Read Starters Online

Authors: Lissa Price

Tags: #Ciencia Ficción, Infantil y juvenil

Starters (16 page)

BOOK: Starters
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El corazón me palpitó. La reconocí. Era la Voz. Subí el volumen.

—«Hay mucho que decir pero no tengo ni idea de cuánto tiempo tengo antes de regresar a mi propio cuerpo. Como ya habrás adivinado, no tenemos una conexión coherente. Hay un fallo en el sistema. Confío en que pronto esté reparado. Hasta entonces, no contactes con Plenitud bajo ninguna circunstancia. Espero que quede claro.»

Puse una mano sobre mi otra oreja para no perderme una palabra. Había un cierto tono nervioso tras su seguridad.

—«Mientras tanto, te pido que no te pongas la ropa de mi nieta. Se me parte el corazón cuando regreso súbitamente a tu cuerpo y descubro que la llevo puesta. —Su voz se quebró—. Pero ésta no es la razón por la que te estoy dejando este mensaje. Quiero garantizarte que si sigues tal y como está previsto en nuestro contrato, no importa lo que ocurra, recibirás una recompensa cuando esto se acabe. Una recompensa de lo más generosa, mientras cooperes plenamente.» Fin del mensaje.

Estaba perpleja. Obviamente, no tenía ni idea de que conocía sus planes de asesinato. Por supuesto, sólo sabía lo que había podido intuir en esos breves períodos en que habitaba mi cuerpo. Estaba a ciegas en lo referente a mi conversación con Lauren.

Una recompensa generosa, había dicho. Pero lo más probable era que acabara muerta. Qué fácil prometer recompensas a las chicas muertas…

Puesto que sólo había estado inconsciente una hora, Helena no podía haber tenido tiempo de volver a casa. No sabía que había tirado la pistola. Eso era bueno.

Lo malo era que estaba atrapada en su plan.

Alcé los ojos y vi que el guardia me miraba. Había estado allí plantada demasiado rato.

Me di la vuelta para ponerme de cara al directorio. Las ruedas de su silla chirriaron cuando se echó atrás para levantarse.

¿Qué era lo que Helena había venido a buscar? Justo acababa de entrar, porque estaba de cara al vestíbulo cuando regresé a mi cuerpo.

Recorrí los nombres, dispuestos en orden alfabético, del directorio. La mayoría eran abogados, otros contables. Más o menos al llegar a una tercera parte de la lista, encontré un nombre que destacaba:

SENADOR CLIFFORD C. HARRISON.

El abuelo de Blake.

Capítulo 11

Estaba mirando fijamente el directorio cuando el guardia se aproximó. ¿Sabía Helena que era el abuelo de Blake? Tenía que ser más que una coincidencia. Blake no debía de ser consciente de la conexión; de ser así, ¿no habría dicho que su abuelo conocía a «mi» abuela?

—¿Puedo ayudarla, señorita? —preguntó el guardia. Por el tono de voz, estaba claro que estaba a un paso de echarme a patadas. Revisé el resto del directorio.

Ningún otro nombre me llamó la atención.

—Te estoy hablando a ti —su voz era el colmo de la severidad—, menor.

Había usado la temida palabra que empezaba por «m» y que estaba a diez segundos de la palabra definitiva: «policías». Me volví hacia él.

—Voy al decimosexto piso. A la oficina del senador Harrison.

—¿Tienes una cita?

—No. Sólo voy a hablar con su secretaria.

Quizá fue el tono desafiante de mi voz, o quizá se trataba de la mágica transformación de Destino de Plenitud, que me había dejado divina, pero asintió.

Entonces me señaló el libro de registro electrónico integrado en el mostrador.

—Firma ahí. Y deja tu huella.

Firmé y apreté mi pulgar al lado. El timbre del ascensor sonó al abrirse las puertas y monté para subir al decimosexto piso. Esperaba descubrir qué relación había entre mi arrendataria y el abuelo de Blake. Aquí había algo que no acababa de cuadrar.

Cuando llegué, me recibieron unas puertas dobles y un cartel con letras metálicas talladas con láser: OFICINA DEL DISTRITO, SENADOR HARRISON.

Dentro, un recepcionista ender me miró con una sonrisa en los labios y condescendencia en los ojos.

—¿Está el senador Harrison?

—Lo siento, ha salido para recaudar fondos. ¿Te puedo ayudar en algo?

Eché un vistazo a mi alrededor. Había un corredor que conducía a diferentes oficinas. Probablemente la de Harrison estaba al final.

—¿Cuándo volverá a la oficina?

—Sólo recibe a los electores con cita previa. —Me echó una ojeada—. Eres un poco joven para votar, ¿verdad? —Sonrió como si hubiera dicho algo divertido.

Podían hacer toda clase de mejoras médicas en los enders, pero no podían arreglar su lamentable sentido del humor.

—Quizá sea mayor de lo que cree —repliqué.

Su sonrisa cedió paso al desconcierto, pero se recuperó.

—Esto es lo que puedes hacer. —Me tendió una tarjeta—. Ésta es su página web.

Puedes contactarlo por ahí.

Cogí la tarjeta, consciente de que sólo un robot leería el z-mail.

—De hecho, tendría que haberme explicado. Estoy haciendo una redacción para mi tutor privado y esperaba poder obtener alguna declaración del senador. ¿Podría conseguir una cita breve? Sólo necesito unos minutos.

—El senador es un hombre muy ocupado —dijo, aunque parecía haberse ablandado—. Está volcado en la reelección, ya lo sabes.

Una mujer ender de aspecto severo salió precipitadamente del primer despacho y se quedó de pie detrás de él.

—Eres tú. —Me miró con odio—. ¿No te dije que no volvieras nunca?

—¿Yo? —exclamé—. Nunca he estado antes aquí.

—No me he dado cuenta… —se excusó el hombre, levantando las manos.

—Estabas enfermo ese día —lo interrumpió. Mantenía la mirada fija en mí pero le hablaba a él—. Llama a seguridad. Esta vez la vamos a retener para entregarla a la policía.

El hombre descolgó el teléfono.

No era la primera vez que Helena estaba en este edificio. Mi cuerpo había estado allí, con Helena dentro.

—¿Cuándo he estado aquí?

—No insultes a mi inteligencia. —La ender empezó a andar hacia a mí mientras yo retrocedía.

Me apoyé en la puerta de la oficina. Di la vuelta, la abrí y eché a correr por el pasillo. Agité la mano delante de la pantalla del ascensor, pero éste estaba en otro piso. Me volví hacia la puerta de la escalera, la empujé y bajé corriendo tan de prisa como podía. Se me enredaron telarañas en la cara, el pelo, la boca. Maldije a los enders por no usar la escalera. Me pregunté si podría dejar atrás al guardia del vestíbulo. Me lo imaginé esperándome con las esposas automáticas preparadas.

Cuando llegué al primer piso, me paré para recuperar el aliento. Después me asomé por la puerta. El guardia estaba de cara al ascensor, esperando a que apareciera. Salí a la carrera hacia las puertas principales. Para cuando se dio la vuelta, era demasiado tarde para que pudiera atraparme; sus viejas piernas no podían competir con las mías. Ya estaba a mitad de la manzana antes de que él hubiera llegado siquiera a la puerta.

—Helena, ¿qué has hecho con mi vida?

Pero si había una conexión, ella no me respondió.

Me senté ante el ordenador del dormitorio de Helena, buscando frenéticamente en las Páginas cualquier información sobre el senador Harrison. Era de mi vida de lo que estábamos hablando. ¿Qué le había dicho Helena al senador? Puesto que se lo había dicho con mi cuerpo, debía de haber sido varios días atrás. Me ayudaría saber todo lo que pudiera, por si la gente del senador había llamado a la policía.

Trabajé lo más rápido posible. Como senador, Harrison estaba involucrado en muchos programas que incluían a starters, pero su proyecto estrella parecía ser algo llamado la Liga de la Juventud. ¿Podía tener algo que ver con la nieta de Helena? ¿Había intentado Helena contar con su ayuda en relación a la desaparición de Emma?

Quizá había rechazado implicarse. Puede que Helena hubiera acudido al senador en busca de ayuda, tal vez tratando de parar el banco de cuerpos, y había sido rechazada. Y quizá había acabado culpándolo de la muerte de su nieta.

¿Lo bastante como para matarlo?

Estaba dudando de mi teoría hasta que encontré una fecha clave en las Páginas.

Harrison iba a ser uno de los invitados de honor de los Premios de la Liga de la Juventud el día diecinueve, la misma fecha de la última entrada de la agenda de Helena. Faltaban sólo un par de noches. Y la hora era la misma que en la anotación de Helena: las 20.00 horas.

Conocía a la persona que podía ayudarme a conocer mejor que nadie al senador.

Telefoneé a Blake.

Cuando llegué al mirador de Mullholland Drive estaba atardeciendo. El deportivo rojo de Blake era el único coche que había aparcado allí. Reduje la velocidad y aparqué a su lado.

Blake llevaba gafas de sol y estaba sentado en un guardarraíles, contemplando cómo el sol se hundía tras las montañas.

—Hola. —Me dio la mano y tiró de mí para ayudarme a sentarme a su lado.

Apoyé el pie en la parte baja de la baranda y me sujeté a la parte alta. La pendiente que teníamos a los pies era escarpada.

—Vi a tu amigo. —No dejó de contemplar el paisaje—. Le di el dinero.

Sentí que mis hombros se distendían.

—¿Qué dijo?

—Quiso saber quién era. Le dije que era amigo tuyo.

—¿Viste a alguien más?

Negó con la cabeza.

—Luego quiso saber por qué no nos habíamos conocido antes.

—¿Qué le dijiste?

—La verdad. Que justo nos acabábamos de conocer hacía unos pocos días. —Bajó la mirada—. ¿Te lo puedes creer? Parece que haga mucho más. —Se quitó las gafas y se las guardó en el bolsillo—. En cualquier caso, la sinceridad es lo que funciona mejor, ¿sabes?

Tragué saliva y contemplé su cara detenidamente. ¿Cuánto sabía?

—¿Qué te dijo cuando le preguntaste por todos?

—Contestó que todos estaban bien. —Contempló el barranco—. ¿Cuál es la historia con ese tipo?

Se me hizo un nudo en la garganta, como si alguien la estuviera apretando con sus manos.

—Sólo es alguien que tuvo mala suerte. Sus padres murieron en la guerra. Sus abuelos también están muertos.

Bajé los ojos. La baranda parecía oscilar. Estaba mareada. Los árboles y las rocas y el suelo se volvieron borrosos cuando me incliné hacia delante. Blake me sujetó, con una mano en mi vientre y la otra en mi espalda.

—Ten cuidado —dijo—. ¿Estás bien? —Mi corazón latió con fuerza. Su tacto era cariñoso, protector.

—No estoy segura.

—Será mejor que bajes. —Me sujetó del hombro mientras se apeaba, asegurándose de que estaba bien afianzada. Después, me cogió de la cintura y me ayudó a bajar.

—¿Te quieres sentar en mi coche? —preguntó.

Asentí. Mientras caminábamos hacia su coche, una pareja de enders aparcó y salió para contemplar las vistas. Blake me pasó suavemente el brazo por encima de los hombros para sostenerme. Era agradable.

Una vez dentro del coche de Blake me sentí mejor. El mundo dejó de girar.

Estaba considerando si debería preguntarle sobre su abuelo. ¿En qué ayudaría eso? Para explicar mi teoría sobre el peligro que podía estar corriendo el senador, tendría que ponerlo al corriente de la existencia del banco de cuerpos, pues no era del conocimiento general. Y para explicar eso, tendría que admitir quién era realmente. Había una gran probabilidad de que no me creyera, y sólo pensarlo me volvía loca. Había empezado con una mentira, y ahora era poco menos que imposible deshacerla sin romper algo.

Blake miró a lo lejos, hacia la ciudad que estaba debajo.

—Creo que me has estado escondiendo algo, Callie. —Se volvió hacia mí—. Algo importante.

Noté cómo se me abría la boca, pero no emití sonido alguno.

—Es verdad, ¿no? —Sus ojos me escrutaron—. Puedo verlo en tu cara.

Mi corazón parecía un colibrí atrapado en mi pecho.

—Estás enferma, ¿no es cierto?

—¿Qué? —Parpadeé.

—Vale, no tienes que contármelo todo. Es obvio que te pasa algo. Te mareas, luego te desmayas. Y después te comportas como una persona distinta. —Guardó silencio durante un instante—. Pero no te preocupes, no te presionaré. Sólo hazme un favor.

—¿Cuál?

—Prométeme que me dirás algo la próxima vez que empieces a sentirte mal. Podemos evitar que te despeñes por las colinas y eso. —Me apartó el pelo de la cara; después me pasó la mano por la parte trasera de la cabeza. Me estremecí.

—¿Qué pasa?

—Nada. —Tenía que apartarlo de la cicatriz del chip. Le cogí la mano y la sostuve.

Era cálida, y fuerte y suave. Ahí estaba, preocupado por mí y contento porque le había cogido la mano. Y ahí estaba yo, mintiéndole aun a mi pesar.

—¿Blake? —Cogí aire.

—¿Qué?

—Dijiste que no apreciabas mucho a tu abuela.

—Es verdad.

—¿Qué me dices de tu abuelo?

Entrecerró los ojos y miró a lo lejos.

—Está bien. Está ocupado. Muchas veces está fuera. —Me miró—. Pero creo que lo intenta. Realmente nunca superó perder a mi padre, así que trata de estar cerca de mí. No siempre se lo pongo fácil. —Bajó los ojos hasta nuestras manos. Aún las teníamos entrelazadas. Ninguno de los dos hizo ningún movimiento para soltarse.

—¿Qué tal es ser senador? ¿Tiene muchos enemigos?

—Oh, sí. Correos con amenazas. Paquetes con amenazas. Cualquier cosa que no hayamos pedido va directa a la policía. Hay algunos mayores bastante raros con ideas inquietantes.

—Me lo imagino. —Puse los ojos en blanco. Luego me volví hacia él—. La verdad es que me gustaría conocerlo.

—¿Te gustaría? —Echó atrás la cabeza.

Asentí.

—No sé si podremos encontrar un hueco en su agenda. Está metido en una tonelada de apariciones antes de que vaya a Washington a ver al presidente.

—¿Al presidente?

—Sí. Quiere que vaya con él —asintió Blake—. Dice que es una oportunidad para forjar el carácter.

—¿Tu abuelo hace algo especial el diecinueve? —Me eché el pelo hacia atrás con la mano que me quedaba libre.

—¿Cómo lo has sabido? —Blake ladeó la cabeza—. Es su última aparición antes de que se vaya. Los Premios de la Liga de la Juventud en el Dorothy Chandler Pavilion, en el Centro de Música.

—En el centro de L.A. —La última fecha que Helena había anotado en su calendario. Todo apuntaba a que el senador era su objetivo—. Deja que lo adivine: ¿empieza a las ocho en punto?

—Sí. Tengo que estar allí para presentar un premio. ¿Cómo lo sabías?

—Lo siento, tengo que irme —respondí. Necesitaba descubrir todo lo que pudiera para prevenirlo.

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