Rojas: Las mujeres republicanas en la Guerra Civil (11 page)

BOOK: Rojas: Las mujeres republicanas en la Guerra Civil
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   Las feministas del siglo XIX no eran sufragistas y, por consiguiente, la lucha por su derecho al voto no formaba parte de sus estrategias de resistencia, y no exigían esos derechos influidas, sin duda, por la cultura política española. Las pocas feministas que sobresalieron en ese siglo, como Concepción Arenal y Emilia Pardo Bazán, no defendieron los derechos políticos de las mujeres de forma explícita, aunque llegaron a exigir que se les reconociera como individuos cuya función de madres y esposas no fuera lo único que les definiera. La desconfianza de Pardo Bazán en la política reflejaba la cultura general de la época, que disociaba el progreso de la lucha por los derechos políticos.
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La revista
La Mujer
advertía muy claramente que la participación de la mujer en la política no se contaba entre los objetivos de la emancipación femenina.
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Como en 1899 escribió Adolfo Posada, jurista, profesor de universidad, defensor de los derechos de la mujer y el equivalente español de John Stuart Mill, “Conceder el voto a la mujer aun para las elecciones locales está tan distante de la opinión pública dominante sobre la capacidad política de la mujer, que no es en España ni cuestión siquiera”
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.
   El feminismo español solía justificar los derechos de la mujer basándose en la idea de la diferencia de género y se centraba más en sus derechos sociales y civiles que en la igualdad con el hombre. Esta insistencia en los derechos civiles y sociales antes que en las prerrogativas políticas no sólo hay que atribuirla a la debilidad del sistema político liberal y democrático en España, sino también al predominio del discurso de la domesticidad y la vigencia de la cultura de género.
   Hasta principios del siglo XX, la emancipación y los derechos de la mujer eran los conceptos que se utilizaban para identificar las cuestiones femeninas. Sin embargo, en 1899, el término feminismo se generalizó en la prensa y las revistas de la sociedad española gracias al impulso recibido por la publicación del libro
Feminismo
de Adolfo Posada. Este libro, dedicado a los antiguos alumnos de la Institución Libre de Enseñanza, se basaba en una serie de artículos publicados previamente en
La España Moderna
. Con esta obra, la autoridad de un profesor universitario legitimó las reivindicaciones del feminismo con mucha más rapidez que las voces femeninas del momento y en 1915 se llegó a discutir la cuestión del feminismo en instituciones oficiales tan eminentes como la Academia de Jurisprudencia y Legislación de Barcelona.
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También para entonces las mujeres habían adoptado el término feminismo, que difundieron rápidamente aunque con diferentes interpretaciones del mismo.
   A pesar de que el discurso de la diferencia de género seguía vigente, el término feminismo se incorporó al vocabulario reivindicativo de las mujeres. También es cierto que las demandas feministas se articularon a partir de un contexto socio-familiar que reconocía estas diferencias y excluía el principio de igualdad de su definición. La corriente mayoritaria de pensamiento feminista se basaba en la diferencia de género y en la proyección del rol social femenino de esposa y madre a la esfera política. Aunque no llegó a poner en duda la definición de género de la mujer como madre, en cierta medida cuestionaba uno de los elementos básicos del discurso de la domesticidad, a saber, su restricción a la esfera privada. Esta objeción a la separación de los ámbitos público y privado y la redefinición de los espacios femeninos dentro de los confines de ambos iban a facilitar a la larga la legitimidad de un discurso más abierto, individual e igualitario en la formulación del feminismo español. En este sentido es significativo que la promotora catalana de los derechos de la mujer, Dolors Monserdà, interpretara el feminismo como una lucha de la mujer para conseguir tales derechos y para perfeccionar la misión de la mujer en la familia y la sociedad. La meta del feminismo era “trabajar por el perfeccionamiento de la mujer y de su misión en la familia y la sociedad, por la defensa de sus derechos y, finalmente, protestar por las vejaciones e injusticias perpetradas contra ella”
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   Aunque el discurso de la diferencia de género seguía imperando y las reivindicaciones feministas se articulaban a partir de un contexto socio-familiar, los componentes del feminismo español eran bastante complejos. Aunque no se basaba en la igualdad con los hombres, sus diferentes canales abarcaban los derechos políticos colectivos a través de su reclamación de los derechos colectivos sociales. Otras, en cambio, lo vinculaban con el movimiento de reforma católica o demandas de signo nacionalista en el caso del País Vasco y Cataluña.
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Estas formulaciones diferentes lograron a veces una redefinición de los términos de igualdad y diferencia, político y social, público y privado. De hecho, cabe destacar que una de las características de construcción histórica del feminismo en España en su voluntad de redefinirlo en abierto contraste con las concepciones divulgadas desde el feminismo internacional.
   Muchos de los movimientos femeninos que tenían lugar en España en los albores del siglo XX participaban activamente en el movimiento de reforma católica y redefinieron una versión del feminismo más en consonancia con sus convicciones ideológicas. Así, conforme a los parámetros políticos e ideológicos de los movimientos nacionalista catalán y reformista católico en los que colaboraba, Dolors Monserdà redefinió el término “feminista” en 1909 en su obra
Estudi Feminista
. Rechazaba explícitamente la base cultural laica, seglar y ajena del feminismo británico y americano y redefinió su versión en armonía con los valores catalanes tradicionales.
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Como ella dijo, su propósito al escribir el libro era neutralizar el efecto de un feminismo ajeno que “florece en centros laicos donde, con la promesa de mejorar la vida de las mujeres, se expresan doctrinas subversivas y tremendamente desmoralizadoras porque alteran los principios y las verdades fundamentales de la Religión, la Familia y la Sociedad”
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   En contraste, el anticlericalismo y una dura crítica de la religión constituían la base de otra corriente de feminismo que prosperaba en los círculos republicanos y librepensadores. Ángeles López Ayala era la promotora más importante de esta idea del feminismo a finales del siglo XIX. A través de las páginas de numerosas publicaciones como
El Librepensador, periódico de la mujer y órgano del Librepensamiento
y
El Gladiador del Librepensamiento
, apoyó la idea de que, para lograr la emancipación, las mujeres tenían que librarse de las restricciones que les imponían la Iglesia y la religión.
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A principios del siglo XX, las mujeres republicanas eran muy activas en Cataluña, Andalucía y Madrid pero permanecieron dentro del marco del feminismo social. Comprendieron que el sufragio femenino no era una exigencia inmediata del feminismo debido, entre otras razones, a la influencia conservadora de la Iglesia Católica sobre el voto de las mujeres.
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   El movimiento católico femenino de España estaba muy extendido y se proponía la unión armoniosa de las mujeres de clase obrera y clase media dentro de la jerarquía social muy estratificada; estaba promovido por María de Echarri, una católica reformista, inspectora de trabajo y miembro del Instituto para la Reforma Social. Según su forma de ver la emancipación femenina, las mujeres debían trabajar en una armonía interclasista, en una “gran familia social” que describió como una sociedad estratificada “donde no hay animosidades, no existe la venganza, sino que más bien los de arriba protegen a los de abajo y los de abajo respetan y aman a sus superiores”. El propósito declarado del movimiento católico femenino era combatir el crecimiento de un “socialismo sin Dios, sin un respeto por lo divino ni lo humano” y promover la armonía social en el seno de una sociedad socialmente estratificada.
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Aunque estas mujeres tenían una actitud conservadora y defendían abiertamente los valores de género tradicionales, al mismo tiempo reorientaban sus aspiraciones hacia la “regeneración” y modernización de las españolas dándoles facilidades para que recibieran una educación adecuada y una formación profesional que les permitiera una mejor preparación para desempeñar su papel en la sociedad. Su rechazo de las posturas convencionales hacia las mujeres les llevó a pedir mayores facilidades educativas para éstas y una mejora de la condición femenina, pero siempre dentro de los confines de los roles de género. Esta actitud no les llevó a poner en duda la supremacía masculina aunque sí influyó en la búsqueda de más oportunidades educativas y laborales para ellas, así como en una mayor aceptación de su derecho al trabajo remunerado. Tampoco cabe duda de que las mujeres de clase alta, que participaban en el empeño educativo y en las actividades de reforma social durante esos años, estaban forjando un nuevo terreno en la esfera pública. La reforma social católica era una causa aceptable en sus círculos sociales porque estaba conforme con las costumbres y valores de la sociedad española, y, en este contexto, las mujeres lograron crear espacios de actuación cultural y social fuera de los límites del hogar.
   La movilización de las mujeres dentro de los cánones del discurso nacionalista conservador y la proyección socio-política de las mujeres activistas constituyen elementos que pueden ilustrar el desarrollo de los nacionalismos catalán y vasco a principios del siglo XX así como la construcción de la identidad nacional desde una perspectiva de género.
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La trayectoria del movimiento de mujeres en Cataluña muestra muy claramente que la clásica interpretación del desarrollo de la primera oleada del feminismo en las zonas con un mayor crecimiento económico e industrial y una clase media más amplia no es necesariamente válida, porque en el País Vasco y Cataluña, precisamente las dos regiones industriales más importantes, el movimiento para la promoción de las mujeres era menos sufragista y tenía un fundamento nacionalista conservador y reformista católico. Indudablemente, tanto el crecimiento de la Emakume Abertzale Batza, la organización femenina vasca que tuvo como modelo la organización nacionalista de mujeres irlandesas Cumann na mBan, como del movimiento femenino nacionalista catalán,
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debe situarse en el contexto más amplio del desarrollo de los movimientos nacionalistas en ambas regiones.
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El movimiento catalán generó un interés colectivo por la promoción de la mujer y sirvió de foro para la construcción de un tipo de feminismo basado en la identidad cultural catalana, un componente decisivo de su modalidad de feminismo nacionalista.
   Asimismo, el desarrollo del movimiento de mujeres en Cataluña estuvo también ligado a la lucha por la modernización de la sociedad, incluidas sus estructuras socio-económicas. A su vez, esta lucha dio origen a un interés cada vez mayor por la creación de una versión catalana de la “nueva mujer moderna” no sólo en consonancia con los factores de la modernidad europea, sino también como guardiana de los valores culturales catalanes tradicionales.
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La modernización de Cataluña se emprendió bajo el escudo de un marco ideológico que se apoyaba en el conservadurismo político, el nacionalismo catalán y el reformismo católico decididos a garantizar la hegemonía política de la burguesía catalana, reducir las tensiones de clase en una Barcelona sumamente conflictiva y movilizar a toda la población en un movimiento nacionalista interclasista. A las burguesías catalanas como Dolors Monserdà y Francesca Bonnemaison les interesaba especialmente promover una línea de “feminismo” que correspondiera a sus intereses políticos. Una de las prioridades de su programa era movilizar a las mujeres en la causa del nacionalismo conservador catalán y crear organizaciones obreras femeninas en conexión con los reformistas católicos.
   Desde 1910 en adelante, la alteración de los modelos culturales cambió la visión sobre las mujeres, en tanto que la nueva identidad nacional catalana que se estaba creando tenía unas connotaciones de género significativas. Los principales dirigentes políticos catalanes, como Enric Prat de la Riba, expresaron claramente que era fundamental la participación de la mujer en la concepción de la identidad nacional catalana a través de la socialización de sus hijos y como guardiana de la familia. Las catalanas eran plenamente conscientes de la importancia de ese rol y, a ese respecto, de la necesidad de adquirir una preparación específica y una formación cultural.
   Resulta significativo que una de las revistas femeninas catalanas más importantes,
Or y Grana
, tuviera por subtítulo “Un semanario autonomista para mujeres, propulsor de una Liga Patriótica de Damas”.
Or y Grana
, publicada en 1906 bajo los auspicios de Solidaritat Catalana, afirmaba que era la “encarnación femenina de los sentimientos patrióticos”, al tiempo que la “Liga Patriótica de Damas” asociaba el progreso de la patria a la familia y, de ese modo, a las mujeres, por ser las proveedoras básicas tanto de la una como de la otra. En su manifiesto declaraban: “El fundamento de la Patria es la Familia; el fundamento de la Familia es la mujer. Catalanas: al defender la Patria defendemos la Familia. Al defender el hogar defendemos el amor”
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. Aunque el movimiento catalán a favor de la promoción de la mujer era políticamente conservador, llegó a poner en tela de juicio ciertas normas de género y exigió el acceso de las mujeres a la esfera pública y el reconocimiento público de su posición social. Las catalanas abogaban por los derechos sociales de la mujer y exigían una reconceptualización del trabajo femenino al tiempo que reclamaban su derecho a una formación profesional y unos salarios justos.
   Este movimiento jugó también un papel determinante en la mejora de las oportunidades educativas de las mujeres de Cataluña. Como ya hemos visto, su campaña educativa estaba destinada, en parte, a las chicas de clase media alta; sin embargo, dieron prioridad a la formación profesional de las muchachas de la pequeña burguesía y de las clases trabajadoras en los nuevos oficios femeninos en los ámbitos del comercio y del trabajo de oficina. Creada por Francesca Bonnemaison, el Institut de Cultura I Biblioteca Popular de la Dona era la institución educativa más importante de España en lo que concierne a la capacitación profesional de las chicas de las clases media baja y obrera. Debido a la feminización del trabajo de oficina y al hecho inevitable de que muchas mujeres se vieran obligadas a ganarse la vida, el Institut (1910-1936) ofrecía a las chicas una formación cultural general, doméstica y profesional que las preparaba para trabajar y desempeñar un papel activo en la sociedad civil. Sin embargo, no cuestionaba el discurso de la domesticidad y aceptaba la diferenciación de los roles de género.
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