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Authors: Octavia Butler

Tags: #Ciencia Ficción

Ritos de Madurez (4 page)

BOOK: Ritos de Madurez
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—Nunca le haría daño a un pequeñín. Ni siquiera a uno que no fuera del todo humano.

—Akin no es del todo humano —dijo ella.

—¿Qué hay de malo en él?

—¿De malo? Nada.

—Quiero decir…, ¿qué es lo que tiene diferente?

—Son diferencias internas. Un desarrollo mental rápido. Diferencias en la percepción. Tras la metamorfosis se le empezará a ver diferente, aunque no sé hasta qué punto.

—¿Puede hablar?

—No para de hacerlo. Vamos.

La siguió a lo largo del sendero, y Akin lo vigiló a través de las zonas sensibles a la luz de su hombro y brazo.

—¿Bebé? —dijo el hombre, mirándole atentamente.

Akin, recordando lo que le había dicho Margit, volvió la cabeza para así darle cara al hombre.

—Soy Akin —dijo—. ¿Cuál es tu nombre?

La boca del hombre quedó muy abierta.

—¿Qué edad tienes? —preguntó.

Akin lo contempló en silencio.

—¿Es que no me entiendes? —preguntó el hombre. Tenía una cicatriz zigzagueante en uno de sus hombros, y Akin se preguntó qué la habría causado.

El hombre le dio una palmada a un mosquito con su mano libre y le dijo a Lilith:

—¿Qué edad tiene?

—Dígale su nombre —indicó ella.

—¿Cómo?

Ella no dijo más.

Al hombre le faltaba el dedo más pequeño de su pie derecho, descubrió Akin. Y había otras señales en su cuerpo…, cicatrices, más pálidas que el resto de su piel. Debía de haberse hecho daño a menudo y no tenido un ooloi que le ayudase a curarse. Nikanj nunca le hubiese dejado tantas cicatrices.

—De acuerdo —dijo el hombre—, me rindo. Me llamo Agustín Leal, pero todo el mundo me llama Tino.

—¿Debo llamarte así? —preguntó Akin.

—Seguro, ¿por qué no? Y, dime, ¿qué maldita edad tienes?

—Nueve meses.

—¿Sabes caminar?

—No. Puedo ponerme en pie si hay algo a lo que agarrarme, pero aún no lo hago muy bien. ¿Por qué te has mantenido tanto tiempo alejado de nuestros pueblos? ¿Es que no te gustan los niños?

—Esto…, no sé.

—No son todos como yo. La mayor parte de ellos no pueden hablar hasta que no son mayores.

El hombre tendió la mano y le tocó la cara. Akin tomó uno de los dedos de su mano y se lo llevó a la boca. Lo saboreó rápidamente con un lametón, rápido como el ataque de una serpiente, de su lengua, y con una penetración demasiado rápida, demasiado suave como para que él pudiera darse cuenta de ella. Recogió unas cuantas células vivas para su posterior estudio.

—Al menos te llevas las cosas a la boca como acostumbraban a hacer los bebés —dijo Tino.

—Akin —advirtió Lilith.

Reprimiendo su frustración, soltó el dedo del hombre. Hubiera preferido seguir investigándolo, comprender mejor el cómo había sido expresada la información genética que leía y ver qué factores no genéticos podía descubrir. Deseaba tratar de leer las emociones del hombre y hallar las marcas que los oankali habrían dejado en él cuando lo recogieron de la Tierra de la postguerra, cuando lo habían reparado y almacenado en animación suspendida.

Quizá más tarde tuviese oportunidad de ello.

—Si el chico es ya tan listo, ¿cómo va a ser de adulto? —preguntó Tino.

—No lo sé —contestó Lilith—. Los únicos machos construidos que tenemos hasta el momento son nacidos de oankali…, hijos de madres oankali. Si Akin es como ellos, ya será lo bastante inteligente, pero sus intereses serán tan distintos y, en algunos casos, tan claramente no humanos, que acabará pasando mucho tiempo solo.

—¿Y eso no la preocupa?

—No hay nada que yo pueda hacer al respecto.

—Pero…, ¡no tenía usted por qué tener hijos!

—Pues resulta que tuve que tenerlos. Para cuando me bajaron de la nave, ya tenía dos hijas construidas. ¡Así que yo no tuve la posibilidad de escaparme y vivir suspirando por los viejos tiempos pasados!

El hombre no dijo nada. Si se quedaba el tiempo suficiente descubriría que, a veces, Lilith tenía aquellos estallidos de amargura. Nunca parecían afectar a su comportamiento, pero a menudo asustaban a la gente. Margit le había dicho: «Es como si en su interior hubiese algo luchando por salir. Algo terrible». Pero, cuando parecía que ese algo estaba a punto de salir a la superficie, Lilith se iba sola al bosque y se quedaba allí durante días. Las hermanas mayores de Akin decían que las preocupaba que una de esas veces se fuese y ya no volviese nunca más.

—¿La obligaron a tener hijos? —inquirió el hombre.

—Uno de ellos me sorprendió —explicó ella—. Primero me dejó preñada, y más tarde me lo contó. Dijo que me había dado lo que yo siempre había querido, pero que jamás me habría atrevido a pedirle.

—¿Y eso era cierto?

—Sí. —Agitó la cabeza de lado a lado—. ¡Oh, sí! Pero, si yo tuve la fuerza de voluntad de no pedírselo, él debería haber tenido la fuerza de voluntad de dejarme en paz.

5

Para cuando llegaron al pueblo la lluvia ya había empezado, y Akin disfrutó de las primeras gotas cálidas que lograron abrirse camino por entre la cúpula de los árboles. Luego estuvieron a cubierto…, seguidos por todos los que habían visto a Lilith llegar acompañada de un desconocido.

—Querrán conocer toda la historia de su vida —le dijo Lilith en voz baja—. Querrán que les hable de su poblado, de sus viajes; todo lo que usted sepa será noticia para nosotros. No nos visitan demasiados viajeros. Y, luego, cuando haya comido y hablado y todo lo demás, tratarán de arrastrarle a sus camas. En eso haga lo que quiera. Y si ahora está demasiado cansado para todo ello, dígalo, y dejaremos su fiesta para mañana.

—No me dijo que iba a tener que montar un espectáculo —observó él, mirando a la creciente avalancha de humanos, construidos y oankali.

—No tiene por qué aceptarlo. Haga lo que le apetezca.

—Pero… —Miró a su alrededor, como impotente, apartándose con un estremecimiento de un niño no sexuado, nacido de oankali, que le tocó con uno de los tentáculos sensoriales que le crecían de la cabeza.

—No lo asustes —le dijo Akin al construido, hablando desde la espalda de Lilith. Utilizó el idioma oankali—. Allí de donde él viene no hay muchos de nosotros.

—¿Es un resistente? —preguntó el niño.

—Sí, pero no creo que quiera hacer ningún daño. No intentó hacérnoslo a nosotros.

—¿Qué es lo que quiere el chico? —preguntó Tino.

—Simplemente, siente curiosidad acerca de usted —le explicó Lilith—. ¿Quiere hablar con esta gente, mientras yo preparo algo de comer?

—Supongo que sí, aunque no soy ningún buen narrador.

Lilith se volvió a la aún creciente multitud.

—De acuerdo —dijo en voz alta. Y, cuando se hubieron callado—: Su nombre es Agustín Leal. Viene de muy lejos, y dice que no le molesta contárnoslo.

La gente le aclamó.

—Si alguien quiere ir a su casa a buscar algo de comer o beber, esperaremos.

Varios humanos y construidos se alejaron, pidiendo que no empezase nada sin ellos. Un oankali retiró a Akin de la espalda de Lilith: Dichaan. Akin se aplastó alegremente contra él, compartiendo lo que había averiguado del nuevo humano.

—¿Te gusta? —le preguntó Dichaan por medio de señales táctiles acompañadas de imágenes sensoriales.

—Sí. Está algo temeroso y es peligroso. Madre tuvo que deshacerse de su arma, pero, sobre todo, siente curiosidad. Es tan curioso que parece uno de nosotros.

Dichaan proyectó regocijo. Manteniendo su conexión sensorial con Akin, contempló como Lilith le daba a Tino algo de beber. El hombre probó la bebida y sonrió. La gente se había reunido a su alrededor, sentada en el suelo. La mayoría eran niños, y esto por una parte pareció tranquilizarle, ya no sentía miedo, y por otra excitarle. Sus ojos se enfocaron en un niño tras otro, examinando la amplia variedad de ellos.

—¿Tratará de robar alguno? —preguntó silenciosamente Akin.

—Si lo hiciera, Eka, probablemente sería a ti. —Dichaan suavizó con humor la afirmación, pero bajo la misma había una seriedad que no pasó desapercibida para Akin. Probablemente el hombre no quería hacer ningún daño, no era un ladrón de niños; pero Akin tendría que andarse con cuidado, no debía permitirse el quedarse a solas con Tino.

La gente trajo comida, la repartió con los demás y con Lilith, al tiempo que aceptaban lo que ella les ofrecía. Como siempre, alimentaban a sus propios hijos y también a los hijos de los demás. Un niño que pudiese caminar podía conseguir porciones de comida en cualquier parte.

Lilith preparó, para Tino y sus hijos pequeños, bocadillos de scigee caliente y quat con pan plano de mandioca, acompañados de judías calientes y muy sazonadas. Como postre había rodajas de piña y papaya. Le fue dando a Akin pequeñas porciones de quat mezclado con mandioca. Y no le dejó tomar teta hasta que se hubo acomodado con todos los demás, para escuchar y hablar con Tino.

—A nuestro pueblo le pusieron el nombre de Fénix antes de que mis padres llegasen al mismo —les contó Tino—. No estuvimos entre los primeros colonos. Llegamos del bosque, medio muertos: habíamos comido algo malo, una especie de fruto de la palmera que, sí, era comestible, pero sólo si uno lo hervía, cosa que nosotros no habíamos hecho. El caso es que llegamos allí casi sin saber cómo, y la gente de Fénix se ocupó de nosotros. Yo era el único niño que tenían…, el único niño humano que habían visto desde antes de la guerra. Se puede decir que todo el pueblo me adoptó, porque… —Se detuvo, contemplando a un grupo de oankali—. Bueno, ya saben. Querían hallar también a una niña pequeña; pensaban que, quizá, los pocos pequeños que no habíamos llegado a la pubertad antes de que nos soltasen de la nave pudiésemos ser fértiles si nos juntábamos al crecer.

Miró al oankali más cercano, que resultó ser Nikanj.

—¿Verdadero o falso? —le preguntó.

—Falso —le contestó suavemente Nikanj—. Les dijimos que eso era falso, pero ellos prefirieron no creernos.

Tino miró a Nikanj, con una expresión que Akin no comprendió. La mirada no era amenazadora, pero Nikanj recogió un poco sus tentáculos corporales, en lo que era el inicio de un gesto de amenaza previo a un golpe de aguijón. Los humanos lo llamaban anudarse o hacerse nudos, y sabían que significaba que el oankali estaba irritándose, o que se encontraba muy alterado. Pocos de ellos se daban cuenta de que también era un acto reflejo, potencialmente letal. Cada uno de los tentáculos sensoriales podía aguijonear. Los ooloi también podían aguijonear con sus brazos sensoriales y, ellos al menos, podían hacerlo sin matar. Los oankali, machos y hembras, y los construidos, sólo podían matar. Akin podía hacerlo con su lengua. Aquélla era una de las primeras cosas que Nikanj le había enseñado que no debía de hacer. Si no se lo hubiera explicado, podría haber descubierto esta habilidad por accidente y matar a Lilith o a algún otro humano. Al principio esta idea le había asustado, pero ahora ya no le preocupaba. Nunca había visto a nadie aguijonear a alguien.

Incluso ahora, el lenguaje corporal de Nikanj sólo indicaba un cierto sobresalto. Pero, ¿por qué tenía que sobresaltarle Tino? Akin empezó a observar a Nikanj en lugar de a Tino. Cuando éste hablaba, todos los largos tentáculos de la cabeza del ooloi se volvían para enfocarle, Nikanj estaba intensamente interesado en este recién llegado. Tras un momento, se puso en pie y se abrió camino hasta Lilith, y le cogió a Akin de los brazos.

Akin había acabado de mamar y ahora se aplastó, solícitamente, contra Nikanj, dándole lo que sabía que él quería: información genética sobre Tino. A cambio, le exigió que le explicase los sentimientos que Nikanj había expresado con el retraimiento de sus tentáculos sensoriales.

En silenciosas pero coloristas imágenes y señales, Nikanj le explicó:

—Cuando era niño, ese humano quiso quedarse con nosotros. No pudimos aceptar quedárnoslo, pero esperamos que volviese con nosotros cuando fuera mayor.

—Entonces, ¿lo conocías?

—Yo me ocupé de su condicionamiento. Entonces, él sólo hablaba español, y éste es uno de los idiomas humanos que yo domino. Él sólo tenía ocho años de edad y no me temía. Yo no quería dejarlo ir: Todos sabíamos que sus padres echarían a correr en cuanto los soltásemos, se convertirían en resistentes, y quizá morirían en el bosque. Pero no pude obtener un consenso. No somos buenos para criar niños humanos, así que nadie quería romper esa familia. Y ni siquiera yo quería forzarles a todos ellos a quedarse con nosotros. Teníamos grabaciones de los tres, de modo que, si morían o seguían en la resistencia, podríamos fabricar copias genéticas de ellos, para que naciesen de humanos comerciantes. No se perderían para el banco genético. Así que decidimos que tendríamos que conformarnos con esto.

—¿Te ha reconocido Tino?

—Sí, pero de un modo muy humano, pienso. No creo que comprenda por qué he atraído su atención. No tiene un acceso completo a su memoria.

—No comprendo eso.

—Es algo muy humano. La mayoría de los humanos pierden el acceso a los viejos recuerdos a medida que adquieren otros nuevos. Por ejemplo, saben hablar, pero no recuerdan haber aprendido a hacerlo. Normalmente conservan lo que les ha enseñado la experiencia…, pero pierden la experiencia en sí. Nosotros podemos hacerles recuperar lo olvidado, hacer que lo recuerden todo…, pero, para muchos de ellos, eso sólo serviría para crearles confusión. El recordar tanto de sus memorias les distraería del presente.

Akin recibió una impresión de un humano anonadado, cuya mente estaba tan sobrecargada por el pasado que cada nueva experiencia ocasionaba automáticamente el revivir varias otras antiguas, las cuales a su vez hacían revivir otras más…

—¿Me pasará eso a mí? —preguntó temerosamente.

—Naturalmente que no; ningún construido es así. Nos andamos con cuidado.

—Lilith tampoco es así, y ella lo recuerda todo.

—Habilidad natural, más algunos cambios que le hice. Ella fue elegida con mucho cuidado.

—¿Cómo te volvió a encontrar Tino? ¿Lo trajiste aquí antes de que los soltaseis? ¿Recordaba el lugar?

—Este lugar no existía cuando dejamos ir a su familia y a algunos otros. Probablemente iba siguiendo el río. ¿Tenía una canoa?

—No creo. No sé.

—Si sigues el río y mantienes los ojos bien abiertos, hallarás pueblos.

—Nos encontró a mamá y a mí.

—Él es humano…, y un resistente. No querría, simplemente, entrar en un pueblo sin más. Preferiría antes echarle una ojeada… Y tuvo la buena fortuna de hallar a algunos habitantes inofensivos del pueblo…, gente que podía meterlo, sano y salvo, en el lugar, o que podía decirle por qué valdría más que evitase ese sitio.

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