminando. Ella trastabilló, y él supo que notaba la misma ruptura que él. Las cosas siempre habían sido así para ellos. Sabía que ése era uno de los motivos por los que, habitualmente, le alegraba dejar el poblado por unas semanas, o incluso unos meses. A veces, incluso no se quedaba con la familia cuando estaba en Lo, sino que se iba a vivir con otras familias, pues, entre ellas, el ser un solitario, un no integrado, le resultaba más soportable.

Los humanos no tenían ni idea de hasta qué punto las sociedades oankali y construida estaban completamente constituidas por grupos de dos o más personas. Tate no sabía lo que le había hecho cuando se había negado a ayudarlo a volver a Lo y Tiikuchahk. Quizá fuese por esto por lo que, en todos sus viajes, jamás había regresado a Fénix.

Fue hasta Lilith, en el momento en que alguien empezaba a pedirle que contase una historia. Ella permaneció sentada, ignorando la petición, pese a saber que a la gente le gustaban mucho sus historias. Su memoria le suministraba hasta los más nimios detalles de la Tierra de antes de la guerra, y ella sabía cómo reunir todo aquello, de modo que sus historias hacían que la gente ríese, o llorase, o se inclinase hacia delante, escuchando alelada, temiendo perderse sus siguientes palabras.

Alzó la vista hacia él, y no dijo nada cuando se sentó junto a ella.

—Quería decirte adiós —le dijo Akin en voz queda.

Ella parecía cansada.

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