Read Sex Online

Authors: Beatriz Gimeno

Tags: #Relatos, #Erótico

Sex (4 page)

BOOK: Sex
9.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—No muevas más las manos —le digo, y no creo que lo haga.

Paso los dedos por su clítoris empapado, recojo su flujo y después se lo llevo a su boca:

—Mira a lo que sabes —le digo, y ella abre la boca, atrapa mis dedos, mete su lengua entre ellos y los succiona de tal manera que tengo que arrancárselos para poder llevarlos otra vez al coño.

Y ahora sí, voy a dejar mi mano ahí. Le introduzco dos dedos en la vagina mientras que mi pulgar le frota el clítoris con fuerza. Apenas dura nada porque está muy excitada. Pensaba parar y alargarlo, pero no me da tiempo, se corre enseguida, con una especie de convulsión a la que sigue un lamento ahogado, que termina cuando reposa su cabeza sobre mi hombro. Yo estoy en cuclillas frente a su coño abierto.

Así se queda un rato y después me dice:

—¿Y tú?, ¿me dejas?

Pero no, hoy casi prefiero quedarme sola. No sé por qué, estoy melancólica. Entonces se lo digo y ella asiente, se va a la cocina, saca una cerveza de la nevera y se la bebe apoyada contra la pared. Yo la sigo porque me gusta verla desnuda haciendo cosas. Cuando termina la cerveza, me pregunta:

—¿Quieres me que vaya?

—Sí, hoy sí.

—De acuerdo —dice.

Entonces se viste, me besa en la boca y se va. Claro que la quiero, pero no se lo voy a decir, aunque estoy convencida de que lo sabe.

RECONVERSION

Doce años juntas y una profunda crisis sexual. Es normal; todo el mundo dice que es normal. Puede que sea normal, pero también es preocupante porque… ¿qué se hace? No hay duda de que nos queremos y de que queremos seguir juntas; no hay duda tampoco de que no concebimos las relaciones sexuales fuera de la pareja, somos tradicionales para eso. También es normal. Al principio no me preocupaba lo más mínimo porque no me importa mucho el sexo y a Carla tampoco. Después de tantos años con ella, con una vez a la semana me basta y me sobra; parecía que a ella también. Ahora todo es más lento y todo mucha ternura y mucho amor. No echo nada en falta. Pero las cosas se han complicado un poco porque, de un día para otro, Carla no quiere sexo, ni una vez a la semana ni nada. Bueno, pensé, es una fase. Todo el mundo decía que en el sexo se pasa por fases y en la pareja también. Pero pasaba el tiempo y Carla no hacía otra cosa que poner excusas, parecía una esposa harta ya del marido, del sexo y de todo.

Dejé pasar más tiempo y seguía igual. Al cabo de unos meses creo que esto es más que una fase. Entonces pienso si estoy dispuesta a pasarme el resto de mi vida sin sexo. Y no, puede que no sea muy sexual, pero el resto de mi vida sin nada de sexo, no.

—Tenemos que hablar —le digo una noche mientras la abrazo en la cama después de que me haya rechazado de nuevo.

—Sí, tenemos que hablar. Quizá tenía que habértelo dicho antes. Ya no tengo orgasmos.

—¿Cómo que no tienes orgasmos? —yo estoy atónita. Carla era de orgasmo fácil… hasta ahora.

—Ya lo has oído. No consigo correrme de ninguna manera. Ni contigo, ni masturbándome.

—Y entonces, ¿las últimas veces?

—Fingía —me dice.

Me dan ganas de matarla. Decirme eso es casi la manera más segura de que tampoco yo vuelva a tener orgasmos. A partir de ahora creeré siempre que finge, no me relajaré, estaré pendiente de otras cosas. No tengo manías, pero que mi pareja finja un orgasmo es casi lo peor que me puede pasar para mis propios orgasmos. «Comprensión», me digo, hay que ser muy paciente con ella.

—Son cosas que pasan. Son fases, se pasará. Tenemos que relajarnos y no pensar en ello; tomarlo con calma y con tiempo.

Y la convenzo para que me deje masturbarla.

—Sin tiempo —le digo—, lo que tardas, tardas. Y si no te corres no pasa nada.

Efectivamente, no hay manera, no se corre, aunque me parece que me paso horas masturbándola. Me duele la mano; finalmente tengo que dejarla por imposible.

Y a partir de ahí, nuestra vida se complica. Antes, el sexo era casi costumbre, no le dábamos importancia y, de repente, tiene importancia, mucha importancia. Me paso el día pensando en eso. ¿No volverá a correrse? ¿Eso es lo que nos espera en el futuro?

No me resigno. Hablo con mi amiga Josefina, que tiene mucha experiencia y me dice que introduzcamos novedades.

—¿Qué son novedades? —pregunto.

—No sé… cualquier cosa, otras relaciones, otra manera… juguetes…

De todo lo que me sugiere Josefina los juguetes es lo único que me parece posible. No me imagino haciéndolo de otra manera después de tantos años. Si aparezco ante Carla vestida de cuero y con un látigo, o si me visto de lo que sea, o si pongo velas y me pongo romántica, le daría un ataque de risa. Hay cosas que la costumbre impide hacer. Esas cosas se hacen al principio, cuando todo es posible; después no se puede.

Pero lo de los juguetes me parece una buena idea. No hay que ser tan tradicional como nosotras. Y me voy a una juguetería sexual. Me da un poco de vergüenza entrar, claro, pero eso son cosas que hay que vencer. Una vez que has traspasado la puerta, el lugar es muy poco amenazante y lo que hay dentro aún menos. La verdad es que me da un poco de asco ver todos esos penes de plástico puestos de pie en una estantería. Ya sé que no se llaman penes y muchos no lo parecen —otros sí—, pero todo lo que está en la estantería me parece muy fálico. Nunca me han gustado las cosas tiesas, ni las torres, ni los obeliscos… ni los penes. Pero para Carla es aún peor y ni siquiera soporta comerse un plátano. Tiene que trocearlo antes. Somos esa clase de lesbianas.

Cojo un dildo pequeño de color rosa, que me parece lo menos agresivo de todo lo que hay en la estantería. No me veo empuñando eso. La dependienta me mira y me parece amablemente dispuesta a ayudarme.

—¿No tienes algo un poco menos… fálico? —he dudado al usar la palabra.

No se ríe, no se asombra, debe estar preparada para cualquier clase de comentario o petición extraña. Es su trabajo.

—Pues sí —dice para mi asombro y tranquilidad—, tengo aquí un vibrador casi redondo.

Y así es; se acerca y, de detrás de los dildos fálicos, saca otra cosa, si no completamente redonda, al menos un poco más redondeada. Y lo compro. Es rosa.

Lo dejo en el cajón de mi mesilla y decido usarlo esa misma noche. Por la tarde intento mostrarme especialmente cariñosa, porque Carla se queja de que a veces ni me entero de que está en casa y después, en la cama, pretendo tener sexo. Así es imposible, dice, y tiene razón, ese es uno de los problemas de los matrimonios de larga duración. Por eso en esta tarde me esfuerzo de verdad y la beso cuando llega de la oficina, la acompaño un rato para que me cuente qué tal le ha ido el día, le preparo un té y una copa por la noche… pero si está sorprendida no dice nada.

Cuando nos metemos en la cama me echo sobre ella y como siempre últimamente, me rechaza, pero esta vez le digo:

—Tengo algo que nos puede servir —y saco la cosa.

—¿Cómo va a servirnos una radio? —pregunta.

Me enfado, pienso que tendría que poner algo de su parte.

—No es una radio, tonta, es un vibrador —le respondo, al tiempo que le doy al botón de ON y la cosa se pone en marcha con una especie de zumbido. Me mira un poco atónita; jamás hemos usado nada de eso. Incluso hemos dicho siempre que los juguetes sexuales no iban con nosotras. Puede que sea una cuestión de edad.

Carla me mira alternativamente a mí y a la cosa y, finalmente, sin decir nada, se incorpora y se desnuda. Entonces, de repente, me doy cuenta del tiempo que hace que no la veo completamente desnuda, del tiempo que hace en realidad que no estamos completamente desnudas, la piel contra piel. Me gusta. Me desnudo también. La acaricio.

Sostengo el vibrador; no sé muy bien cómo se usa. ¿No traía instrucciones? La convenzo para que se tumbe boca arriba, que no se preocupe, que no piense en nada, que se concentre en las sensaciones, que se olvide de mí. Se tumba y yo me siento a su lado. Le abro las piernas, se las dejo muy, muy abiertas, tanto como puede abrirlas. Al ver sus piernas tan abiertas me excito mucho más de lo que pensaba. Creo que no recuerdo haber visto su coño así de abierto desde hace mucho tiempo. Quizá no nos hemos esforzado bastante. En los últimos tiempos ni siquiera nos desnudábamos del todo. Pongo en marcha la cosa y se la aplico a los pezones. No sé si es esto lo que hay que hacer, pero no parece que le disguste. Estoy bastante rato. Al principio, nada; después su cara empieza a cambiar un poco y su respiración se altera de manera perceptible. Yo estoy ahora sentada entre sus piernas. Le pongo el vibrador en el clítoris. Da una especie de respingo, pero mantengo la mano firme; me mantendré así todo el tiempo que sea necesario, moviéndolo en círculos.

Y hace falta tiempo; al rato me aburro. Me echo sobre ella y pongo mi boca en sus tetas, le succiono con fuerza sus pezones. Temo hacerle daño, pero no parece que le duela porque gime y se mueve bajo mi boca, y succiono y succiono y mantengo la mano con el vibrador en su clítoris y sigo moviéndolo, preguntándome si se hará de esta manera. Yo también estoy muy caliente; hacía tiempo que no me ponía así. Y me voy excitando cada vez más, hasta que me da la impresión de que me voy a correr y… no puedo evitarlo, dejo a Carla y me aplico el vibrador a mi propio clítoris. Justo a tiempo: me estaba corriendo yo sola. ¡Qué placer, la verdad! Ahora me doy cuenta de cuánto hace que no me corría verdaderamente a gusto.

Miro a Carla, que parece un poco enfadada. Pongo cara de disculpa, cojo otra vez el vibrador y volvemos a empezar.

CALOR

Hoy no nos quita nadie los cuarenta grados a la sombra en esta maldita ciudad; no hay donde esconderse. En los trabajos, con el aire acondicionado, aun es soportable, pero casi da miedo que llegue la hora de salir a las cuatro, la peor hora del día. Es como entrar en el infierno. Y más aún para mí, que no tengo coche y que debo andar unos veinte minutos antes de llegar a la parada del autobús. Y no es sólo uno: son dos autobuses los que tengo que coger antes de llegar a mi casa. Es el precio de vivir en el centro y de que las oficinas estén en las afueras. Tardo más o menos una hora y media en llegar a mi casa. Eso es lo que me espera un lunes como hoy, con toda la semana por delante para recorrer el mismo trayecto. Odio los lunes, como todo el mundo, y más en verano. Cuando salgo a la calle me llega una especie de ola de calor que me empuja hacia atrás y me entran ganas de volver a meterme en el portal. Después, cuando por fin me repongo y salgo, pienso que me voy a desmayar; es como si el asfalto se pegara a las suelas de mis zapatos. No he comido, porque si como y después me lanzo a la calle con este calor, me dan ganas de vomitar, por eso prefiero tomar un aperitivo y cenar fuerte después.

Sobre las cuatro de la tarde llego a mi casa y, según entro, nada más cerrar la puerta detrás de mí, me voy quitando la ropa hasta quedarme completamente desnuda. Ni siquiera me molesto en dejar la ropa en el dormitorio, simplemente me tiro en el sillón del salón y pienso en Pepa. En ese duermevela en el que una se sume cuando hace mucho calor pienso en Pepa, que vive a cientos de kilómetros de aquí, en una ciudad en la que hace mucho menos calor y adonde, si fuera lista, debería mudarme. Por ahora nos vemos cada quince días porque yo vivo en Córdoba y ella en Gijón, así que la cosa no es fácil. Pero vivir tan lejos también tiene sus alicientes. Uno de ellos es que, aunque llevamos tres años juntas, sexualmente estamos aún en un momento pleno y fogoso. Y cuando hace mucho calor pienso intensamente en ella, porque nada me gusta más que juntar nuestros cuerpos entre el mutuo y compartido sudor cuando follamos. Ahora, en verano, cuando viene a visitarme, no hay nada más sensual que nuestros cuerpos resbalando uno encima del otro, la humedad del sudor mezclándose con la humedad del sexo de cada una y nuestras manos acariciando las pieles mojadas.

Este pensamiento hace que me despierte del todo y que la llame por teléfono. Cuando contesta le pregunto si vendrá este fin de semana y me dice que no cree que pueda.

Le cuento que el sudor me corre por el cuerpo y me dice que le gustaría bebérselo. Le digo que estoy empapada y que tengo el interior de los muslos, la raja del culo, el interior de los codos… todos los lugares donde la carne toca la carne, empapados de un sudor pegajoso y maloliente. Me dice que le encanta cuando estoy sudorosa y maloliente.

—¿Estás desnuda? —me pregunta.

Le digo que sí, desnuda y tirada en el sillón, aplastada por el calor, pero con la imaginación libre y ligera.

—Bien, baja tu mano despacio hasta tu coño y comienza a acariciarte. Piensa que estoy contigo, piensa que bajo mi lengua por tu columna vertebral.

Lo pienso y noto que mi cuerpo, sólo con la fuerza de la imaginación, se llena de ella. Sólo con eso y mi mano, me voy poniendo caliente, me voy hinchando como una gallina clueca.

—Tienes un culo precioso del que me acuerdo mucho —me dice—, un culo para ser usado y admirado.

—Así que te gusta mi culo… Sabes que es todo tuyo ¿verdad? Es tu culo. ¿Tú estás desnuda? —le pregunto.

—No, yo sólo me he abierto la bragueta, por si decido hacerme una paja, ya veremos. ¿Estás tumbada en el sillón?

—Sí, tirada, me revuelco en el sudor. Tengo las piernas abiertas, me estoy tocando.

—Si estuviera contigo, no dejaría que te ducharas, me gusta cuando estás sucia, te olería todos los huecos, olería ese olor, mezcla del sudor y el sexo, te pondría de espaldas, me subiría sobre ti, te follaría cabalgándote, como me gusta, con la humedad de mi coño mezclándose con el sudor de tu espalda y con mi aliento caliente sobre tu nuca.

Su voz es susurrante y se me clava dentro como un punzón. Subida sobre mi espalda, siento su peso sobre mí, su humedad, mientras mueve sus caderas hacia delante y hacia atrás mientras se echa hacia delante y me coge las tetas desde detrás y me besa y me lame el cuello. Me gusta que suba y que baje la lengua por mi cuello mientras me acaricia los pezones, me gusta cuando me lame el lugar donde me nace el pelo porque eso me hace temblar, como si recibiera una descarga eléctrica. Me encanta que después vaya bajando desde ahí para recorrer con su lengua mi columna vertebral, eso hace que toda yo me erice como un gato.

—Me correría sobre ti, deslizándome sobre el sudor de tu espalda, me correría y después me quedaría sobre ti, pegada a ti para que el calor te envolviera y metería la mano por debajo y llegaría al coño y te lo tocaría.

BOOK: Sex
9.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Memories of a Marriage by Louis Begley
Plus One by Christopher Noxon
Stand Down by J. A. Jance
Machine by K.Z. Snow
No One Heard Her Scream by Dane, Jordan
Calculated Revenge by Jill Elizabeth Nelson
Size Matters by Stephanie Julian
High Desert Barbecue by J. D. Tuccille
Corridors of Death by Ruth Dudley Edwards
Far Too Tempted by Emma Wildes