Dios mío, pensó. ¡Necesito aire! ¡Y agua!
Durante un momento pensó en llamar a Josefin, pero algo la hizo cambiar de idea. El piso estaba completamente en silencio; Jossie aún dormía o habría salido. Resopló y se dio media vuelta, se preguntó qué hora sería. Las cortinas negras de Josefin detenían la luz del día y hacían que la habitación flotara en una oscuridad mohosa. Olía a sudor y polvo.
—Es una mala señal —había dicho Patricia cuando Josefin llegó a casa con el tejido grueso y negro—. No se pueden colocar cortinas negras. Le dan a las ventanas ribetes de luto, así la energía positiva no puede fluir con libertad.
Josefin se había enfadado.
—Bueno, pues entonces pasa de ellas —había dicho—. No las pongas. Yo las voy a colgar en mi cuarto. ¿Cómo diablos vamos a poder trabajar de noche si no podemos dormir de día? Has pensado en eso, ¿eh?
Jossie se salió con la suya, casi siempre solía hacerlo.
Patricia se sentó en el colchón dando un suspiro. La sábana de abajo se había enrollado formando un húmedo cordón umbilical en medio de la cama. Irritada, intentó estirarla.
Le tocaba a Jossie hacer la compra, pensó, así que seguramente no hay nada en casa.
Se levantó y fue al cuarto de baño y orinó. A continuación tomó prestada la bata de Josefin y regresó a la habitación para descorrer las cortinas. Los rayos de sol le hirieron los ojos como clavos e hicieron que rápidamente corriera las cortinas. En cambio, abrió cuidadosamente una de las ventanas de par en par y colocó una maceta para que no se cerrara. El aire en el exterior era aún más cálido, pero no olía mal.
Se dirigió lentamente a la cocina, llenó una jarra de cerveza con agua del grifo y bebió con ansiedad. El reloj de la cocina marcaba las dos menos cinco. Esto hizo que Patricia se sintiera bien. No se le había pasado el día durmiendo, a pesar de haber trabajado hasta las cinco de la madrugada.
Dejó la jarra sobre el fregadero, entre un cartón de pizza vacío y tres tazas con bolsas de té pegadas. Jossie era una inútil limpiando. Patricia suspiró y recogió la cocina, tiró la basura, fregó y secó las encimeras como una autómata.
Se dirigía a la ducha cuando sonó el teléfono.
—¿Está Jossie?
Era Joachim. Sin percatarse, Patricia se enderezó y se concentró en parecer despabilada.
—Me acabo de despertar, no lo sé. Quizá duerma.
—¿La puedes despertar, por favor?
El tono era seco pero correcto.
—Enseguida2, Joachim, espera un momento...
Se dirigió furtivamente por el pasillo hacia la habitación de Josefin y golpeó cuidadosamente sobre el revestimiento de la puerta. Al no recibir respuesta alguna, la entreabrió. La cama estaba igual de deshecha que ayer, antes de que Patricia se fuera a trabajar. Regresó rápidamente al teléfono.
—No, lo siento, ha salido.
—¿Adónde? ¿Está con alguien?
Patricia rió nerviosa.
—Con nadie, por supuesto, o quizá contigo. Yo qué sé. Le toca hacer la compra...
—Pero ¿ha dormido en casa?
Patricia intentó que su voz sonara indignada.
—Sí, claro que sí. ¿Dónde iba a dormir?
—Eso digo yo, Pattan. ¿Tienes alguna propuesta?
Joachim colgó al mismo tiempo en que la rabia se apoderó de Patricia. Odiaba cuando él la llamaba de esa manera. Lo hacía para humillarla. A él no le gustaba ella. Creía que era un obstáculo entre él y Josefin.
Patricia se dirigió lentamente al dormitorio de Josefin y miró en su interior. La cama estaba exactamente igual que la noche anterior, la colcha en el suelo a la izquierda del lecho y el bañador rojo sobre la almohada.
Jossie no regresó a casa anoche.
La certeza la llenó de malestar.
El aire en el vestíbulo del periódico les golpeó como una toalla mojada y fría. La humedad resplandecía a través del suelo de mármol y hacía que el busto de bronce del fundador reluciera. Un escalofrío recorrió el cuerpo de Annika y sintió que le castañeaban los dientes.
Al fondo, en la recepción acristalada, estaba Tore Brand, el bedel, enfadado.
—Vosotros sí que os lo pasáis bien —les voceó cuando el pequeño grupo cruzó camino del ascensor—. Podéis salir y calentaros de vez en cuando. Aquí dentro hace tanto frío que he tenido que coger el radiador del coche para no congelarme los pies.
Annika intentó sonreír pero no tenía fuerzas. Este año Tore Brand no había podido tomar las vacaciones antes de agosto, algo que encontraba injusto, rayano la vejación.
—Necesito ir al servicio —dijo Annika—. Subid vosotros.
Dio la vuelta a la garita de Tore Brand y percibió que éste fumaba de nuevo a escondidas. Después de dudar un instante eligió el baño de los discapacitados en lugar del de señoras. Deseaba estar en paz y no tener que apretarse en el lavabo entre mujeres sudorosas.
La voz quejumbrosa de Tore Brand la siguió hasta que cerró la puerta del baño con llave y se vio a sí misma reflejada en el espejo. Estaba realmente horrible. Tenía el rostro flameante y los ojos enrojecidos. Giró la palanca del grifo hacia la izquierda, se inclinó, se recogió el cabello y dejó que el agua fría le corriera por el cuello. Sintió la porcelana helada contra su frente. Un hilo de agua se deslizó por su espalda.
¿Por qué hago estas cosas?, pensó. ¿Por qué no estoy tumbada en la hierba en el Tallsjön leyendoDamernas Värld?
Pulsó el botón rojo del secador de manos, giró la tobera hacia arriba e intentó secarse las axilas. No dio resultado.
La mesa de Anne Snapphane estaba vacía cuando Annika subió a la redacción. Sobre ella había dos tazas con restos de café pegados al fondo, pero la Coca-Cola había desaparecido. Annika dedujo que Anne estaba trabajando en algo.
Berit, de pie, hablaba con Spiken en la mesa de redacción. Annika se desplomó sobre su silla y dejó que el bolso cayera al suelo. Se sentía mareada y cansada.
—Bueno, ¿qué has conseguido? —le gritó Spiken y la miró exhortativo.
Annika se apresuró a desenterrar su cuaderno y se dirigió hacia la mesa.
—Joven, desnuda, tetas de plástico —informó ella—. Mucho maquillaje. Había llorado. No tenía signos de descomposición, así que no podía llevar ahí mucho tiempo. Por lo que pude observar no había ropa en los alrededores.
Levantó la vista del cuaderno, Spiken asentía animoso.
—Vaya —dijo—. ¿Alguna vecina aterrorizada?
—Una madre del tipo «Pude ser yo» —dijo.
Spiken anotaba y movía la cabeza con un gesto de aprobación.
—¿Se sabe quién es?
Annika apretó los labios y agitó negativamente la cabeza.
—No, que sepamos.
—Esperemos a que den el nombre durante la noche. ¿No viste nada más, algo que indicara dónde vivía o una cosa por el estilo?
—¿Te refieres a si tenía la dirección tatuada en la frente? Lo siento...
Annika sonrió, Spiken respondió a la sonrisa.
—Okey.Berit, tú te encargas de la investigación policial, quién era la chica; y ponte en contacto con los familiares. Annika, escribe sobre la madre asustada y le echas un vistazo al otro asesinato.
—Creo que trabajaremos juntas un rato más —informó Berit—. Annika tiene información del escenario del crimen de la que yo carezco.
—Haced como queráis —respondió él—. Quiero un informe de todo lo que tengáis antes de la reunión de las seis.
Hizo girar su silla, cogió el teléfono y marcó un número. Berit recogió su cuaderno y se encaminó a su sitio.
—Yo tengo los recortes —dijo por encima del hombro—. Podemos verlos juntas.
Annika cogió una silla que había en la mesa contigua. Berit sacó un legajo de papeles amarillentos de un sobre titulado «Asesinato de Eva». Por lo visto, el crimen había tenido lugar antes de la informatización del periódico.
—Todo lo ocurrido hace más de diez años sólo se encuentra en el archivo de papel —indicó Berit.
Annika cogió una hoja doblada, el papel parecía frágil y rígido. Pasó la mirada por la página. La tipografía del titular resultaba desordenada y anticuada, la impresión era bastante mala. Una fotografía en blanco y negro a cuatro columnas mostraba el parque desde el lado norte.
—Me acuerdo bien —dijo Berit—. La chica subía las escaleras y a medio camino se encontró con alguien que bajaba. No llegó más lejos. El asesinato continúa sin resolver.
Se sentaron una a cada lado de la mesa de Berit y se concentraron en los viejos artículos. Annika notó que Berit había escrito muchos de ellos. Era cierto que el asesinato de la joven Eva recordaba bastante al de hoy.
Una cálida noche de verano hace cerca de doce años, Eva subió la empinada cuesta que era una prolongación de Inedalsgatan. La encontraron exactamente junto al escalón diecisiete, estrangulada y medio desnuda.
Se escribieron muchos y largos artículos tras los hechos, las fotografías eran grandes y se encontraban en la parte superior de las páginas. Había reseñas sobre la investigación criminal y los informes de la autopsia, entrevistas con vecinos y amigos y un artículo titulado «Dejadnos en paz», eran los padres de Eva que imploraban algo a alguien, se abrazaban compungidos y miraban a la cámara. Había manifestaciones contra la violencia sin sentido, la violencia contra las mujeres y la violencia juvenil, también un acto conmemorativo en la iglesia de Kungsholmen y fotos de una montaña de flores en el lugar del asesinato.
Es extraño que no me acuerde de nada de esto, pensó Annika. Ya era lo suficientemente mayor como para recordarlo.
Los artículos se volvían más cortos a medida que pasaba el tiempo. Las fotografías eran más pequeñas y aparecían cada vez más abajo. Había una noticia de tres años y medio después que informaba sobre un interrogatorio a una persona, pero que poco después fue puesta en libertad. Luego se hizo el silencio.
Pero ahora, de nuevo, Eva era noticia: doce años después de su muerte, los paralelismos eran claros.
—¿Qué hacemos con esto? —preguntó Annika.
—Una corta reseña —respondió Berit—. De momento no podemos hacer mucho más. Escribimos lo que tenemos, tú encárgate de la madre y yo me encargo de Eva. Después de esto los inspectores ya estarán más informados, entonces podremos hacer algunas llamadas.
—¿Es urgente? —inquirió Annika.
Berit sonrió.
—No especialmente —contestó—. El plazo límite son las cinco menos cuarto de la mañana. Pero estaría bien si estuvieran listas un poco antes y esto es un buen comienzo.
—¿Qué harán con estos dos artículos en el periódico?
Berit se encogió de hombros.
—Quizá ni se publiquen, nunca se sabe. Depende de lo que ocurra en el mundo y de cuánto papel tengamos.
Annika asintió. El número total de páginas del periódico era determinante para que salieran o no los artículos, ocurría lo mismo en su lugar de trabajo habitual, elKatrineholms-Kuriren.A mitad de verano la dirección del periódico solía ahorrar papel, por un lado bajaba la publicación de anuncios durante julio y, por otro, no solía suceder nada especial. Siempre eran cuatro las páginas que aumentaban o disminuían, ya que las hojas se preparaban de cuatro en cuatro en las planchas de imprenta.
—Yo creo que esto saldrá en las primeras hojas del periódico —dijo Berit—. Primero la noticia sobre el asesinato, la investigación policial, luego una página sobre la chica, bueno, si conseguimos el nombre, por supuesto. A continuación habrá una reseña sobre el asesinato de Eva, tu madre asustada y al final, probablemente, un artículo sobre Estocolmo, una ciudad atemorizada. Imagino que haremos algo así.
Annika ojeó los recortes.
—¿Cuánto tiempo llevas trabajando aquí, Berit? —preguntó.
Berit suspiró y esbozó una sonrisa.
—Pronto hará veinticinco años. No era mucho mayor que tú cuando empecé.
—¿Siempre fuiste reportera de sucesos? —inquirió Annika.
—No, no. Comencé escribiendo sobre animales y cocina. A principio de los ochenta fui reportera política, entonces se puso de moda dar este tipo de puestos a las mujeres. Luego trabajé un tiempo como corresponsal en el extranjero. Y ahora estoy aquí.
—¿Dónde te has sentido mejor? —preguntó Annika.
—Lo más divertido es escribir, buscar datos y avanzar. Me encanta trabajar en la redacción de sucesos. Puedo regir mi destino, investigo generalmente por mi cuenta. ¿Me puedes dar estos artículos? Gracias.
Annika se levantó y se dirigió a su sitio. Anne Snapphane no había regresado. Cuando ella no estaba el lugar parecía silencioso y triste.
ElMacde Annika se había desconectado por la función de ahorro de energía y le sobresaltó su tono agudo cuando se puso de nuevo en marcha. Escribió rápidamente lo que Daniella Hermansson le había contado, el preámbulo, el texto principal y el pie de foto. A continuación envió el artículo al almacén de la redacción, al que llamaban «la lata». ¡Muy bien! ¡Esto ha quedado muy bien!
Se disponía a ir a buscar un café cuando sonó el teléfono. Era Anne Snapphane.
—Estoy en el aeropuerto de Visby —gritó—. ¿Ha habido algún asesinato en Kronis?
—Ya lo creo —respondió Annika—. Desnuda y estrangulada. ¿Qué haces en Gotland?
—Incendio forestal —contestó Anne—. Toda la isla arde como una tea.
—¿Toda? —repitió Annika y sonrió—. ¿O casi toda?
—No entremos en detalles —dijo Anne—. No regresaré hasta mañana como muy pronto. ¿Le puedes dar de comer a los gatos?
—¿Todavía no te has deshecho de ellos? —respondió Annika enfadada.
—¿Quieres que me lleve dos gatitos a doscientos kilómetros de distancia con este calor? ¡Esto es maltrato a los animales! ¿Puedes cambiarles la arena?
—Claro, claro...
Colgaron.
¿Por qué no sé decir que no?, pensó Annika y suspiró. Se fue a buscar un café y también compró una Ramlösa en la cafetería; con la lata de aluminio en una mano y la taza de café en la otra se dio una vuelta intranquila por la redacción. El aire acondicionado llegaba con dificultad a este piso alto, hacía apenas más frío que en el exterior. Spiken estaba sentado al teléfono, como de costumbre, bajo sus axilas crecían dos manchas de sudor. Bertil Strand se encontraba a lo lejos junto a la mesa de la redacción gráfica, y hablaba con Pelle Oscarsson, redactor jefe de fotografía. Se acercó a ellos.
—¿Son éstas las fotografías de Kronobergsparken?
Pelle Oscarsson hizo doble clic en uno de los iconos de su gran pantalla. El espeso follaje del parque llenó toda la superficie. La fuerte luz solar lanceaba la escena. Las lápidas de granito afloraban entre los barrotes forjados. En el centro de la fotografía se vislumbraba una pierna de mujer, desde la cadera hasta el pie.