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Authors: Don Winslow

Tags: #Intriga

Salvajes (30 page)

BOOK: Salvajes
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282

Entonces todo queda en silencio.

Salvo Magda, que chilla bajo su mordaza y llega a trompicones a los brazos de su madre, que dice:

—Matadlos.

283

El mundo estalla en disparos.

Ben aprieta más a O. contra el suelo, pero ella se escabulle de debajo de él.

Se arrastra por el suelo del desierto, coge la pistola de Lado, que ha quedado tirada, y empieza a disparar, lo mismo que Ben...

284

Sujetando un fusil contra el pecho y con el otro enganchado a su espalda, Chon se arrastra por el suelo hacia Ben y O. y va disparando a medida que avanza.

Apunta a cada destello que sale de la boca de un arma y los
sicarios
no saben disparar mientras se mueven.

Flashback.

Emboscadas nocturnas en Istán.

Sin embargo, sabe que ahora está combatiendo por Ben y por O., que vienen a ser su patria.

285

De pronto, el silencio.

Chon se incorpora con cautela para ver.

Bañada por la luz de la luna, Elena está sentada en el suelo, con la espalda apoyada en la parrilla del Land Rover. A su lado, como si fuesen perros guardianes dormidos, hay tendidos dos
sicarios
muertos de un disparo limpio en la frente.

—¡Magda! ¡Magda! —grita Elena.

Chon ve a la muchacha dando traspiés en medio del vidrillo y la maleza, tratando de alejarse de la escena.

«Ya habrá tiempo para ella después», piensa.

Apunta el fusil a la cabeza de Elena.

Ella alza la mirada hacia él y dice:

—Dispara. Total, ya has matado a mi hijo.

O. está de pie junto a él.

La sangre —negra bajo la luz plateada— le chorrea por el brazo tatuado como una cascada en la selva. Sale de la boca de la sirena y serpentea en torno a las enredaderas submarinas.

Chon trata de alzar el arma, pero el hombro herido se lo impide. El brazo se le entumece y el fusil cae al suelo.

—No puedo —dice él.

Elena sonríe a O. y le dice:

—¿Lo ves,
m'hija
? ¿Ves lo que son los hombres?

O. levanta el fusil que Chon ha dejado caer.

—Yo no soy su hija —dice.

Y aprieta el gatillo.

286

Chon alcanza a Magda, que, conmocionada, va dando traspiés por el desierto, y la coge de la muñeca.

Él sabe lo que tiene que hacer, si quieren salir de ésta. Todos lo saben: si la dejan viva, tienen que huir aquella misma noche y no regresar nunca más.

Chon se da la vuelta.

O. sacude la cabeza.

Ben también.

Chon desprende la cinta adhesiva de la boca de la chavala y hace lo mismo con la de las muñecas. La dirige hacia el Suburban.

—Vete de aquí. Lárgate ahora mismo.

Magda camina hacia el coche con paso vacilante y se sube. Al cabo de unos instantes, arranca en medio de un remolino de tierra y sale hacia la autopista.

Chon se acerca hacia Ben y O.

En aquel preciso instante, Ben se desploma.

287

Chon se arrodilla junto a ellos, da la vuelta a Ben con toda la suavidad posible, pero Ben grita de dolor.

Chon le abre la chaqueta y, por lo que ve, se da cuenta.

Saca la morfina y la jeringa de su propio bolsillo.

Busca una vena en el brazo de Ben y se la inyecta.

288

—Va a morir de todos modos, ¿verdad? —pregunta O.

—Sí.

—No quiero abandonarlo.

—No.

Chon rompe otra ampolla y vuelve a llenar la jeringa. O. le presenta el brazo. Chon busca una vena y se la inyecta.

A continuación, repite el proceso con él mismo.

289

O. está acostada con los brazos en torno a Ben.

Él presiona su espalda contra el estómago cálido de ella.

—Te va a gustar Indonesia —murmura.

—Seguro que sí.

O. le acaricia la mejilla —Ben, cálido y tierno— y le pide:

—Cuéntame cómo es.

Con tono soñador, Ben le habla de las playas doradas ribeteadas de collares de selva esmeralda, de un agua tan verde y tan azul que sólo un Dios colocado habría podido soñar aquellos colores. Le describe unas aves enloquecidas de lo más variopintas, que, instigadas por el amanecer, entonan
riffs
a lo Charlie Parker, y hombres menudos y morenos y mujeres delicadas y morenas, con sonrisas tan blancas y tan puras como el invierno y corazones a juego. Le habla también de atardeceres de un fuego suave, tibio, pero no ardiente, y de noches negras satinadas, iluminadas sólo por la luz de las estrellas.

—Parece el Paraíso —dice ella y añade—: Tengo frío.

Chon se tumba detrás de O. y se aprieta contra ella. El calor de su cuerpo le produce una sensación agradable. Él pasa la mano por encima de ella y coge la de Ben.

Ben la agarra con fuerza.

290

O. escucha los sonidos en su cabeza.

Olas que rompen suavemente sobre los guijarros.

Escucha los latidos de su propio corazón y los de sus hombres.

Fuertes, pero cada vez más lentos.

Hace calor ahora en el vientre de sus dos hombres.

O.

Viviremos en la playa y comeremos lo que nosotros mismos pesquemos. Cogeremos fruta fresca y treparemos a los árboles a buscar cocos. Dormiremos juntos sobre esteras de hojas de palmera y haremos el amor.

Como salvajes.

Unos salvajes bellos, bellísimos.

A
GRADECIMIENTOS

Tengo que agradecer a muchísimas personas: a mi agente, Richard Pine, a quien debo una cena y mucho más; a mi amigo Shane Salerno, por aconsejarme que dejara todo lo demás y me pusiera a escribir este libro; a David Rosenthal, porque le gustaron las páginas; a mi editora, Sarah Hochman, por todo lo que las ha mejorado; a Matthew Snyder, por sacarlo a la luz, y, con gratitud, a Oliver Stone, por verlo de verdad. Además, como siempre, a mi mujer, Jean, por soportarnos, al libro y a mí.

N
OTAS

[1]
Las palabras castellanas que aparecen en cursiva estaban en castellano en el original en inglés. (
N. de la T.
)

[2]
Como el autor inventa la palabra
humanatarian
en lugar de la palabra inglesa
humanitarian
, hemos decidido hacer lo mismo en castellano. (
N. de la T.
)

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