Read Seis problemas para don Isidro Parodi Online

Authors: Jorge Luis Borges & Adolfo Bioy Casares

Tags: #Cuento, Humor, Policíaco

Seis problemas para don Isidro Parodi (8 page)

BOOK: Seis problemas para don Isidro Parodi
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»Al día siguiente me invitó a conocer el pueblo del Pilar. Fuimos los dos solos, en su americanita. Como argentino gocé a pleno pulmón en nuestra escapada por la pampa típica y polvorienta. El padre sol derrochaba sus benéficos rayos sobre nuestras cabezas. Los servicios de la Unión Postal se extienden a esos andurriales sin pavimentos. Mientras Muñagorri absorbía líquidos inflamables en el almacén, yo confié a la boca de un buzón un saludo filial a mi editor, al dorso de mi fotografía en traje de gaucho. La etapa del retorno fue desagradable. A los barquinazos de la
vía crucis
, ahora se agregaban las torpezas del borracho; confieso hidalgamente que me apiadó ese esclavo del alcohol y le perdoné el feo espectáculo que me brindaba; castigaba el caballo como si fuera su hijo; la americana zozobraba continuamente y más de una vez temí por mi vida.

»En la estancia, unas compresas de lino y la lectura de un antiguo manifiesto de Marinetti restituyeron mi equilibrio.

»Ahora llegamos, don Isidro, a la tarde del crimen. Lo presagió un incidente desagradable: Muñagorri, siempre fiel a Salomón, asestó una tunda de palos a las asentaderas del Pampa que, seducido por los falaces reclamos del exotismo, se negaba a la portación de cuchillo y rebenquito. Miss Bilham, la institutriz, no supo guardar su lugar y prolongó ese episodio tan poco grato recriminando acerbamente a Muñagorri. No trepido en afirmar que la pedagoga intervino de ese modo tan destemplado, porque tenía en vista otra colocación: Montenegro, que es un lince para descubrir bellas almas, le había propuesto no sé qué destino en Avellaneda. Todos nos retiramos contrariados. La dueña de casa, el maestro y yo nos encaminamos al tanque australiano; Montenegro se retiró a la casa con la institutriz. Muñagorri, obsesionado con la próxima exposición y de espaldas a la naturaleza, se fue a ver otro desfile de toros. La soledad y el trabajo son los dos báculos en que se apoya el verdadero hombre de letras; aproveché un recodo del camino para dejar a mis amigos; fui a mi dormitorio, verdadero refugio sin ventanas donde no llega el eco más remoto del mundo externo: Prendí la luz y entré en el surco de mi traducción popular de
La soirée avec M. Teste
. Imposible trabajar. En el cuarto de al lado conversaban Montenegro y Miss Bilham. No cerré la puerta por temor de ofender a Miss Bilham y para no asfixiarme. La otra puerta de mi habitación da, como usted sabe, al vaporoso patio de la cocina.

»Oí un grito; no procedía del cuarto de Miss Bilham; creí reconocer la incomparable voz de la señora Mariana. Por corredores y escaleras llegué a la terraza.

»Allí, sobre el poniente, con la sobriedad natural de la gran actriz que hay en ella, la señora Mariana indicaba el cuadro terrible que, por desdicha mía, no olvidaré. Abajo, como ayer, habían desfilado los toros; arriba, como ayer, el amo había presidido el lento desfile; pero esta vez habían desfilado para un solo hombre; ese hombre estaba muerto. Por los dibujos del respaldo de paja había entrado un puñal.

»Sostenido por los brazos del alto sillón seguía erecto el cadáver. Anglada comprobó con horror que el increíble asesino había utilizado el cuchillito del niño.

—Dígame, don Formento, ¿cómo se habrá agenciado esa arma el forajido?

—Misterio. El chico, después de agredir a su padre, tuvo un ataque de furia y tiró sus enseres de gaucho detrás de las hortensias.

—Ya lo sabía. ¿Y cómo explica la presencia del rebenquito en la pieza de Anglada?

—Muy fácilmente, pero con razones vedadas a un pesquisa. Como lo demuestra la fotografía que usted ha visto, en la proteiforme vida de Anglada hubo el periodo que llamaremos
pueril
. Aún hoy, el campeón de los derechos de autor y del arte por el arte siente el invencible imán que ejercen los juguetes sobre el adulto.

IV

El 9 de septiembre entraron dos damas de luto en la celda 273. Una era rubia, de poderosas caderas y labios llenos; la otra, que vestía con mayor discreción, era baja, delgada, el pecho escolar y de piernas finas y cortas.

Don Isidro se dirigió a la primera:

—Por las mentas, usted debe ser la viuda de Muñagorri.

—¡Qué
gaffe
! —dijo la otra con un hilo de voz—. Ya dijo lo que no era. Qué va a ser ella, si vino para acompañarme. Es la
fräulein
, Miss Bilham. La señora de Muñagorri soy yo.

Parodi les ofreció dos bancos y se sentó en el catre. Mariana prosiguió sin apuro.

—Qué amor de cuartito, y tan distinto al
living
de mi cuñada, que es un horror de biombos. Usted se ha adelantado al cubismo, señor Parodi, aunque ya no se usa. Con todo yo que usted le hacía dar a esa puerta una mano de Duco por Gauweloose. Me fascina el hierro pintado de blanco. Mickey Montenegro (¿a usted no le parece que es muy genial?) nos dijo de venir a molestarlo. Qué volada haberlo encontrado. Yo quería hablar con usted, porque es una droga estar repitiendo esta historia a comisarios que la aturden a una a preguntas y a mis cuñadas que son un opio.

»Le voy a contar el día 30 desde por la mañana. Estábamos Formento, Montenegro, Anglada, yo y mi marido y nadie más. La princesa, lástima que no pudo venir, porque tiene un
charme
que se acabó con los comunistas. Mire lo que son las cosas de la intuición femenina y de madre. Cuando Consuelo me trajo el jugo de ciruelas, yo tenía un dolor de cabeza que volaba. Lo que son los hombres para la incomprensión. Lo primero fui al dormitorio de Manuel y ni quiso oírme porque le interesaba más su dolor de cabeza que no era para tanto. Las mujeres, como tenemos la escuela de la maternidad, no somos tan flojas. También la culpa la tenía él, por acostarse tarde. La víspera estuvo hasta las mil y quinientas hablando con Formento sobre un libro. Qué se mete a hablar de lo que no sabe. Llegué al final de la discusión, pero en el acto pesqué de qué se trataba. Pepe (Formento, quiero decir) está por imprimir una traducción popular de
La soirée avec M. Teste
. Para llegar a las masas, que al fin y al cabo es lo único, le ha puesto como nombre en español
La serata con don Cacumen
. Manuel, que no quiso nunca entender que sin el amor la caridad es imposible, se había empeñado en desanimarlo. Le decía que Paul Valéry recomienda a los otros el pensamiento pero no piensa, y Formento que ya tiene lista la traducción, y yo que siempre digo en
La Casa de Arte
que hay que traerlo a Valéry a dar conferencias. Yo no sé qué había ese día, pero el viento Norte nos tenía a todos como locos, sobre todo a mí que soy tan sensible. Hasta la
fräulein
no se dio su lugar y se metió con Manuel por el Pampa, que no le gusta el traje de gaucho. No sé por qué le cuento estas cosas, que son de la víspera. El día 30, después del té, Anglada, que no piensa más que en él y que no sabe que odio caminar, se empeñó en que yo le volviera a mostrar el tanque australiano, con tanto sol y tanto mosquito. Por suerte que pude zafarme y volví a leer a Giono: no me diga que no le gusta
Accompagné de la flûte
. Es un libro bestial, que a una la distrae de la estancia. Pero antes quise verlo a Manuel, que estaba en la terraza con la manía de los toros. Serían casi las seis y yo subí por la escalera de los peones. Yo es una cosa que me quedé y dije ¡Ah! ¡Qué cuadro! Yo con la campera salmón y los shorts de Vionnet contra la baranda y, a dos pasos, Manuel clavado en el sillón, que le habían hundido por el respaldo el cuchillito del Pampa. Por suerte, el inocente estaba cazando gatos y se libró de ver esa cosa horrible. A la noche se vino con media docena de colas.

Miss Bilham agregó:

—Las tuve que tirar por la letrina porque daban tan feo olor.

Lo dijo con una voz casi voluptuosa.

V

Anglada, esa mañana de septiembre, estaba inspirado. Su mente lúcida comprendía el pasado y el porvenir; la historia del futurismo y los trabajos de zapa que algunos
hommes de lettres
urdían a su espalda para que él aceptara el premio Nobel. Cuando Parodi creyó que esa verba se había agotado, Anglada esgrimió una carta y dijo con una risa benévola:

—¡Ese pobre Formento! Decididamente los piratas chilenos saben su negocio. Lea esta carta, amigo Parodi. No quieren publicar esa grotesca versión de Paul Valéry.

Don Isidro leyó con resignación:

«Muy Sr. mío:

Cúmplenos repetir lo que ya explicamos en contestación a las suyas del 19, 26 y 30 de agosto ppdo. Imposible costear edición: gastos de
clichés
y derechos de Walt Disney, de impresos para Año Nuevo y Pascua en lenguas extranjeras, hacen impracticable el negocio a menos que usted se avenga a adelantar el importe del pliego único y gastos de almacenamiento en el Guardamuebles La Compresora.

Quedamos a sus gratas órdenes.

Por el subgerente:

Rufino Gigena S.»

Don Isidro, al fin, pudo hablar:

—Esa cartita comercial viene como caída del cielo. Ahora empiezo a atar cabos. Hace rato que usted se da el gusto de hablar de libros. Yo también puedo hablar. Últimamente leí esta cosa que trae esas figuras tan lindas: usted con zancos, usted vestido de criatura, usted biciclista. Mire que me he reído. Quién iba a decirle a uno que don Formento, mozo marica y fúnebre si los hay, supiera reírse tan bien de un sonso. Todos sus libros son un titeo: usted se manda los
Himnos para millonarios
, y el mocito, que es respetuoso, las
Odas para gerentes
; usted,
La libreta de un gaucho
; el otro,
Las apuntaciones de un acopiador de aves y huevos
. Oiga, le voy a contar desde el principio lo que pasó.

»Primero vino un pavote con el cuento de que le habían robado unas cartas. No le hice caso, porque, si un hombre ha perdido algo, no le va a encargar a un preso que se lo busque. El pavote decía que las cartas comprometían a una señora; que no tenía nada con la señora, pero que se carteaban por afición. Eso lo dijo para que yo pensara que la señora era su querida. A la semana vino ese pan de Dios, Montenegro, y dijo que el pavote andaba de lo más preocupado. Esta vez usted había procedido como alguien que de veras ha perdido algo. Fue a ver a uno que todavía no está en la cárcel y que es mentado como pesquisa. Después todos se fueron al campo, murió el finado Muñagorri, don Formento y una tilinga vinieron a fastidiarme y yo empecé a maliciar la cosa.

»Usted me dijo que le habían robado las cartas. Hasta me dio a entender que se las había robado Formento. Lo que usted quería era que la gente hablara de esas cartas y que se imaginaran no sé qué fábulas de usted y de la señora. Después la mentira le salió verdad: Formento le robó las cartas. Las robó para publicarlas. Usted ya lo tenía cansado; con las dos horas de monólogo que usted me ha descargado esta tarde, lo justifico al mozo. Le había tomado tanta rabia que ya no le bastaban las indirectas. Se resolvió a publicar las cartas, para acabar de una vez y para que toda la República viera que usted no tenía nada con la Mariana. Muñagorri veía las cosas de otro modo. No quería que su mujer se pusiera en ridículo con un librito de zonceras. El 29 le paró el carro a Formento. De esta sesión, Formento no me dijo nada; estaban discutiendo el asunto cuando llegó Mariana y tuvieron la finura de hacerle creer que hablaban de un libro que Formento estaba copiando del francés. ¡Qué pueden importarle a un hombre de campo los libros de gente como ustedes! Al otro día Muñagorri se lo llevó a Formento al Pilar, con una carta a los de la imprenta para que pararan el libro. Formento vio el asunto color de hormiga y decidió librarse de Muñagorri. No le dolía mucho, porque siempre había el riesgo de que se descubrieran sus amores con la señora. Esa tilinga no podía contenerse: hasta andaba repitiendo las cosas que le oía (lo del amor y la caridad, lo de la inglesa que no había dado su lugar…). Hasta una vez se traicionó al nombrarlo.

»Cuando Formento vio que el chico había tirado sus prendas de gaucho, comprendió que había llegado la hora. Caminó sobre seguro. Se agenció una buena coartada: dijo que estaba abierta la puerta entre su dormitorio y el de la inglesa. Ni ella ni el amigo Montenegro lo desmintieron; sin embargo, es costumbre cerrar la puerta para esos pasatiempos. Formento eligió bien el arma. El cuchillo del Pampa servía para complicar a dos personas: al mismo Pampa, que es medio loco, y a usted, don Anglada, que se finge amante de la señora y que más de una vez se hizo el nene. Dejó el rebenquito en la pieza de usted, para que lo encontrara la policía. A mí me trajo el libro de las figuras, para darme la misma sospecha.

»Con toda comodidad salió a la terraza y lo apuñaló a Muñagorri. Los peones no lo vieron porque estaban abajo, atareados con los toros.

»Vea lo que es la Providencia. Todo eso había hecho el hombre para sacar un libro con las cartitas de esa tilinga y las felicitaciones de Año Nuevo. Basta mirar a esa señora para adivinar lo que son sus cartas. No es milagro que los de la imprenta les sacaran el cuerpo.

Quequén, 22 de febrero de 1942.

Las previsiones de Sangiácomo

A Mahoma

I

El recluso de la celda 273 recibió con marcada resignación a la señora de Anglada y a su marido.

—Seré rotundo; daré la espalda a toda metáfora —prometió gravemente Carlos Anglada—. Mi cerebro es una cámara frigorífica: las circunstancias de la muerte de Julia Ruiz Villalba (Pumita, para los de su clase) perduran en ese recipiente gris, incorruptas. Seré implacable, fidedigno; miro estas cosas con la indiferencia del
deus ex machina
. Le impondré un corte transversal de los hechos. Lo conmino, Parodi: sea usted un nervio auditivo.

Parodi no levantó los ojos; siguió iluminando una fotografía del doctor Yrigoyen; el introito del vigoroso poeta no le comunicaba hechos nuevos: días antes había leído un sueltito de Molinari sobre la brusca desaparición de la señorita de Ruiz Villalba, uno de los elementos juveniles más animados de nuestro mundillo social.

Anglada impostó la voz; Mariana, su mujer, tomó la palabra:

—Ya Carlos hizo que me costeara a la cárcel y yo que tenía que ir a opiarme en la conferencia de Mario sobre Concepción Arenal. Qué salvada la suya, señor Parodi, no tener que ir a
La Casa de Arte
: hay cada figurón que es un plomo, aunque yo siempre digo que monseñor habla con mucha altura. Carlos, como toda la vida, va a querer meter su cuchara, pero al fin y al cabo es mi hermana, y no me han arrastrado hasta aquí para que yo esté callada como una ente. Además las mujeres, con la intuición, nos damos más cuenta de todo, como dijo Mario a la vez que me felicitó por el luto (yo estaba hecha una loca, pero a las platinadas nos sienta el negro). Mire, yo con la
suite
que tengo, voy a contarle las cosas desde el principio, aunque no me hago la difícil con la manía de los libros. Usted habrá visto en la
rotogravure
que la pobre Pumita, mi hermana, se había comprometido con Rica Sangiácomo, que tiene un apellido que es matador. Aunque parezca un cache, era una pareja ideal: la Pumita tan mona, con el
cachet
Ruiz Villalba y los ojos de Norma Shearer, que ahora que se nos fue, como dijo Mario, ya no quedan más que los míos. Es claro que era una india y que no leía más que
Vogue
y por eso le faltaba ese
charme
que tiene el teatro francés, aunque Madeleine Ozeray es un adefesio. Es el colmo venir a decirme a mí que se ha suicidado, yo que estoy tan católica desde el Congreso y ella con esa
joie de vivre
que yo también la tengo aunque no soy una mosca muerta. No me diga que es una plancha y una falta de consideración este escándalo, como si yo no tuviera bastante con lo del pobre Formento, que le clavó el cuchillito por el sillón a Manuel que estaba embobado con los toros. A veces me da que pensar y digo que es llover sobre mojado.

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