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Authors: Daniel F. Galouye

Tags: #Ciencia Ficción

Simulacron 3 (16 page)

BOOK: Simulacron 3
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Pero si temía tal amenaza, ¿por qué no hacia uso de sus riendas policiales arrestándome bajo acusación de la muerte de Fuller? Bien es verdad, que ello privaría al simulador de muchos perfeccionamientos que Fuller y yo habíamos planeado juntos.

Mientras descendía en vertical hacia la zona de estacionamiento de Reactions Inc., se me ocurrió pensar en una nueva y desconcertante sospecha. ¿Manipulaba Siskin con la policía para evitar que le traicionara? ¿O se había convertido la policía en una agencia de la
Más Alta Existencia
, predispuesta a arrestarme por la muerte de Fuller en el momento en que ellos se dieran cuenta de que yo había descubierto la verdad de su realidad?

No tenía fuerzas ni para moverme del asiento. Me hallaba terriblemente confundido, estrujado entre la calculada maldad de dos mundos, tan terriblemente confundido que no era capaz ya de reconocer de qué lado partían las más angustiosas amenazas.

Pero entre tanto, yo tenía que mantener mi compostura, pues tan pronto como diera pruebas de que estaba enterado de la existencia de un Mundo Real, era casi seguro que me harían desaparecer, sometiéndome a una desprogramación total.

Una vez en el despacho, me encontré a Marcus Heath sentado en mi mesa, indagando entre dos montones de papeles que había sacado de los cajones.

Cerré la puerta de golpe, y él alzó la cabeza para mirarme. No había perturbación alguna en sus ojos. Era evidente que no se consideraba atrapado con las manos en la masa.

—¿Sí? —dijo con cierta impaciencia.

—¿Qué está haciendo usted aquí?

—Ahora éste es mi despacho. Son órdenes directas del
establishment
. De momento puede trabajar en la misma mesa que míster Whitney en el departamento de generadores de función.

Comprensiblemente indiferente ante tan prosaico desarrollo de las cosas, di media vuelta para marchar. En la puerta, sin embargo, me quedé dudando. Aquélla era una oportunidad tan buena como cualquier otra para saber si él era o no una Unidad de Contacto.

—¿Qué es lo que quiere? —preguntó un tanto irritado.

Me acerqué de nuevo a la mesa, y me quedé mirando sus facciones frías, casi teniendo temor de tener que descubrir de un momento a otro que yo no existía. Me rebelé contra aquella incongruencia de pensamiento. ¡Yo
tenía
que existir! La filosofía cartesiana me proporcionaba refutaciones suficientes contra mi duda:
Cogito ergo sum
: Pienso, luego existo.

—No me haga perder el tiempo —dijo Heath molesto—. Tengo que dejar el simulador a punto para efectuar una demostración pública dentro de una semana.

Haciéndome hacia un lado, espeté:

—Ya puede dejar de hacer teatro. Sé que usted es un agente de otro simulador.

Se limitó a quedarse rígido. Pero por la ferocidad de sus ojos noté que aquellas palabras le habían hecho mella. ¡Entonces me di cuenta de que en aquel momento podía estar el acoplado con la suprema Realidad!

Tranquilamente, me preguntó:

—¿Qué es lo que ha dicho?

¡Lo que quería ahora era que lo repitiera para mayor constatación y seguridad de ellos!

Corrí hacia el otro lado de la mesa, lanzándome desesperadamente sobre él. Pero antes de que pudiera dominar sus movimientos sacó la mano de un cajón, con un revólver de relajación en ella.

Lanzó un chorro de humo rojizo que me cubrió los brazos, el pecho y el abdomen, y que me hizo caer sobre la mesa, privado instantáneamente de todo control muscular desde la cintura hasta el cuello.

Fue muy fácil para él hacerme recobrar la verticalidad y mantenerme en pie. Entonces me obligó a ir hacia una silla y sentarme. Con el revólver de relajación me cubrió también las piernas.

Estaba sentado de medio lado, siendo capaz de mover únicamente la cabeza.

Haciendo un esfuerzo supremo, traté de mover el brazo para ver qué grado de parálisis se me había suministrado. No pude mover un poco el dedo índice, lo que era tanto como decir que tendría que permanecer inmóvil durante varias horas. Y todo cuanto él necesitaría serían minutos. No podía hacer otra cosa que quedarme allí y esperar a que se produjera la desprogramación.

—¿Cuándo va a ser? —pregunté con desesperación.

No me contestó. Al cabo de un momento se acercó a las puertas para cerrarlas con llave. Después se apoyo. sobre el borde de la mesa.

—¿Cómo lo descubrió, Hall?

En los días anteriores no había dedicado ni un solo minuto a pensar en cómo debería reaccionar si me veía atrapado en una situación como la presente. Pero ahora que estaba aquí, no me encontraba tan aterrorizado como había imaginado que lo estaría.

—Por Fuller —respondí.

—¿Y cómo lo pudo saber él?

—Eso no lo sé puesto que fue quien lo descubrió. Mejor lo podría saber usted.

—¿Y por qué yo?

—¿Acaso hay más de un agente?

—Si lo hay es totalmente secreto y desconocido para mí.

Miró hacia el intercomunicador, y luego otra vez hacia mi. Era evidente que había algo que le preocupaba. Pero no podía llegar a saber el qué.

Más de pronto sonrió, vino nuevamente hacia mí, y cogiéndome por los cabellos me tiró la cabeza hacia atrás. Me obligó a abrir la boca y me roció ligeramente con el humo de relajación.

Nuevamente quedé perplejo. Si iba a tener que desaparecer de un momento a otro, ¿por qué me tenía que paralizar temporalmente las cuerdas vocales?

Se pasó un peine por el pelo y se arregló la chaqueta. Sentándose de nuevo tras la mesa, habló reposadamente por el intercomunicador:

—Miss Ford, ¿quiere, por favor, localizarme y ponerme en contacto por el vídeo con míster Siskin? Cuando lo haya hecho, páseme la comunicación por el circuito de seguridad.

Yo no podía ver la pantalla. Pero la voz de Siskin se me hizo inconfundible cuando preguntó:

—¿Alguna cosa no va bien por ahí, Marcus?

—No. Todo está bien controlado. Horace, usted me ha proporcionado un asunto muy interesante aquí, y que puede darnos grandes provechos a los dos porque estamos totalmente de acuerdo el uno con el otro... en todos los asuntos —hizo una pausa y dudó.

—¿Sí?

—Eso es muy importante, Horace, el hecho de que estamos completamente de acuerdo.

—De acuerdo en el partido político y en todo. Hago resaltar este punto, porque quiero aparecer con usted mañana ante un notario-psíquico.

Cada vez yo comprendía menos. No solamente no me había sacado de programación, sino que la conversación incluso, era totalmente irrelevante.

—Bueno, espere un momento —protestó Siskin—. Yo no veo razón alguna para dar validez a nada de lo que yo le haya dicho.

—No, no es por usted —las facciones de Heath denotaron sinceridad—. Soy yo quien debo convencerme de que de ahora en adelante seré el tipo más leal que haya habido nunca en su organización. No es solamente que aprecie en mucho los beneficios que puedo obtener. La razón principal es que usted y yo pertenecemos al mismo bando.

—No le comprendo muy bien, Marcus. ¿Qué es lo que se propone?

—Nada más que esto: Vine aquí como agente de otro proyecto de simulador.

—¿Barnfeld?

Heath asintió:

—Hasta ahora he estado pagado por ellos. Mi misión consistía en apoderarme de todos los secretos de Reactions. De manera que Barnfeld pudiera perfeccionar un simulador que rivalizara con el suyo.

A pesar de mi disminución de facultades, al fin comprendí. Una vez más había caído en la ambigüedad. Heath había sido un agente interno de simuelectrónica, de acuerdo, pero sólo para un simulador rival de este mundo.

—¿Y les ha dado usted alguna información? —preguntó inquieto Siskin.

—No, Horace. Nunca fue mi intención. Desde la segunda vez que conversamos acerca de mi venida aquí, nunca tuve auténtica intención de trabajar para Barnfeld. El notario-psíquico se lo demostrará.

Siskin quedó en silencio.

—¿No lo comprende, Horace? Quiero ser leal con usted. Casi desde el principio he querido servirle con toda mi capacidad y facultades. Todo era cuestión de decidir cuándo dejar todo bien en claro y solicitar la prueba de notarial-psíquica.

—¿Y qué ha sido lo que le ha decidido?

—Me he decidido cuando Hall ha entrado aquí hace unos minutos para decirme que estaba enterado de mis relaciones con Barnfeld, y amenazarme con propagarlo a los cuatro vientos.

Las siguientes palabras de Siskin traslucían cierta sorna:

—¿Y está dispuesto a demostrarlo todo ante un psíquico?

—En cualquier momento. Ahora mismo, si quiere.

—Mañana será suficiente —y entonces Siskin se puso a reír complacido—. ¡Barnfeld enviando un agente aquí! ¿Se imagina usted eso? De acuerdo, Marcus, continuará con nosotros, si el notario da una respuesta afirmativa Y luego ya veremos si le damos a Barnfeld, las informaciones secretas que quiere. Y le daremos desde luego las más falsas para ver si así le hacemos estallar de una vez.

Heath desconectó para acercarse después a mí:

—¿Y ahora, Hall, se ha quedado usted sin armas contra mí, verdad? Y además me parece que tampoco se va a encontrar muy bien tras el baño de humo que le he dado hizo una pausa como para saborear su triunfo—. Haré que Gadsen le mande a casa.

Ni Siskin ni Heath habían demostrado ser la Unidad de Contacto. ¿Con quién podría intentar después? Con franqueza, no tenía ni la menor idea. La Unidad, reconocí por fin, podía ser
cualquiera
, hasta el oficinista más insignificante de la compañía. Y yo estaba desesperadamente convencido de que mucho antes de que mis investigaciones terminaran, me encontraría de pronto ante el inevitable impacto de sufrir un acoplamiento. Y entonces ellos se darían cuenta de que yo estaba completamente enterado de Su Superior Realidad.

CAPÍTULO XII

Corrientes de fuego líquido parecieron recorrer mis venas durante toda la noche, mientras duraron los efectos del humo relajador. Quizá hubiera podido haber aliviado mi dolor, bajo una ola de rencor hacia Heath. Pero hacia mucho tiempo que los sufrimientos físicos carecían de importancia para mí.

Poco antes de las nueve de la mañana, el guardia a quien Gadsen había dejado destacado en mi apartamento, me ayudó a levantarme y me condujo hasta la cocina.

Antes me había preparado un ligero desayuno. Comí muy poco. No creo que mi estómago lo hubiera soportado.

Cuando se fue me hice un poco de café. Yo no era nada, no era más que un montón de cargas simuelectrónicas. Y, sin embargo, tenía que existir. La lógica no pedía menos.

Pienso, luego existo. Pero entonces, yo no era la primera persona en mostrar preocupación e inquietudes por la posibilidad que nada fuera real. ¿Y qué habría que decir de los solipsistas, de los Barkeleyanos, y de los transcendentalistas? A través de todos los tiempos la realidad subjetiva había aguantado hasta las más feroces criticas.

Los subjetivistas estaban lejos de llegar a comprender la verdadera naturaleza de la existencia. Una ciencia más pura había llegado a constituir el fenomenalismo, con sus principios de indeterminación, y su concepto de que lo observado es inseparable del observador.

Verdaderamente, la antología no estaba nunca ausente a la hora de pagar su tributo al conceptualismo. Platón vio cómo la realidad existía solamente en forma de ideas puras. Para Aristóteles la materia era una no substancia pasiva, sobre la cual actuaba el pensamiento para producir la realidad.

Mí recientemente adquirida apreciación de la realidad fundamental, no quería mas que una última concesión:

El día del juicio final, cuando llegara, no sería más que un fenómeno físico; sería todo un estallido de circuitos simuelectrónicos.

Y de todos los conceptos metafísicos que se hubieran podido determinar a lo largo de toda la historia de la filosofía, el mío era el único que quedaba abierto a una verificación final. Podría llegarse a una conclusión probatoria localizando el agente teológico... la Unidad de Contacto oculta.

A mediodía, después de una ducha caliente que me alivió considerablemente, volví a Reactions.

En el pasillo central, Chuck Whitney que salía del departamento de funciones generatrices me cogió por el brazo:

—¡Doug! ¿Qué es lo que ocurre? —me preguntó ¿Por qué está Heath instalado en su despacho?

—Digamos que Siskin y yo no andamos muy de acuerdo.

—Bueno, si no quiere hablar de ello... —se encaminó hacia el departamento de generaciones de función y me hizo señas para que le siguiera—. Me han encargado que le enseñe dónde tendrá que dejar el sombrero a partir de ahora.

Atravesamos la habitación junto a las cabinas que mostraban cientos de luces que parpadeaban incesantemente.

Cuando llegamos al otro extremo de la habitación me mostró una especie de cubil formado por cuatro paredes de vidrio:

—Haga como si estuviera en su casa.

Entramos y me pasé un momento observando mi reciente austeridad decretada. Un suelo de madera sin pulir. Una mesa de lo más corriente. Dos sillas. Y un armario archivador.

Chuck se sentó en una silla:

—Siskin estuvo aquí esta mañana. Trajo dos ayudantes a quienes no había visto nunca, para Heath. Según he oído decir quiere hacer una demostración pública de ese aparato tan pronto como sea posible.

—Probablemente quiere atraer la atención y la simpatía pública haciendo un gran
show
. Usted está perdiendo terreno, Doug. ¿Por qué?.

Me senté yo también en otra silla:

—Siskin tiene sus propias ideas sobre el uso que debería darse al simulador. Y yo no las comparto.

—Sí hay algo que yo pueda hacer, no tiene más que decírmelo.

Whitney... ¿la Unidad de Contacto? ¿Alguien a quien conocía desde hacia años? ¿Uno de mis mejores compañeros de trabajo? Bueno, ¿y por qué no? En nuestro propio simulador Phil Ashton también tiene sus buenas amistades. Y ninguno de ellos sospechará su verdadera naturaleza.

—Chuck —le pregunté midiendo bien mis palabras—, ¿cómo contrastaría los procesos perceptuales cuando vemos, por ejemplo, una silla, con los que se forman cuando una unidad ID ve el equivalente símuelectrónico de una silla?

—¿Va a ser esto una sesión de lavado de cerebro? —rió.

—Hablando en serio, ¿cuál es la diferencia?

—Bueno, en nuestro caso la imagen 2-D de una silla es proyectada sobre nuestra retina. Se la vigila neurológicamente y después se divide en una serie de impulsos sensitivos que son enviados directamente al cerebro. Información codificada.

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