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Authors: Javier Casado

Rumbo al cosmos (6 page)

BOOK: Rumbo al cosmos
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Esta actitud de una parte de su país hacia él, quedaría bien reflejada en las claras palabras de un alto cargo de la NASA que prefiere permanecer en el anonimato, en una entrevista realizada años después de la muerte de nuestro protagonista:
“Mentimos cuando trajimos a Von Braun aquí y le dijimos que mantuviese su boca cerrada. ¿Puedes imaginártelo asistiendo a una conferencia de prensa para explicar que fue miembro del partido nazi? Eso habría sido su final, y el del programa espacial. ¡El pobre diablo no tenía elección! No podía hacer más que aguantar y tragar. La gente dice que Von Braun nos utilizó, pero la verdad es que nosotros lo utilizamos a él.”

Su figura, aún hoy, crea división en la sociedad norteamericana, aunque, evidentemente, ya no es la relevante figura que fue en su día. Mientras algunos se empeñan aún en retratarlo como nazi, otros se sienten ofendidos por la ingratitud que todo esto representa hacia quien los llevó hasta lo más alto en el programa espacial. Las palabras de Tom Carney, periodista de Huntsville, pueden resumir este dilema:
“Wernher von Braun apoyó a su país nativo en tiempos de guerra, y por ello soportó el estigma del nazismo durante el resto de su vida. Cuando todo [el ruido de] las acusaciones finalmente se apague, quizás los historiadores puedan mirar al hombre y descubrir quién fue realmente… un leal ciudadano alemán, que se convirtió en un gran héroe americano
.”

Treinta años después de su muerte, Wernher von Braun sigue siendo una figura controvertida. Como decíamos al comienzo de este libro, es imposible resumir en pocas palabras lo que este hombre ha significado para la historia del siglo XX, y para la historia de la Ciencia y la Tecnología. Pero en cualquier caso, y dejando aparte cualquier otra consideración que sobre él pueda hacerse desde un punto de vista personal o subjetivo, hay una corta frase, utilizada por el London Daily Mail con motivo de sus funerales, con la que le podemos definir con total seguridad: Wernher von Braun sin duda fue
el hombre que nos dio la Luna
.

Extracto del epílogo de la obra “Wernher von Braun, entre el águila y la esvástica”, de Javier Casado y publicado por Melusina. (ISBN:84-96614-57-3)

El “misterio” de la muerte de Yuri Gagarin

Como cualquier otra área de la actividad humana que llame la atención del público, el mundo de la astronáutica tiene sus propias teorías de la conspiración. La más famosa es la relacionada con el supuesto fraude de la llegada a la Luna, pero también existen otras menos conocidas para el gran público, al menos en occidente. Una de ellas es la relacionada con la muerte del gran héroe soviético, el primer hombre en subir al espacio: Yuri Gagarin.

La historia del programa espacial soviético estuvo rodeada de un gran secretismo desde sus inicios hasta la llegada de la apertura informativa y la democratización del régimen (las mundialmente conocidas
glasnost
y
perestroika
) impulsadas por Mijail Gorvachev en los años 80. La información que se daba del programa de cara al exterior era en general escasa y a veces incluso falsa, habitualmente con la intención de ocultar los fallos y problemas del programa y dar una imagen al exterior de armonía y buen hacer.

Como consecuencia de ese secretismo y esa falta de información, el régimen consiguió a veces justamente lo contrario de lo que perseguía: en lugar de ocultar fallos, el secretismo dio lugar a una serie de rumores que fueron creciendo y distorsionándose hasta crear lo que habitualmente se conoce como “leyendas urbanas”, a menudo mucho más siniestras que los hechos reales que había detrás. Leyendas que no sólo circulaban por occidente: el secretismo era igual de intenso tanto fuera como dentro del país (lógicamente, pues en caso contrario nada habría impedido no sólo a los medios de inteligencia, sino a los medios de comunicación occidentales, conocer la verdad). De esta forma, esas leyendas negras tuvieron eco tanto al otro lado del telón de acero como en la propia Unión Soviética.

En el contexto de estas leyendas negras encontraría un magnífico caldo de cultivo la teoría de la conspiración, la idea de que oscuras tramas se movían detrás de los aparentes éxitos del programa espacial soviético, ocultando oscuras maniobras de todo tipo. Entre ellas estaría la supuesta maquinación del gobierno alrededor de la muerte del gran héroe de la Unión Soviética, el primer hombre que subió al espacio, Yuri Gagarin.

Gagarin: héroe nacional

Gagarin había asombrado al mundo entero, pasando para siempre a la Historia, cuando el día 12 de abril de 1961 se había convertido en el primer hombre que escapaba a la gravedad terrestre para orbitar la Tierra a bordo de su nave Vostok. A sus 27 años, una sola vuelta a nuestro planeta a bordo de una pequeña esfera metálica lo había hecho pasar de ser un desconocido teniente de aviación a un personaje histórico de enorme trascendencia.

Yuri Gagarin había sido seleccionado por varias razones. Había sido uno de los seis seleccionados como grupo de élite de entre los primeros veinte aspirantes a cosmonautas, en base a puntuaciones obtenidas en las pruebas físicas, teóricas, y psicológicas. Aunque Gagarin destacaba en todo ello, desde un punto de vista objetivo quizás no era el mejor preparado; pero sí era el más adecuado, por su simpatía, su saber estar, su camaradería, su talante amable y amigable... Además, era de etnia rusa y procedía de una familia de clase trabajadora, el perfecto arquetipo del ciudadano soviético; y tenía tal calado entre sus compañeros que en una encuesta anónima, de los veinte candidatos a cosmonauta, diecisiete lo votarían como el que debería ser el primer hombre en el espacio. El general Kamanin, responsable del recién creado cuerpo de cosmonautas, tenía claro el papel que tendría que asumir el primer hombre en subir al espacio como representante de toda una nación a nivel mundial, y por ello su elección estuvo clara: Gagarin fue el elegido.

Imagen: Yuri Gagarin, idolatrado como Héroe de la Unión Soviética y ruso modelo. (
Foto: archivos del autor
)

Tras su histórica misión, Gagarin se convirtió en un embajador a nivel mundial del avance tecnológico de la Unión Soviética. El gobierno de aquel país explotó su fama a través de charlas y conferencias a lo largo y ancho del globo terrestre, aunque centrándose más, lógicamente, en los países situados al otro lado del Telón de Acero. La actividad de Gagarin se haría mucho más mundana, aunque sin abandonar nunca la esfera de la exploración espacial tripulada; de hecho, en 1963, sólo dos años después de su vuelo, pasó a hacerse cargo del Centro de Entrenamiento de Astronautas, actividad que, junto con las otras más políticas, centraría su trabajo en los próximos años. Todo ello sin descartar en un principio la posibilidad de una nueva misión orbital, estando considerado como uno de los candidatos a pilotar alguna de las primeras misiones con la nueva nave Soyuz, cuando entrase en servicio.

Pero esto nunca llegaría a ocurrir. En marzo de 1968, casi exactamente siete años después de su histórico vuelo orbital del 10 de abril de 1961, Yuri Gagarin moría en accidente de aviación mientras se entrenaba a bordo de un reactor. Tenía entonces 34 años.

La muerte de un ídolo

Su muerte conmocionó a la Unión Soviética. Gagarin se había convertido en algo más que un simple mortal para el pueblo ruso: era un símbolo, un héroe, un modelo a imitar. Su hazaña lo había hecho admirable, y su sonrisa y su don de gentes, adorable. El gobierno lo había nombrado Héroe de la Unión Soviética. El pueblo lo admiraba y lo quería. Los cosmonautas lo veneraban como a un maestro, a pesar de su juventud y escasa experiencia. Sus gestos se repetirían supersticiosamente como si fuera un semi-dios: aún hoy día, los cosmonautas rusos que van a iniciar una misión espacial, paran en su recorrido en autobús a mitad de camino hacia la plataforma para descender del vehículo y orinar contra la rueda; lo mismo que hizo Gagarin el día que pasó a la historia al convertirse en el primer hombre en subir al espacio. En la estación espacial Mir, fotos de Gagarin adornaban las paredes. Algunos analistas lo han expresado muy gráficamente: en un país donde se había abolido la religión, Gagarin había ocupado el puesto reservado a los santos.

Por ello, su muerte supuso un tremendo impacto no sólo sobre los participantes en el programa espacial, sino sobre todo el pueblo ruso. Y la escasa información que el gobierno hizo pública sobre su muerte favoreció que floreciesen las más variopintas conjeturas.

Era el 27 de marzo de 1968, y Yuri Gagarin estaba realizando un vuelo de entrenamiento a bordo de un reactor MiG-15 biplaza, acompañado del instructor Vladimir S. Seregin. Ese día no volvieron a la base, y la posterior búsqueda sólo encontró los restos del avión y los cuerpos de los dos pilotos. Unos días después, ambos eran enterrados con todos los honores en el muro del Kremlin, con cientos de miles de moscovitas presenciando la ceremonia.

La causa oficial del accidente fue un error humano: un giro brusco del aparato que habría ocasionado una pérdida de control, estrellándose contra tierra. Pero de cara a la opinión pública, ni siquiera esto fue claramente explicado, probablemente por proteger la imagen del cosmonauta. Apenas se proporcionaron detalles sobre el accidente, y, como siempre, la falta de información dio lugar a decenas de teorías, a cuál más pintoresca. La favorita, la que apuntaba a que la muerte de Gagarin había sido un atentado de estado, para quitarse de en medio un personaje incómodo, una criatura de Jrushchev (el destituido y ahora denostado líder soviético bajo cuyo mandato había tenido lugar la misión de Gagarin), y un personaje público cuya imagen últimamente corría peligro por ciertas actitudes “poco ejemplarizantes”.

Rumores conspirativos

Esto último hacía referencia a la vida un tanto disoluta que llevaba Gagarin tras su meteórico ascenso a la fama: aunque se intentaba mantener en secreto para no alterar su imagen de ruso modelo, parece que la popularidad empezaba a subírsele a la cabeza, conduciendo a no pocas noches de borrachera y a una justificada fama de mujeriego (a pesar de estar casado). Son significativas las palabras de su jefe Kamanin al respecto, según escribiría en sus diarios:

Hubo muchas situaciones en las que Gagarin escapó milagrosamente de graves problemas. Estas situaciones solían ocurrir cuando asistía a fiestas, conducía coches o barcos, o cuando cazaba con los grandes jefes. Me preocupaba particularmente su [afición a] conducir coches a grandes velocidades. Tuve un montón de charlas con Yuri al respecto. El estilo de vida activo, las reuniones interminables y las sesiones de bebida estaban cambiando la imagen de Yuri notablemente, y lentamente, pero sin pausa, borrando su encantadora sonrisa de su cara.

Con pocos datos oficiales sobre su muerte, y las inevitables filtraciones sobre este estilo de vida decadente desde un punto de vista estrictamente comunista, las teorías de la conspiración ganaron credibilidad. No hay nada como dar poca información para que los rumores crezcan y se extiendan con rapidez, a menudo con un contenido mucho más retorcido que la simple realidad.

La realidad era que Gagarin era un piloto mediocre. Siempre lo había sido: sólo tenía 230 horas de vuelo en su haber cuando fue seleccionado como cosmonauta, dada la poca importancia que se daba en la URSS a la pericia como piloto para subir en una nave espacial que estaba casi totalmente automatizada. Pero últimamente la situación se había agravado aún más: convertido en un héroe nacional, tras el accidente de la Soyuz 1, en abril de 1967, Kamanin informó a Gagarin que nunca volvería al espacio; la Unión Soviética no podía permitirse arriesgar a un símbolo en una actividad que se había demostrado que podía ser mortal. También se le apartaría de los vuelos de entrenamiento por la misma razón. Fue un durísimo golpe para el cosmonauta, aunque lo asumió sin protestar.

Pero un año después la situación parecía haberse relajado, y, a petición del propio Gagarin, en marzo de 1968 consiguió la autorización para reanudar sus vuelos de entrenamiento. A su escasa experiencia se había unido un año sin volar, y un mes después tendría lugar el accidente.

A pesar de todo, como decimos, la teoría de la conspiración siempre resultaría más atractiva para un gran número de personas, tanto en occidente como en la propia Unión Soviética. No sería hasta la democratización del sistema soviético que se tendrían pruebas más sólidas de las verdaderas causas del accidente en el que murieron Gagarin y su instructor.

La realidad

En 1987, un grupo de investigadores decidieron reabrir el caso de la muerte de Gagarin. Examinando los datos de los archivos y utilizando sofisticados programas de ordenador, consiguieron reconstruir los hechos que condujeron al accidente. También demostraron que, a pesar de todo, no había sido un error humano el causante del mismo. Al parecer, y como sucede a menudo, habían sido múltiples causas las que habían conducido al accidente. Entre ellas, un deficiente control de tráfico aéreo y escasa información suministrada a los pilotos sobre la altura de las nubes en esa área. Por otra parte, parece ser que se habían violado los criterios de seguridad al permitir el vuelo de dos MiG-21 y otro MiG-15 a la vez en la misma zona. Parece ser que, iniciando su vuelta a la base, en un giro con descenso a través de las nubes y sin referencia visual, el otro MiG-15 se cruzó con el de Gagarin a una distancia de sólo 500 metros, sin que ni siquiera su piloto se diese cuenta. En cuestión de segundos, el avión de Gagarin se encontraba inmerso en la estela de vórtices dejada por este avión, comenzando una barrena fuera de control. Gagarin y su instructor consiguieron controlar el aparato, pero estaban aún dentro de las nubes, y desconocedores de su altura real (estaban a 400-600 metros sobre el suelo, aunque ellos creían estar 200-300 metros más altos). Su ángulo de ataque en el momento de salir de la barrena era de setenta grados, lo que provocó su entrada en pérdida. A tan poca altura del suelo, no hubo forma de recuperar el aparato de la pérdida, y para cuando se apercibieron de su altura real ni siquiera tuvieron tiempo de actuar el sistema de eyección de sus asientos: cinco segundos después, se habían estrellado contra el suelo.

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